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7 de mayo del 2002

¿Quién financia al estado de Israel?

James Petras
Traducido para Rebelión por L.B

A la vista del desafío que plantea Israel a la opinión pública internacional y de su negativa a permitir que ninguna organización humanitaria internacional examinar las consecuencias de su criminal destrucción de ciudades y campamentos de refugiados en los Territorios Ocupados, ¿quién está financiando al Estado de Israel y por qué razón esa financiación continúa sin suscitar el oprobio del mundo?
Los intentos de la ONU por investigar la destrucción israelí de Jenin han provocado la hostilidad de toda la clase política israelí. Shimon Peres (el autodenominado laborista moderado que forma parte del Gobierno de Ariel Sharon) acusó de perpetrar un "libelo de sangre" a los más de 170 países miembros de la ONU, incluyendo presumiblemente en la acusación a los Estados Unidos, que votaron a favor de la resolución a favor de la creación de una comisión investigadora.
La cuestión de quién financia al Estado de Israel es crucial, ya que Israel, en la forma como lo conocemos hoy, sería un Estado inviable sin la contribución masiva del apoyo exterior. Billones de dólares recaudados por instituciones judías y no judías son canalizados para el mantenimiento de la maquinaria de guerra israelí, de su política de generosos subsidios que actúan como señuelo para atraer a los judíos que se establecen tanto en Israel como en las colonias judías de los territorios ocupados, y del elevado nivel de vida de los ciudadanos judíos de Israel. Sin ayuda exterior la economía de Israel exigiría severos recortes que implicarían un deterioro del nivel de vida y de las condiciones laborales y que provocarían con toda seguridad el éxodo de la mayoría de los profesionales israelíes, de los empresarios y de los inmigrantes recién llegados; el presupuesto militar israelí sufriría recortes e Israel se vería obligado a reducir sus intervenciones militares en los países árabes y en los territorios ocupados. Israel dejaría de ser un Estado rentista que vive a expensas de los subsidios que recibe del exterior y se vería obligado a dedicarse a la actividad productiva, es decir, a regresar a la agricultura, la manufactura y los servicios, pero sin las ventajas que ahora obtiene de la explotación de sirvientas asiáticas mal remuneradas, de trabajadores agrícolas importados de los países de Europa del Este y de trabajadores palestinos de la construcción.
Europa continúa privilegiando la importación de productos y servicios financieros israelíes a pesar de los ataques frontales y malintencionados que está sufriendo por parte de los líderes de los dos partidos presentes en el Gobierno de Sharon. Prominentes organizaciones judías de Francia e Inglaterra vinculadas a los dos partidos israelíes mayoritarios han abortado cualquier tentativa de utilizar la baza comercial para ejercer presión sobre Israel y forzarle a aceptar la mediación de la Unión Europea o de las Naciones Unidas. Sin embargo, los lazos comerciales y financieros que unen a Europa con Israel no constituyen el pilar principal sobre el que descansa la maquinaria bélica israelí. La base principal de apoyo financiero a largo plazo y a gran escala a Israel hay que buscarla en instituciones públicas y privadas de los Estados Unidos.
En los Estados Unidos existen fundamentalmente cuatro bases de apoyo financiero, ideológico y político a la economía rentista israelí:
1. Acaudalados contribuyentes judíos y poderosas organizaciones dedicadas a recaudar fondos para Israel.
El Gobierno de los Estados Unidos, tanto el Congreso como la Presidencia.
Los medios de comunicación, en especial el New York Times, Hollywood y las principales cadenas de televisión.
Dirigentes sindicales y directores de fondos de pensiones.
La actuación de estas cuatro configuraciones institucionales se superpone de forma sustancial. Por ejemplo, los activistas judíos del lobby israelí trabajan en estrecha colaboración con los líderes del Congreso para asegurar la ayuda militar a largo plazo y gran escala de Estados Unidos a Israel. La mayoría de los medios de comunicación de masas y unos cuantos sindicatos actúan bajo la influencia de partidarios incondicionales de la maquinaria bélica israelí y de su economía rentista. Judíos pro israelíes se hallan representados de forma desproporcionada en el mundo financiero, político, profesional, académico, inmobiliario, en el sector de los seguros y en los medios de comunicación de masas. Aunque los judíos constituyen una minoría en cada uno de esos sectores, disfrutan de un poder e influencia desproporcionados porque están organizados, son activos y concentran toda su labor en una única cuestión: la política de los Estados Unidos en el Oriente Medio, y, de forma específica, en garantizar el apoyo militar, político y financiero masivo, incondicional e ininterrumpido de los Estados Unidos a Israel. Maniobrando desde sus puestos estratégicos en la estructura del poder, son capaces de influir en la política y censurar la circulación de cualquier voz disidente en los medios de comunicación y en el sistema político.
En la esfera política, políticos pro israelíes y poderosas organizaciones judías han unido sus fuerzas con cristianos fundamentalistas de extrema derecha partidarios de Israel y con poderosos líderes políticos vinculados al complejo militar-industrial como el Secretario de Defensa Rumsfeld y el vicepresidente Cheney.
El apoyo incondicional de Israel a la Guerra Fría de Washington y a la ulterior ofensiva militar antiterrorista ha reforzado los lazos ideológicos y militares entre los líderes estadounidenses derechistas, los políticos pro israelíes y los líderes de las principales organizaciones judías. La política del nuevo imperialismo norteamericano concuerda a la perfección con la política de conquista y destrucción de los territorios ocupados desarrollada por el tándem Sharon-Peres. No resulta sorprendente que dos de los principales defensores en el Pentágono de la doctrina de guerra permanente que prevalece en Washington y de la agresión israelí sean Paul Wolfowitz y Richard Perle, dos acérrimos partidarios de organizaciones judías de extrema derecha.
Los medios de comunicación de masas de los Estados Unidos, y en particular el "respetable" New York Times, se han puesto a la cabeza del esfuerzo propagandístico destinado a presentar ante la opinión pública la conquista y destrucción israelí de los territorios ocupados como una acción "defensiva" y una "guerra antiterrorista". Ni una sola voz o editorial del New York Times se ha alzado para denunciar las masacres de civiles palestinos y la destrucción por parte de Israel de lugares de incalculable valor histórico y religioso de una antigüedad superior a los 2000 años. Mientras que la maquinaria bélica israelí destruye antiguos monasterios y una porción de la herencia cultural del mundo, los medios de comunicación pro israelíes de los Estados Unidos concentran sus atención en los escándalos protagonizados por el clero católico. El resultado es el silenciamiento de las protestas de la Iglesia contra el bombardeo israelí de la Basílica de la Natividad y contra el asesinato de las personas allí refugiadas.
Las opulentas y eficientes organizaciones judías, los complacientes representantes del Congreso y las organizaciones fundamentalistas de extrema derecha no son sin embargo las únicas fuentes de financiación con que cuenta Israel. Los contribuyentes norteamericanos han venido sufragando la maquinaria militar israelí durante 35 años a razón de 3 billones de dólares por año concedidos en concepto de ayuda directa (más de 100 billones en total, y la cuenta sigue). Los afiliados de base de los sindicatos se sorprenderían al saber que sus fondos de pensiones han sido invertidos en la compra de bonos israelíes que ofrecen intereses inferiores a los normales y presentan riesgos más elevados. A pesar del bajo atractivo financiero de los bonos israelíes, algunos de los principales sindicatos norteamericanos, fondos de pensiones de trabajadores y principales corporaciones multinacionales han prestado colectivamente billones de dólares al régimen israelí. En todos los casos, la decisión de adquirir bonos de un Gobierno extranjero es adoptada por los dirigentes sindicales y por los gestores empresariales de los fondos sin consultar a los afiliados ni a los accionistas.
Cuando preguntaron a Nathan Zirkin, director financiero del Sindicato de Detallistas, Mayoristas y Grandes Almacenes, si su sindicato pensaba continuar adquiriendo bonos israelíes a pesar de que Israel se dedica a reprimir y arrestar a sindicalistas palestinos, respondió lo siguiente: "Sin ninguna duda. Los palestinos no tenían un duro hasta que llegó Israel". Los ingresos procedentes de la venta de los bonos son empleados para financiar asentamientos judíos en Cisjordania y Gaza. El grueso del resto de los ingresos generados por los bonos se transfiere al presupuesto ordinario israelí para costear los gastos militares y los servicios de inteligencia.
Muchos de los sindicatos que compran bonos israelíes están controlados por la Mafia o se hallan bajo su influencia. El sindicato de camioneros es el mayor comprador de bonos israelíes; también es el sindicato con mayor número de altos cargos incursos en causas penales por mantenimiento de vínculos con la Mafia, por uso ilícito de fondos sindicales y por robo masivo de fondos de pensiones de los afiliados al sindicato. En este caso, los sindicalistas mafiosos compraban a los medios de comunicación de masas propaganda favorable y apoyo para las "respetables" organizaciones judías a través de la adquisición de bonos israelíes.
Los fondos de pensiones de los sindicatos han sido utilizados también por sindicalistas burócratas para adquirir bonos israelíes. El caso más sangrante es el del antiguo Sindicato de Trabajadores de la Confección Femenina, actualmente denominado UNITE, un sindicato cuyos afiliados son en un 95% trabajadores negros, hispanos y chinos con ingresos inferiores al salario mínimo. La directiva y plantilla de UNITE está formada en su inmensa mayoría por judíos con ingresos que oscilan entre los 100.000 y los 350.000 dólares anuales, más dietas. Al canalizar más de 25 millones de dólares de los fondos de pensiones de ese sindicato hacia Israel se despoja a los trabajadores estadounidenses afiliados a ese sindicato de la posibilidad de acceder a préstamos de vivienda, a servicios sociales, a defensa legal, etc. Claramente, los líderes sindicales judíos están en mayor sintonía con el Estado de Israel y con la opresión que éste ejerce contra los trabajadores palestinos que con sus propios y mal organizados trabajadores, víctimas de algunas de las peores condiciones de trabajo de los Estados Unidos.
Los promotores de bonos israelíes, ayudados por dirigentes sindicales corruptos vinculados a la Mafia, han vendido bonos israelíes por valor de cientos de millones de dólares a 1.500 organizaciones sindicales con unos tipos de interés inferiores a los de otros títulos y mucho menores de los que cualquier inversor esperaría razonablemente de préstamos realizados a un Gobierno extranjero tan problemático desde el punto e vista económico como es Israel.
Tres factores explican que los dirigentes sindicales estadounidenses canalicen los fondos de pensiones de sus afiliados y sus cuotas sindicales hacia la compra de bonos israelíes: 1) la protección política y respetabilidad que obtienen al verse asociados con Israel y sus lobbystas -esto es especialmente importante en el caso de funcionarios corruptos con vínculos mafiosos; 2) los lazos ideológicos y étnicos existentes entre los dirigentes sindicales judíos e Israel, y, 3) la posibilidad de utilizar la compra de los bonos israelíes como método para lavar el dinero obtenido ilegalmente por algunos dirigentes sindicales. La principal organización dedicada a la venta de bonos israelíes se las arregló para llegar a un acuerdo con las autoridades estadounidenses y resolver "fuera del tribunal" una demanda por lavado de dinero presentada contra ella a instancias de la Comisión Estadounidense de Bolsa y Valores.


Cómplices de genocidio


En abril del 2002, 100.000 personas, en su mayoría fundamentalistas judíos y cristianos, realizaron una marcha de apoyo al régimen de Sharon justo en el momento en el que tenía lugar el asedio de Jenin. En Israel, dos de cada tres israelíes (65%) encuestados a finales de abril del 2002 apoyaban a Sharon y casi un 90% daban crédito a la propaganda del régimen según la cual la comisión de la ONU para investigar la devastación de los Territorios Ocupados "no será justa con Israel". El público israelí, los dirigentes sindicales estadounidenses y las élites políticas y financieras que financian a Sharon son cómplices de los crímenes perpetrados por Israel contra el pueblo palestino. Obviamente, la cada vez más reducida minoría de judíos en Israel que se opone a la maquinaria militar israelí tiene poca o nula influencia sobre la política del país, sobre los medios de comunicación y prácticamente ninguna capacidad para recaudar fondos del exterior.
Los acaudalados y poderosos judíos del extranjero gravitan en torno a la órbita de Sharon. Siete de entre los ocho oligarcas billonarios de la Mafia rusa han realizado generosas contribuciones al Estado de Israel y mantienen excelentes relaciones con Sharon y con Shimon Peres, con quienes comparten idéntico desdén por los militares reservistas disidentes.


Conclusión


Debido en primer lugar al enorme e incondicional apoyo militar y financiero que recibe por parte de influyentes judíos de los Estados Unidos, de fundamentalistas cristianos, del complejo militar-industrial, de los extremistas del Pentágono y de corruptos sindicalistas estadounidenses, Israel puede permitirse el lujo de desafiar a la opinión pública mundial, difamar a las organizaciones humanitarias y a líderes defensores de los derechos humanos y proseguir con todo desparpajo con su política genocida. Los líderes israelíes conocen a "su gente": saben que cuentan con partidarios incondicionales que ya han sido puestos a prueba. Saben que sus banqueros, profesionales y fundamentalistas van a apoyarles hasta que acaben de asesinar al último palestino. La marcha de los 100.000 realizada en Washington en mitad de la masacre de Jenin es la prueba de ello.

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