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Luis Mattini
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La gravedad del hecho de demonizar la historia
Por Luis Mattini
Es interesante cómo los argentinos solemos dar la nota por ocurrentes y creativos. Ahora hemos inventado el concepto, según el cual, para que haya una guerra tiene que haber dos demonios. Al gran teórico de la guerra, Clausewitz, quien definió a la guerra como la prolongación de la política por otros medios, lo dejamos muy mal parado y seguramente sus textos deberán ser retirados de la bibliografía sobre el tema.
De todos modos, mal mirado el asunto, si vemos la Segunda Guerra Mundial, eso podría entenderse así, como una guerra entre demonios, porque como decía Luis Franco, la limitación del tribunal de Nuremberg fue no mandar a la horca a los cuatro criminales, además de Hitler: a Roosevelt, Churchil y Stalin. Si seguimos mirando mal y vemos detenidamente el Tratado de Versalles, podemos decir lo mismo de la Primera Guerra Mundial
Pero, bien mirado el asunto, si hablamos de nuestras guerras de independencia o de la guerra de Vietnam no se puede decir que es una cosa de dos demonios. No le veo cara de demonio a San Martin, Belgrano o el General Giap. O sea que el viejo concepto de que hay guerras injustas y guerras justas sigue vigente.
Todo esto viene a cuento porque parece ser que si se afirma que en Argentina de los setentas hubo una guerra, aún si somos más prudentes en el uso de categorías y decimos que fue el inicio de una guerra civil, incluso si tratamos de ser más cuidadosos aún y reconocemos que hubo enfrentamientos bélicos que no llegaron a adquirir la magnitud de guerra, pero eran dos bandos armados ( y en todo caso no fue mayor porque nos derrotaron antes) si se sostiene eso, digo, parecería que confirmáramos la conocida teoría de los dos demonios, teoría que, por otra parte, no fue inventada por los militares, sino por civiles de reconocida vocación republicana y gustito por las boinas blancas.
La otra falsedad que surge de esta obstinada negación es pretender que si se admite que hubo guerra, entonces está justificado el matar prisioneros, la tortura, el secuestro y la desaparición de personas, el robo de niños, y todos esos crímenes de guerra o delitos de lesa humanidad por los cuales deberían ser juzgados los militares del Proceso, además de los que deban ser juzgado con el código penal por violación de la Constitución Nacional usurpación del Estado y delitos ligados esa administración y por desatar una ilegal y criminal represión a los activistas sociales y políticos.
Ese reformista discurso de un republicanismo botarate, en el fondo intenta borrar la activa y consciente acción bélica de nosotros, los que nos propusimos hacer una revolución, los civiles que nos organizamos como fuerzas militares, con estructuras acordes a esa necesidad, capturando sistemáticamente armamentos de guerra pertenecientes al propio ejército que combatíamos, reglamentos de combate, escuelas de formación, entrenamientos, cuerpos de oficiales, rigurosa disciplina y todos los etc; ese discurso, digo, además de falsear la historia, busca diluir semejante enfrentamiento de la lucha de clases de Argentina a la simple acción de victimarios sobre pobres víctimas.
Y es sabido que cuando aparece la categoría víctima se congela el pensamiento; desaparece toda forma de razonar y de entender. Por eso hoy la idea de justicia quedó reducida a recordar y aliviar a las víctimas y condenar a los victimarios. Todas las energías se gastan en lograr adjetivos que no explican nada: represores, asesinos, genocidas, malditos, herejes, malparidos, sádicos, en fin, además se desmerece el lenguaje pues se equivale la palabra asesino con genocida. Pero, insisto, sin perjuicio de lo correcto o incorrecto de esos epítetos, no explican nada. Decir "dictadura genocida" es no decir nada. Al menos recojamos la precisión conceptual de los grandes de la III y la IV Internacional cuando definieron al fascismo y al nazismo. "La dictadura terrorista del gran capital financiero amenazado por la revolución proletaria" Toda una explicación en cuatro sustantivos con un solo adjetivo para definir al nazismo. En cambio entre nosotros a ese palabrerío fatuo, concierto de adjetivos, quedaron reducidos los ideales por los que los setentistas dieron su vida.
Y por supuesto que estamos de acuerdo en defender a las víctimas y condenar a los victimarios. De eso no cabe la menor duda y lo hacemos a cada momento.
Pero ocurre que nosotros, ni los muertos ni los sobrevivientes, nunca nos hemos considerado víctimas. Repito, nosotros, que también sufrimos cárceles, torturas, exilios, desaparición de hermanos, porque fuimos los que participamos activa y conscientemente en un movimiento que se proponía tomar el poder y transformar de raíz el país, nunca nos consideramos víctimas. Para ser víctima hay que ser objeto. Nosotros fuimos sujetos, no objetos, militantes combatientes que optamos sabiendo los riesgos, nunca víctimas inocentes.
Por eso es que nosotros consideramos que no es pertinente juzgar al agente de policía que se resistió a ser desarmado por nuestros guerrilleros o al combatiente del ejército que nos enfrentó en combate abierto. Se debe juzgar a las fuerzas represivas por represión ilegal a la población, por ejemplo a la represión al Cordobazo y todos esos azos, y claro que para ello basta y sobra el código penal. Pero en el enfrentamiento con la guerrilla, no se puede juzgar el combate, se deben juzgar los casos de crímenes de guerra, y para ello el código penal es absurdo, se debe usar la legislación punitiva elaborada por convenciones internacionales. El código penal no sirve para eso, por algo Nuremberg debió juzgar y legislar al mismo tiempo.
La población, sobre todo las nuevas generaciones, debe saber cuáles eran nuestros objetivos y qué pensábamos hacer de ganar lo que llamamos "guerra", porque de lo contrario, en esa ignorancia, aparece la explicación vulgar de la acción de demonios. La primera: dos demonios. Un grupo de jóvenes endemoniados que les agarró un berrinche, se alzó en armas y fue reprimido por militares también endemoniados. La segunda, la que está de moda hoy con el permiso de un gobierno mucho más astuto que los republicanos: un grupo de jóvenes inocentes se juntaron para organizar tímidos derechos estudiantiles y fueron masacrados por unos demonios militares que estaban escondidos en los cuarteles sedientos de sangre.
Pues, no señores, nosotros no jugábamos con lápices de colores, nosotros teníamos la intención de tomar el poder para construir una sociedad socialista destruyendo el Estado burgués y propiciando la disolución de todo Estado. Podemos decir sí, que en nuestro idealismo juvenil creíamos posible, intentamos, hacer una guerra "limpia", inspirados en la ética del Che. Si triunfábamos pensábamos organizar tribunales, juzgar y castigar a los criminales, civiles y militares. Sin embargo, al resto de la tropa, ya derrotada y desarmada, los hubiéramos licenciado y enviados a la vida civil, porque en nuestro proyecto estaba la disolución de la Fuerzas Armadas. Precisamente porque nunca pensamos que como cuerpo eran demonios que había que matar, sino un cuerpo compuesto de seres humanos cuya función es defender el poder, que había que desarmar y disolver. Para nosotros siempre fue claro que, como lo demostró Sartre respecto a los nazis, los criminales no eran demonios, desgraciadamente eran – y son - humanos, racionales y conscientes. Por lo tanto, una vez vencidos y desarmados, pasaban a ser prisioneros a juzgar, los que resultaren libres de culpa criminal, cada uno por su lado, deberían buscar otra profesión. No necesito aclarar aquí que la idea de venganza ni se nos cruzaba por la cabeza. Buscábamos lo que entendíamos por justicia. Este no es detalle menor porque parece ser que hoy, la Justicia que se pide es la que está legislada en el Sistema Judicial del país. Hoy vivimos el absurdo de pedirle a Estado que juzgue sus propios crímenes.
Pero volviendo al problema de demonizar la historia es que impide la comprensión. Las Fuerzas Armadas y de Seguridad son cuerpos tan racionales como los demás departamentos del Estado incluyendo la Educación (perdón por ser molesto, pero no se olvide que la escuela pública tiene la misma estructura jerárquica que la militar y por algo su fundador fue el mismo hombre que bregó por la institucionalización de la Marina de Guerra y los diversos cuerpos armados) destinados a la defensa de la Nación , pero sobre todo a sostener el poder. La crudeza y la brutalidad y las acciones criminales no surgen de su carácter de demonios sino de la necesidad de la muy humana mezquindad de defender hasta las últimas consecuencias el poder de los privilegiados. El poder no suele reprimir en balde o por placer, siempre lo hace por defenderse de la rebeldía, incluso a veces las medidas son preventivas. Por eso Santucho calificó al golpe de Estado de 1966 como "golpe preventivo".
Es cierto es que en la historia reciente de nuestro país, el poder aprovechó la excusa de la existencia de una guerrilla (que, la verdad, lo amenazó en serio), para reprimir también y con saña las protestas propias de la lucha de clases, es decir a todo un activismo obrero, estudiantil o barrial que, claro está, no se propuso hacer una guerra. Esa acción debe ser juzgada con toda la severidad que se merece y con todo el peso de la ley, para hablar en términos de estado de derecho que tanto gustan hoy. Pero que los militares – y los civiles – hayan aprovechado esa circunstancia, no es prueba de que la guerrilla no existió, que fue un invento de los militares.
Cabe entonces preguntarse ¿Cuánto de amenaza real al poder fue el movimiento guerrillero? Es decir ¿En cuánto estuvo en peligro el poder? ¿Exageraron la amenaza? ¿Existió realmente la llamada guerrilla? ¿Habrá sido Santucho un mito? ¿Existió la Companía de Monte Ramón Rosa Jiménez? ¿No será todo eso un invento de los milicos para justificar el asalto al poder? ¿Será que las operaciones armadas de la guerrilla que recaudaron fondos por millones de dólares, en abierta violación al código penal, se hicieron para el buen vivir de los guerrilleros? ¿De qué clase de guerra civil hablan estos guerrilleros si la mayoría de los dirigentes de la izquierda, digamos tradicional, esto es PC , PS, PST, MAS, etc, y no se exiliaron. En el caso de los dirigentes del Partido Comunista, siguieron en los locales cerrados, pero no requisados, desarrollando la teoría de cuidar la dictablanda de Videla para cerrarle el paso al pinochetismo? ¿Es posible que en este país que se ubica en este continente de marcado macartismo el Dictador Videla no fuera anticomunista?
¿Las tomas de cuarteles como el 141 de Córdoba, Azul, Sanidad, Villa Maria, o la batalla de Monte Chingolo fueron operaciones de prensa? Los notables comandantes del ERP como , los capitanes Molina, Mac Donald, Iruzum, Al, el comandante Ledesma, incluyendo al disidente gallego Fernádez Palmeiro, las tenientes Inés, Pola, Cristina, Juana o Marcela, sólo por nombrar algunos de los combatientes en armas más destacados, fueron bandidos o delincuentes comunes? ¿El polígono de tiro subterráneo, las fábricas de armamentos o la flota de transportes camuflados, fueron obra de mafiosos?
Estas preguntas tienen respuestas, aunque alguna sea sólo aproximada o abierta. Las respuestas pueden servir para comprender si la categoría de guerra – con todas las relativizaciones que correspondan – tiene sentido o es un delirio de comandantes nostalgiosos como el que esto acaba de escribir. En todo caso una cosa es segura y la aprendimos de Trotsky. En este presente, mientras estemos vivos protagonistas cargados de legitimas emociones y convicciones ideológicas y la historia la sigan parloteando publicitariamente los testigos que la vieron pasar de costado o, peor aún: los escribas al servicio de la reina, no llegaremos a visualizar su sentido.
Es una apasionante herencia para los verdaderos historiadores
Fuente: lafogata.org