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Manuel Talens

Viaje al pasado

MANUEL TALENS

Menciona Eduardo Haro Tecglen, periodista rojo, el bochorno que le produce ese espectáculo primaveral de la política española, en la que sólo hay escándalos inmobiliarios, corrupciones y leyes hechas a la medida para eternizarse en el poder y seguir chupando, y yo me digo que sí, que éste es un país de sinvergüenzas, y el único consuelo –de tontos– es que los demás, nuestros vecinos, son tan sinvergüenzas como nosotros, pues en Italia legislan para favorecer a Berlusconi, en Francia para impedir que Chirac vaya a la cárcel por chorizo y en Inglaterra para que nadie le tosa a Blair por haber mentido ante el parlamento en el bluf de las armas de destrucción masiva.
Hace bochorno en el aire de esta Valencia húmeda de junio y también en las páginas de los periódicos que tratan del acontecer nacional, pero hete aquí que una noticia me hace de pronto olvidar el presente y me transporta a los años en que yo salía de la niñez. Se trata de la exposición Lester-Freeman: Una visión personal, que consiste en una serie de fotografías expuestas en el Centro Valenciano de Cultura Mediterránea –la antigua Beneficencia, que es un lugar muy querido para mí, pues fue allí donde situé el convento de mi novela Hijas de Eva–, fotografías que recrean el fuera de campo de las dos películas que Richard Lester hizo con los Beatles, A Hard Day’s Night y Help, cuyos títulos de crédito fueron diseñados por el fotógrafo Robert Freeman.
Varios años antes de estas dos películas, en 1962, el locutor chileno Raúl Matas –¿qué habrá sido de él?– hizo que mi generación descubriese la existencia de quienes en aquel momento, de manera efímera, aquí denominamos el cuarteto de Liverpool o incluso Los Escarabajos (por confusión entre beetle y beatle). Eran los tiempos de la radio, la televisión sólo llegó a provincias tres o cuatro años después y, hoy, cuando aquel hervor no es más que recuerdo, he pensado en lo mucho y lo poco que cambió el panorama.
Vi A Hard Day’s Night en el cine Olimpia de Granada, hermoso local del siglo XIX que hoy ha sido reemplazado por un miserable edificio de apartamentos. La guerra del Vietnam estaba en sus inicios, Kennedy acababa de morir, los especuladores españoles iniciaban la destrucción del medio ambiente –hoy ya casi conclusa con el enladrillado de todas las costas del país–, ETA no había nacido, el mayo francés se estaba cocinando en los bulevares de París y a Franco le quedaban diez años de regencia.
¿Qué sigue igual? Los sinvergüenzas, por supuesto, que entonces gobernaban en dictadura y ahora en democracia; la ley del cemento armado y las guerras de agresión, siempre en nombre de la libertad.
¿Qué ha cambiado? La capacidad de asombro, por encima de todas las cosas. Es muy posible que la memoria, esa amiga infiel, me esté engañando, pero creo que antes era más difícil –o menos fácil– embaucar al personal. La rueda del tiempo nos hizo a todos embarrancar en diferentes playas. Los hay que entonces soñaban con la revolución y hoy lucen máscara de triunfador; otros crían malvas en el cementerio y otros, por fin, siguen todavía gritando no pasarán, incluso si saben por experiencia que sí, que siempre pasan. Pasaron al final de la guerra del 36, pasaron en la transición y ahora acaban de pasar en las últimas elecciones.