Auschwitz Hoy
José Steinsleger
Los emotivos y recurrentes escritos acerca de Auschwitz ganarían en
honestidad si a más de recordar el horror, advirtiesen que los factores
ideológicos, económicos y sociales que condujeron a la "solución final" (y no
dije "Holocausto"), continúan vigentes.
Hollywood ha convertido todo lo relativo al nazismo en categoría interpretativa:
el "mal" como ausencia de "bien". Emmanuel Kant (1724-1804) creía en esta
dualidad. Su concepción de "hombre", era la de un ser capaz de darse reglas para
conocer (razón pura) y actuar (razón práctica).
Sin embargo, en el ensayo "Del mal" (FCE, 1994), Denis Rosenfeld sostiene que el
mal es originario y fundante. Por tanto, no habría mal en abstracto, ni
fundamento serio para hablar de "banalidad del mal", archicitada expresión de
Hannah Arendt.
Si la historia debe servir para actualizar el pasado, hay que sospechar de las
voces que dicen "recordad Auschwitz", omitiendo que sus técnicas de exterminio
palpitan en distintas fronteras de la condición humana.
Los tasadores del sufrimiento responden: "No es igual". En consecuencia, ciertas
interpretaciones de la "solución final", siguen adornando los moños filosóficos
de quienes políticamente han renunciado a escrutar los padecimientos y verdades
de Auschwitz hoy.
Auschwitz no fue "inconcebible", ni consecuencia de los"monstruos creados por
los sueños de la razón nihilista y patriótica", el "nacionalismo étnico" o el
nacionalismo a secas. Auschwitz es la estación terminal del liberalismo
económico y del racionalismo filosófico trascendental: eficiencia tecnocrática,
flexibilidad laboral, "selección natural", pragmatismo amoral, alienación
salvaje.
En julio de 1944, al enterarse del fracaso del compló de los generales que
pretendían matar a Hitler, el aristócrata prusiano Friedrich Percyval
Reck-Malleczewen (1884-1945), escribió en su diario: "Un poquito tarde,
caballeros. Fabricásteis al monstruo y le dísteis todo lo que quería cuando las
cosas iban bien".
"El imperio cayó, los ricos quedaron", fue el sugestivo título de un libro de
coyuntura de la época, escrito por Bernt Engelmann. En menos de diez años, la
mano de obra barata de millones de turcos y yugoslavos contribuyó al "milagro"
económico alemán. El "milagro" de los "pequeños verdugos y tiranos de siempre",
el "milagro" de los que se escondían "...detrás de las románticas ventanas y
paredes entramadas de las idílicas ciudades alemanas" (Thomas Mann).
En cada aniversario de Auschwitz, los gobiernos de la Unión Europea se rasgan
las vestiduras, siendo incapaces condenar a Israel y Estados Unidos, o hacer
algo por los niños calcinados y gaseados de Irak, Afganistán y Palestina.
Paul Nizan (1905-40) los desnuda en "Los perros guardianes": "El pensamiento
burgués y la filosofía burguesa, inquietos ante los problemas concretos están
pues condenados a evitarlos, afirmando al mismo tiempo que son capaces de
resolverlos, porque es necesario que inspiren confianza".
El "mal" de la modernidad proviene de las consideraciones neoplatónicas volcadas
por discípulos de Kant como Johann G. Fichte (1762-1814) y panteístas como
Friedrich W. Schelling (1775-1854), quien elevó la identidad del Yo como
identidad absoluta del mundo, fuentes del pangermanismo y el pragmatismo
estadunidense (Sistema del idealismo trascendental, 1800).
En el siglo XIX, Carlos Marx y Federico Nietzsche y en el siglo pasado Sigmund
Freud, Michel Foucault y Gilles Deleuze, asestaron duros golpes al discurso
especulativo de los intereses, "valores" e inconsciente de la metafísica
occidental. Estos pensadores no se plantearon el cómodo problema del "origen":
preguntaron en nombre de quién y por qué habla la ideología (y por qué al mismo
tiempo se calla), sin rechazar los problemas políticos insertos en la necesidad
de romper criticando.
Luego de entrevistar a varios funcionarios de los campos para la película "El
proceso" (1984, representación del llamado "procedimiento Majdanek"), el
cineasta alemán Eberhard Fechner dice: "lo más espantoso es que los asesinos son
totalmente normales y no monstruos...". Concluye: "soy de la opinión de que esa
gente cometió crímenes tan horrendos por motivos enteramente bajos, mezquinos,
personales, y movidos por el provecho personal...".
Hace ya algunos años, en un minúsculo departamento de Buenos Aires, conocí a una
mujer sobreviviente de Treblinka. Mi juventud, asfixiada de interrogantes y
escepticismo barato, contrastaba con su rostro sereno y fluyente de alegría.
Preguntó: "¿Has leído a Heine?". Y de memoria, recitó unos versos del poeta que
en "Alemania: un cuento de invierno" (1844), profetizó la "solución final": "Un
puesto queda vacante. Las heridas se abren/ si uno ha caído, los días siguen
avanzando/ Pero yo caigo sin ser vencido/ y no se han roto mis armas/ Solo mi
corazón queda partido". (FIN)