En medio del triste panorama que presentan los gobiernos progresistas y de
"izquierda" del cono sur (Argentina, Brasil, Chile y Uruguay) el reciente
congreso del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) es una nota de
optimismo y esperanza. Se trata del primer congreso realizado bajo el gobierno
de Luiz Inacio Lula da Silva con el que los 17 mil 500 delegados que se dieron
cita en Brasilia, del 11 al 15 de junio, marcaron claras distancias.
Los anteriores habían sido convocados en coyunturas políticas especiales: el
primero en 1985 durante la transición a la democracia bajo el lema: "Sin reforma
agraria no hay democracia". El segundo se realizó en 1990, en un periodo de
crecimiento y consolidación del movimiento con la consigna: "Ocupar, resistir,
producir". En 1995 el tercer congreso enfrentó la oleada neoliberal y represiva
buscando ampliar la lucha campesina bajo la bandera "Reforma agraria, una lucha
de todos". El último había sido en 2000, bajo el gobierno anti-campesino de
Fernando Henrique Cardoso, con el lema "Un Brasil sin latifundio".
En sus 27 años los sin tierra fueron adaptándose a las diferentes coyunturas
políticas, pero nunca dejaron de poner en el centro la ocupación de tierras, la
producción y la educación, y fueron realizando una verdadera reforma agraria
desde abajo. Hoy son medio millón de familias, 2 millones de personas en 5 mil
asentamientos que ocupan 25 millones de hectáreas, en los que hay mil 500
escuelas. El MST cuenta con unos 15 mil militantes, tiene decenas de escuelas de
formación y una universidad, la Escuela Florestan Fernandes, y está siendo capaz
de formar a sus propios especialistas y técnicos.
En su quinto congreso, 40 por ciento de las delegadas eran mujeres, siendo uno
de los movimientos del mundo que más promueven la participación femenina a todos
los niveles. En esta ocasión el lema fue "Reforma agraria: por justicia social y
soberanía popular", y los principales debates se focalizaron en la comprensión
del nuevo periodo de la acumulación de capital en el campo.
Marina dos Santos, de la dirección nacional, señaló que es necesario "buscar
nuevas formas de lucha y de enfrentamiento con el latifundio en el campo que no
sea solamente la ocupación de tierras", que se sitúen a la altura de los
desafíos que están planteando el agronegocio y las trasnacionales. Nuevos
métodos de lucha e incentivar la participación de las mujeres y los jóvenes son
algunos de los objetivos trazados.
Una parte de este viraje se concretó el 8 de marzo de 2006, cuando 2 mil mujeres
sin tierra y de Vía Campesina ocuparon un predio de Aracruz y destruyeron sus
cultivos experimentales y laboratorios, por lo que fueron criminalizadas. El 8
de marzo de este año volvieron a la carga y focalizaron sus acciones contra
varias trasnacionales del agro y contra usinas de etanol, coincidiendo con la
visita de George W. Bush a Brasil.
Joao Pedro Stédile, coordinador del movimiento, sostuvo que están ante un nuevo
momento en la lucha por la reforma agraria, ya que deben enfrentar un enemigo
mucho más poderoso. "Cuando surgió el MST la idea era la reforma agraria en la
concepción clásica, que consistía en luchar contra el latifundio", en tanto
ahora "vivimos un periodo donde la hegemonía la tiene el capital financiero y la
agricultura se inserta en esa nueva modalidad". Ya no alcanza con la posesión de
la tierra, sino que resulta imprescindible precisar el modelo de desarrollo
alternativo.
En el análisis de Stédile, el capital busca el control de todo el espacio
geográfico, "el control de la tierra, el agua, de la biodiversidad y todo lo que
tiene que ver con el control tecnológico". Por esa razón entre las principales
demandas del MST destaca ahora la defensa del medio ambiente, que es una forma
de profundizar su lucha anticapitalista.
Por último, los sin tierra se proponen construir la unidad de los movimientos
sociales y para eso impulsan la convocatoria de asambleas populares "en los
municipios, regiones y estados", como señala la Carta del Quinto Congreso. En
esta doble lucha por frenar el avance de los monocultivos de soya y caña de
azúcar y a la vez tejer la unidad de los de abajo, el MST está consciente de que
no puede triunfar sin convocar y movilizar al grueso del pueblo brasileño.
Aunque recibió algunas muestras de apoyo de un puñado de diputados de varios
partidos, el movimiento tiene claro, como expresó Gilmar Mauro, que "lo que la
gente necesita no va a venir de arriba abajo" y que "la verdadera reforma
agraria sólo es posible derribando el Estado burgués".
Lo anterior está lejos de ser un viraje ideológico. Es algo más profundo: la
experiencia reciente con el gobierno de Lula, que en los primeros cuatro años
asentó sólo 85 mil familias frente a una meta inicial de 500 mil, sumada a la
lectura de la nueva realidad, impone enfilar la barca hacia nuevos rumbos. Si
por arriba se asiste a la alianza de tres tipos de capital trasnacional -las
petroleras, la industria automotriz y las multinacionales del agro como Monsanto
y Cargill, apoyadas por y en el aparato estatal para lanzar la carrera de los
agrocombustibles-, por abajo se impone la unidad de los sectores populares y lo
que queda de la izquierda. Así como el MST viene haciendo una reforma agraria
desde abajo, ahora parece empeñado en construir un poder popular desde abajo; de
ahí el llamado a crear asambleas populares en todo el país.
Uno de los hechos importantes del congreso es la adhesión del EZLN. Un
comunicado firmado por el subcomandante insurgente Marcos señaló que el
movimiento "tiene nuestra mano hermana, nuestro cariño y nuestro respeto, pero
también tiene nuestra admiración". El encuentro de los que luchan reconforta el
corazón y alimenta el espíritu. Sobre todo en este periodo tan difícil para los
movimientos sociales que, ante la alianza de los gobiernos con las
multinacionales y el imperio, no tienen otra opción que profundizar el combate
por alumbrar un mundo nuevo.