Raúl Zibechi
El notable éxito que está teniendo el gobierno de Néstor Kirchner a los pocos días de haber comenzado el canje de bonos de la deuda externa de su país con una quita de 60 por ciento, muestra tanto la debilidad de los organismos financieros internacionales como la gama de alternativas que se les presentan a los países del tercer mundo para afrontar sus obligaciones con ellos. Por el contrario, la deuda brasileña no deja de crecer y acaba de llegar a su pico histórico, no obstante los denodados esfuerzos del país por pagar puntualmente al precio de incumplir el programa social de Lula.
El canje de los bonos argentinos en default desde diciembre de 2001, lanzado el 14 de enero, fue aceptado ya por 23 por ciento de los acreedores, que tienen plazo hasta el 25 de febrero para sumarse a la operación. Aunque los acreedores de algunos países -en especial Italia, Alemania y Japón- se muestran muy críticos con la propuesta, se va extendiendo la sensación de que no habrá otra oferta viable. En paralelo, como demostró la justicia italiana días atrás, los operadores financieros fueron irresponsables con los miles de inversionistas hoy perjudicados, al no informarles sobre los riesgos que corrían al comprar bonos argentinos que en el corto plazo ofrecían jugosas ganancias.
Por otro lado, el FMI no puede pasar por alto que Argentina ha hecho pagos al organismo de más de 10 mil millones de dólares desde diciembre de 2001, a pesar de haber atravesado la peor crisis de su historia. Más aún, desde que el país entró en default mantiene un crecimiento sostenido que en 2004 fue de 8 por ciento, la recaudación fiscal está batiendo récord y las tensiones políticas y sociales tienden a suavizarse. La pregunta, a la vista de la desastrosa experiencia de los 90, gracias a los consejos del FMI, es qué tiene para perder un país que abandone los organismos financieros internacionales. En paralelo, Argentina recibe ahora el espaldarazo del gobierno español, que apoya tanto el canje de deuda como el rumbo económico emprendido por Kirchner
En Brasil la deuda creció 11 por ciento en 2004, y alcanzó los 300 mil 730 millones de dólares. Ese aumento se registró pese al brutal esfuerzo del país por obtener un superávit primario superior al pactado con el Fondo, para afrontar el pago de intereses de la deuda. Aunque 2004 fue buen año desde el punto de vista económico, el crecimiento de 5 por ciento del producto bruto de Brasil es muy inferior al porcentaje en que creció la deuda.
Cuando Lula llegó a Planalto, en enero de 2003, la deuda externa de Brasil ascendía a 240 mil millones de dólares. Desde entonces creció 25 por ciento, a pesar de que en 2003 pagó un total de 50 mil millones de dólares por concepto de intereses de la deuda (cinco veces más que el presupuesto de salud, ocho veces más que el de educación y 140 veces más que el gasto en reforma agraria). Imposible seguirle el paso al ritmo frenético con que crece la deuda de nuestros países. Más graves son aún las distorsiones que imponen dichos pagos. Para mantener la bicicleta en marcha, el país debe pedalear atrayendo capitales que le aseguren ingresos frescos para realizar los pagos. El Banco Central de Brasil acaba de aumentar la tasa básica de intereses por quinta vez desde septiembre de 2004, elevándolos a 18.25 por ciento.
En suma, Brasil paga las tasas de interés más altas del mundo (12 por ciento descontando la inflación) para poder pagar una deuda que sigue aumentado, precisamente por las elevadas tasas de interés internas. Peor aún, el pago puntual de la deuda impone un esfuerzo adicional: el aumento de las exportaciones, que supone mayor apertura económica y más vulnerabilidad externa. En 2004 las exportaciones brasileñas fueron las más altas de su historia y el superávit comercial de 33 mil 700 millones de dólares es un dato optimista para el gobierno.
"En más de 55 años el país nunca estuvo tan abierto al mercado mundial como ahora", asegura Folha de Sao Paulo (16/1/05). El año pasado la suma de exportaciones e importaciones representó 26.6 por ciento del producto interno bruto, mientras la media histórica es de 15.9 por ciento. El crecimiento de la apertura, y con ella de la vulnerabilidad, implica que casi la mitad de las exportaciones brasileñas tienen bajo valor agregado (agricultura y minerales), una "reprimarización" de la estructura productiva que afecta a todos los países de la región. Exportar como sea -consigna del momento para engordar las arcas del Estado- supone, entre otras cosas, una caída de las ventas de productos industriales. Brasil llegó a exportar casi 60 por ciento de manufacturas en 2000, frente a 55 por ciento el año pasado. Los mercados de alto valor agregado son, con mucho, los más estables, los menos vulnerables ante cambios bruscos del mercado internacional.
Una retracción del comercio mundial, previsible en los próximos años como consecuencia de turbulencias vinculadas a la caída del dólar, frenaría en seco la bicicleta brasileña que permite pagar puntualmente la deuda. Esta semana trascendió que Lula está presionando al Banco Central para que frene el aumento de las tasas de interés, como viene reclamando con rara unanimidad la sociedad brasileña, desde los sindicatos hasta los industriales. Tal vez sea demasiado tarde.
El caso argentino muestra que el discurso acerca de los peligros que entraña el no pago de la deuda es sólo eso: discurso para alinear deudores. El ejemplo de Brasil muestra a su vez que sólo estrangulando el crecimiento económico -o sea a la población pobre de cada país- es posible servir a los acreedores. En los próximos meses será el nuevo gobierno uruguayo de Tabaré Vázquez el que deba elegir el camino a seguir. Hasta hace poco se podía repetir, machaconamente, que "no hay alternativas". El canje de la deuda argentina demuestra lo contrario. Y que, por añadidura, no pasa nada.
Publicado en La Jornada, 29 de enero de 2005