Chile: crisis en el paraíso neoliberal
Raúl Zibechi
Un nuevo y hondo malestar se masca en Santiago. En las paradas de autobus y de
metro, en barrios populares como La Victoria, trinchera en la resistencia a la
dictadura, en los pasillos de hospitales públicos y en las puertas de los
colegios, se expresa a viva voz una nueva conciencia sobre los problemas de
Chile y acerca de los responsables de que el "modelo" –del que todavía se ufanan
los políticos de derecha y de izquierda- esté dando claras señales de
agotamiento.
En quince meses el gobierno de Michelle Bachelet ha acumulado problemas y se le
han abierto varios frentes. Primero fue la masiva y maciza protesta de los
estudiantes secundarios contra una ley de educación heredada del dictador. La
movilización consiguió poner sobre la mesa el problema del lucro en la enseñanza
que buena parte del oficialismo se niega a poner en cuestión. Cuando aún no se
habían acallado los ecos de las asambleas estudiantiles, llamadas a convertirse
en un parteaguas de una cultura política que gira en torno a la representación,
la puesta en marcha del Transantiago (sistema de transporte colectivo privado)
provocó una crisis política que puede arruinar a la Concertación Democrática, la
alianza demócrata cristiana y socialista que administra el sistema electoral
chileno desde que en 1990 Pinochet dejó la presidencia. El malestar trepó varias
grados a principios de mayo con el asesinato de un obrero forestal por el cuerpo
de Carabineros, en el sur mapuche donde la rabia ancestral se siente a flor de
piel.
Por primera vez en años los políticos se muestran preocupados por el rumbo que
están tomando los acontecimientos. El "modelo" económico hace agua. Un reciente
estudio de dos economistas de la Universidad de Chile, Orlando Caputo y Graciela
Galarce, señala que en 2006 se produjo una salida récord de capitales: 25 mil
millones de dólares, un 17% del PBI. Aseguran que la economía chilena vive un
"agotamiento" y que "sólo el aporte de la minera estatal Codelco permite que no
aflore una crisis". En el país que ha glorificado como ninguno al sector
privado, es el sector estatal el que está salvando la situación.
La mayor parte de los capitales que fugaron, o retornaron según la jerga
tecnocrática, pertenecen a la minería que se vio beneficiada con la
desnacionalización del cobre. El sindicalista Pedro Marín declaró al diario
Clarín: "Codelco tiene 30% del negocio y las extranjeras el 70%. Pero en sus
aportes al fisco es al revés: Codelco aporta 70% y las exranjeras 30% pese a sus
ganancias". La impresión es que la situación económica del "modelo" pende de un
hilo, pero de cobre: en 2003 se cotizaba a 80 centavos de dólar la libra, este
año alcanzó los tres dólares. La situación es muy grave porque la salida de
capitales en 2006 equivale al 84% del presupuesto del Estado y de continuar
amenaza con frenar en seco el crecimiento.
La cuestión del Transantiago es más grave aún, porque desnuda ante la población
la perversión del "modelo". El gobierno entregó a privados la remodelación del
caótico sistema de transporte colectivo de la capital. El Transantiago se
inspira en el Transmilenio de Bogotá: grandes unidades circulan por carriles
separados con recorridos principales y secundarios. Se estrenó en febrero y fue
un caos. Faltan unidades porque los privados no quieren arriesgar. En los
barrios más pobres, donde es menos rentable, los autobuses no llegan o lo hacen
con enormes lagunas. La población debe caminar kilómetros para llegar a una
parada donde puede esperar hasta una hora la llegada de un autobus. Miles han
perdido sus empleos por llegar tarde. Y el metro está tan congestionado que no
da abasto.
A la bronca inicial, que generó algunas manifestaciones espontáneas, le siguió
la indignación a medida que se conocen los niveles de improvisación y de
especulación de los empresarios. Como el servicio da pérdidas (30 millones de
dólares sólo en abril) el gobierno decidió auxiliar a los privados. El eficiente
metro estatal fue forzado a prestar dinero al Transantiago y ahora el gobierno
Bachelet propone al parlamento un préstamo de 290 millones a una empresa privada
que inclumplió contratos. Hasta diputados de la democracia cristiana cuestionan
que el Estado esté apoyando la ineficiencia empresarial. El ex presidente
Eduardo Ruiz, un demócrata cristiano neoliberal, pidió que se establezca "un
sistema de transporte estatal como en las grandes ciudades del mudo". Algo
impensable unos años atrás.
Un sector de la gobernante Concertación difundió hace dos semanas un documento
titulado "Las disyuntivas", en el que pide "introducir rectificaciones al actual
modelo de desarrollo, enfrentar las desigualdades y avanzar en la construcción
de un sistema integral de protección social". El oficialismo siente que se le
hunde el suelo. Va más lejos. Critica un modelo para el que "más importante que
la cohesión social de un país es su nivel de reservas fiscales"; denuncia
"graves problemas de calidad de la educación, la salud, la vivienda, la
protección el ambiente" y un largo etcétera; advierte sobre "la precaria calidad
de nuestra democracia" y censura "las enormes injuticias y desigualdades". Casi
un manifiesto de la oposición de izquierda.
En realidad, el problema está en otra parte. Ahora la protesta social tiende a
ir más allá de los sectores que siempre estuvieron a contrapelo del modelo
neoliberal chileno como el pueblo mapuche y la juventud contestataria. La larga
huelga en el sur, donde siete mil obreros forestales doblaron el puño de los
poderosos y soberbios empresarios del Grupo Angelini, uno de los más fuertes de
Chile, es todo un síntoma de los nuevos tiempos. Los obreros usaron maquinaria
pesada de la empresa para resistir a los Carabineros, con un saldo de varios
heridos y un muerto.En algún momento las protestas de obreros, pobladores,
mapuches y estudiantes pueden confluir. Sabemos que cuando a los de abajo no los
frena la represión, los de arriba empiezan a pensar en introducir cambios para
retocar el maquillaje.