Comedores
populares de Perú: contra el hambre y soledad
Raúl Zibechi
Sólo en Lima los comedores populares proporcionan alimentación diaria a medio
millón de personas. Más de cien mil mujeres trabajan todos los días para dar de
comer a sus hijos, y lo hacen de forma colectiva, buscando el apoyo mutuo para
superar la pobreza.
Con la pendiente el arenal se convierte en duna gris; como el cielo eternamente
gris de Lima. Dejamos el centro de Villa El Salvador, la periferia pobre mejor
organizada de Lima, para acercarnos a Lomo de Corvina, periferia de la
periferia, donde hace 13 años se instalaron cientos de familias en un barrio
que—por alguna misteriosa razón—denominaron Oasis.
En medio del inhóspito desierto se levantan cientos de casuchas de esteras
coronadas por banderitas peruanas, que es la forma como los más pobres intentan
disuadir la acción policial cuando ocupan terrenos de forma ilegal. Caminando
por las calles irregulares de Oasis aparece, inevitable, la imagen de la
desolación, una extraña mezcla de soledad y tristeza. No sólo por el estado
precario de las viviendas; los rostros abatidos de los niños que deambulan por
las calles componen el cuadro más estremecedor de la pobreza. La humedad se mete
en el cuerpo, aumentando la sensación de desconsuelo.
Elvis Mori, un joven activista que vivió en el barrio hasta que decidió
instalarse en Villa El Salvador, a escasos kilómetros de Oasis, nos lleva hasta
el comedor popular Virgen del Carmen, uno de los miles de espacios de Lima donde
las mujeres más pobres se juntan y trabajan todos los días por sus hijos y los
hijos de sus vecinas. Nos reciben Nilda, la presidenta del comedor, y Nelly, la
mamá de Elvis, que trabaja en un comité de Vaso de Leche en el mismo barrio.
El comedor es una pequeña habitación con suelo de cemento, una mesada, una
cocina de gas y otra de carbón. Al costado, un minúsculo salón donde guardan la
comida y un fondo sin plantas, suelo marrón bajo cielo gris. "Este comedor nació
con el asentamiento, hace 12 años", empieza Nilda a desgranar su relato sólo
interrumpido por los cantos de los gallos y el chisporroteo del aceite sobre el
fuego.
Treinta años cocinando en colectivo
Según varios análisis, el comedor comunal es, como organización popular
femenina, una experiencia "sin paralelo a nivel latinoamericano y probablemente
mundial".1
Se trata de la forma elemental de la organización colectiva del más abajo;
espacios donde no sólo se soluciona la sobrevivencia sino también "una escuela
donde muchas mujeres se han adiestrado en actividades de organización, práctica
de democracia, en superar conflictos y en el trato con instituciones y
funcionarios".2
Los primeros comedores nacieron a fines de la década de 1970. Era un período de
grandes movilizaciones sociales cuando finalizaba el régimen militar
(1968-1980). El sindicato de maestros (SUTEP) presionaba por mejores salariales
entre 1978 y 1979 y los maestros tomaron colegios en los barrios populares. Las
mujeres comenzaron a preparar ollas comunes en solidaridad con los huelguistas:
"Durante semanas las escuelas se convirtieron en lugares de discusión política,
en espacios de encuentro entre el barrio, la escuela y los conflictos sociales y
políticos del momento".3
A partir de ese momento muchas mujeres-madres comenzaron a participar en la
organización vecinal en sus barrios y esa experiencia les sirvió para crear
organizaciones femeninas para la alimentación de sus familias. "Estas
experiencias colectivas propiciaron que las mujeres pasaran del aislamiento del
ámbito doméstico a la participación en acciones en el ámbito público", concluyen
Cecilia Blondet y Carmen Montero.
En el mismo período, una religiosa que era a su vez enfermera de un hospital de
la periferia norte, María Van del Linde, comenzó a trabajar con un grupo de
mujeres que recibían alimentos de la iglesia. "Yo les propuse ayudarlas con una
condición: que los víveres no se distribuyeran en crudo sino que se preparen
colectivamente y que cada uno recibiera de acuerdo al número de miembros de su
familia".4
La experiencia fue un éxito y pronto tuvo seguidores en varios barrios de la
periferia al punto que en 1982 ya había 200 comedores en Lima.
Una característica de los comedores impulsados por la iglesia, y que los
diferencia de los que comenzó a apoyar el Estado, es el impulso a la autoayuda y
la autoprestación de servicios. Estos comedores se consideran "autogestionados",
mientras los estatales se denominan "administrados" o "subvencionados", porque
"se buscó fortalecer la autonomía de los pobres en su relación con el Estado y
las instituciones de caridad".
Con la crisis económica y el primer ajuste estructural, entre 1988 y 1989, los
comedores crecieron de forma explosiva: pasaron de 1.800 a 3.000. Con el brutal
ajuste económico de Alberto Fujimori (1991) superaron los 5.000. Los barrios se
llenaron de ollas populares improvisadas y la demanda de alimentos en los
comedores fue el doble que el año anterior. Con los años, y pese a una notoria
mejoría en la situación económica del país, el número de comedores siguió en la
cifra alcanzada en el pico de la pobreza. Una encuesta realizada en 2003 revela
que en Lima Metropolitana siguen existiendo unos 5.000 comedores con una 150 mil
socias.5
Los comedores alimentan alrededor del 7% de la población de Lima, estimada en
unos 7,5 millones. Pero ese medio millón de platos que reparten diariamente
supone casi el 20% de la población en situación de pobreza extrema.
Mujer, solidaridad, autonomía
Lima es una de las sociedades urbanas donde la acción social colectiva de
las mujeres populares tiene mayor presencia. En 1994, había en la capital
peruana unas 15 mil organizaciones populares registradas: 7.630 comités del Vaso
de Leche, 2.575 clubes de madres, 2.273 comedores populares y 1.871 juntas
vecinales, según fuentes oficiales.6
Muchas de ellas están ligadas a los partidos (los clubes de madres al APRA desde
1985) o fueron cooptadas por ellos. Los comités del Vaso de Leche nacieron
durante la alcaldía de izquierda de Alfonso Barrantes, en 1984, cuando por la
presión de las mujeres pobres decidió al municipio a implementar el Programa del
Vaso de Leche dirigido a proporcionar desayuno a menores de seis años y a las
madres gestantes o lactantes.
Clubes de Madres, comités del Vaso de Leche y comedores populares contaban a
mediados de la década de 1990 con cuatro millones de beneficiarios en todo el
país y eran gestionados casi exclusivamente por mujeres. Cada comedor tiene un
promedio de 22 socias activas, siendo una organización de vecinas de mismo
barrio, según la encuesta de 2003. El 90% de las socias ha recibido algún tipo
de capacitación y ha tenido alguna responsabilidad en la gestión. Sólo el 20% de
las presidentas de los comedores tiene secundaria completa. En Lima había, en
2003, 2.775 comedores autogestionados y 1.930 subsidiados.
Cada comedor produce unas 100 raciones diarias en promedio, casi medio millón de
raciones diarias en Lima. Es interesante observar a quiénes van dirigidas las
raciones: el 60% a las socias y sus familias; un 12% a las socias que cocinan
como compensación por su trabajo (no hay pago en efectivo); un 8% son donados a
personas pobres del barrio ("casos sociales"). Sólo se venden el 18% de las
raciones producidas por el comedor. La mitad de ese porcentaje se vende a gente
del barrio, en general siempre la misma, y el otro 9% a gente "de paso", o sea
clientes como empleados de empresas de servicios y otros. A las socias se les
vende a un precio menor que a los clientes externos.
Parece evidente que los comedores se han instalado para la atención de las
socias y sus familias, y no para vender o tener ganancias. Los comedores no
ahorran ni distribuyen beneficios a sus socias y "lo más probable es que las
propias socias estén subsidiando el comedor de manera directa (donando insumos,
entregando trabajo, etc.) más allá de los turnos normales de cocina".7
Las mujeres que trabajan en los comedores funcionan en base a la lógica de la
economía solidaria y no del mercado, y no se rigen con criterios empresariales.
Ha sido definido como "un sistema de subsidios popular que canaliza recursos de
los pobres hacia los más pobres", ya que cada comedor destina un 10% de las
raciones para indigentes que no pueden pagar los alimentos.
La mayor parte de los comedores realizan fiestas y rifas para tener otros
ingresos ya que los aportes de alimentos del Estado apenas cubren el 20% del
costo de la ración. Un estudio de la Federación de Mujeres Organizadas en
Comedores Populares Autogestionarios (Femoccpaal) del año 2006, que agrupa a
unos 1.800 comedores, asegura que "el comedor ya no es un complemento de salario
alguno, porque ese salario ya no existe, para muchas familias es la única vía de
acceso a la alimentación".8
Esto en un período de fuerte crecimiento económico. Un detallado estudio de esa
organización revela que más del 80% del costo de la ración es aportada por las
organizaciones de los comedores, en tanto el Estado aporta el 19%. A la hora de
cuantificar el costo final de una ración, las socias de los comedores compran en
alimentos el equivalente al 33%, la mano de obra gratuita supone el 32%, siendo
el 16% restante gastos de administración, transporte para recoger los alimentos
donados por el Estado y otros servicios compensados con trabajo o raciones.
Por eso, postulo que los comedores tienen poco que ver tanto con la caridad o el
clientelismo. Ambas cosas, por cierto, existen. Pero mujeres como Nilda y Nelly
tienen muy claro que podrían estar haciendo otras cosas, entre ellas ocuparse
sólo de salir adelante ellas como individuos, pero han optado por dedicar buena
parte del día a apoyar a los más pobres de sus vecinos.
Pobreza, soledad, marginación
A las siete de la mañana las tres encargadas de cocinar llegan al comedor.
Revisan los alimentos que tienen y los que deben comprar. Antes de las ocho, van
al mercado en busca de alimentos y para completar los combustibles para la
cocina. Sobre las 10 comienzan a cocinar para tener el menú listo para el
mediodía. Sobre las tres de la tarde terminan de limpiar la cocina, la tesorera
hace las cuentas y se despiden hasta la mañana siguiente. Así todos los días del
mes, con la única excepción de sábados y domingos.
Ninguna persona hace un trabajo de ese tipo si no le reporta algún beneficio,
además del estrictamente material. Conversando con Nelly y Nilda fue posible
percibir que ese arduo trabajo lo hacen con cariño y una enorme dosis de
ternura. Para las sociólogas, trabajos gratuitos y solidarios como los comedores
populares "ofrecen a las participantes la oportunidad de salir del hogar y
superar la situación de aislamiento que caracteriza su vida".9
Esa actividad fortalece su autoestima y su identificación con los sectores
populares del barrio, además de la formación que les brindan los proyectos.
Todo lo que tienen, aunque pueda parecer poco o pobre, lo hicieron entre todas,
superando sus diferencias, las inevitables rencillas, los rencores. Es el valor
de lo colectivo. Habla Nilda: "Había una señora Marta que estaba de presidenta y
al principio trabajaba muy bien. Las demás estábamos ocupadas en el terreno a
ver si nos echaban y no nos dimos cuenta lo que pasaba en el comedor, pero la
señora ocupaba todos los cargos, tesorera, presidenta, todo y ahí la misma gente
empezó a reclamar. Y las vecinas empezaron a pedir control".
Se trataba de democratizar el funcionamiento del comedor, ya que a menudo las
agencias (USAID, la Agencia de Desarrollo Internacional del gobierno de Estados
Unidos, es la principal donante de alimentos) saben que existe una presidenta
que se queda con dinero pero lo toleran. "Nos juntamos unas 50 mujeres, se
organizó una asamblea y ganamos. Empezamos desde cero, sin ollas, ni local
porque el comedor estaba en su casa; nos echó y no nos entregó nada. Nos
prestamos ollas y cada vecina ponía algo, un cucharón, un cuchillo, y nos fuimos
al parque industrial para conseguir aserrín y leña para cocinar. Empezamos en mi
casa a cocinar con latas de aceite donde poníamos el aserrín, porque no teníamos
dinero para comprar gas".
Nilda relata y las mujeres que cocinan añaden algunos datos. Ella se retiró por
problemas familiares y la presidencia la ocupó una mujer que a la vez "era
cabeza de una ONG y le dieron un dinero para comprar un local y se gasta el
dinero en comprar un terreno para ella". Luego de largas gestiones consiguieron
que les ceda el terreno donde ahora funciona el comedor popular. "Lo construimos
con dinero que recaudamos con actividades como polladas, venta de caldo de
gallina, rifas, cada socia colabora para comprar la comida y se compromete a
vender y con ese dinero con eso construimos el local".
Ahora tienen una cocina de gas y otra de carbón, pero necesitan reponerla y van
a hacer una fiesta o una venta de comida especial para juntar el dinero. ¿Las
reuniones? "Nos sentamos en redondo y cada una opina. Es como una reunión
familiar grande. Ya nos estamos modernizando, ahora cada una pide la palabra
(risas) porque antes hablábamos todas a la vez. Y hasta hacemos actas", dice
Nilda.
¿Cómo funcionan? Por turnos y rotación: dos o tres cocinan durante una semana.
Preparan unas 100 raciones diarias que venden a 1,50 soles (un dólar equivale a
tres soles). Las cocineras se llevan entre cinco y diez raciones, según la
cantidad de hijos, porque no cobran dinero por su trabajo. Nilda se encarga de
las finanzas y otras socias integran el Comité de Vigilancia, que se encarga de
cuidar que no falten alimentos y que no hayan abusos.
Además de las actividades del comedor, algunas participan en talleres contra la
violencia doméstica y en reuniones donde se abordan temas como alcoholismo y
drogas. "Hay mucha violencia en las casas—dice Nilda—mi esposo era alcohólico y
al ir a las reuniones aprendo bastante; yo también he sido violenta pero
participar en los talleres me ayuda a cambiar, yo a mi hijo lo maltrataba porque
no quería hacer la tarea. Aprendemos a tratarlos con amor".
Nelly participa en el Comité del Vaso de Leche que funciona de modo muy similar
al comedor. Acude a reuniones de la Federación de Mujeres y asegura que se
siente feliz de poder participar en organizaciones sociales. "Nos permite
conocer otras personas y casos peores que el de cada una y nos da la facilidad
de llegar a otras personas. Es bueno saber que estar ayudando, que haces algo
por tu pueblo".
Nilda dice que lo que hace es una de las cosas más importantes en su vida: "Me
sirve para la comida de mis hijos, para ayudar al prójimo. A mi me hace feliz
poder estar acá, no es sólo cuestión de recibir sino de poder dar. Lo que mas me
gusta es estar acá ...". La bocina del camión de agua la interrumpe. "Las
mujeres que están en el Vaso de Leche y en los comedores son las más activas del
barrio, son las primera que acuden a colaborar cuando surge cualquier problema.
Son las más solidarias", asegura Nelly.
Cuando salimos del comedor, la conversación deriva hacia uno de los problemas
más graves del barrio: después de las 10 de la noche no se puede salir a la
calle por la violencia de los pandilleros, dicen todas. Hace poco mataron a un
chico de 15 años. Nada pueden esperar de las autoridades ni de la policía. Es
momento de apagar el grabador: "Antes se hizo, de organizarse y hacer justicia
por nuestra mano ...", dice una voz que se pierde en el arenal.
Notas Cecilia Blondet y Carmen Montero, ob. cit. p. 19.
Idem, p. 15.
Idem, p. 55.
Idem, p. 56.
Cecilia Blondet y Carmen Trivelli, ob. cit. p. 20. www.inei.gob.pe.
Cecilia Blondet y Carmen Trivelli, ob. cit. p. 32. www.femoccpaal.org.
Cecilia Blondet y Carmen Moreno, ob. cit. p. 20. Raúl Zibechi es analista internacional del semanario Brecha de
Montevideo, docente e investigador sobre movimientos sociales en la
Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor a varios grupos sociales.
Es colaborador mensual con el Programa de las Américas (www.ircamericas.org).
Recursos Cecilia Blondet y Carmen Trivelli, "Cucharas en alto", IEP, Lima, 2004.
Cecilia Blondet y Carmen Montero, "Hoy: menú popular", IEP, Lima, 1995.
Daniel Ramírez Corzo y Gustavo Riofrío "Formalización de la propiedad y
mejoramiento de barrios: bien legal, bien marginal", DESCO, Lima, 2006.
Comité de Vigilancia de la Escuela de Líderes-Parroquia Nuestra Señora de la
Paz, "Vigilancia al Programa de Complementación Alimentaria. Comedor Popular
Virgen del Carmen-Villa El Salvador-Lima", abril de 2007.
Federación de Mujeres Organizadas en Centrales de Comedores Populares
Autogestionarios: www.femoccpaalc.org.
Raúl Zibechi, entrevista a Nilda y Nelly, comedor Virgen del Carmen, Sector 10
Oasis de Villa El Salvador, 21 de septiembre de 2007.