El primero de enero, hace 20 años, un ejército insurgente que reivindica a
Emiliano Zapata como su inspirador histórico-simbólico, mostró ese otro México
de profundas contradicciones y polarizaciones sociales que se encontraba muy
lejos del primer mundo al que prometía arribar Carlos Salinas de Gortari a
través de reformas estructurales como la que abrió camino a la privatización de
tierras ejidales y comunales con la contrarreforma al artículo 27
constitucional, una de las causas de la insurrección.
Organización armada, formada por campesinos indígenas de las distintas etnias
mayas, los zapatistas lograron dar a conocer una nación distinta a la imaginada
por las trasnacionales, diferente a la concebida por las oligarquías bancarias y
financieras, muy lejana de las elites políticas vendepatrias de todos los signos
partidarios. El EZLN emerge del México de los de abajo, el que entró a la
modernidad con la dignidad que otorga la lucha en defensa de sus derechos,
tierras, territorios, recursos y soberanías, esto es, la vida misma. El
zapatismo se constituye, asimismo, en un hito de trascendencia universal al
encauzar un horizonte de resistencias emancipatorias en un momento en que los
paradigmas del socialismo real desaparecían, junto con la Unión Soviética y los
regímenes afines de Europa del Este.
Pese a que el agrupamiento político que da origen al EZLN, las Fuerzas de
Liberación Nacional (FLN), poseía las características políticas, ideológicas y
organizativas de los movimientos de liberación nacional que optaron por la vía
armada en los años posteriores a la revolución cubana, el contexto indígena en
Chiapas, en el que se establece el grupo mestizo y urbano inicial, modifica
radicalmente formas y contenidos de la revolución en ciernes, llegando a votarse
en las comunidades bajo su hegemonía, la pertinencia de la declaración de guerra
contra el gobierno, y la fecha para el inicio de hostilidades, precisamente el
día en que entraba en vigor el inconsulto Tratado de Libre Comercio (TLC) entre
México, Estados Unidos y Canadá.
Las propias operaciones militares del EZLN, que duraron 12 días, no siguieron
los patrones clásicos de las guerrillas latinoamericanas, y se asemejaron a los
levantamientos indígenas que tuvieron lugar en la Colonia y en la época
independiente, en los que predominaron tomas masivas y súbitas de ciudades,
centros del poder despótico y racista, por ejércitos de indios insurrectos.
Estos desplazamientos de miles de hombres y mujeres hacia los centros del
poderío mestizo dieron al EZLN una impronta que no tenían otros movimientos de
liberación nacional. Rompió también con las distorsiones militaristas que en la
segunda mitad del siglo XX imperaron en muchas organizaciones, y que tanto daño
hicieron al desarrollo de movimientos revolucionarios. Siendo una organización
armada y clandestina tuvo la madurez para no hacer de ello un fetiche. En este
proceso, las armas juegan un papel meramente instrumental de la política. Por
ello, pudo acatar el mandato de paz que la sociedad civil expresó el 12 de enero
de 1994.
El EZLN ha sido durante estas dos décadas, el referente moral, la conciencia
crítica insobornable del país. Mientras las organizaciones partidistas de
diverso signo han perdido toda legitimidad y credibilidad, el zapatismo conserva
una reserva moral incuestionable. Al no ser reproductores del sistema en ningún
terreno, sus críticas y diagnósticos sobre la situación política nacional e
internacional no contienen un ápice de retórica ni de argumentos tendenciosos
que busquen quedar bien con un electorado, una clientela cautiva, o con los
poderes fácticos e imperiales que se constituyen los grandes electores.
El zapatismo impone la problemática indígena en el debate nacional y obliga al
Estado mexicano a negociar los acuerdos de San Andrés en materia de derechos y
cultura indígenas, los cuales, independientemente de la traición de la clase
política y de los tres poderes de la Unión, constituyen una plataforma
programática para los procesos autonómicos de los pueblos indios que se han
desarrollado durante estos años y un referente necesario para las luchas de
resistencia actuales contra las corporaciones del capital depredador neoliberal.
En San Andrés se pusieron a prueba la validez de los planteamientos en torno a
la cuestión étnico-nacional y las autonomías, que ni la antropología ni el
marxismo esquemático habían resuelto satisfactoriamente en teoría y práctica. Se
consolidó otra ciencia social de acompañamiento de luchas y de intercambio de
saberes, a contracorriente del academicismo y el puntillismo neoliberal.
Si tomamos como criterio actual para definir a la izquierda como la fuerza
política que construye poder popular contra el capitalismo, sin monopolizar ni
suplantar la representación ni restar protagonismo a los distintos sectores
socio-étnicos que intervienen en el proceso, el EZLN ha sido a lo largo de estos
años una organización congruente con uno de sus más caros principios: Para
todos, todo, para nosotros, nada, que hace realidad cuando retira a todos sus
cuadros político-militares de los distintos gobiernos autónomos bajo su
hegemonía.
Pese a la contrainsurgencia, el paramilitarismo, el desgaste y las mutaciones
propias de cualquier movimiento, el zapatismo goza de cabal salud, fortalecido
con la generación de quienes eran niños y niñas en el momento de la
insurrección, plenamente incorporados ahora a las múltiples tareas que los
autogobiernos demandan, con la presencia masiva de mujeres socializadas con una
ley que garantiza su participación, con los cambios de mando que aseguran la
continuidad de un proyecto emancipatorio que, sin proponérselo, ha dado un
vuelco al universo de las utopías realizables, manteniéndose como una opción
política ética y congruente con los principios revolucionarios y
anticapitalistas. ¡Felicidades, camaradas!