Las imágenes del socialismo
Raúl Zibechi
La polémica nacida al calor de la reciente propuesta del presidente Hugo
Chávez de crear un partido único de sus partidarios en Venezuela, que va de la
mano de su iniciativa de construir el socialismo del siglo XXI, parece una buena
oportunidad para alentar un debate siempre vigente y necesariamente inconcluso
sobre el mundo otro al que muchos aspiramos. Como señaló el sociólogo
venezolano Edgardo Lander, resulta imposible avanzar en el debate sin hacer un
balance del socialismo real. Para quienes nos hemos formado en el
pensamiento de Marx, la experiencia pasada y presente del "movimiento histórico
que se está desarrollando ante nuestros ojos" (Manifiesto comunista) es la
referencia ineludible en este debate.
Las trayectorias de muchos movimientos sociales latinoamericanos tienen estrecha
relación con las metáforas a las que Marx apeló para delinear sus visiones de la
revolución y el mundo nuevo. No se empeñó en formular una "teoría de la
revolución", como le endilgaron buena parte de sus seguidores, sino que se
limitó a pensar con base en imágenes -o parábolas si se prefiere- nacidas de la
experiencia concreta. Sus construcciones teóricas pretendían impulsar el
movimiento real, no indicarle un camino único, atemporal, ahistórico, válido
para todos los tiempos y en todas las latitudes.
Al hilo de la Comuna de París (en La guerra civil en Francia) recordó que "los
obreros no tienen ninguna utopía lista para implantar por decreto del pueblo
(...) no tienen que realizar ningunos ideales, sino simplemente dar suelta a los
elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva
en su seno". En otras ocasiones, acudió a la imagen de la revolución como
partera: no es la revolución la que crea el mundo nuevo, sino que,
"simplemente", lo ayuda a nacer. Nunca apostó al Estado como clave de
bóveda de la construcción del socialismo, institución que siempre consideró como
obstáculo en el camino emancipatorio.
Ante nuestros ojos aparecen hoy multiplicidad de prácticas de cambio social que
crecen en el seno de los movimientos, de la selva Lacandona a la Patagonia.
Son creaciones originales de porciones de esas sociedades otras (de indios, sin
tierra, desocupados, pobres de las periferias urbanas) que vienen cobrando forma
en los márgenes del mercado y a contrapelo de la acumulación de capital.
En general, no responden a diseños prefijados por tal o cual corriente política
-"no se basan en ideas y principios inventados por tal o cual reformador del
mundo" como dice el Manifiesto-, sino que beben en los inagotables manantiales
de las culturas y tradiciones de los de abajo. Como todas ellas son
diferentes, sus creaciones son igualmente diversas y dispares.
En los territorios de los movimientos, que a menudo son sociedades otras en
movimiento, surgen prácticas educativas, de salud, de producción, asentadas en
relaciones sociales no capitalistas. Obreros de fábricas recuperadas que
producen sin capataces y reinventan formas de división del trabajo que no
generan jerarquías; campesinos que crean asentamientos que suponen una verdadera
revolución cultural en la vida rural; indios que recuperan sus saberes curativos
ancestrales; desocupados que inventan mercancías que intercambian con otros
desocupados. En estos espacios, la educación se convierte a menudo en
autoeducación y, por tanto, adquiere rasgos emancipatorios al disolver la
clásica relación sujeto-objeto que reina en las aulas.
Si alguien pretende delinear el aspecto que tendrá el socialismo, no tiene más
que observar estos mundos otros para captar rasgos que se van dibujando en
pequeño, en multiplicidad de prácticas que son embriones del mundo nuevo.
Pero lo primordial está por venir. Aún no sabemos cómo será el socialismo
porque, en lo fundamental, va cobrando forma en las diferentes experiencias de
los oprimidos en la medida que van desplegando sus potencias creativas.
Todo lo contrario de esa imagen tan apreciada por ciertos revolucionarios que
asegura que "la senda está trazada" y sólo falta recorrerla. El socialismo
entendido como propiedad estatal de los medios de producción y desarrollo de las
fuerzas productivas fracasó estrepitosamente. El mundo nuevo crece de
adentro hacia fuera y se expande horizontalmente, por fuera y a contramano de
las instituciones. Para el parto de esta sociedad nueva parece necesario
contar con una herramienta de carácter estatal -la fuerza, la violencia
organizada-, esos fórceps que ayudan a "romper el cascarón" por volver a
imágenes de Marx. Luego los fórceps deben ser descartados para que no se
vuelvan un fin en sí mismos que terminen desfigurando el mundo nuevo.
En Venezuela, el socialismo tiene dos caminos. O se asienta en las miles
de iniciativas de los de abajo, en los más de 6 mil comités de tierra urbana o
en las 2 mil mesas técnicas de agua, por poner apenas dos ejemplos, donde
millones de personas se hacen cargo de sus vidas; o se asienta en el aparato
estatal. En este caso, el Estado toma a su cargo la producción, la salud y
la educación, y con el tiempo todos los aspectos de la vida. Será un
Estado cada vez más fuerte, más poderoso, más centralizado, que formará una
sociedad a su imagen y semejanza: homogénea, idéntica a sí misma, sin espacios
para la diferencia y la disidencia. Es un camino conocido. Con toda
seguridad conduce a la mejora de los estándares de vida de la población, pero no
tiene nada que ver con el socialismo ni con la emancipación. La relación
mando-obediencia, uno de los ejes del sistema capitalista y del Estado, seguirá
ocupando un lugar dominante.
Este modelo tiene a su favor la previsibilidad. Se sabe hacia dónde
conduce, quiénes tienen el timón y quiénes ejecutan las órdenes. Por el
contrario, los caminos que llevan a un mundo otro, al socialismo digamos, son
inciertos, imprevisibles y deben reinventarse siempre. No hay modelos.
A mi modo de ver, la experiencia de autogobierno de los de abajo más avanzada
que hoy existe son las juntas de buen gobierno, de Chiapas, donde todos y todas
aprenden a gobernarse, disolviendo así el Estado. Lejos de ser un modelo
son apenas un punto de referencia, la prueba palpable de que es posible ir más
allá de lo que existe, y de los caminos trillados que la historia de más de un
siglo ha mostrado que reproducen formas de opresión intolerables.