En memoria de Mario Roberto Santucho
por Carlos Revello
La Fogata
Las
generaciones de precursores del movimiento revolucionario en América Latia
presentan –para los historiadores- ciertos problemas. Era tal la presión por el
cambio social y el ritmo que la situación política demandaba que los dirigentes
y las ideas se renovaban unos y otras. Cambios que, en tiempos pacíficos, llevan
generaciones enteras. La solución de problemas teóricos y prácticos, la
respuesta a las tácticas del enemigo, el afinamiento de las respuestas
nacionales a los problemas del cambio, están en la base de todas estas
mutaciones. La teoría de que las revoluciones eran exportadas se demuestra
completamente falsa. Si los partidos comunistas hubieran estado a la altura de
las circunstancias y no en un seguidismo estéril y mecánico la historia hubiera
sido bien otra. Que las revoluciones son las locomotoras de la historia se
aplica perfectamente en el caso latinoamericano.
Mario Roberto Santucho es uno de esos precursores en la Argentina, pero su
acción y su obra lo trasciende y tiene importancia y referencia para toda
América Latina. Nació el 12 de agosto de 1936, murió, en combate, el 19 de julio
de 1976. Tenía 40 años de edad. Hasta el día de hoy una parte inmensa de la
documentación sobre su vida está oculta. De la misma manera sus restos físicos
no tienen sepultura legal y sólo se sabe que los paladines de la democracia, los
hombres del uniforme, los supuestos caballeros honorables, no se conformaron con
la muerte de un adversario sino que se ensañaron con los restos físicos, como
los cobardes sin honor que siempre han sido. Reclaman aún sus hijos los restos.
El silencio oficial –la terca voluntad de los oficiales superiores, todos con
escuela de Estado Mayor- les responde.
¿Qué es lo que motiva estos odios, tanta irracionalidad, la absoluta incapacidad
de los mandos superiores de actuar profesionalmente? –El odio de clase.
Los mismos militares que son capaces de rendirse como lo hicieron en las
Malvinas o de tomar prisioneros con respeto a las normas de la guerra, son
capaces de la caballerosidad con los extranjeros (que antes fueron amos), pero
incapaces del más mínimo respeto con sus compatriotas que los enfrentan con las
armas en la mano. La caballerosidad, en nuestras guerras civiles, siempre ha
estado por el lado de los insurrectos, los otros, los hombres del entorchado, se
han comportado siempre como bestias. Y como bestias que se olvidaron de los
manuales y de las convenciones deberán ser juzgados cuando el momento llegue.
Por criminales de guerra.
¿Hemos reflexionado alguna vez sobre ese aparente comportamiento mecánico? Cómo
era posible que los civiles en armas, que aprendieron sus rudimentos militares
en los ejércitos, de su breve pasada por ellos, tomaran el espiritu de la
caballerosidad y del respeto al enemigo vencido? ¿Cómo es posible que los
militares de escuela, lo olvidaran? Hay algo que tiene que ver con la esencia
humana, que perdura más entre los civiles y que es más fuerte que el odio hacia
el enemigo. Que sabe distiguir entre adversario vencido y sus derechos humanos.
Todo militante, todo hombre o mujer honesto, dispuesto a impulsar un cambio
social, por una sociedad más humana y más justa, deberá tener presente este
antecedente que nos viene desde los mismos albores de nuestra historia. "No
escatime sangre de gauchos –decía epistolarmente Sarmiento- es lo único
que tienen de humano". Y aquellos pensamientos atroces, bestiales, fueron
formulados como teoría a una práctica que viene desde antes de 1811. Son el
acerbo de la denominada historiografía liberal argentina, lo que algunos
denominan "El Eje, Mayo-Caseros". Practicaron -todos estos "civilizadores"
los Pueyrredones, los Soler, los García, los Alvear, Lavalle, Mitre, el
gacetillero Sarmiento y muchos otros que vinieron después- como método constante
el asesinato de sus enemigos, la violación de sus mujeres, la violencia contra
las familias (ni la madre de Quiroga se salvó de que la pasearan en cadenas,
como una fiera). Y esa tradición se cultiva en las escuelas militares, en los
cursos, en los Estados Mayores. Videla y toda la patota de atorrantes de
uniforme han mamado en esa escuela. Los poquísimos oficiales que reconocen
estas vergüenzas deben saber que son sus propios compañeros de promoción las
bestias y que cualquier regeneración pasa por reconocer los hechos, condenar
moralmente los excesos y someter los individuos a la justica por los previstos
penales en los que han incurrido. Y debería ser agravante, la circunstancia,
de que los delitos los practicaran con sus propios compatriotas.
Y en cambio, cuánta nobleza en los caudillos populares, los "bárbaros",
empezando por el primero de todos ellos, nuestro oriental: Don José
Gervasio Artigas!!! De ellos viene el "Clemencia para los vencidos" de lo
que se olvidaron en la Banda Oriental, los denominados Tenientes de Artigas, esa
liga miserable de masones, que la juega a distribuir análisis entre la
izquierda, a ver si "cazan", cuando los cambios lleguen.
El revisionismo histórico, que en el Río de la Plata tiene a Luis Alberto de
Herrera como precursor reconocido por todos, se ha encargado muy mucho de
levantar a aquellos héroes que luchaban defendiendo las provincias, sus
producciones, el trabajo humano que en ellas se generaba y la sociedad civil a
la que la actividad económica daba lugar. Los liberales de entonces, eran los
neo-liberales de ahora. La misma raza maldita del sometimiento y del vasallaje.
Absolutamente los mismos cipayos al servicio entonces de Inglaterra, hoy de los
Estados Unidos y mañana de cualquier extranjero.
Mario Roberto Santucho viene, en la Argentina, desde ese mismo interior. Donde
entre el pueblo, al lado de la historia oficial que se enseña en los manuales
escolares, vive en la memoria popular la otra historia, la que oficialmente no
se reconoce nunca. La que es tabú, herejía y está proscripta. El indigenismo es
parte de ese caudal y a él estuvo ligado Santucho en sus primeros años. Pero
también el radicalismo. Cualquier análisis del origen político familiar de los
principales jefes y responsables de lo que después será el PRT-ERP lo muestra.
¿Y lo moderno, lo que produce la sociedad industrial? –También está presente en
el pensamiento socialista del cual el trotsquismo es una parte. Pero atención:
el trotsquismo de la lucha y de la resistencia, no el trotsquismo del aparatismo,
de la paja teórica y de los caudillejos y maniobreros con pretensiones de Gran
Bonete. El del "vasco" Bengochea, el de Luis Pujal, el de Pedro Bonet, el de
Lionel MacDonald, el de Clarisa Lea Place, el de Eduardo Raul Merbilhaá, porque
en el Río de la Plata no somos tantos que no nos conozcamos bien. Ni las
palabras de homenaje nos brotan de las circunstancias. Son más bien gritos que
nos vienen del corazón (el "soronca" como decimos los orientales).
Santucho, por méritos propios, fue el artífice principal de aquella organización
política. Y en los meses previos a su muerte, la figura más importante entre los
jefes revolucionarios argentinos.
¿Como medir, la vocación revolucionaria que sembraba entre los militantes de su
organización? -No la medirán nunca las palabras –ni las nuestras ni las de
otros- las mide el enemigo. Para los militantes del PRT-ERP había
solamente exterminio. El enemigo sabía perfectamente bien que eran completamente
irrecuperables, que habían atado su vida completamente a la revolución
socialista en la Argentina. Era el mayor compromiso de todos aquellos: los que
murieron y los que -por azar- salvaron sus vidas.
Mucho más habría para decir de este
precursor, de este combatiente, de este jefe destacado. Está el tema de la
unidad con las otras corrientes del movimiento popular, la creación de la JCR,
los militantes chilenos y uruguayos que cayeron en la Compañía del Monte, el
tema del paralelo con Raul Sendic. Inclusive el tema de la desviación
militarista final, que en más de un aspecto es paradójico y que exige un
análisis.
Terminemos sin embargo estas notas recordatorias con las palabras de un
adversario, del general Fausto González, publicadas en el libro de María Seoane
"Todo o nada".
"Santucho era uno de los enemigos más notorios, más representativos, más
tenaces. En cómo terminó esa historia se pueden ver otros elementos: los
dirigentes montoneros en su mayoría escaparon del país. Los del ERP murieron
combatiendo. Esto, marca dos filosofías diferentes: en cuanto Montoneros ve que
ha fracasado su intento busca una salida hacia el exterior. Hay gente del ERP
que también salió del país, pero Santucho muere acá, en su ley. Su obsesión no
le permitía ver que todo estaba perdido. Eso sí, era un producto de esta
sociedad. Virtuosos o equivocados, todos ellos fueron un producto de la
Argentina, como Rosas, Urquiza, Sarmiento. A la larga, dentro de muchos años,
Santucho será entendido como un producto del país como lo fue Alejandro Lanusse.
A lo mejor, fue mucho más representativo de la sociedad argentina Santucho que
el Che Guevara. Más aferrado a su tierra, aunque estaba equivocado, dados los
problemas del país, y por la situación internacional, Santucho buscó la salida
de la revolución. Entonces despreció la democracia (¡?) fue antisistema. Veo
improbable –porque estaba menos contagiado por el poder económico que Firmenich-
que Santucho hubiera aceptado un indulto. Era más militar en ese sentido, tenía
que morir peleando. Era como un héroe de la tragedia griega. Curioso, porque a
pesar de estar el ERP en contra de los fascistas, su acción también derivó en un
viva la muerte. Y a partir de 1974 comenzó una lucha a muerte de ambos lados. La
salida política estuvo ausente y triunfó la lógica de la violencia y perdió la
Nación porque desangra a una generación y a las FF.AA. La muerte de Santucho fue
sólo un acontecimiento porque existía el convencimiento de que él era sólo la
cabeza de un núcleo que iba a seguir accionando y justamente uno de los errores
de las FF.AA. en esta guerra, que fue fundamentalmente política, por el poder,
fue quedarse con la derrota militar de un sector y no establecer un pacto
político con las otras fuerzas de la sociedad. Por eso las consecuencias
posteriores. Y el momento de sentarse con todas las fuerzas políticas para
discutir qué hacer con la Nación fue 1974, pero no se hizo. En 1976 ya fue
tarde"
Son palabras del enemigo –con todo lo que esto conlleva- pero también Mitre
escribió sobre su contemporáneo Artigas, su particular enemigo, palabras que
–palabra más, concepto menos- han soportado la prueba del tiempo.
El resto, lo que falta, el verdadero homenaje, lo escribirá la gente
trabajadora argentina, cuando derrote definitivamente a los parásitos que la
explotan.
Fuente: lafogata.org