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Cipriano Mera
Semblanza de un luchador

 

Juli�n Vadillo
Tierra y Libertad

En este a�o de 2005 no pod�amos dejar pasar la oportunidad de hablar de un anarquista, de un obrero, de un luchador como fue Cipriano Mera. Si de alguna manera podemos definir la vida de Cipriano Mera, cuando este mes de octubre se cumple el treinta aniversario de su muerte, es la de un anarquista con el sentido de la responsabilidad. Acerc�ndonos a la vida y la lucha del anarquista madrile�o podremos comprobar el porqu� de estas afirmaci�n.
Cipriano Mera naci� el 4 de noviembre de 1897 en el madrile�o barrio de Tetu�n de las Victorias. Como en cualquier familia obrera, su infancia fue dura. No pudo asistir a la escuela, lo que le oblig� desde peque�o a buscarse la vida y a contribuir econ�micamente en una casa muy humilde. A los 16 a�os Mera tom� la determinaci�n de hacerse alba�il, y para que sus derechos no fueran pisoteados, su padre lo afili� a la Sociedad de Alba�iles "El Trabajo" de la UGT. Desde entonces Mera est� inmerso en cuestiones sociales y luchas obreras. Pero pronto comprueba que lo que defiende la UGT y lo que �l defiende no es lo mismo, por lo que el sindicalismo socialista se le queda estrecho. Cipriano Mera ans�a una transformaci�n revolucionaria que el reformismo no le daba.
La huelga revolucionaria de agosto de 1917 le impulsa definitivamente al campo del anarquismo. Ya en 1919 vemos que Cipriano Mera, junto a otros militantes destacados como Feliciano Benito, Teodoro Mora o Mauro Bajatierra, impulsan la CNT de Madrid y m�s particularmente el sindicato de la construcci�n.
Una cuesti�n que siempre aparecer� vinculada a la historia del anarquismo (aunque los detractores del mismo quieran hacer ver lo contrario) es el ansia de conocimiento y el impulso de la cultura. Con veinte a�os Mera aprende a leer y escribir en clases nocturnas y a trav�s de los ateneos libertarios, que ya por esas fechas sobrepasaban en Madrid la treintena. Ese af�n de conocimiento le hace interesarse por el teatro en obras tan heterog�neas como El alcalde de Zalamea de Pedro Calder�n de la Barca o Juan

Jos� de Joaqu�n Dicenta. Los grupos libertario mas j�venes impulsaron mucho este arte y Mera tomo inter�s por �l.
Pasada la dictadura de Primo de Rivera y con la proclamaci�n en abril de 1931 de la II Rep�blica, el movimiento libertario alcanza su m�xima plenitud. Mera se ha insertado en la generaci�n de militantes m�s brillante de la historia del anarquismo espa�ol. En su vida coinciden Salvador Segu� (asesinado en 1923 por pistoleros patronales), �ngel Pesta�a, Francisco Ascaso, Buenaventura Durruti, Juan Garc�a Oliver, Federica Montseny, Eleuterio Quintanilla, Diego Abad de Santill�n, Juan Peir�, Felipe Alaiz, El�as Garc�a, Isaac Puente, Higinio Noja, Valeriano Orob�n Fern�ndez, Progreso Fern�ndez, etc.
Mera vive de cerca todos los procesos revolucionarios impulsados en el per�odo republicano. Sigue muy atento a lo que son las reivincaciones obreras de su sector, la construcci�n. En una ocasi�n, por querer trabajar, fue detenido y se le aplico la "Ley de vagos y maleantes". No deja de ser parad�jico que a quien busca trabajo para sobrevivir se le acuse de vago por quien no trabaja.
Poco antes de la sublevaci�n militar de julio de 1936, el sector de la construcci�n en Madrid vive unos momento tensos. En junio estalla una huelga general y se constituye un comit� de huelga de CNT-UGT. Para este comit�, del que Mera forma parte, la �nica soluci�n es la acci�n directa para poder solucionar los conflictos laborales del sector. Por el contrario el gobierno y la patronal creen que la soluci�n esta en el Jurado Mixto. El Ministerio de la Gobernaci�n encarcela a Cipriano Mera y es en la c�rcel donde le sorprende el golpe militar.
Un d�a despu�s de la militarada es puesto en libertad y acude al sindicato (antes que a su casa) para comprobar cu�l es el estado de la situaci�n. La mayores preocupaciones son la recogida de armas y el momento de la sublevaci�n en Madrid.
En esos primeros momentos a Mera le preocupa tambi�n la posici�n que se puede tomar respecto a la revoluci�n. Por ello imprime una �tica revolucionaria de la que se deber�a tomar nota: "que al hacer el pueblo la revoluci�n no se pod�a consentir la misma acci�n que se asemejara a hechos comunes, vulgares, propios de individuos sin conciencia dedicados a apropiarse o deshonrar valores que ser�an necesarios para la defensa de la revoluci�n que empezaba. A�adimos que tampoco era hacer la revoluci�n el matar sin m�s ni m�s a nadie, aunque se tratase de un marqu�s".
Una vez aplastada la sublevaci�n en Madrid, Mera parte para Guadalajara, donde la sublevaci�n est� a punto de estallar. Pasa por Alcal� de Henares, que gracias a sus fuerzas y a las de Ildefonso Puigdendolas queda en zona leal. Aplastada la sublevaci�n en Guadalajara una vez m�s la �tica revolucionaria hace de Mera en un hombre grande. Se encuentra all� con Jos� Escobar, un carcelero que le hab�a infligido los peores castigos en prisi�n. �ste cre�a que le iba a asesinar, cosa que no hizo. Mera afirma: "Esos gestos eran caracter�sticos de anarquistas". Una lecci�n de honestidad y de firmeza en momento dif�ciles.
Quiz� no sea este el momento de detenerse en los pormenores de las batallas en las que Mera particip�. Pero s� citaremos algunos detalles que hicieron de Mera un personaje controvertido. Desde el inicio de la contienda civil Mera vio que los militares ten�an una seria parsimonia y que muchos militantes revolucionarios no tomaban en serio la lucha. Por ello hac�a falta que se disciplinara la lucha para poder vencer al fascismo. En las luchas en Cuenca, Mera impulsa la creaci�n de consejos formados por las fuerzas de izquierda que est�n preparadas para ello. Por ello hab�a que establecer una fuerte formaci�n ideol�gica impulsada por los militantes m�s capaces y abnegados.
Su concepto de la autodisciplina se ve perfectamente en los combates que emprendieron en Buitrago de Lozoya. All� Mera reflexion� as�: "Nuestra disciplina ha de ser correspondiente con nuestra convicci�n en las ideas, y por las ideas no se puede venir a luchar unas horas para hacer m�s tarde lo que uno quiera". Esta reflexi�n ven�a a prop�sito, pues Mera estaba comprobando que muchos miembros de las organizaciones revolucionarias estaban cayendo en una indisciplina y una falta del sentido de la responsabilidad que har�a perder la guerra a pasos agigantados.
Igualmente esa realidad dura hace que muchos amigos de Mera caigan en la lucha. Es el caso de Jos� Pan y Rafael Casado, compa�eros suyos desde primera hora en la CNT y en el caso de Pan de su grupo de la FAI. Igualmente en las luchan en �vila cae uno de sus mejores amigos y compa�eros, Teodoro Mora. Desde hac�a un tiempo Mora y Mera ten�an este mismo pensamiento: "Ten�amos en frente a un ejercito organizado, al que si quer�amos vencer habr�amos de oponer otro ejercito mejor organizado a�n; en la guerra hab�a que proceder como en la guerra". Tambi�n le lleva a esta conclusi�n que la incompetencia militar provoca la perdida de plazas importantes en la lucha como la de �vila.
Pero la guerra tambi�n tuvo de esos avatares en los que m�s que una tragedia parece una comedia, si hablamos en t�rminos teatrales. Tras la perdida de �vila las tropas de Mera pasan a Cuenca. All� toman un pueblo haci�ndose pasar por fascistas. Una vez que qued� constituida una junta derechista e hicieron una lista de los elementos izquierdistas, las tropas de Mera los disolvieron, aunque fueron benevolentes con esa junta.
Ante determinadas conductas de algunos anarcosindicalistas como Germinal de Souza, que cobraba dinero por la libertad de los sospechosos, Mera y su amigo Valle elaboraron listas de afectos y desafectos a la causa: "Me parece bien que se vaya haciendo una selecci�n de las personas aptas para ocupar cargos; deben ofrecer garant�as. Hay que acabar con las ligerezas y los favoritismos, pues si bien importa nombrar gente capaz, no es menos importante tener en cuenta su moralidad. Para nosotros esto debe ser capital". �Qui�n hoy pondr�a en duda estas sabias palabras de Mera? Es precisamente en los momentos dif�ciles donde la capacidad y la moralidad deben ser ejemplo. Mera estaba preocupado por la imagen que la CNT y la FAI pudieran ofrecer, m�s teniendo en cuenta que en la mayor�a de las ocasiones los desmanes cometidos nada ten�an que ver con las organizaciones del movimiento libertario. Pero la idea de algunos era crear esa leyenda negra alrededor de las organizaciones m�s din�micas del movimiento obrero y revolucionario espa�ol. Por ello el buen hacer de la CNT y su defensa del patrimonio cultural (en m�s de una ocasi�n se impidi� la quema de iglesias, no por ser templos religiosos sino por haber obras de arte en el interior) fue tergiversado o ridiculizado.
En cualquier guerra y acontecimiento hist�rico hay que distinguir entre cuestiones estrat�gicas y cuestiones morales. Puede que Madrid estrategicamente no fuera la plaza mas importante, pero moralmente s� que lo era por todo lo que a su alrededor atesoraba. As� Mera y otros mostraron su indignaci�n cuando el gobierno huy� de Madrid hacia Valencia el 6 de noviembre de 1936. M�s doloroso fue para �l comprobar c�mo el Comit� Nacional de la CNT que encabezaba Horacio Mart�nez Prieto segu�a al gobierno. Seg�n Mera, gobierno y Comit� Nacional ten�an que estar en la defensa de la capital de Espa�a. Mientras el gobierno hu�a, Mera se aprestaba a defender Madrid frente al fascismo.
Los hombres de la CNT y la FAI que partieron hacia Madrid lo hac�an llenos de entusiasmo, deseosos de entrar en esa lucha heroica que fue la defensa del Puente de San Fernando y la llegada al Cerro de Garabitas. Pero las fuerzas de Mera iban disminuyendo. De los 1.000 hombres que salieron de Cuenca tan s�lo le quedaba 400. Mera intentaba dar aire a los suyos con recomposiciones, y con la llegada de la columna de Durruti los �nimos van en aumento. �Qu� es la fuerza militar fascista ante el entusiasmo revolucionario? Aun as� las p�rdidas estaban siendo muchas y la lucha se estaba cobrando lo mejor de las organizaciones obreras. Mera le propone a Durruti unificar sus columnas bajo el mando del anarquista leon�s. Pero esto no se puede llevar a cabo pues Durruti cae frente al Hospital Cl�nico en la Ciudad Universitaria, horas despu�s de haber estado con Mera. Es el propio Cipriano Mera el que se desplaza a Valencia para comunic�rselo a Federica Montseny, Juan Garc�a Oliver y al nuevo secretario de la CNT Mariano Rodr�guez V�zquez. La perdida de Durruti provoca una profunda consternaci�n en el movimiento libertario, pero Mera, pese al dolor, dice que su ejemplo es el que puede servir para llegar a la victoria. Y es Cipriano Mera quien acude en representaci�n de los combatientes del Centro a su entierro en Barcelona.
La defensa de Madrid fue dura, pero los fascistas no llegaron en esa ocasi�n a lograr su objetivo. Aun as� el precio fue alto y Mera, contrario a su pensar, tiene que aceptar la militarizaci�n de las milicias: "Triste es reconocerlo cuando se ha defendido un ideal toda la vida, pero si realmente nos proponemos ganar la guerra, hemos de aceptar la formaci�n de un ej�rcito con la consiguiente disciplina. (�) Me horrorizaba vestirme de militar, pero no ve�a otra salida y me dije: mi conducta ser� en lo sucesivo el testimonio de mi honradez, as� como lo fue de otra forma y en otra circunstancia en el pasado". Fue sin duda la decisi�n m�s controvertida en la vida de Cipriano Mera, y donde sus detractores m�s se ensa�an contra su figura. Mera acept� la militarizaci�n para ponerse al servicio de la Rep�blica, pues consider� que mejor era eso que caer en las garras del fascismo. Que fuera o no un error no est� en nuestra mano valorarlo, pues la guerra fue compleja. Nuestra mejor posici�n es respetar la decisi�n adoptada, pues en ese momento los compa�eros as� lo determinaron. Y esta aceptaci�n es algo que a Mera le diferencia de la militarizaci�n de los comunistas. La historiograf�a en su mayor�a ha dejado constancia de que el partido que mas luch� por la militarizaci�n fue el PCE (Partido Comunista de Espa�a) y por lo tanto el que mejor perspectiva de la guerra ten�a. Cuando Mera acepta la militarizaci�n lo hace para defender la Rep�blica, mientras que los comunistas luchaban por una militarizaci�n que estuviera controlada por su partido y por Mosc�. Es la gran diferencia entre uno y otro. El PCE tom� como emblema el Quinto Regimiento, del que Mera no era partidario. De hecho los encontronazos entre los militares procedentes de las milicias confederales y los que ven�an de las filas comunistas fueron sucesivos hasta el final de guerra, siempre instigados por un PCE que quer�a tomar el control de la situaci�n y manejar la guerra a su antojo. Los anarquistas siempre se opusieron.
Mera toma el mando de la XIV Divisi�n que ten�a las brigadas 10, 70 y 77. El jefe de Estado Mayor fue su inseparable durante toda la guerra Antonio Verardini, y su primo Jos� es el jefe de transportes. Todos bajo el mando del general Miaja, jefe del Ej�rcito del Centro.
Para los que le critican por esto, hay que decir que Mera siempre fue responsable. Defendi� la revoluci�n hasta el final y critic� duramente la represi�n que los comunistas llevaron a cabo contra las obras revolucionarias de los anarquistas, al igual que cuando emprendieron detenciones contra miembros de la CNT (como fue el caso de Verardini) o del POUM (Partido Obrero de Unificaci�n Marxista). Luch� tambi�n para que los militares no intervinieran en actos pol�ticos p�blicos. Esa tarea la ten�an que desarrollar partidos y sindicatos, no militares. Al final hubo un decreto en esa l�nea y Mera fue duramente criticado por los comunistas, que eran muy dados a esos fastos p�blicos: "Estamos obligados a cortar sin miramientos esta clase de acci�n pol�tica. Todos los que estamos aqu� sabemos perfectamente que tenemos prohibido efectuar dentro del Ej�rcito cualquier clase de propaganda pol�tica. Si una organizaci�n determinada intenta saltarse a la torera este principio lo impedir�. Que nadie lo dude. Nuestro deber consiste en trabajar lo mejor posible, sin regatear esfuerzos, para intentar ganar la guerra. No estamos aqu� para facilitar la preponderancia de ninguna organizaci�n". Por �ltimo, Mera dej� bien claro que aceptaba el mando militar s�lo de manera coyuntural: "me hice la promesa de no dejarme arrastrar por la vanidad y continuar siendo lo que antes del 18 de julio: militante de la CNT y alba�il de profesi�n". Y esta �ltima frase fue prof�tica, pues tras las penalidad sufridas tanto en la guerra como en el exilio y la c�rcel, Mera volvi� a coger la paleta de alba�il sin ning�n reparo.
Una vez militarizados, es llamado para la defensa de Guadalajara. El Cuerpo de Tropas Voluntarias (CTV) de los fascistas italianos concibi� un plan de ataque para romper las l�neas republicanas en Guadalajara, tomar Alcal� de Henares y llegar triunfantes a Madrid. Pero Cipriano Mera demostr� sus dotes organizativas y sobre todo su instinto para la lucha. El CTV fue derrotado, se libera Brihuega (donde las matanzas d�as antes hab�an sido escalofriantes) y Guadalajara permanece en zona republicana. Para Mera no fue estrictamente una batalla, pero su planteamiento de la misma es capital para que el CTV no lograrara sus objetivos. La desbandada italiana, junto a la toma de Teruel, ser� una de las grandes victorias del antifascismo internacional. El cuartel de Mera queda definitivamente asentado en Guadalajara, si bien no lo hace en la capital para que no sufra m�s bombardeos.
Poco despu�s es llamado a Brunete, donde no s�lo los comunistas de L�ster le quieren enga�ar, sino que es objeto de un atentado de dudosa procedencia. L�ster quer�a hacer ver a Mera que Brunete estaba en zona republicana. Pero Mera se percata de que est� en manos de los sublevados. El plan de L�ster era hacer creer que la p�rdida de Brunete hab�a sido por culpa de la 14 Divisi�n de Mera. Aunque se emprendi� una ofensiva sobre Brunete, no se consigui� que pasara a manos republicanas.
Mera conoce a todos los pol�ticos de la �poca. Indalecio Prieto, l�der moderado del PSOE, queda impresionado por las habilidades de Mera. Poco despu�s el anarquista madrile�o es ascendido a jefe del IV Cuerpo de Ej�rcito. Sus avales eran la victoria en Guadalajara y el propio general Miaja, que ve�a en Mera un baluarte de defensa del centro de Espa�a. El cuartel general del IV Cuerpo de Ej�rcito se establece en Alcohete (Guadalajara) y tiene un destacado papel en maniobras de distracci�n al enemigo fascista para que se pudiera llevar a efecto la toma de Teruel.
El a�o 1939 fue crucial para el desenlace definitivo de la guerra. Ca�da Catalu�a en febrero de ese a�o, pr�cticamente los efectivos m�s importantes de la Rep�blica estaban perdidos, tanto humanos como materiales. Cipriano Mera es consciente de ello. Se produce otro hito importante en la vida de Mera, su apoyo a la Junta Nacional de Defensa que promueve Segismundo Casado, jefe del Ej�rcito del Centro en sustituci�n de Miaja. El gobierno de Negr�n hab�a quedado pr�cticamente desarticulado, era un t�tere el manos de los comunistas. Todos los intentos de hablar con Negr�n son in�tiles, pues hace promesas que �l mismo sabe que no va a poder cumplir. En marzo de 1939 queda constituido el Consejo y, como previ� Mera, vino parejo a una sublevaci�n comunista, que finalmente se pudo frenar. Las unidades de reserva que el IV Cuerpo de Mera ten�a son movilizadas para aplacar el golpe instrumentado por el PCE. Aun con todo algunas actitudes de Casado no son bien recibidas por Mera.
Llegados a finales de marzo se ordena al IV Cuerpo de Ej�rcito que comience el repliegue y promueva el exilio. El terrible final de la derrota de la guerra se aproximaba. Mera es el �ltimo que abandona su puesto. Parte hacia Levante para poder tomar un avi�n que le lleve a Or�n. La despedida de su familia es de lo m�s dolorosa. Comienza una nueva etapa en la vida de Mera. Deja los galones de militar para no cogerlos m�s, demostrando que su decisi�n fue coyuntural. Ahora toca otro tipo de lucha.
Por el contrario de lo que pudiera parecer, al llegar a Mataganem son desarmados y detenidos. El trato que los exiliados espa�oles recibieron de las autoridades francesas fue vejatorio, m�s teniendo en cuenta que numerosos campos de concentraci�n se extendieron por su territorio y que el posterior r�gimen de Vichy del mariscal Petain colabor� con los nazis mandando a miles de espa�oles a los campos de exterminio. Mera no corri� esa suerte pero sus penalidades no acabaron.
Una vez detenidos una de las tareas que emprendieron fue la reorganizaci�n de la CNT y de la FAI en esos campos de concentraci�n y en el presidio. Las relaciones con republicanos y socialistas fueron fluidas. No se puede decir lo mismo de los comunistas que incluso en esas circunstancias intentaban imponer sus definiciones y consegu�an tratos de favor con las autoridades carcelarias. A Mera no le perdonaban que hubiese apoyado a Casado en la Junta Nacional de Defensa. Mera siempre supo defenderse y estuvo a la altura de las circunstancias.
Desde los primeros momentos, Mera mantuvo correspondencia con miembros de la CNT y tambi�n de otras organizaciones. Las m�s fluidas fueron con Mariano Rodr�guez V�zquez, quedando interrumpidas por la tr�gica muerte de este �ltimo. Una m�xima de Mera fue que deb�an de actuar ahora para la defensa de los refugiados y luchar por la reorganizaci�n de las asociaciones a las que pertenec�an. Las cuestiones de la guerra y los fallos que se pudieran cometer en la contienda es algo que se deber�a analizar una vez que la dictadura de Franco cayera y se discutiera entre espa�oles en Espa�a. Igualmente combati� las teor�as reformistas que insist�an en hacer de la CNT un partido pol�tico al uso y vivi� con tristeza c�mo destacados compa�eros como Vivancos, Jover o Dom�nech estaban en esa l�nea de actuaci�n.
Aunque tuvo contactos con el SERE (Servicio de Evacuaci�n de los Refugiados Espa�oles) no era de su agrado porque estaba en manos de Juan Negr�n y muy controlado por los comunistas. Su actividad se volc� en colaborar con la JARE (Junta de Ayuda a los Refugiados Espa�oles) que estaba en manos de Indalecio Prieto y donde los anarquistas ten�an m�s influencia.
Mera estuvo en Camp Morand, de donde se fug� y alcanz� Casablanca (no sin pasar m�s de una peripecia). All� fue ayudado por anarquistas espa�oles y portugueses. Y es en Casablanca donde conoce a la JARE con la que tendr� tambi�n alg�n encontronazo. Se le ayuda a regularizar su situaci�n y trabaja primero como encofrador y luego como alba�il (vuelve a coger la paleta de alba�il como dijo en la guerra).
La situaci�n para los refugiados se puso dif�cil por la hostilidad de las autoridades francesas presionadas por los nazis. Cipriano Mera es detenido y juzgado, con una orden de extradici�n a Espa�a. Todos los intentos por salvarlo fueron in�tiles y definitivamente fue entregado a las autoridades franquistas.
Llegado a Espa�a, entra en contacto con algunos anarquista (muchos miembros de la Juventudes Libertarias). Pasa por las c�rceles de Linares, Carabanchel y Porlier, todas abarrotadas de presos antifranquistas. Se le forma un Consejo de Guerra donde se le acusa de pillajes y asesinatos indiscriminados. Para Mera era normal que las autoridades del franquismo, vac�as de escr�pulos y que hab�an llevado el crimen como bandera, actuaran esta manera. Se le condena a muerte. Era el a�o 1941. Antes le hab�a dicho a su hijo: "M�s o menos como a m�, sin ning�n cargo justificado, han estado fusilando hasta ahora por carros y no hay motivo para esperar el menor cambio de proceder. Ser� una injusticia m�s y tendr�s que tomar constancia de ella y sobreponerte al dolor. Deber�s ayudar a tu madre y mirar el futuro sin odio, porque �ste no conduce a ninguna parte. Tu padre, que es, como sabes, victima del odio por haber consagrado su existencia al establecimiento de la fraternidad universal, te recomienda por y sobre todo no odies a tus semejantes".
Mera nunca pidi� el indulto, porque no quer�a nada de sus verdugos. Se le conmut� la pena de muerte por cadena perpetua. En la c�rcel, algunos falangistas presos quisieron conocer a Mera, pero �ste les cort� en seco diciendo que entre falagistas y libertarios hab�a un r�o de sangre. Por lo tanto nada de uniones contra natura.
Mera fue puesto en libertad. Estuvo en algunas reuniones conspirativas, algunas del propio ej�rcito, de las que Mera desconfi�. En 1947 la CNT le hace el encargo de pasar a Francia e intentar acercar posturas entre la CNT del interior y la del exterior. Se instal� en Francia y vivi� de su trabajo, primero en Toulouse y luego en Par�s, junto a su compa�era. Trabaj� en el oficio de alba�il hasta los 72 a�os. Nunca quiso ayuda por haber sido militar. Vivi� humildemente y nunca perdi� contacto de su militancia sindical y anarquista. Asisti� al importante congreso de Limoges de 1963.
Su casa fue un desfile de historiadores y periodistas. Se cre� una aureola de h�roe sobre Mera, que �l mismo se encarg� de desmitificar. Ya muy anciano, en la primavera de 1975, es llevado a un hospital por dolencias pulmonares. En la madrugada del 24 al 25 de octubre de 1975 fallece en Par�s. Su entierro fue una manifestaci�n de la que los medios de comunicaci�n poco dijeron.
As� acababa la vida de un luchador anarquista. Tan s�lo unos d�as no pudo ver el fin del verdugo de Espa�a, la muerte de Franco. Quiz� hubiese sido una peque�a satisfacci�n para alguien que con tanto empe�o luch� por la libertad.
 
 

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