Zapatismo
|
Ni dioses ni césares, sino artesanos
Sergio Rodríguez Lascano
Revista Rebledía
La Fogata
1. El poder no es una cosa, un lugar, un espacio, que se
conquista, se toma, se asalta o se gana en procesos electorales o en
insurrecciones armadas. El poder, y más el poder del capital, es una relación
social, que tiene un origen, un génesis, una evolución y, esperamos, un fin. Que
se crea y se recrea como mecanismo para perpetuar la relación de dominación más
vieja en la historia del género humano: la de mando-obediencia.
Esa relación de mando-obediencia ha sido explicada de diversas maneras: desde
aquellas clásicas como la de Hobbes que planteaba que todos los hombres eran
iguales y que esa igualdad derivaba del hecho de que cada uno tiene, por
naturaleza, el poder suficiente para matar al otro, lo que generaba un clima de
inseguridad permanente que requería del Estado para ser solucionado. La
inseguridad frente a los otros hombres, según esta visión, es la razón de
existencia del Estado. Entonces el Estado adquiere no sólo la representación
política sino el monopolio de la violencia, legitimada, supuestamente, en las
urnas. Desde luego lo que a partir de ahí hemos conocido han sido las peores
masacres de la historia. La inseguridad que ha conocido el género humano no ha
sido producto de la irrefrenable posibilidad y capacidad de las personas para
matarse unas a otras, sino algo consustancial al poder del dinero: la
irrefrenable voluntad por acumular permite la irrefrenable voluntad por dominar
que permite la irrefrenable voluntad por asesinar.
Igualmente aquellas en las que se planteaba la necesidad de que existiera un
representación, entendida como delegación de poder político, a partir de que la
política es una actividad reservada a especialistas, con cierto nivel de
calificación, y que, por lo tanto, se imponía la necesidad de generar una nueva
profesión: el político. El encargado de interpretar, analizar, desentrañar, y
muchas veces, adelantar lo que son las necesidades y los derechos de la
sociedad.
2. La democracia representativa es el punto más elevado y sofisticado para
comprender ese proceso de secesión del poder político de la sociedad y del
ciudadano en lo individual a una nueva casta de políticos profesionales. Para
justificar su existencia, en un proceso histórico, los políticos profesionales
van generado una serie de leyes, normas y reglamentos que resultan
incomprensibles para el ciudadano común y corriente. Los presupuestos, las
cuentas nacionales, los decretos, las nuevas ordenanzas, están diseñadas con una
serie de códigos que hacen que solamente los iniciados las puedan comprender. No
es que sea necesario o indispensable que estén estructuradas con esa
hermenéutica, sino que la necesidad de ese lenguaje cifrado existe sólo con el
propósito de alejar de manera definitiva al ciudadano de la actividad política.
El "mana" del poder existe en función de la producción y reproducción de la
especialización y del secreto.
3. Esa especialización genera la esencia de la brecha que tiende a ser cada vez
más abismal entre el que gobierna y los gobernados. Y es esa especialización la
que sienta las bases de dos procesos: la corrupción y el sentimiento de
impunidad. El hombre o la mujer del poder pactan y acuerdan sin pensar nunca en
la gente. Ni siquiera cuando supuestamente esos pactos y acuerdos tienen que ver
con problemas de la gente. Lo único que guía su actividad es el reconocimiento
mutuo de que se tiene la capacidad de decidir. Por eso cuando se dice que la
política es el arte de ponerse de acuerdo y evitar el conflicto, y si entendemos
que los conflictos surgen a partir de las necesidades de la gente, lo que se
está diciendo es que la política es el arte de ponerse de acuerdo pasando por
encima de dichas necesidades.
4. Lo que comenzó con el imperativo ético de evitar que los hombres ejercieran
su posibilidad de matarse entre sí, acabó siendo una privación total de los
derechos políticos del ser humano a decidir sobre su comunidad. Del viejo
precepto griego de que "lo que a todos afecte deber ser decidido y discutido por
todos" se pasó a la idea de que "lo que a todos afecte debe ser decidido y
discutido por los especialistas, por los políticos profesionales". La división
social del trabajo que en la fábrica aseguraba una relación específica de
mando-obediencia sentó las bases de la otra división del trabajo, en el terreno
de la acción política: los que desde el gobierno mandan y los que desde la
sociedad debían de obedecer. La separación entre el gobernante y los gobernados
no se refleja únicamente en el diferencial salarial que existe sino también en
el diferencial que existe en la capacidad de decidir.
5. El neoliberalismo con sus cantos al mercado y a la competencia y sus
admoniciones contra el estatalismo lleva a que los políticos profesionales se
queden sin los escasos lazos que los unían a la sociedad. Esa liberación de
ataduras los ha llevado a verse en un espejo que lo único que refleja es a ellos
mismos.
Ya ni siquiera, como antes, miran de vez en cuando hacia abajo, ahora sus
miradas se dirigen únicamente hacia sus pares. Por eso en los programas, las
tesis, o los análisis sobre lo que son las políticas de Estado, las ideas
brillan por su ausencia. La agenda de la política no parte de las
consideraciones sociales sino de la necesidad de perpetuarse. A lo más que se
puede llegar es a pensar que la alternancia en el gobierno es la quinta esencia
de la democracia. Carentes de responsabilidad social se entregan al frenesí del
regodeo en la loca carrera por ver quién aparece más en los medios de
comunicación o en los videos. Y entonces, la tarjeta de presentación de los más
buenos es que son un poquito menos corruptos. Pero, en eso de la corrupción, los
enanos sí comenzaron desde pequeños.
6. Si el poder no es un lugar, ni un edificio, ni un espacio y sí, en cambio, es
una relación social, entonces el problema que se plantea a todo proyecto de
emancipación es el de la construcción de nuevas relaciones sociales. En especial
aquellas que tienen que ver con la relación mando-obediencia, no sólo en el
espacio de la política sino también en el de las relaciones de producción.
Trastocar esa relación representa una modificación sustancial de la dominación
política y económica. Significa recuperar lo que por naturaleza le corresponde
al ser humano, el control de su destino. Eso permite recuperar el carácter
constituyente y soberano del poder de decisión de la sociedad. En ese tipo de
relaciones sociales el poder constituyente no reside en la Cámara de diputados o
senadores sino en el pueblo. La lucha por introducir a la Constitución los
derechos de los pueblos indios fue un proceso que se generó del consenso al que
arribaron dichos pueblos. No se trataba de un modelo de autonomía preexistente.
Nada más violentador del concepto que la idea de aquellos que buscan establecer
reglas y recetas únicas a la misma; la autonomía es un proceso, es una
experiencia y no un esquema diseñado desde el exterior de los que la están
construyendo. En el papel, muy probablemente, un especialista en autonomía
tendría un proyecto que podría aparecer como más completo, un modelo listo para
ser aplicado. Pero, nada más contradictorio con la autonomía que aceptar la
camisa de fuerza de un modelo teórico. Los indígenas mexicanos decidieron que
ellos eran los únicos indicados para establecer las bases de lo que querían
porque ellos eran los afectados con la forma que adquirió la formación del
Estado nacional. Le dieron la oportunidad a la clase política mexicana y a las
instituciones del Estado mexicano para culminar la decisión a la que ellos
habían arribado. El Estado, al consumar la decisión de darle la espalda a los
indígenas y votar una Ley indígena sin indígenas, demostró que está incapacitado
para representar la voluntad política de la población. El proyecto no dejaba de
ser inédito e interesante: se trataba de ver si era posible combinar dos formas
de democracia: la representativa y la directa.
7. Los zapatistas entendieron que el carácter constituyente y soberano de la
decisión de los pueblos indios no podía quedarse reducido a la espera de una
mejor coyuntura política que les permitiera volver a insistir en la necesidad de
que el Estado reconociera, de verdad, el carácter multicultural y pluriétnico
con que está conformada la nación mexicana y, con la legitimidad que les dio el
método con el que se elaboró la Ley de Cultura y Derechos Indígenas, decidieron
poner en práctica dichos acuerdos e incluso ir más adelante.
8. Las Juntas de Buen Gobierno representan la construcción de nuevas relaciones
sociales que buscan eliminar la diferencia que se establece tradicionalmente
entre el que gobierna y los gobernados, aunque todavía subsiste, según ellos
mismos lo han reconocido, la más vieja de las dominaciones: la de género. Esas
nuevas relaciones sociales rompen de una manera duradera con la relación
mando-obediencia para generar una nueva: el mandar obedeciendo. Con esto, se
está demostrando que es posible romper con la visión de que la tarea de gobernar
requiere de una especialización y una calificación que solamente se puede lograr
con la creación del político profesional.
9. Con todo se establecen varios rubros específicos de la nueva forma de
entender y aplicar la política:
a) Una permanente rotación en las funciones gubernamentales. "Claro que el plan
no es que las juntas sean, para usar el término de las ‘sociedades civiles’, un
desmadre. El plan es que el trabajo de la JBG sea rotatorio entre los miembros
de todos los consejos autónomos de cada zona. Se trata de que la tarea de
gobierno no sea exclusiva de un grupo, que no haya gobernantes ‘profesionales’,
que el aprendizaje sea para los más posibles, y que se deseche la idea de que el
gobierno sólo puede ser desempeñado por ‘gente especial’. En efecto, casi
siempre que todos los miembros de un consejo autónomo ya aprendieron lo que es
el sentido del buen gobierno, hay nuevas elecciones en las comunidades y cambian
a todas las autoridades. Los que ya habían aprendido se regresan a la milpa y
unos nuevos entran... y a recomenzar. Si se analiza detenidamente, se verá que
se trata de todo un proceso donde pueblos enteros están aprendiendo a gobernar"
(Subcomandante Insurgente Marcos: Leer un video, segunda parte)
b) Una forma de organización social en la que se privilegia de verdad a los que
menos tienen.
c) La reconstrucción de la economía moral de la población. En esa economía
moral, el FMI o el Banco Mundial o el mercado no tienen el valor social que se
les otorga en el resto del país. Se construye una economía de la resistencia en
la que preceptos fundamentales como la educación, la salud, la distribución de
los bienes —donde el valor de uso tiene mayor importancia que el valor de
cambio—, la organización de la producción, etcétera, están planteados en función
de las necesidades de la gente y no actúa de la misma manera "la mano invisible
del mercado". "En tierras zapatistas no mandan las trasnacionales, ni el FMI, ni
el Banco Mundial, ni el Imperialismo, ni los gobiernos de uno u otro signo. Acá
las decisiones fundamentales las toman las comunidades. No sé como se llama eso.
Nosotros lo llamamos zapatismo" (Subcomandante Insurgente Marcos: La velocidad
del sueño, segunda parte)
d) Una forma de relación con el "otro" que rompe con la visión tradicional de
que al "otro" hay que destruirlo. Por eso, de una manera cada vez más constante,
más comunidades no zapatistas reconocen la validez de dichas Juntas. Esto va
recreando lo que fue descartado por el Estado mexicano: la reconstrucción de los
pueblos indígenas.
e) Esto permite la puesta en práctica de una "sociedad compleja" —es
profundamente reaccionaria la idea de que esto se puede hacer visto el carácter
simple, llano, de la conformación de los pueblos indígenas— llenas de
particularidades. En una Junta de Buen Gobierno conviven pueblos con idiomas,
culturas y tradiciones diversas y, juntos, construyen su destino.
Pero no se trata de construir un falansterio zapatista. No se busca construir un
modelo de sociedad que se desenchufe del resto del país y ponga por enfrente
todo lo que tiene de diferente del resto. "Pero el nuestro no es un territorio
liberado ni una comunidad utópica. Tampoco el laboratorio experimental de un
despropósito o el paraíso de la izquierda huérfana" (Ídem).
10. Pero los Caracoles no sólo son resistencia sino también construcción. Si la
característica esencial de esta fase neoliberal del capitalismo es el despojo
(despojo del salario, de las pensiones, de la salud, de la educación, etcétera)
en contra de los trabajadores de todo el mundo —aquí no importa si uno vive en
África o en Alemania—, y si, además, ese proceso se hace más violento y
sanguinario en contra de los trabajadores del campo y la ciudad que viven en los
países más pobres, entonces, hay un momento en que la resistencia no basta,
tiene que dar un paso adelante y comenzar a construir (ser arquitectos
insurgentes, dice David Harvey, que es nuestro trabajo) otras relaciones
sociales que buscan la re-apropiación de la riqueza social que les pertenece: el
territorio, los recursos naturales, el trabajo, etcétera.
11. Las Juntas de Buen Gobierno podrían subtitularse "mientras tanto". Nos
esperan, nos necesitan. Pero ese acto de velar por medio de la resistencia no
podrá mostrar todas sus potencialidades si el resto de la sociedad, con los
pobres —la mayoría del país— como fuerza motriz fundamental, no reconstruyen la
República (cosa pública), construyendo nuevas relaciones sociales,
re-apropiándose de lo que han sido despojados, es decir conquistando ese
carácter constituyente y soberano que nadie puede expropiarle de manera
definitiva. La lucha por las autonomías no puede ser algo circunscrito a los
pueblos indígenas de México, no nos podemos conformar observando que bien lo
hacen en Chiapas. Esto tiene mayor importancia cuando el capitalismo ha logrado
estructurar un modelo de dominación que si bien ha perdido los vasos
comunicantes tradicionales que unían a los sectores sociales con el poder, ha
generado en su lugar la idea de que el ciudadano es cliente del Estado,
interviniendo sobre todos los niveles de la vida, privatizando lo público y
vulgarizando lo privado.
12. Esto significa expropiar a los expropiadores. El poder político de la
sociedad le fue expropiado por una pequeña casta. El Estado es también una
creación humana, separó a la tierra del cielo. Pero, igual que en el terreno de
la economía, las relaciones estatales se fueron cosificando, fetichizando, de
tal manera que el Poder cobró vida, comenzó a bailar frente a nuestros ojos y se
convirtió en algo ajeno, con vida propia para recrear las relaciones de dominio
del capital sobre el trabajo. De esta manera el poder fue convertido en una
cosa, un palacio, un lugar, una silla, buscando velar las relaciones sociales
que lo sustentan.
Los video escándalos no son sino la parte más patética de ese proceso. El
problema no es si son producto de un complot o no, el problema es que
representan un síntoma de algo muy profundo, el proceso de descomposición de una
forma de organización social y política. El agotamiento de un modelo de
democracia representativa cada vez más separada de la sociedad. El fin de toda
una época. Lo que sucede es que en su crisis vivimos su fase mórbida. Lo que
hace más aguda la situación es que no existe ninguna posibilidad a corto plazo
de que encuentren una resolución de esa su crisis, en tanto la clase política
busca solucionarla en función de sí misma y no hay nadie, absolutamente nadie,
dentro de los partidos e instituciones gubernamentales, por lo menos en nuestro
país, que busque una solución por fuera de sí mismos.
Como nunca las palabras de Antonio Gramsci nos ayudan a comprender este proceso:
"los partidos no fueron una fracción orgánica de las clases populares (una
vanguardia, una élite) sino un conjunto de galopines o maniobreros electorales,
una asamblea de pequeños intelectuales de provincia, que representaban una
selección al revés. Dada la miseria general del país y la desocupación crónica
de estos sectores, las posibilidades económicas que los partidos ofrecían no
eran para nada despreciables. Se ha sabido que en algún lugar, cerca de un
décimo de los inscritos en los partidos de izquierda rebuscaban una parte de sus
medios de vida como soplones (…) En realidad, para ser un partido bastaban pocas
vagas ideas, imprecisas, indeterminadas, difuminadas: cualquier selección era
imposible, faltaba todo mecanismo de selección". De la misma manera que existe
la fetichización de las mercancías existe la fetichización de las relaciones de
poder.
13. Pero mal haríamos con el pensamiento zapatista si planteáramos que de lo que
se trata es de construir muchos Caracoles en el país. La consigna no es, no
puede ser: uno, dos, tres, muchos caracoles. Todo lo que se convierte en modelo
empobrece por partida doble: a los que están haciendo la experiencia y a los que
quieren imitarla. Los caracoles son como diría Mariategui: una creación heroica,
ni copia ni calca. Los otros sectores sociales tienen que encontrar sus propios
caminos, sus propias políticas para hacer su propia creación heroica. Aquí lo
fundamental es desafiar y buscar construir la otra política. No la contra
política o la anti-política o el apoliticismo. Sino otra política. La de los que
están cansados, hartos y rabiosos de ser subordinados. La de los que no se
quedan elaborando propaganda sobre lo malo que es el capitalismo y más en su
fase neoliberal, sino la de aquellos que luchan y se organizan para que nadie
decida en su nombre, ni instituciones, ni partidos, ni sindicatos, ni ONGs.
Pero estamos halando de lo que eran los pilares más sólidos de la dominación. Y
estas mediaciones representaban la parte fundamental de la certeza
revolucionaria o reformista. Esas certezas no existen más. Pero la incertidumbre
no es sólo una vocación sino una realidad a partir de que todavía estamos en la
fase inicial de un proceso de largo aliento. En 1848, cuando estalla la
revolución en casi toda Europa, Carlos Marx bautizó ese gran estallido como la
"primavera de los pueblos". Después de un largo y penoso invierno, el 1 de enero
de 1994 se comienza a vivir la nueva primavera de los pueblos. En ambas épocas,
encontrar los elementos universales y unívocos era complicado. El Manifiesto del
Partido Comunista escrito por Marx y Engels bajo encomienda de un grupo de
personas que iban de Blanqui a Bakunin, representaba el análisis de tendencias
generales que se iban a materializar muchos años después. La clase obrera de la
que se hablaba, estaba naciendo, su geografía estaba en gestación, su tiempo y
su espacio se estaban construyendo. Por eso, en la primera reunión de la primera
internacional, junto a donde estaba sentado Marx, estaba un zapatero, un sastre
y un alfarero, el artesano todavía se defendía del ataque del capital.
Si es verdad que hoy vivimos un nuevo inicio, una nueva primavera de los
pueblos, a lo más que podemos aspirar es a describir las grandes tendencias que
se expresan en el movimiento real de la sociedad. Una teoría acabada sobre esto
no sólo es una asignatura pendiente sino que existe la posibilidad de que
siempre lo sea; por lo menos una teoría entendida como camisa de fuerza, que a
fuerza de elaborar abstracciones, elimina las particularidades, empobrece la
experiencia, limita las preguntas, prescinde de la capacidad de maravillarse por
lo desconocido o inesperado, aniquila las contradicciones y mediatiza la
práctica política.
Los zapatistas lo formulan así: "Nuestra reflexión teórica como zapatistas no
suele ser sobre nosotros mismos, sino sobre la realidad en la que nos movemos. Y
es, además, de carácter aproximado y limitado en el tiempo, en el espacio, en
los conceptos y en la estructura de esos conceptos. Por eso rechazamos las
pretensiones de universalidad y eternidad en lo que decimos y hacemos".
Aquí es donde se encuentra, creo yo, lo fundamental del zapatismo, no en tal o
cual forma que adquiere su otra política sino en la necesidad de la misma. Y esa
necesidad está basada en varios elementos que aquí solamente señalaremos:
a) La crisis que frente a los embates del capital vive el Estado-Nación.
b) La crisis de las mediaciones que ese Estado generó para su dominio (los
partidos, los sindicatos, las organizaciones agrarias, las instituciones
estatales de "mediación", el corporativismo, el nacionalismo como ideología,
etcétera).
c) La crisis del carácter representativo de la democracia, que le expropia al
ser humano su capacidad de decisión.
d) La irrupción violenta de la gente en los espacios reservados a los políticos
profesionales. Lo que ha permitido que la brecha entre lo social y lo político
comience a hacerse más tenue. Esa frontera formaba parte de la forma como se
entendía el mundo en la prehistoria, a saber, el siglo XX (como dice el
Subcomandante Insurgente Marcos). Lo social le correspondía a los sindicatos, lo
político a los partidos. Hoy existen millones de indocumentados —sin títulos,
sin diplomas, sin certificados— en el paraíso de la política, mundo reservado a
un selecto número de especialistas. El espacio de la política ha sido asaltado
por millones de parias que no han leído a Max Weber. Claro, tampoco una gran
mayoría de los que antes vivían en ese mundo lo habían leído, pero hacían como
que sí. Esta irrupción de energía social —a pesar de la "border patrol" en que
varios pensadores de derecha y de izquierda se han convertido, espantados por la
llegada de la chusma que además de todo no pide permiso— está tomando el cielo
de la política por asalto. Recuperando la vieja idea que se expresó en el himno
internacional de los trabajadores en el siglo XIX: ni dioses ni cesares. Mejor
artesanos, diríamos nosotros, parafraseando a Teodor Shanin.