En líneas generales, la impresión dominante es
que la tensión hacia los cambios, que fue claramente perceptible entre 2003 y
2005, se ha ido diluyendo hasta casi desaparecer.
Raúl Zibechi
La Jornada
La remodelación del gabinete ministerial realizada por el presidente uruguayo
Tabaré Vázquez, con el objetivo de afrontar los dos últimos años de su gobierno
y reposicionar a la izquierda de cara a las elecciones de fines de 2009, deja un
sabor amargo para quienes apuestan a fortalecer el Mercosur y promover la
integración regional.
Vázquez removió a cinco de sus 11 ministros con el argumento de dar un perfil
más técnico que político a su equipo de gobierno y reducir la edad promedio del
gabinete. Dos de los relevos son los más destacados: José Mujica, dirigente
tupamaro y ministro de Ganadería, y el canciller Reinaldo Gargano, histórico
líder socialista, dejan sus cargos para retornar al parlamento. Mientras el
cargo de Mujica lo pasa a gestionar su más cercano colaborador, el de Gargano
será ocupado a partir del primero de marzo por el hasta ahora secretario de
Presidencia, Gonzalo Fernández.
Gargano ha sido el más firme defensor del Mercosur en el gobierno de Vázquez y
se enfrentó directamente al ministro de Economía, Danilo Astori, en todos los
temas importantes: en las relaciones de Uruguay respecto a sus vecinos,
Argentina y Brasil, sobre la conveniencia de integrar el Banco del Sur, la firma
del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y el énfasis en la
integración regional. Por eso Gargano fue blanco de la derecha y de los grandes
medios de comunicación, quienes lo tildaron de "blando" en el conflicto con
Argentina y de llevar adelante una política exterior errática por su defensa del
Mercosur y de la incorporación de Venezuela a la alianza regional.
Con el nuevo canciller las cosas van a cambiar, aunque paulatinamente. En el
conflicto por las fábricas de celulosa con Argentina no pueden esperarse cambios
de fondo. Pero en la relación con Estados Unidos y en la posición uruguaya ante
el Mercosur, Fernández parece más cercano a las posturas del ministro de
Economía, quien ha sido un ferviente defensor del TLC y de marcar distancias con
la región. La sorda disputa que se daba en el interior del gobierno de Vázquez
en torno a estos temas parece haber llegado a su fin.
La nueva relación de fuerzas, promovida directamente por Vázquez, es un guiño a
la interna del Frente Amplio (FA), la fuerza que sostiene al gobierno y se
dispone a elegir al candidato a suceder al actual presidente. El FA atraviesa
una difícil y crítica situación interna, aunque el gobierno cuenta con un amplio
apoyo en la opinión pública que hace casi seguro su triunfo en las elecciones
del próximo año.
En su último congreso, celebrado en diciembre, el FA no pudo elegir nuevo
presidente ante la imposibilidad de llegar a acuerdos de consenso entre las
fuerzas que lo integran. Pero ese equilibrio de fuerzas deberá romperse en los
próximos meses y el recambio ministerial anuncia algunas tendencias posibles.
Una, quizá la más importante, es la fuerza que viene adquiriendo la candidatura
presidencial de Danilo Astori. Hasta ahora, sus adversarios apostaban a una
renuncia conjunta con Mujica –los dos principales precandidatos–, ya que ninguno
de los dos tiene los consensos necesarios. Sin embargo, si bien Vázquez no se ha
pronunciado públicamente en favor de Astori, debe recordarse que cuando lo
nombró como futuro ministro de Economía en una gira por Estados Unidos, aun
antes de ganar las elecciones, le aseguró que sería "su" candidato en 2009.
Este deslizamiento hacia posiciones afines a acuerdos comerciales con Estados
Unidos se produce en una coyuntura continental en la cual aún no se han
sedimentado las más recientes convulsiones. Entre ellas, cabe destacar la nueva
realidad venezolana posterior a la derrota del referendo sobre el "socialismo
del siglo XXI" y la guerra comercial en curso de la multinacional Exxon Mobil
contra el gobierno de Hugo Chávez. Este año será decisivo para el futuro del
proceso bolivariano, jaqueado por problemas económicos, elevada inflación y
escasez de alimentos, y las dificultades del chavismo para abrir un debate sobre
las razones de la derrota en el referendo de diciembre. Todo indica que la
inestabilidad tiende a instalarse nuevamente, pero ahora de la mano de errores
en la conducción del proceso.
El gobierno encabezado por Evo Morales tampoco consigue superar los permanentes
jaques de la oposición, que cuenta con considerable apoyo de masas.
En líneas generales, la impresión dominante es que la tensión hacia los cambios,
que fue claramente perceptible entre 2003 y 2005, se ha ido diluyendo hasta casi
desaparecer. Por un lado, el eje más dinámico ha dejado de ser el conformado por
Bolivia, Ecuador y Venezuela, para trasladarse a Brasil y Argentina, empeñados
en jugar un papel dirigente en la región. Pero en ambos, no sólo se ha
desvanecido cualquier intento por salir del modelo neoliberal, sino que las
opciones realizadas los llevan a seguir profundizándolo de la mano de los
monocultivos de soya y caña de azúcar y del complejo forestación-celulosa. Por
otro, las principales propuestas de cambio regional, formuladas las más de las
veces por Venezuela, siguen sin concretarse –como el Gasoducto del Sur– o
encuentran serias dificultades para convertirse en verdaderas alternativas, como
el recién creado Banco del Sur.
La mayor parte de los gobiernos autoproclamados progresistas y de izquierda de
la región comienzan ahora a mirar de reojo las consecuencias para la región de
la crisis mundial provocada por el hundimiento del sector inmobiliario de los
Estados Unidos. De no darse pasos rápidos hacia la creación de una unidad
monetaria regional, como advirtió hace pocas semanas el economista peruano Oscar
Ugarteche, es probable que no se consiga eludir la onda expansiva de la crisis
en curso.
En suma, ingresamos en una situación de pre-crisis, que presenta la oportunidad
de implementar cambios de fondo si se aprendieran las lecciones de los últimos
cinco años, en los que faltó voluntad para comenzar a salir del modelo
hegemónico.