Colombia: Movimientos en contextos de guerra
Raúl Zibechi
La Jornada
El 6 de marzo los movimientos sociales y políticos de Colombia consiguieron
abrir una brecha en un escenario marcado por el militarismo, la polarización y
la guerra. En más de 20 ciudades, miles de personas salieron a las calles
convocadas por un abanico de organizaciones entre las que destaca el Movimiento
Nacional de Víctimas de los Crímenes de Estado (Movice), en homenaje a los
asesinados y desaparecidos por los paramilitares. Sólo en Bogotá fueron más de
200 mil.
No fue sencillo. El 4 de febrero millones de colombianos habían repudiado a las
FARC, convocados por el gobierno de Álvaro Uribe, quien utilizó toda la
maquinaria del Estado para alentar la convocatoria, pero también autoconvocados
por el cansancio con una guerra que dura ya seis décadas, desde el asesinato del
líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, en 1948. Se estima que sólo en los primeros
años de La Violencia, como se denomina en Colombia la guerra entre conservadores
y liberales que se desató el mismo día del magnicidio, murieron 200 mil
personas. A partir de 1960 la guerra fue escalando a niveles desconocidos en un
continente atravesado por conflictos sociales que las elites se empeñan en
militarizar.
Colombia ostenta el segundo lugar del mundo en cantidad de población desplazada
por la violencia: 4 millones, 10 por ciento de la población. Según Iván Cepeda,
dirigente del Movice, cuyo padre fue asesinado por paramilitares en 1994 por el
"delito" de pertenecer al partido legal Unión Patriótica, unos 20 mil
colombianos fueron enterrados en fosas clandestinas en las dos últimas décadas.
Entre ellos figuran 2 mil 550 sindicalistas y mil 700 indígenas, además de 5 mil
miembros de la UP. Entre 1982 y 2005 los paramilitares perpetraron más de 3 mil
500 masacres y robaron 6 millones de hectáras. Desde 2002, luego de la
desmovilización, asesinaron a 600 personas cada año y llegaron a controlar 35
por ciento del Congreso, según denuncia del Movice.
Aunque todos los actores de la guerra –fuerzas armadas del Estado, paramilitares
y guerrilla– violentan y asesinan a la población civil, los paramilitares gozan
de impunidad gracias a los acuerdos de desmovilización pactados con el gobienro
de Uribe. De acuerdo con organismos de derechos humanos, la supuesta
desmovilización paramilitar es un amplio operativo de impunidad, toda vez que la
Fiscalía tiene registradas 121 mil 547 víctimas de delitos de los grupos
paramilitares que están quedando sin castigo. Hasta ahora sólo 55 dirigentes
paramilitares han sido llevados a la cárcel, entre ellos una veintena de
parlamentarios oficalistas. La Fiscalía y la Corte Suprema de Justicia
investigan a un centenar de estrechos colaboradores del presidente Uribe por sus
conexiones con los paramilitares.
Estos hechos y la denuncia de Newsweek sobre las relaciones que el propio Uribe
mantuvo con los paramilitares permiten a analistas considerar que se está
produciendo la paramilitarización del Estado. Siguiendo el modelo que se
implementa en Afganistán e Irak, en las zonas donde el ejército consigue
erradicar a la guerrilla se procede a una restructuración del poder "que fusiona
las instituciones y la sociedad civil en un marco cívico militar", señala
Cepeda. Corresponde a las fuerzas de seguridad aplicar la Doctrina de Acción
Integral, por la cual los uniformados se encargan de los servicios básicos,
acciones sociales y humanitarias, sustituyendo al Estado nacional decrépito. En
una sociedad de ese tipo no existe espacio para movimientos sociales autónomos,
acusados de terroristas.
Estas prácticas son hijas de la guerra y contribuyen a militarizar la sociedad a
través de un rígido y estricto control vertical. Pero no son un fin en sí
mismas; el control de la población se pone al servicio de la dominación de los
territorios de los que fueron expulsados los campesinos. En Colombia, las 6
millones de hectáreas usurpadas en las dos últimas décadas y las zonas de
frontera donde pretenden avanzar los paramilitares son territorios de las
comunidades afrodescendientes e indígenas en los que se están asentando las
multinacionales con proyectos de minería y cultivos para la producción de
agrocombustibles. La guerra es un negocio exitoso para el capital, que le
permite conquistar y controlar territorios para ampliar su proceso de
acumulación.
En ese clima, la marcha del 6 de marzo fue estigmatizada por el gobierno de
Uribe. Varios ministros dijeron que era a favor de FARC, aserto que desmintieron
los rehenes recién liberados por esa guerrilla al acudir a la convocatoria. Es
la primera vez que una acción tan masiva de la sociedad civil consigue abrirse
paso en medio de la guerra. Hasta ahora las acciones masivas contra el conflicto
habían sido de carácter local y protagonizadas por actores regionales,
destacando la Minga por la Vida, marcha a Cali de las comunidades indígenas del
Cauca en setiembre de 2004.
Es probable que la jornada del 6 de marzo se convierta en un parteaguas para los
movimientos y la sociedad civil colombiana. En diciembre, en el coloquio en
homenaje a Andrés Aubry celebrado en San Cristóbal de las Casas, el
subcomandante Marcos señaló que la guerra es una forma esencial "por la que el
capitalismo se impone e implanta en la periferia". Agregó que "es en la paz
donde es más difícil hacer negocios", para concluir: "Por eso la paz es
anticapitalista".
El 6 de marzo, el Consejo Regional Indígena del Cauca, bajo el lema Ni imperio,
ni guerra, ni FARC, señaló en un comunicado: "La guerra es un medio hacia un
fin, la anexión de territorios y el sometimiento de pueblos con fines
económicos. Nada hay más subversivo y antimperialista que una paz digna que
garantice la soberanía de los pueblos y nuestro derecho a definir y seguir
nuestra agenda sin que nos la impongan imperios y ejércitos". Al parecer, desde
los sótanos de nuestras sociedades las cosas se ven con otra luz.