Las consecuencias de la crisis del gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva, ya se
están sintiendo en todo el continente. El envión progresista que barriera la
región hasta fines de 2003, ha sido sustituido por una nueva relación de
fuerzas, un viraje hacia la derecha que favorece un renovado despliegue de los
objetivos de la administración Bush. El desembarco de 400 marines en Paraguay
parece un salto adelante de la estrategia de "comercio más seguridad", ya que
conjuga la presencia militar permanente en un país del Mercosur con la
profundización de acuerdos comerciales.
Comparada con la situación vivida hace apenas dos años, cuando los presidentes
Néstor Kirchner y Lula firmaron el "consenso de Buenos Aires" que evidenciaba un
cambio de clima político en la región, los sucesos de los últimos meses indican
un viraje conservador. La virtual parálisis de Brasilia señala el punto de
inflexión. El drama de la izquierda brasileña se resume en que son las elites
financieras las que decidieron frenar el juicio político (impeachment) a Lula.
La razón de fondo es que la destitución significaría el ascenso del
vicepresidente José Alencar, de quien los poderosos desconfían ya que se opone
con vehemencia a las elevadas tasas de interés que vienen modelando una política
económica que traspasa anualmente 50 mil millones de dólares a los más ricos.
Entrevistado por Folha de Sao Paulo (11/9/2005), Alencar destacó su
fidelidad al presidente y su rechazo al impeachment, pero enfatizó que está
preparado para asumir la presidencia y modificar radicalmente la política
monetaria bajando las tasas de interés. Ironías de la vida, es la amenaza de que
un gran empresario textil –aliado de la producción nacional- suceda a un ex
obrero metalúrgico –aliado de las altas finanzas- lo que habilita que el
presidente Lula pueda llegar al término de su mandato. Sin embargo, los dos
resultados más importantes de la crisis brasileña (fuerte viraje a la derecha y
reconstrucción de un bloque de fuerzas neoliberales) tienden a desbordar los
marcos del país para modelar la nueva coyuntura regional.
Dos funcionarios de primer nivel de la administración Bush coincidieron en los
últimos meses en demandar que Brasil cumpla un rol estabilizador en la región. A
fines de abril, la secretaria de Estado Condoleezza Rice visitó el país en
procura de "apoyo del gobierno brasileño para la estabilización de una América
Latina cada vez más volátil" (Folha de Sao Paulo, 26/4/05). Ya en plena
crisis, el secretario del Tesoro John Snow dijo en Brasilia que "los inversores
están dando un voto de confianza a Brasil" (Clarín, 2/8/05) y recordó que
400 de las 500 mayores empresas estadunidenses tienen inversiones en ese país.
Washington teme que una situación de inestabilidad en el mayor país de la región
pueda contaminar toda el área.
En sintonía con el gobierno Bush, las elites de la región creen que un Brasil
más vuelto sobre sí mismo tendrá mayores dificultades para potenciar su política
exterior, mientras el gobierno argentino sigue atrapado en conflictos
domésticos, lo que genera una situación de vacío regional que "será ocupado por
los Estados Unidos" (La Nación, 29/8/05). De ese modo, y pese al fracaso
del ALCA –en el que Brasil jugó un papel destacado- Washington va avanzando su
estrategia sumando pieza por pieza a su ambicioso plan de "comercio más
seguridad". Paraguay parece ser la más reciente adquisición.
Más allá de los desmentidos acerca de la instalación de una base militar en
Mariscal Estigarribia, la presencia militar estadounidense en Paraguay es una
realidad irreversible. Lo preocupante es el viraje de un país fundador y miembro
del Mercosur, que había pendulado entre sus dos poderosos vecinos, como lo
muestra la construcción de dos grandes represas hidroeléctricas (Itaipú
compartida con Brasil y Yacyretá con Argentina). Ambos países jugaban un papel
determinante en la política doméstica, al punto que todo lo que sucedía en
Paraguay estaba condicionado por uno u otro vecino, que se vigilaban mutuamente.
Ahora ese equilibrio parece haberse roto a favor de Washington, aunque no sería
raro que alguno de sus ex aliados haya jugado algún papel en tal cambio.
Dos hechos llaman la atención. El parlamento paraguayo votó la inmunidad para
las tropas de Estados Unidos, el pasado 26 de mayo, pero recién a mediados de
junio el diario argentino Clarín difundió la noticia que aún desconocían
los ciudadanos paraguayos. En suma, una operación clandestina en plena
democracia que resulta destapada por la prensa extranjera. El segundo es el
carácter de la base militar, construida a mediados de los 80 por técnicos
estadounidenses, con una pista de 3.800 metros donde pueden aterrizar aviones
B-52, C-130 Hércules y C-5 Galaxy, a sólo 200 kilómetros de la convulsionada
Bolivia, donde compiten multinacionales de varios países por los más importantes
yacimientos gasíferos del subcontinente y muy cerca de la Triple Frontera.
En agosto Donald Rumsfeld visitó Paraguay, pero meses antes Nicanor Duarte
Frutos había estado con Bush en Washigton, siendo la primera vez que un
presidente paraguayo era recibido en la Casa Blanca. Amores son amores, y en
breve el FBI abrirá una oficina en Asunción y ya se habla de la posibilidad de
firmar un TLC. Según el presidente del Congreso, Carlos Filizzola del opositor
País Solidario, la actual cooperación marca un giro que lleva a Paraguay a
alejarse del Mercosur y a Estados Unidos a poner un pie en la zona para afianzar
sus intereses.
Mientras en Argentina se disparan voces de alarma, las fuerzas armadas de Brasil
realizaron en julio ejercicios de guerra que simularon la defensa de la represa
de Itaipú. Aunque el canciller brasileño Celso Amorim minimizó la presencia
militar estadounidense, desde 2002 se registraron 46 operaciones militares
conjuntas de Estados Unidos en Paraguay. La voracidad del imperio no tiene
límites, pero las debilidades de quienes debieran enfrentarlo no hacen sino
alfombrarle el camino.