Paraguay, entre Lula y la soya
Raúl Zibechi
La Jornada
La potente movilización de los campesinos paraguayos está desnudando serias
contradicciones regionales y forzando al gobierno de Fernando Lugo a definirse
en torno a la prometida reforma agraria. Con el ascenso de Lugo a la
presidencia, los de abajo sintieron que llegó la hora de comenzar a resolver
injusticias históricas y decidieron empezar a cobrarse la factura. Hasta hoy la
represión provocó un muerto y decenas de heridos y detenidos.
Los campesinos están ocupando tierras de los grandes propietarios soyeros, gran
parte brasileños, a los que se denomina brasiguayos. En Paraguay la soya ha
crecido de forma exponencial, acercándose a los 3 millones de hectáreas en la
campaña 2007/2008, siendo el cuarto exportador mundial. La contracara de la
expansión soyera es la masiva emigración campesina. En 1989, cuando cayó la
dictadura de Alfredo Stroessner, 60 por ciento de la población paraguaya vivía
en el campo. Hoy no llega a 40 por ciento.
Los grandes soyeros brasileños se fueron instalando en Paraguay desde la década
de 1960, atraídos por el bajo precio de la tierra y las facilidades otorgadas
por la dictadura, y trajeron también a "sus" peones desde el vecino Brasil. Se
calcula que hay alrededor de medio millón de brasiguayos, 10 por ciento de la
población del país. En algunas zonas de los departamentos fronterizos, San
Pedro, Itapúa, Alto Paraná, Concepción, Amambay y Canindeyú, se habla portugués
y se comercia en reales. Aunque no hay datos oficiales, se estima que hasta 80
por ciento de los cultivos de soya están en manos de brasiguayos.
Las ocupaciones de tierras de los campesinos, en particular de la Organización
de Lucha por la Tierra (OLT), en las que participan militantes de otros
movimientos, se focalizaron en haciendas del brasiguayo Tranquilo Favero,
propietario de 55 mil hectáreas y 30 silos en los departamentos de Alto Paraná y
Amambay. A fines de octubre 4 mil campesinos derribaron alambradas y amenazan
quemar silos. El rey de la soya y sus colegas se quejaron ante la Asociación
Rural y el gobierno de Lugo, pero contaron con un poderoso aliado.
A principios de octubre el gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva emitió el
decreto 6.952 que reglamenta el Sistema Nacional de Movilización, con el cual el
gobierno del PT pretende enfrentar una eventual "agresión extranjera". El
decreto la define como "amenazas o actos lesivos a la soberanía nacional, la
integridad territorial, al pueblo brasileño o a las instituciones nacionales,
aunque no signifiquen invasión del territorio nacional".
El 17 de octubre, 10 mil soldados brasileños iniciaron ejercicios militares en
la frontera con Paraguay. El gigantesco despliegue militar formó parte de la
Operación Frontera Sur II, que durante una semana incluyó el despliegue de
aviones, tanques, barcos y la utilización de munición real. La prensa de
Asunción informó que la operación contempla ejercicios como la ocupación de
Itaipú y el rescate de ciudadanos brasileños.
El gobierno de Lugo llevó el tema a la Asamblea Permanente de la OEA, donde
insinuó que el operativo militar fue un "mensaje sobre Itaipú" y aseguró que
Brasil quiere negociar paz para los soyeros por un pequeño aumento del precio de
la energía que le compra a Paraguay. Los gobiernos de Lugo y Lula comenzaron una
ronda de negociaciones trabadas en dos puntos clave: Paraguay quiere recuperar
la libre disponibilidad de su energía y poder vender su excedente a cualquier
país, y quiere recibir algo más que el precio de costo que establece el Tratado
de Itaipú, cinco veces menor que el precio de mercado.
El general José Elito Carvalho Siqueira, jefe del Comando Militar del Sur,
explicó a la prensa las razones del operativo: "Ya pasó la fase en que teníamos
que esconder las cosas. Hoy nosotros tenemos que demostrar que somos una
potencia, y es importante que nuestros vecinos lo sepan. No podemos dejar de
ejercitar y mostrar que somos fuertes, que estamos presentes y tenemos capacidad
de enfrentar cualquier amenaza". Una de las amenazas a las que aludió es una
posible ocupación de Itaipú por movimientos sociales, ya que la represa abastece
20 por ciento de la energía que consume Brasil.
Pero fue el director de la revista militar DefensaNet, Kaiser Konrad, quien tras
entrevistar al general Carvalho explicó las razones del despliegue: "La
Operación Frontera Sur II quiere pasar un mensaje al gobierno de Lugo, de que
los militares brasileños están atentos a la situación enfrentada por los
brasiguayos, que están sufriendo con las invasiones de tierras y las amenazas de
perder sus propiedades legalmente adquiridas".
Para despejar cualquier duda sobre la actitud del gobierno de Lula, el canciller
Celso Amorim pidió al gobierno paraguayo, sin rodeos, que controlara los
"excesos" contra los brasiguayos. En agosto un movimiento campesino quemó una
bandera brasileña en un asentamiento sin tierra, reflejando un sentimiento muy
extendido en Paraguay. No son pocos en el país guaraní quienes sienten que la
potencia regional se comporta como si los pequeños países que la rodean fueran
su patio trasero.
De forma simultánea, el gobierno de Rafael Correa expulsó de Ecuador a la
multinacional brasileña Odebrecht por violar contratos, lo que llevó a Lula a
salir en defensa de la empresa fundada por su amigo Norberto Odebrecht, uno de
los principales contribuyentes en las campañas electorales del PT.
Paraguay atraviesa una encrucijada. Por primera vez luego de seis décadas de
gobiernos colorados puede superar la tutela de Washington, realizar algunas
reformas que limiten la corrupción y mejorar las condiciones de vida de la
población. Pero no quiere caer en una nueva dependencia, ante un poderoso vecino
que es la potencia emergente de la región.
Los movimientos están también ante un cruce de caminos. Apoyaron a Lugo porque
los defendió desde el obispado y prometió reforma agraria. No están dispuestos a
seguir esperando. Mucho menos van a tolerar represión, como viene sucediendo
ante las ocupaciones en los dos últimos meses.