Zapatismo
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Guillermo Almeyra
La Jornada
El viraje del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), resultante de la
sexta Declaración de la Selva Lacandona, debe ser saludado con entusiasmo porque
es importantísimo para las clases subalternas de este país y para el propio
zapatismo. Ahora, con el aval que le otorga una votación masiva de las
comunidades indígenas y la redacción por los propios comandantes de la
primera parte de la sexta declaración (después reaparecen los chistes
superficiales y el estilo de Marcos), el zapatismo chiapaneco hace un
balance positivo de su lucha pasada, se deslinda en parte del aparatismo militar
el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), aunque destaca que éste fue
útil en su momento para el progreso y el avance de las comunidades, pero decide
pasar a la construcción de un frente político y social indígena, obrero,
campesino, estudiantil y popular que luche no sólo por las reivindicaciones
indígenas en Chiapas sino también por cambiar la Constitución y por una
alternativa para las clases subalternas del país.
No se gana nada con llorar por la leche derramada y con decir que esta
resolución, si se hubiese tomado en años pasados, habría enriquecido a los
movimientos sociales, dado referentes al movimiento juvenil y a los campesinos,
debilitado la influencia nociva de los aparatos partidarios sobre ellos y la
captación de dirigentes, y habría influido positivamente en la reorientación de
la parte sana y de base del PRD contra su aparato burocrático, y el país
entonces sería diferente y el EZLN estaría menos aislado y desgastado.
Lo que ahora cuenta es cómo encarar el frente propuesto, que no puede tener sólo
ese título (como el Frente Zapatista, en el cual si no se está ciento por ciento
de acuerdo no hay lugar para nadie, y que se limita a citar incansable y
acríticamente a Marcos), sino que debe ser realmente abierto, plural,
pluricultural, y debe construirse en torno a un programa común, de clase y
nacional. Porque los indígenas chiapanecos se definen frente a las clases
dominantes no como multitud ni étnicamente, sino como explotados, oprimidos,
campesinos, y buscan un frente de trabajadores sobre la base de una política a
la vez social, nacional y antimperialista. Y porque un frente se hace con
quienes están de acuerdo en lo fundamental con esa línea, aunque en otros
aspectos difieran en 10, 20, 25 o hasta 45 por ciento de las posiciones y
métodos mayoritarios, ya que "frente" significa aliar matices diferentes, y
"democracia" quiere decir garantizar las opiniones de la minoría de la
organización.
La sexta declaración, contra todo lo que declamaron tantos, demuestra que los
zapatistas no sólo construyen poder en las cabezas de sus bases y gérmenes de
poder estatal en las juntas de buen gobierno y en sus experiencias autonómicas
pluricomunitarias y pluriétnicas, sino que también disputan el poder, en el
campo político, en la escala nacional (aunque no se orienten a la toma violenta
del poder estatal). Ella demuestra también que no hay una muralla china entre la
política (el cambio cotidiano de las relaciones de fuerza mediante la lucha de
clases y cultural) y la política institucional, y que, si bien ésta corrompe, es
posible manejar materias infectas si se utilizan guantes y precauciones y se
sabe cómo hacerlo, subordinando lo institucional a los cambios reales en la
relación de fuerzas y en la conciencia y organización de los oprimidos.
Un frente social, de hecho, es un "partido" en el sentido no burocrático de la
palabra, es decir, una corriente de opinión organizada, con una dialéctica
interna. Por eso debe excluir el sectarismo, el fundamentalismo, el verticalismo
y el caudillismo para poder llegar a quienes, llevados por su experiencia
negativa, rechazan los aparatos partidarios, que son corruptos y fuentes de
corrupción.
Por eso el EZLN debería mencionar y recordar sus limitaciones y errores
anteriores, y mostrar entonces a todos sus aliados y ex aliados, muchas veces
ninguneados o maltratados, que sí ha dado un viraje. Pero, sobre todo, debería
pasar de la retórica y las invectivas, que llenaban las cartas de Marcos
y sin duda no eran discutidas por las bases indígenas, a los análisis y a la
discusión abierta con todos los que son zapatistas desde antes del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) o desde la aparición misma de éste pero,
no son fideístas y se permiten un "sí, pero...", que para el fiel suena a
blasfemia.
No se puede hacer un frente con el propio reflejo en el espejo ni con clones: el
frente se hace con sujetos, con gente que piensa. Bienvenidas sean entonces las
diferencias de opinión táctica entre quienes tienen los mismos objetivos
políticos estratégicos, porque dentro de una franja común debe haber espacio
para una "geometría variable" de opiniones. Por último, sería peligroso que una
legalización del zapatismo implicase el desarme o la aparición pública de todos
los cuadros y estructuras, para que no pase lo que sucedió con el M19
colombiano, cuyos dirigentes legales fueron asesinados. Como en el MST
brasileño, algunos dirigentes deberían ser públicos y otros no, y las
estructuras deberían ser preservadas. Porque esta es otra batalla, pero la
guerra es la de siempre.
galmeyra@jornada.com.mx