Desigualdad y pobreza: la urgencia de cambiar el modelo
Raúl Zibechi
La guerra global por los alimentos pone en videncia que los planes
sociales son insuficientes para paliar la pobreza y que sólo la superación del
actual modelo permite disminuir la desigualdad que acecha la región.
En sólo seis meses hay 10 millones de nuevos pobres en América Latina.
Aunque en esta región el precio de los alimentos subió menos que en el resto del
mundo (15% frente al 68%), la cantidad de pobres creció de 190 a 200 millones en
sólo seis meses, según el sociólogo argentino Bernardo Kliksberg, asesor del
Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) (1). Pero esto es apenas
el comienzo.
Según Amartya Sen, premio Nobel de Economía con quien Kliksberg
acaba de publicar el libro "Primero la gente", desde hace treinta años se viene
previendo que puede haber hambruna en los países productores de alimentos. La
crisis alimentaria en curso, hija directa del estallido de la burbuja
especulativa inmobiliaria, corta en seco cualquier análisis que pretenda eludir
la responsabilidad del modelo en la generación de pobreza. Sobre todo, cuando se
sabe que la región produce alimentos suficientes para atender a una población
tres veces superior a la que contiene.
Combatir la desigualdad
América Latina es la región con más desigualdad del mundo. Pese a que buena
parte de los países de Sudamérica cuenta desde hace varios años con gobiernos
progresistas y de izquierda, la desigualdad sigue creciendo, por lo menos en el
Cono Sur.
Un reciente estudio del Intituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA) de
Brasil, revela que el 10% de la población concentra el 75,4% de la riqueza. Las
políticas sociales del gobierno Lula, que se aplican desde 2003 para aliviar la
pobreza, han mejorado levemente la desigualdad, pero tan poco que apenas se
nota. Lo grave es que se trata de los mismos niveles de desigualdad que existían
en el siglo XVIII. Marcio Pochman, miembro del PT y director del IPEA, afirmó
que los datos demuestran "cómo a despecho de los cambios en el régimen político
y en el padrón de desarrollo del país, la riqueza continúa pésimamente
distribuida entre los brasileños"(2).
Según Pochman, en el siglo XVIII en Rio de Janeiro el 10% más rico detentaba el
68% de la riqueza, mientras hoy concentra el 63%. Sao Paulo marcha delante de
otras ciudades con el 73,4% de concentración de riqueza por el 10% más rico. En
opinión del director del IPEA, "ningún país del mundo consiguió acabar con las
desigualdades sociales sin una reforma tributaria de verdad". Explica que los
impuestos indirectos como el IVA (valor agregado), predominantes en la región,
castigan a los más pobres: el 10% más pobre en Brasil paga un 44,5% más que el
10% más rico, ya que la carga tributaria representa un 33% de la renta de los
más pobres y sólo un 22% de la renta de los más ricos.
Gobernabilidad conservadora
Un estudio del economista Claudio Lozano, de la Central de Trabajadores
Argentinos (CTA), difundido en febrero de 2008, revela que en los últimos cuatro
años "de cada 100 nuevos pesos que se generaron, el 30% más rico se apropió de
62". Por eso, estima, luego de cinco años de crecimiento económico (con un un
PIB un 36% mayor que el de 2001), sigue habiendo un 30% de pobres.
Se trata de un modelo concentrador, al que denomina "gobernabilidad
conservadora", que está comenzando a bloquear la continuidad de la expansión y
que impide aprovechar las buenas oportunidades como las que existieron en los
últimos cinco años. Peor aún, porque el ciclo de crecimiento parece estar
llegando a su fin, en medio de una espiral inflacionista especulativa. "La
inflación actúa como mecanismo corrector y preservador de las ganancias
extraordinarias del empresariado más concentrado", asegura Lozano. A la vez, en
el caso argentino es potenciada porque "los ricos consumen mucho e invierten
poco y mal"(3).
El caso uruguayo, por completar un breve panorama de tres gobiernos surgidos
como consecuencia de la oleada anti neoliberal, no es muy diferente. El de
Tabaré Vázquez es el único gobierno que implementó una reforma tributaria
importante, progresiva, que grava más a los que tienen mayores ingresos. Pero no
grava al capital. Así, los datos avalan el crecimiento de la desigualdad aún en
los tres años de gobierno progresista.
El