Cumbre de la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN)
Las horas amargas de la integración
Raúl Zibechi
La reciente Cumbre de la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN) realizada
en Cochabamba, dejó un sabor amargo. La mayor parte de los presidentes de la
región optaron por un tipo de integración basado en grandes obras de
infraestructura, mientras los movimientos sociales enfatizan los derechos de los
pueblos.
El presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva fue el más claro. Apuesta a
una integración sobre la base de la Iniciativa de Integración de la
Infraestructura de la Región de América del Sur (IIRSA), que consiste en 300
megaproyectos para la conexión física del continente. Financiado por el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID), la Corporación Andina de Fomento (CAF) y el
Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) de Brasil, cuenta con
suficientes recursos (más de 30 mil millones de dólares) como para impulsar
grandes obras (represas, gasoductos, carreteras, puertos, etc.) con la finalidad
de impulsar el comercio Atlántico-Pacífico, colocando los recursos naturales
sudamericanos a disposición del mercado global.
Los movimientos, indígenas, ambientalistas y algunas ONGs, criticaron la
iniciativa por sus profundos impactos sociales y ambientales. Más aún, sostienen
que ese tipo de integración sobre la base del libre comercio, que supone la
exportación de productos básicos y recursos naturales, tiende a profundizar la
desigualdad y la dependencia en el continente. Algunos presidentes, como Hugo
Chávez (Venezuela) y Evo Morales (Bolivia), además del presidente electo de
Ecuador, Rafael Correa, mostraron recelos respecto a la IIRSA. El primero
señaló, en sintonía con los movimientos, que se trata de una iniciativa que
favorece a las grandes multinacionales que buscan exportar los recursos del
continente hacia el Norte. Correa, por su parte, dijo que la mayoría de los
proyectos deben ser revisados. En realidad, en Cochabamba se enfrentaron dos
formas de ver la integración regional, pero quedó claro que la mayoría de los
presidentes, y el país que cuenta con mayores recursos (Brasil), ya hicieron su
opción por una integración a la medida de los mercados.
¿Trabas al desarrollo?
A fines de noviembre Lula dijo en la Amazonia brasileña que los indios, los
quilombolas (descendientes de negros escapados de la esclavitud), los
ambientalistas y el Ministerio Público, debían dejar de ser "trabas para el
desarrollo". Sus dichos fueron contestados por los movimientos sociales y por la
Comisión Pastoral de la Tierra (1). De todos modos, ese es el pensamiento de las
elites del continente. Escuchan a los movimientos, pero no estiman que sus
análisis y posiciones deben ser tenidas en cuenta. Algunos de los grandse
proyectos de la IIRSA vienen siendo criticados por movimientos y ONGs, como la
construcción de dos grandes usinas hidroeléctricas en el río Madera (Brasil),
entre muchos otros.
El viceministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Samuel Pinheiro Guimaraes,
fue tan claro como su presidente: "El progreso tecnológico que vemos en el mundo
entero impulsa todas las áreas, desde la economía hasta la guerra. Necesitamos
construirnos en un bloque para hacer frente a esa realidad, y la conexión física
del continente es imprescindible" (2). Con raras excepciones, no existe entre
los estadistas progresistas y de izquierda la convicción de que el denominado
"progreso" y el "desarrollo" no son la opción de los pueblos y que éstos tienen
otras prioridades que suponen rechazar ambos conceptos. Parecen haber optado por
un pragmatismo simple, que los lleva a plegarse a las iniciativas de quienes
tienen los fondos como para financiar las grandes obras.
Estudios serios como los realizados por el Foro Boliviano de Medio Ambiente y
Desarrollo (Fobomade) acerca de las obras del IIRSA, o posiciones como las del
Movimiento de los Afectados por la Represas de Brasil, no son siquiera tenidos
en cuenta. Menos aún las cosmovisiones indias que rechazan de plano los
conceptos de progreso y desarrollo y, por lo tanto, las obras que dicen
impulsarlos. Son dos formas de ver el mundo y los problemas de nuestra región.
Los de arriba (habrá que seguir empleado este lenguaje pese a las excepciones)
siguen transitando el mismo camino que vienen recorriendo las elites desde hace
cinco siglos, aunque debe reconocerse que ahora lo hacen con mejores modales,
haciendo como que escuchan y, sobre todo, sin reprimir. Es algo, pero no es
suficiente.
Dificultades que se apilan
La integración regional, aún la que defienden los gobiernos que promueven la
CSN y la IIRSA, atraviesa enormes dificultades. Chávez dijo en su visita previa
a la cumbre en Brasilia y Buenos Aires, que su objetivo es "relanzar" el
Gasoducto del Sur, que deberá unir Venezuela con Argentina, promoviendo una
necesaria integración energética. Si más de un año después de haber lanzado el
proyecto, cree que es necesario "relanzarlo", es porque las cosas no marchan
según lo previsto. El Gaasoducto del Sur es una pieza clave de la integración ya
que es una obra que interconecta países sudamericanos y no con el mercado
global. Pero los estudios van muy lentos y no parece existir entusiasmo en
ponerlo en marcha.
Incluso en el área energética los países sudamericanos siguen siendo
dependientes de las multinacionales. Argentina privatizó sus recursos durante
los 90; la brasileña Petrobras no es ya una empresa estatal, ya que la mayor
parte de sus acciones están en manos privadas; la nacionalización sin
expropiación en Bolivia dejó en manos de las multinacionales la mayor parte de
la cadena del gas, aunque el Estado recibe más dinero que antes; incluso en
Venezuela, PDVSA no controla la totalidad de la rica faja petrolera del Orinoco,
en manos mayoritariamente de las multinacionales. Es cierto que algunos
gobiernos hacen importantes esfuerzos para romper con los poderosos de la
energía, pero las dificultades siguen siendo enormes.
Como lo demostró la reciente Cumbre de Cochabamba, los ritmos y rumbos de la
integración dependen de aquellos países que tienen las condiciones para erigirse
en referentes y líderes de la región. Desde este punto de vista, y pese a la
intensa actividad de los movimientos, no hay muchos motivos para el optimismo.
La justicia electoral de Brasil comenzó a divulgar las cuentas de campaña de los
diferentes candidatos. El mayor donante de la campaña de Lula fue el sector
bancario, con casi cinco millones de dólares. El segundo donador fueron las
constructoras, con otros cinco millones de dólares, destacando Camargo Correa
con 1,6 millones (3). No es casualidad: la banca obtuvo bajo los cuatro años de
Lula las mayores ganancias de su historia; las constructoras brasileñas son las
grandes beneficiarias de los megaproyectos contemplados en la IIRSA.
Ciertamente, la integración a la medida del mercado va ganando puntos.
Notas:
1) Comisión Pastoral de la Tierra, "Os ‘entraves’ para o desenvolvimento,
segundo o presidente Lula", 1 de diciembre de 2006, en www.resistir.info
2) Carlos Tautz, "Represas y gasoductos imparables", IPS, 8 de diciembre de
2006, en www.ipsnoticias.net
3) Folha de Sao Paulo, 29 de noviembre de 2006.