Zapatismo
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Chiapas: la otra guerra de tinta e Internet
Los gobiernos federal y de Chiapas han lanzado una gran ofensiva de de-sinformación en contra de los zapatistas, los grupos defensores de derechos humanos y los movimientos sociales disidentes
Luis Hernández Navarro
La Jornada
En
abril de 1995, José Ángel Gurría, entonces secretario de Relaciones Exteriores,
declaró que el zapatismo era una guerra de tinta e Internet. Ahora, 14 años
después, son los gobiernos federal y de Chiapas los que han lanzado una gran
ofensiva de de-sinformación en contra de los rebeldes, los grupos defensores de
derechos humanos y los movimientos sociales disidentes en ese estado.
La actual estrategia de comunicación gubernamental se inscribe en la arena de la
guerra de redes (netwar). Según los analistas de la RAND, Arquilla y
Ronfeldt, "Netwar se refiere a conflictos relacionados con la información
en un nivel alto entre naciones o sociedades. Significa tratar de alterar, dañar
o modificar lo que una población objetivo sabe, o piensa que sabe, acerca de
ella misma y el mundo que la rodea. Una ‘guerra de redes’ puede enfocarse en la
opinión pública, de las elites, o en ambas. Puede incluir medidas diplomáticas
públicas, propaganda y campañas sicológicas, subversión política y cultural,
engaños a, o interferencia con los medios, infiltración en redes de computadoras
y bases de datos y esfuerzos para promover movimientos disidentes u opositores
mediante redes de cómputo".
Esto es precisamente lo que el Estado mexicano ha hecho durante las semanas
recientes en el estado sureño. La lista de provocaciones es enorme: detención y
asesinato de opositores sociales, promoción de una campaña de rumores anunciando
un nuevo levantamiento armado, intento de difamar al zapatismo divulgando
falsamente una solicitud de apoyo económico de las juntas de buen gobierno hacia
el Congreso local, liberación de paramilitares responsables de la matanza de
Acteal e incremento de la presencia militar. Todo ello montado en una campaña en
medios de comunicación para ocultar los hechos, a pesar de las evidencias.
Con el gobierno de Juan Sabines los grupos de poder tradicionales se han
recompuesto. Caciques, finqueros, ganaderos y la más rancia nomenclatura
política priísta ocupan posiciones claves en la administración pública, en el
Congreso local y en San Lázaro. Varios participan en los grandes negocios
locales asociados con personajes del ámbito federal.
No importa que este gobernador haya ganado la jefatura del Ejecutivo del estado
como candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Él es uno de los
gobernadores más cercanos al Presidente de la República. Estamos con México y su
presidente Felipe Calderón, ha dicho en más de una ocasión. En Chiapas, el
hombre de Los Pinos se siente más cómodo que un muchas de las entidades
gobernadas por el Partido Acción Nacional (PAN).
Juan Sabines maneja la vida interna de ese instituto político a su antojo: quita
y pone dirigentes y candidatos. En ese estado, el sol azteca se ha convertido,
en mucho, en el partido de los paramilitares.
La estrategia de comunicación de la administración estatal tiene dos pies: uno
es el uso intensivo de televisoras y radio para promover Chiapas; el otro es una
política de contrainsurgencia informativa, orquestada a partir del control de la
prensa local y la divulgación en los medios nacionales de las posiciones de la
administración de Sabines sobre asuntos conflictivos suscitados en la entidad.
En la versión chiapaneca contemporánea de pan y circo, cotidianamente se filman
capítulos de telenovelas, músicos consagrados graban discos y artistas de éxito
se placean por ruinas, monumentos históricos y bellezas naturales. Los
visitantes famosos son entrevistados en los medios de comunicación locales.
Aunque formalmente la guerra de papel contra el zapatismo y contra todo aquel
que no quiera subordinarse a la política de concertación estatal es conducida
por el Ejecutivo local, parte de la estrategia ha sido trazada desde el gobierno
federal. Diego Cadenas, director del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé
de las Casas, asegura tener información confiable de que en las reuniones
semanales del gabinete del gobierno de Juan Sabines siempre están presentes
militares.
El más reciente eslabón de esta ofensiva informativa es la versión de que las
juntas de buen gobierno solicitaron reconocimiento al Congreso local y al
gobierno de Juan Sabines, hecho tan insólito como irreal. La mentira
gubernamental tiene un objetivo central: deslegitimar la lucha zapatista,
quitarle credibilidad a su propuesta. La maniobra es una grave ofensa. A pesar
de la precariedad en que las comunidades en resistencia viven desde hace muchos
años, han rechazado sistemáticamente cualquier tipo de ayuda gubernamental. Su
dignidad no tiene precio, y así lo han mostrado al mundo.
No es la primera ocasión en la historia del conflicto en que las autoridades
recurren a un montaje similar. Entre 1999 y 2000, siendo gobernador interino del
estado Roberto Albores Guillén –estrecho aliado de Juan Sabines– se montó un
show televisado en el que se anunció la deserción de 15 mil zapatistas que
entregaron armas y pasamontañas. Los desertores eran militantes del PRI, varios
de ellos paramilitares. Uno de los principales organizadores de esta ópera bufa
fue Noé Castañón León, a la sazón titular del Supremo Tribunal de Justicia del
Estado, quien, curiosamente, es hoy secretario del gobierno chiapaneco.
La guerra de tinta e Internet contrainsurgente ha creado una situación política
muy delicada en Chiapas. A ver si los gobiernos siguen jugando con fuego.