Zapatismo
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El hombre y la mujer de los tres corazones
Adriana López Monjardin
Rebeldía
Reunión del EZLN con las organizaciones indígenas y pueblos indios
"Así dice el hombre y la mujer de los tres corazones, que es el del Totonacú:
aunque se cansa uno de los corazones, pero otros dos luchan, para volver a
completarse tres. Por eso no nos avergüenza cuando alguien nos dice ‘¿qué van a
hacer estos nacos?’. Nosotros les damos las gracias, porque ni saben lo que
dicen. Nacos, para nuestra lengua, significa corazón y les damos las gracias".
Estas palabras, de un compañero de la organización de campesinos Hormigas
Trabajadoras, de la Sierra Totonaca del Norte de Puebla, podrían representar el
más apretado resumen del sentido de la reunión del EZLN con las Organizaciones
Indígenas y Pueblos Indios, porque hablan de la dignidad que se reafirma frente
al desprecio; de una sabiduría muy honda que desafía a la propaganda
superficial; y de la voluntad de las organizaciones y los pueblos indígenas por
volver a encontrarse y a unir sus fuerzas, por "volver a completarse", más allá
del cansancio, las distancias y, sobre todo, más allá de la represión y el
despojo que están sufriendo en todos los rincones del país.
A la cita del EZLN con los pueblos, las comunidades y las organizaciones
indígenas llegaron los delegados de 59 agrupaciones. Por la mañana del 13 de
agosto, después de que se inauguró la reunión en el nuevo poblado de Javier
Hernández, asentado en tierras recuperadas por los zapatistas, siguieron
llegando los enviados de los pueblos indígenas para sumarse a la Sexta
Declaración, para relatar las formas en que están construyendo y protegiendo sus
espacios autónomos, y para explicar los caminos que han recorrido y los
obstáculos que han enfrentado durante estos últimos años, los que siguieron a la
traición de la clase política a los Acuerdos de San Andrés. Más de 300
participantes, entre delegados y observadores, escucharon con atención las 39
intervenciones que siguieron a las palabras de bienvenida del Comandante
Gustavo, la Comandanta Kelly y el Subcomandante Insurgente Marcos. La relatoría
de dichas intervenciones se puede consultar en la página electrónica de la
Revista Rebeldía. En la breve crónica de las intervenciones que presentamos a
continuación, optamos por recoger, nada más, algunas palabras de las mujeres. No
es el único punto de mira de esta reunión, ni da cuenta de todo lo que ocurrió
en el pueblo de Javier Hernández; pero resulta que, como dijo una compañera de
Oaxaca, "muy pocas veces se nos ha dado la palabra"; y, en esta reunión, muchas
mujeres tomaron la palabra, haciendo eco a la invitación de la comandanta Kelly,
quien las llamó a que "nosotras, como mujeres, tengamos derechos de participar,
de trabajar en cualquier tipo de trabajo; derecho de gobernarnos y organizarnos
como mujeres; que respeten nuestras culturas, nuestras lenguas como mujeres que
somos. Aprendamos a luchar juntas, a caminar para que así tengamos fuerza de
hacer nuestros trabajos. (...) Nosotras aquí estamos para escuchar sus palabras
y sus opiniones. Es todo. Muchas gracias".
De muy lejos —"tan lejos que ya nos estábamos fastidiando para llegar"— desde la
comunidad de Zenzonapa, en el municipio de Huayacocotla, Veracruz, llegó una
delegada náhuatl de un grupo que se llama Xochitlijitalixtli mexcatl altepetl
(El despertar de una flor para una comunidad indígena). Comenzó a contar su
historia: "quiero platicarles de que no hay justicia en nuestros pueblos", dijo
llorando: "y también les quiero decir con muchas tristezas que nos ha pasado en
nuestra comunidad. Nosotros por rescatar nuestras costumbres, a una señora,
compañera del grupo, la fueron a fusilar en su misma casa. Pero le agradezco a
Dios que se compuso y ahora estamos bien y vamos a seguir reunidos. Y creemos
que sí, con la organización, queremos lograr algo de nuestros compañeros. Y ya
los gobernantes que no nos sirven, pues mejor que se vayan a descansar. Si no
les da vergüenza de estar sentados en una mesa y estar ganando dinero de en
balde". Otra vez, las lágrimas interrumpieron su relato, mientras decía que "los
que son sirvientes nada más somos nosotras". Denunció que a su comunidad nunca
ha llegado ningún apoyo del gobierno, "porque nosotros dicen que no valemos nada
para ellos, porque no somos de dinero". Sin embargo, la propaganda oficial
utiliza a la comunidad de Zenzonapa y la presenta en la televisión como
beneficiada por los programas oficiales; "y eso no era cierto. Nada más lo
dijeron porque les da vergüenza, porque se apenan de que nosotros somos
indígenas y están diciendo que siempre nos están dando algo y aunque no es
cierto. Nosotros aunque no recibimos nada... Pero tan siquiera, nosotros —si no
nos quieren dar— no necesitamos nada de ellos. Porque nosotros queremos
justicia. Mandábamos escritos, tantos papeles... yo creo que ya hasta los
ratones se los quitaron. Porque ya ni siquiera nada hubo para nosotros. ¡La
justicia nunca existió para nosotros! Y espero que, con ustedes hermanos y
hermanas que somos todos indígenas, podamos lograr todo esto y el sacar adelante
toda la justicia que todos queremos en cada una de nuestras comunidades de todos
nosotros los que estamos aquí reunidos".
Entre las presencias y las voces de las mujeres indígenas, resonaron con
especial fuerza las de las migrantes y residentes en la Ciudad de México.
Respondiendo al llamado zapatista, 17 organizaciones se integraron en el
"Colectivo de organizaciones indígenas de la Ciudad de México en seguimiento de
La Sexta". Una compañera mazahua contó la historia de sus abuelitos, que fueron
llegando a la ciudad desde los años cuarentas: "encontraron gente que no los
entiende, no escucha. Lo único que encontraron nuestros abuelitos es buscar
trabajo en la vía pública, eran comerciantes, albañiles, obreros, cargadores,
limpiadores de calzado. Del gobierno no recibieron ni un carajo. Y lo único que
nosotros recibimos fue burla, desprecio, porque piensan que nosotros somos
monstruo, que somos gente que no pensamos. Pero simplemente el mal gobierno no
nos ha dado oportunidad de tener un trabajo digno. Somos trabajadores, no somos
rateros, nos hemos ganado la vida con el sudor de nuestra frente, con mucho
orgullo". Cuenta también la historia —y el futuro— de su encuentro con los
zapatistas: "Desde 1994, hemos estado al pendiente de la lucha de los compañeros
zapatistas. Se viene lo de la Alerta Roja. No nos atoramos, seguimos al
pendiente de los comunicados y bajamos información a las 17 organizaciones. Pero
sí nos queda claro por qué vamos a luchar: por una libertad, por la justicia y
por la democracia, compañeros. Porque nosotros, donde vivimos en el Distrito
Federal, no es tener una vivienda digna: vivir en un techo donde se está
cayendo, vivir en un techo donde tienes que hacer de un lado para otro tus
cosas, vivir en un cuartito donde tienen que vivir cuatro o cinco familias,
adentro parecemos sardinas. ¡Eso no es tener una vivienda digna! Esa es nuestra
inquietud de los gobiernos que dicen que hacen un cambio. Ahora, hacen leyes que
llaman bandos donde prohíben todo el comercio en la vía pública. Ahora hay una
ley, la más reciente que llaman cívica, ¡pobre gente que limpia parabrisas! Y,
entonces, ¿a dónde está el cambio que dicen? Cuando están dejando miles de gente
sin trabajo, sin hogar, sin nada, hasta gente que no son indígenas, que tienen
necesidad de vender. Hemos sido desalojados del Centro Histórico porque hablan
de un bando, de un ataque al Centro Histórico. Por eso, por todas esas
injusticias, hacemos un esfuerzo ¡realmente! por estar con ustedes. Porque
sabemos que aquí está el corazón, donde los escuchamos, y yo creo que por eso
nos da valor para seguir luchando".
Según la Asamblea de Migrantes Indígenas de la Ciudad de México "tenemos mucho
que hacer en organizar a los indígenas urbanos, porque seguimos siendo indígenas
aunque vivimos en la ciudad", y hace falta fortalecer la vida comunitaria dentro
de las ciudades. Para otra compañera, de la organización otomí Haciendo Camino,
que vive en San Pablo Atocpan, cerca de Toluca en el estado de México, la vida
urbana ha traído nuevas formas de explotación y desprecio: "seguimos siendo
esclavos, antes eran haciendas y capataces; ahora se han modernizado, son
industrias; no capataces sino supervisores, al que le dan un poco más de dinero
y nos siguen humillando". Las lágrimas iban cayendo sobre su rostro, pero ella
no dejó de hablar: "Su lucha es nuestra lucha, no somos pocos sino toda una
población. Que la gente, es mejor que ya no vote por los que nos han gobernado.
Ya no a un gobierno que explota al humano, digamos sí a nuestra autonomía".
Las palabras de las mujeres no se limitaron a contar las historias de sus
pueblos y sus luchas, sino que muchas de ellas presentaron y desarrollaron las
propuestas políticas y organizativas de sus respectivas comunidades o grupos.
"Sólo sobreviven los más organizados", dijo una muchacha del Comité por la
Defensa de los Derechos Indígenas (CODEDI) de la comunidad de Xanica, que llamó
a fortalecer la coordinación entre los indígenas contra el "neoliberalismo que
nos quita toda posibilidad de estudiar para nosotros los jóvenes, no tenemos
trabajo ni atención médica" y contra "esa represión fascista" que se vive en
Oaxaca. Otra compañera, del CIPO-Ricardo Flores Magón, presentó el análisis de
su organización sobre las tendencias y perspectivas de los movimientos indígenas
y concluyó que "resistir a la ofensiva es lo que sigue. Nosotros no nos
aprestamos a tomar el poder sino a crear contrapoderes y resolver nuestros
problemas, lo que nos hace pensar más en la comunidad". Por parte de la
Organización Nación P´urepecha, tomó la palabra una delegada que señaló la
necesidad de establecer "mecanismos de coordinación y de enlace directo con el
EZLN"; y definir los planteamientos y el plan de acción mínimo que permita a las
organizaciones y pueblos indígenas tanto coordinarse con los otros sectores
firmantes de la Sexta Declaración como "invitar a otros compañeros, indígenas o
no indígenas para que participen junto a nosotros". Como enviada por sus
compañeras de la Misión de Bachajón, en Chiapas, otra mujer llamó la atención
sobre la necesidad de "saber cómo defendemos nuestra tierra y también cuidarla
porque eso es lo que han hecho nuestros antepasados". Llamó también a mantener
la unidad y a llegar a acuerdos entre las diferentes organizaciones chiapanecas.
Al tomar la palabra por parte de la Unión de organizaciones de la Sierra Juárez
de Oaxaca (UNOSJO), la delegada zapoteca aclaró que no puede saludar en su
lengua, porque pertenece a una generación que fue afectada por las políticas de
la SEP, que prohibió su uso en la escuela. Plantea que en la sierra "nos dimos
cuenta del poder que ejercen los hombres sobre las mujeres, que se refleja en la
comunidad y en la familia: actos de violencia en la familia o en las
instituciones. No hay justicia cuando las mujeres protestan. Les niegan el
derecho a la justicia porque dicen no hacen tequio o no tienen cargos. Los
hombres son los que administran el dinero y en ocasiones se lo gastan en el
alcoholismo". Ante esto han acordado: reivindicar el derecho de las mujeres en
las asambleas comunitarias y promover un consejo de ancianas para velar por los
derechos de la mujer. Pero la lucha de las mujeres no es sólo por cuestiones de
género, afirma; también les afectan los problemas ambientales y hace falta
"poner un alto a las políticas que nos están afectando. Están acabando con
nuestras comunidades, para que todo sea muy fácil para las empresas
transnacionales: tomar nuestras tierras y recursos naturales. Están utilizando
los apoyos gubernamentales para esterilizar a hombres y mujeres. Les quieren dar
láminas a cambio de que se liguen las trompas de falopio. También hacen esa
campaña en el programa Oportunidades. Se han rechazado esos apoyos condicionados
porque tenemos dignidad".
Por la organización de mujeres de OIDHO, también de Oaxaca, la participante
reconoció las experiencias del EZLN: "aquí nos sentimos muy apoyadas, porque
vemos que en la Comandancia del Ejército Zapatista hay mujeres. Eso representa
una esperanza para las que todavía no se han atrevido a hablar. Porque como yo,
a mí me da mucha pena, las ideas se me escapan y también me dan ganas de llorar,
como las compañeras que estuvieron un poco antes". Explicó "la razón por la que
he pedido la palabra exclusivamente como mujeres: es porque nuestra
participación ha sido hombro con hombro con nuestros compañeros, con los hombres
desde nuestra comunidad, desde las fábricas, todo el tiempo hemos estado
presentes, incluso en las guerras y, sin embargo, todavía no conseguimos que
como mujeres se nos respete, se nos dé el lugar que en justicia deberíamos de
tener. Vemos que aquí ha habido compañeras que han expresado esas mismas
dificultades, que han tenido que luchar para defender el entorno donde viven,
que han tenido que pelear y muchas veces solas, porque los hombres en varias
ocasiones se van, son migrantes, los matan, los encarcelan. Y nosotras tenemos a
veces pueblos semifantasmas donde, si no nos morimos, al menos, nos enfermamos
de tristeza, porque no tenemos apoyo, no encontramos eco; a veces ni en nuestra
propia familia; mucho menos lo podemos esperar del gobierno que, todo lo
contrario, ellos buscan exterminar".