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Manuel Talens

Verdad de los aforismos

MANUEL TALENS

Los aforismos, de origen griego, son frases breves que establecen reglas de tipo ético, estético o moral. A lo largo de la historia han sido practicados por escritores que van desde Marco Aurelio a Gracián, desde Quevedo a Pascal o a Bergamín.
Hace poco leí un libro de aforismos de Juan Varo Zafra, Desaforado (Alhulia, Granada 2002), de donde he escogido tres que, encadenados, me servirán para mi propósito de hoy: 1. ‘El problema religioso no está en los creyentes no practicantes, sino en los practicantes no creyentes, esto es, casi todos’; 2. ‘La aparente valentía crítica con que la Iglesia Católica afronta sus errores del pasado sólo esconde el miedo a una mirada profunda sobre la legitimidad de su presente’ y 3. ‘La mayoría de los que piden un mundo sin Dios se conformarían con un mundo sin sacerdotes’.
Si aceptamos, con Umberto Eco, que la posmodernidad es la mirada al pasado, pero con ironía, sin ilusión, me atrevo a decir que los aforismos de Varo Zafra son posmodernos y, además, tan universales que toleran, sin perder su verdad, la permuta desde el ámbito referencial religioso al político. Veámoslos desde este nuevo ángulo: 1. ‘El problema de la democracia no está en los desengañados no votantes, sino en los votantes no desengañados, esto es, casi todos’; 2. ‘La aparente valentía crítica con que el Partido Popular afronta los errores de su pasado sólo esconde el miedo a una mirada profunda sobre la legitimidad de su presente’ y 3. ‘La mayoría de los que piden un mundo sin política se conformarían con un mundo sin políticos’.
La pérdida de credibilidad de la Iglesia Católica es equiparable a la de las democracias occidentales y, pese a ello, ambas estructuras siguen funcionando por inercia, sin que se vislumbre en el horizonte la fuerza capaz de cambiarlas. El porcentaje de consumidores escépticos, pero acríticos y obedientes, de arcaicos ceremoniales religiosos, incompatibles con la racionalidad del siglo XXI –misas, milagros, sacramentos mágicos, santificaciones de pacotilla, etc.–, es por lo menos tan elevado en este país como el 93% de españoles que hace sólo dos meses se opusieron al militarismo del Partido Popular, pero ello no ha impedido que en la ceremonia electoral de la semana pasada buena parte de aquel porcentaje avalara con su voto lo que combatió en la calle, como si fuese inevitable, esquizofrenia que contribuye a eternizar la pantomima de la democracia burguesa.
También, de la misma manera que cuando el Papa pide perdón por los crímenes eclesiales del ayer a nadie se le ocurre sacar a relucir la pertinaz e ilegítima estructura vertical de la Iglesia, el Partido Popular –mutante del franquismo con el mismo ADN genético– no tiene empacho en condenar las dictaduras, pues sabe que su abstracto discurso sobre democracia y libertad lo mantendrá a salvo.
Por último, tal como se ha visto en Argentina, donde la población más solidaria confundió sus deseos con la realidad al pedir que desaparecieran del mapa todos los políticos profesionales, una parte de la izquierda no parlamentaria española, generosa y harta de cambalaches, aún confía ingenuamente en abstenciones masivas de votantes que hundan el sistema. ¡Ah!, pobres soñadores, que no han leído a Juan Varo Zafra.