Raúl Sendic |
Sendic
Carlos Fazio
La Jornada
Hace unos cuantos abriles, allá por 68, surgió en Uruguay una organización
campesina, el Movimiento Nacional de Lucha por la Tierra (MNLT), que tenía como
instrumento de concientización para el medio rural un mensuario que salía cuando
podía. Se llamaba Tierra y Libertad. Debajo del nombre un subtítulo
rezaba: "Tierra para quien la trabaja". ¡La consigna zapatista! Circulaba en las
zonas cañeras, remolacheras y arroceras del interior del país y en los círculos
de obreros y estudiantes urbanos. En los prolegómenos del golpe de Estado de
1973, cuando los militares iniciaban su irresistible ascenso hacia el poder, el
ministro de Cultura de la dictadura, Julio María Sanguinetti (luego dos veces
presidente de Uruguay) llegó a exhibir en el Parlamento ejemplares de Tierra
y Libertad como símbolo de la "subversión". Y tenía razón: aquel
periodiquito que exhibía a la "rosca uruguaya" y desnudaba contubernios entre
oligarcas, terratenientes, banqueros y políticos de entonces subvertía la
conciencia del peón, del trabajador agrícola, del tambero, de los explotados y
oprimidos del campo y de la ciudad.
El MNLT ponía el acento en la estructura de la propiedad agraria, bajo
predominio del latifundio, y formaba parte de un puñado de organizaciones
políticas, sociales y sindicales que habían crecido al amparo de una nueva forma
de hacer política, original, contestataria, revolucionaria. La "corriente
combativa", como se la identificó a finales de los años 60, había sido impulsada
por un pelotón de los asalariados más explotados del Uruguay: los cortadores de
caña de Bella Unión, en el norteño departamento de Artigas. Los peludos,
sinónimo coloquial de los cañeros, estaban agrupados en el sindicato UTAA (Unión
de Trabajadores Azucareros de Artigas), liderado por un casi abogado de aspecto
desaliñado y parco hablar. Su nombre, Raúl Sendic.
El Bebe Sendic, o Rufo, como se le conocería después, tenía un
vicio: olfatear lejos. Le gustaba definir la esencia de los fenómenos y sus
causas determinantes; descubrir "las cosas detrás de las cosas". Heterodoxo
militante del Partido Socialista, partidario de "un socialismo revolucionario de
estirpe libertaria", cometía la irreverencia de anteponer Rosa Luxemburgo a
Lenin, y descubrió temprano en el peruano José Carlos Mariátegui los rudimentos
de un marxismo latinoamericano, que inevitablemente lo llevaría hasta las
fuentes artiguistas de una unidad continental por la suma de ligas federales.
Luxemburgo, Mariátegui, Artigas, era un collage para nada disparatado,
que permitía una síntesis adecuada a las condiciones concretas de los escenarios
posibles de una revolución y de los papeles protagónicos que deberían asumir, al
decir de Artigas, "los pueblos soberanos", "reunidos y armados" en cabildos, de
las cuales debían emanar las autoridades delegadas. Antecedente lejano, si lo
hay, de los actuales caracoles autonómicos zapatistas de México.
Reacio a las maratónicas discusiones ideológicas de la izquierda, Sendic era un
agitador, un luchador social, un político, un dirigente partidario y un
organizador sindical. Pero, ante todo, un hombre de acción. Para ciertas cosas,
en aquel Uruguay que tenía una cara y una careta, no discutía: hacía. En los
años 50, como litigante se especializó en demandas y defensas laborales y
comprobó que en la Suiza de América la democracia terminaba en los ejidos; que
la ley cesaba en el portón de los arrozales y de las remolacheras, donde se
aplicaba la ley del patrón, inflexible y de mano dura, con el apoyo, siempre, de
la policía y el ejército. Fue entonces cuando llegó a la conclusión: se
necesitaba modificar el sistema de propiedad y de producción de la tierra por la
vía de una reforma agraria radical.
Cuando a comienzos de los 60 llegó a Bella Unión, la última frontera, el lugar
más olvidado del Uruguay, Sendic tenía como objetivo organizar a los peludos
de Azucarera Artigas y de la American Factory, propiedad de unos gringos
corridos de Cuba al triunfo de la revolución. Signo de los tiempos, en agosto de
1961 el Che Guevara había pasado por Montevideo y poco después llegaba
Francisco Juliao, dirigente de las "ligas campesinas" en el nordeste brasileño.
Pronto la consigna zapatista de "tierra para quien la trabaja" encontró oídos
receptivos en UTAA, sindicato de nuevo tipo que impulsaba la expropiación de
latifundios improductivos y ensayaba algunas formas de acción directa, como la
"ocupación" de un ingenio a cargo de un tal mister Henry. En 1962, con su
paso a la clandestinidad, el seudónimo Bebe dio origen a la leyenda. Poco
después Uruguay cobijaría a la primera marcha cañera, que atravesaría el país y
atronaría la capital con su grito de guerra "UTAA, UTAA, por la tierra y con
Sendic". Y allí mismo, en el seno de los peludos, no tardaría en germinar
el Movimiento de Liberación Nacional, Tupamaros, guerrilla urbana que aportó
algunos elementos originales a la lucha revolucionaria mundial.
Después vinieron las ejecuciones de los escuadrones de la muerte, la
represión militar, la tortura como método y aquella frase que dio la vuelta al
mundo: "Yo soy Rufo y no me rindo", pronunciada por el jefe tupamaro una
madrugada de 1972 antes de caer abatido por un disparo que le destrozó la cara.
Sendic y sus compañeros pasaron 13 años en prisión. Igual que en la Alemania
nazi, él y ocho más fueron considerados rehenes de la dictadura. Pero no
los pudieron quebrar.
En 1985, cuando la movilización popular rescató de las cárceles a los últimos
presos de la dictadura, Sendic volvió a su obsesión: la lucha por la tierra. El
MLN definió transitar en la legalidad. Aprovechar para crecer en el pueblo,
crear empresas cooperativas y ejercer otras formas de poder popular. Vivas las
experiencias de Nicaragua y El Salvador, apostaron por crear un Frente Grande
que revitalizara al Frente Amplio. En 1987, en una convención del MLN, Sendic
planteó que el método guerrillero seguía siendo válido en la lucha por la
liberación de los pueblos: "Que ahora no lo usemos aquí, no quiere decir que no
sea válido en otro avance del fascismo".
Un año después, un 28 de abril, lo que no pudieron los milicos lo hizo el
mal de Charcot: el Bebe Sendic moría en París víctima de una enfermedad
devastadora. El mal le doblegó su cuerpo, pero no su pensamiento. Este miércoles
se cumplen 15 años. En Chiapas, estoy seguro, habrá quien lo recuerde. Como en
todo México.