La escritora india escribe sobre el pensador estadunidense
Arundhati Roy
El día en que Hiroshima fue bombardeada, Noam Chomsky, de 16 años, no pudo
hablar con nadie, no comprendía la reacción de los otros: "Me sentía
completamente aislado".
"Ese aislamiento produjo a uno de los más grandes y más radicales pensadores
públicos de nuestro tiempo. Cuando el sol se ponga sobre el imperio
estadunidense, como lo hará, como debe hacerlo, el trabajo de Chomsky
sobrevivirá", escribe Arundhati Roy, una de las voces más lúcidas en el
movimiento por una globalización justa
"Nunca pediré perdón por Estados Unidos
no me importa cuáles sean los hechos".
Presidente George Bush (padre).1
SENTADA EN MI HOGAR en Nueva Delhi, mientras veo un canal noticiero
estadunidense promocionarse a sí mismo ("Nosotros informamos. Tú decides"), me
imagino la divertida sonrisa chimuela de Noam Chomsky.
Todos sabemos que los regímenes autoritarios, sin importar su ideología, usan a
los medios masivos como propaganda. ¿Y los regímenes democráticamente electos
del "mundo libre"?
Hoy, gracias a Noam Chomsky y sus compañeros analistas de medios es casi
axiomático para miles, quizá millones de nosotros que en las democracias de
"libre mercado" la opinión pública se manufactura como cualquier otro producto
del mercado masivo –jabón, apagadores o pan de caja2. Sabemos que si
bien legal y constitucionalmente puede ser que la expresión sea libre, el
espacio en el cual esa libertad puede ser ejercida nos fue arrebatada y vendida
a los más altos postores. El capitalismo neoliberal no sólo trata sobre la
acumulación de capital (para algunos). También trata sobre la acumulación de
poder (para algunos), la acumulación de libertad (para algunos). A la inversa,
para el resto del mundo, para los que son excluidos del cuerpo gobernante del
neoliberalismo, se trata de la erosión del capital, la erosión del poder, la
erosión de la libertad. En el mercado "libre", la libre expresión es un bien,
como todo lo demás –la justicia, los derechos humanos, el agua potable, el aire
limpio. Está disponible sólo para aquellos a quienes les alcanza. Y,
naturalmente, aquellos que pueden pagarla, usan la libre expresión para
manufacturar el tipo de producto, confeccionar el tipo de opinión pública que
mejor convenga a sus propósitos. (Noticias que puedan usar.) El tema de buena
parte de los escritos políticos de Noam Chomsky es sobre cómo hacen esto
exactamente.
El primer ministro de Italia Silvio Berlusconi, por ejemplo, tiene acciones de
control en los principales periódicos, revistas, canales de televisión y casa
editoriales italianas. "El primer ministro controla cerca de 90% de la audiencia
televisiva", informa The Financial Times.3
Los mitos gemelos
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¿A qué precio la libre expresión? ¿Libre expresión para quién? Admitamos que
Berlusconi es un ejemplo extremo. En otras democracias –sobre todo Estados
Unidos– los barones de los medios, los poderosos grupos de cabildeo
empresariales y los funcionarios gubernamentales están imbricados de una manera
más elaborada, pero menos obvia. (Las conexiones de George Bush Jr. con
el grupo de cabildeo petrolero, con la industria de las armas y con Enron, y la
infiltración de Enron en las instituciones gubernamentales estadunidenses y los
medios masivos –todo esto ahora es de conocimiento común.)
Después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y
Washington, la descarada actuación de los medios mainstream como
portavoces del gobierno estadunidense, su muestra de patriotismo vengativo, su
disposición a publicar boletines de prensa como si fueran la noticia, y su
explícita censura de opiniones discrepantes se volvieron el blanco de un humor
bastante negro en el resto del mundo.
Luego cayó la Bolsa de Valores de Nueva York, las aerolíneas en bancarrota
apelaron al gobierno por un rescate financiero, y se habló de evadir las leyes
de patentes para poder manufacturar medicina genérica para luchar contra el
pánico del ántrax (mucho más importante y urgente, claro, que la
producción de genéricos para luchar contra el sida en Africa).4
De pronto, parecía como si los mitos gemelos de la Libre Expresión y el Libre
Mercado podrían derrumbarse junto con las Torres Gemelas del World Trade Center.
Pero, claro, eso nunca sucedió. Los mitos persisten.
Sin embargo, la cantidad de energía y dinero que el establishment vierte
en el negocio de "administrar" la opinión pública tiene su lado optimista.
Insinúa que existe un miedo muy real a la opinión pública. Insinúa la
existencia de una persistente y válida preocupación de que si la gente descubre
(y cabalmente comprende) la verdadera naturaleza de las cosas que se hacen en su
nombre podría actuar con fundamento en ese conocimiento. La gente
poderosa sabe que la gente ordinaria no siempre es reflexivamente despiadada y
egoísta. (Cuando la gente ordinaria pesa los costos y beneficios, algo parecido
a una consciencia intranquila, fácilmente podría inclinar la balanza.) Por esta
razón, debe ser protegida de la realidad, criada en un clima controlado, en una
realidad alterada, como pollos para asar o puercos en un corral.
Aquellos de nosotros que hemos logrado escapar a este destino y rascamos en el
patio trasero ya no creemos todo lo que leemos en los periódicos y vemos en la
televisión. Ponemos la oreja sobre el suelo y buscamos otras maneras de que el
mundo tenga sentido. Buscamos la historia que no se dijo, el golpe de Estado que
sólo se mencionó de pasada, el genocidio que pasó sin ser reportado, la guerra
civil en un país africano que fue publicada en una columna junto a toda una
plana publicitaria de ropa interior de encaje.
No siempre nos acordamos, y muchos ni siquiera saben, que esta manera de pensar,
esta sencilla agudeza, esta instintiva desconfianza en los medios masivos sería
cuando mucho una corazonada política y en el peor de los casos una acusación sin
fundamento si no fuera por el implacable y tenaz análisis de los medios de una
de las mentes más brillantes del mundo. Y ésta es sólo una de las maneras en las
que Noam Chomsky ha modificado radicalmente nuestra comprensión de la sociedad
en la que vivimos. ¿O debería decir, nuestra comprensión de las elaboradas
reglas del manicomio en el cual todos somos internos voluntarios?
Al referirse a los ataques del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, el
presidente George W. Bush llamó a los enemigos de Estados Unidos "enemigos de la
libertad". "Los estadunidenses preguntan por qué nos odian", dijo. "Odian
nuestras libertades, nuestra libertad religiosa, nuestra libertad de expresión,
nuestra libertad para votar y reunirnos y disentir unos con otros".5
Mandato del cielo
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Si la gente en Estados Unidos quiere una respuesta real a esa pregunta (en
contraposición a las respuestas que están en La guía para idiotas del anti-americanismo,
o sea: "Porque nos tienen envidia", "Porque odian la libertad", "Porque son unos
perdedores", "Porque nosotros somos buenos y ellos son malos") les diría, lean a
Chomsky. Lean a Chomsky acerca de las intervenciones militares estadunidenses en
Indochina, América Latina, Irak, Bosnia, la ex Yugoslavia, Afganistán y el Medio
Oriente. Si la gente ordinaria en Estados Unidos leyese a Chomsky, quizá
formularía sus preguntas de manera un poco distinta. Quizá serían: "¿Por qué no
nos odian más de lo que ya lo hacen?" o "¿No es sorprendente que el 11 de
septiembre no haya pasado antes?"
Desafortunadamente, en estos tiempos nacionalistas, palabras como "nosotros" y
"ellos" son usados a la ligera. La frontera entre los ciudadanos y el Estado es
deliberada y exitosamente borrada, no sólo por los gobiernos, sino también por
los terroristas. La lógica que subyace a los ataques terroristas, así como a las
guerras de "represalia" contra los gobiernos que "apoyan el terrorismo", es la
misma: ambas castigan a los ciudadanos por las acciones de sus gobiernos.
(Una breve digresión: me doy cuenta de que para Noam Chomsky, un ciudadano
estadunidense, criticar a su propio gobierno es más educado a que yo, una
ciudadana india, critique al gobierno estadunidense. No soy una patriota, y
estoy completamente consciente de que la venalidad, la brutalidad y la
hipocresía están plasmadas en la pesada alma de todo Estado. Pero cuando un país
deja de ser meramente un país y se convierte en un imperio, entonces la escala
de las operaciones cambia drásticamente. Así que aclaro que hablo como un
súbdito del imperio estadunidense. Hablo como una esclava que se atreve a
criticar a su rey.)
Si me pidieran elegir una de las principales contribuciones de Noam Chomsky al
mundo, escogería el hecho de que ha desenmascarado el feo, manipulador,
despiadado universo que existe detrás de la hermosa y luminosa palabra
"libertad". Ha hecho esto racional y empíricamente. Toda la evidencia que ha
ordenado para construir su caso es formidable. Es aterrorizador, de hecho. La
premisa inicial del método de Chomsky no es ideológica, pero sí es intensamente
política. Emprende el curso de su indagación con la instintiva desconfianza
hacia el poder que tiene un anarquista. Nos lleva en un tour a través de la
ciénaga del establishment estadunidense, y nos guía a través del mareador
laberinto de corredores que conecta al gobierno, al gran empresariado y al
negocio de administrar la opinión pública.
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Chomsky nos muestra cómo frases como "libre expresión", "libre mercado" y
"mundo libre" tienen poco, si es que algo, que ver con la libertad. Nos muestra
que entre la miríada de libertades que el gobierno estadunidense se adjudica a
sí mismo está la libertad para asesinar, aniquilar y dominar a otros. La
libertad para financiar y patrocinar déspotas y dictadores en el mundo. La
libertad para entrenar, armar y dar cobijo a terroristas. La libertad para
derrocar a gobiernos democráticamente electos. La libertad para amasar y usar
armas de destrucción masiva –químicas, biológicas y nucleares. La libertad para
emprender una guerra contra cualquier país con cuyo gobierno esté en desacuerdo.
Y lo más terrible de todo, la libertad para cometer estos crímenes contra la
humanidad en nombre de "la justicia", en nombre de "lo correcto", en nombre de
"la libertad".
El procurador general John Ashcroft ha declarado que las libertades
estadunidenses "no son concesiones de algún gobierno o documento, sino...
atributos de Dios".6 Así que, básicamente estamos enfrentados a un
país armado con un mandato del cielo. Quizá esto explica por qué el gobierno
estadunidense se rehúsa a ser juzgado con los mismos estándares morales con los
que juzga a otros. (Cualquier intento de hacerlo se descalifica como
"equivalencia moral".) Su técnica es ponerse en el papel del bien intencionado
gigante cuyas buenas obras son confundidas en países extraños por sus
intrigadores nativos, cuyos mercados trata de liberar, cuyas sociedades trata de
modernizar, cuyas mujeres trata de liberar, cuyas almas trata de salvar.
Quizá esta creencia en su propia divinidad también explica por qué el gobierno
estadunidense se otorga a sí mismo el derecho y la libertad de asesinar y
exterminar a personas "por su propio bien".
Cuando el presidente Bush Jr. anunció los ataques aéreos estadunidenses contra
Afganistán, dijo: "Somos una nación pacífica".7 Y siguió: "Este es el
llamado de Estados Unidos de América, la nación más libre del mundo, una nación
construida con valores fundamentales, que rechaza el odio, rechaza la violencia,
rechaza los asesinos, rechaza el mal. No nos cansaremos".8
Los servicios de Hollywood
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El imperio estadunidense descansa sobre macabros cimientos: la masacre de
millones de indígenas, el robo de sus tierras y, acto seguido, el secuestro y la
esclavitud de millones de negros de Africa para trabajar esa tierra. Miles
murieron en los mares al ser transportados en barco, como ganado, entre un
continente y otro.9
"Robados de Africa, traídos a América" –"Buffalo Soldier", de Bob Marley,
contiene todo un universo de inefable tristeza.10 Habla sobre la
pérdida de la dignidad, la pérdida de lo no domesticado, la pérdida de la
libertad, el destrozado orgullo de un pueblo. El genocidio y la esclavitud
proveen los fundamentos económicos y sociales de la nación cuyos valores
fundamentales rechazan el odio, los asesinos y el mal.
He aquí Chomsky, escribiendo en el ensayo "La fabricación del consenso" (The
manufacture of consent), sobre la fundación de Estados Unidos de América:
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"Hace unas semanas, durante las vacaciones del Día de Acción de Gracias, fui
a pasear con algunos amigos y con la familia a un parque nacional. Nos topamos
con una tumba que tenía la siguiente inscripción: ‘Aquí yace una india, una
wampanoag, cuya familia y tribu dio de sí mismos y de su tierra para que esta
gran nación pudiera nacer y crecer’.
"Claro, no es muy preciso decir que la población indígena dio de sí misma y de
sus tierras para esa noble causa. Más bien fueron masacrados, diezmados y
dispersados durante uno de los más grandes ejercicios de genocidio en la
historia humana... el cual celebramos cada octubre cuando homenajeamos a Colón
–un notable asesino de masas– en el día de Colón.
"Cientos de ciudadanos estadunidenses, bien intencionados y decentes,
constantemente desfilan frente a aquella lápida y la leen, aparentemente sin
reacción; excepto, quizá, una sensación de satisfacción de que al fin le estamos
dando el debido reconocimiento a los sacrificios de los nativos... Quizá
reaccionaran diferente si visitaran Auschwitz o Dachau y encontraran una lápida
que dijera: ‘Aquí yace una mujer, judía, cuya familia y pueblo dieron de sí
mismos y sus posesiones para que esta gran nación pudiera crecer y prosperar’."11
¿Cómo ha sobrevivido Estados Unidos a su terrible pasado y emergido oliendo tan
dulce? No ha sido reconociendo su responsabilidad, ni a través de reparaciones,
ni pidiendo perdón a los negros estadunidenses o los nativos, ni, por supuesto,
cambiando sus modales (ahora exporta sus crueldades). Como la mayoría de
los otros países, Estados Unidos rescribió su historia. Pero lo que separa a
Estados Unidos de otros países y le da la delantera en la carrera, es que
reclutó los servicios de la firma de publicidad más poderosa y exitosa del
mundo: Hollywood.
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En la versión best-seller del mito popular como historia, la "bondad"
estadunidense llegó a su punto culminante durante la Segunda Guerra Mundial
(también conocida como la Guerra Estadunidense contra el Fascismo). Perdido en
el estruendo de las trompetas y las canciones angelicales está el hecho de que
cuando el fascismo estaba en plena marcha en Europa, el gobierno estadunidense
miró para el otro lado. Cuando Hitler llevaba a cabo su pogrom genocida contra
los judíos, los funcionarios estadunidenses le negaron la entrada a los
refugiados que huían de Alemania. Estados Unidos entró a la guerra después
de que los japoneses bombardearon Pearl Harbor. Ahogado por ruidosos hosannas,
está el acto más barbárico, de hecho, el acto más brutal que el mundo ha
presenciado: el lanzamiento de la bomba atómica sobre las poblaciones civiles en
Hiroshima y Nagasaki. La guerra ya casi había terminado. Los cientos de miles de
japoneses que murieron, los incontables más que sufrieron de cáncer durante
generaciones venideras, no eran una amenaza a la paz mundial. Eran civiles.
Así como las víctimas de los bombardeos del World Trade Center y el Pentágono
eran civiles. Así como las cientos de miles de personas que murieron en Irak a
causa de las sanciones encabezadas por Estados Unidos eran civiles. El bombardeo
de Hiroshima y Nagasaki fue un frío, calculado experimento llevado a cabo para
demostrar el poder de Estados Unidos. En aquel momento, el presidente Truman lo
describió como "el mayor evento en la historia".12
La Segunda Guerra Mundial, se nos dice, fue una "guerra por la paz". La bomba
atómica fue un "arma por la paz". Nos invitan a creer que la disuasión nuclear
evitó la Tercera Guerra Mundial. (Eso fue antes de que el presidente George Bush
Jr. saliera con lo de la "doctrina del ataque preventivo" 13.)
¿Hubo un brote de paz tras la Segunda Guerra Mundial? Definitivamente
hubo una paz (relativa) en Europa y América, pero, ¿eso cuenta como paz mundial?
No, a menos de que las feroces guerras libradas por terceros en tierras donde
viven razas de colores (chinks, negros, dinks, wogs, gooks*) no
cuenten como guerras.
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A partir de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha estado en guerra con
o ha atacado a, entre otros países, Corea, Guatemala, Cuba, Laos, Vietnam,
Camboya, Granada, Libia, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Irak, Somalia, Sudán,
Yugoslavia y Afganistán. Esta lista también debería incluir las operaciones
encubiertas del gobierno estadunidense en Africa, Asia y América Latina, los
golpes que ha maquinado, y los dictadores que ha armado y apoyado. También
debería incluir la guerra de Israel contra Líbano, que fue apoyada por Estados
Unidos, en la cual murieron miles. Debería incluir el papel clave que Estados
Unidos ha jugado en el conflicto en Medio Oriente, en el cual miles han muerto
luchando contra la ocupación ilegal israelí de territorio palestino. Debería
incluir el papel de Estados Unidos en la guerra civil en Afganistán en los
ochenta, en la cual más de un millón de personas murieron.14 Debería
incluir los embargos y sanciones que han conducido directa e indirectamente a la
muerte de cientos de miles de personas, más visiblemente en Irak.15
Si lo juntamos todo, suena a que sí hubo una Tercera Guerra Mundial, y que el
gobierno estadunidense era (o es) uno de sus principales protagonistas.
La mayoría de los ensayos en For reasons of state, de Chomsky, son acerca
de la agresión estadunidense en Vietnam del Sur, Vietnam del Norte, Laos y
Camboya. Fue una guerra que duró más de 12 años. 58 mil estadunidenses y cerca
de 2 millones de vietnamitas, camboyanos y laosianos perdieron sus vidas.16
Estados Unidos desplegó medio millón de soldados terrestres y dejó caer más de 6
millones de toneladas de bombas.17 Y sin embargo (no lo creerían si
ven la mayoría de las películas hollywoodenses), América perdió la guerra.
La guerra comenzó en Vietnam de Sur y luego se propagó a Vietnam del Norte, Laos
y Camboya. Tras instalar un régimen clientelar en Saigón, el gobierno
estadunidense se autoinvitó a luchar contra la insurgencia comunista
–guerrilleros del vietcong que habían infiltrado las regiones rurales de Vietnam
del Sur, donde los aldeanos los protegían. Justo éste fue el modelo que Rusia
repitió cuando, en 1979, se autoinvitó a Afganistán. Nadie en el "mundo libre"
tiene duda de que Rusia invadió Afganistán. Tras la Glasnost, hasta un ministro
del Exterior soviético calificó de "ilegal e inmoral" la invasión soviética de
Afganistán.18 Pero no ha habido una introspección parecida en Estados
Unidos. En 1984, en una impresionante revelación, Chomsky escribió: "Durante los
pasados 22 años, he buscado alguna referencia en el periodismo y en estudios
académicos mainstream a una invasión estadunidense de Vietnam del Sur en
1962 (o en cualquier momento) o un ataque estadunidense contra Vietnam del Sur o
una agresión estadunidense en Indochina –sin éxito. No ocurrió tal suceso en la
historia. En vez, se habla de una defensa estadunidense de Vietnam del
Sur contra los terroristas apoyados por el exterior (o sea, de Vietnam).19
La invasión que no existió
¡No ocurrió tal suceso en la historia!
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En 1962, la fuerza aérea estadunidense comenzó a bombardear el Vietnam del
Sur rural, donde vive 80% de la población. El bombardeo duró más de una década.
Miles de personas murieron. La idea era bombardear a una escala tal que
provocara una migración de pánico de las aldeas a las ciudades, donde la gente
podría ser retenida en campamentos de refugiados. Samuel Huntington se refirió a
esto como un proceso de "urbanización".20 (Cuando estuve en la
escuela de arquitectura en la India aprendí sobre urbanización. No recuerdo que
el bombardeo aéreo hubiera sido parte del plan de estudios). Huntington –ahora
famoso por su ensayo "¿El choque de civilizaciones?"– era, en ese momento,
presidente del Consejo de Estudios Vietnamitas del Grupo Consejero de Desarrollo
de Asia del Sudeste. Chomsky lo cita describiendo al Vietcong como "una poderosa
fuerza que no puede ser desvinculada de su bases mientras sus bases sigan
existiendo".21 Huntington recomendaba "una aplicación directa de
poder mecánico y convencional" –en otras palabras, para aplastar una guerra del
pueblo, elimina al pueblo.22 (O, quizá, para actualizar la tesis:
para prevenir el choque de civilizaciones, aniquila una civilización.)
He aquí un observador de la época que habla sobre las limitaciones del poder
mecánico de Estados Unidos: "El problema es que las máquinas estadunidenses no
son capaces de matar a los soldados comunistas sin usar una política de
tierra-quemada que también destruye todo lo demás".23 Ahora, ese
problema ya está resuelto. No con bombas menos destructivas, sino con un
lenguaje más imaginativo. Hay una manera más elegante de decir "que también
destruye todo lo demás". La frase es "daño colateral".
Y he aquí un relato de primera mano de lo que las "máquinas" de Estados Unidos (Huntington
las llamó "instrumentos de modernización" y los oficiales del Pentágono las
llamaron "bomb-o-grams") pueden hacer.24 Este es T.D. Allman volando
sobre la Llanura de Jars en Laos:
"Aunque la guerra en Laos terminara mañana, la restauración de su equilibrio
ecológico podría tomar años. La reconstrucción de los pueblos y aldeas
totalmente destruidos en la llanura también podría tardarse igual. Aunque se
hiciera esto, podría ser peligroso que los humanos vivieran en la llanura debido
a que hay cientos de miles de bombas sin estallar, minas y trampas explosivas.
"Un reciente vuelo sobre la Llanura de Jars reveló lo que menos de tres años de
bombardeo intenso estadunidense le puede hacer a una zona rural, aún después de
que su población civil fue evacuada. En grandes áreas, el color tropical básico
–verde luminoso– fue remplazado por un abstracto dibujo en negro y brillantes
colores metálicos. Gran parte del follaje restante está atrofiado, opacado por
los defoliantes.
"Hoy, el negro es el color dominante en los extremos norte y este de la llanura.
Se deja caer napalm con regularidad para quemar el pasto y la maleza que cubre
las llanuras y llena muchas de sus estrechas barrancas. Parecería que el fuego
arde constantemente, creando rectángulos negros. Durante el vuelo, columnas de
humo podían verse ascendiendo de las zonas recién bombardeadas.
"Las rutas principales, que conducen a la llanura desde el territorio en manos
de los comunistas, son bombardeadas sin piedad, al parecer sin parar. Ahí, y por
el borde de la llanura, el amarillo es el color dominante. Toda la vegetación
fue destruida. Los cráteres son incontables... El área ha sido bombardeada
tantas veces que la tierra semeja el desierto cacarizo y agitado de las zonas
azotadas por tormentas en el desierto norafricano.
Más hacia el sudeste, Xieng Khouangville –alguna vez el pueblo más poblado en
Laos comunista– yace vacío, destruido. Al norte de la llanura, el pequeño centro
vacacional de Khang Khay también fue destruido.
"Alrededor del campo de aterrizaje en la base de King Kong, los principales
colores son el amarillo (de la tierra levantada) y el negro (del napalm), con
brillantes parches rojos y azules: los paracaídas usados para dejar caer los
abastecimientos.
"Los últimos habitantes locales eran sacados en transporte aéreo. Las hortalizas
abandonadas, que nunca serán cosechadas, crecen cerca de casas abandonadas con
platos todavía en las mesas y calendarios en las paredes".25
(En los "costos" de la guerra nunca se cuentan a los pájaros muertos, los
animales carbonizados, los peces asesinados, los insectos incinerados, las
fuentes de agua envenenadas, la vegetación destruida. Rara vez se menciona la
arrogancia de la raza humana hacia otros seres vivos con los cuales comparte
este planeta. Todos estos son olvidados en la lucha por los mercados y las
ideologías. Esta arrogancia probablemente será lo que deshaga a la raza humana.)
Capa tras capa
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La pieza central de For reasons of state es un ensayo llamado "La
mentalidad de los chicos del cuarto trasero", en el cual Chomsky ofrece un
análisis extraordinariamente sutil y exhaustivo de los "Papeles del Pentágono" (Pentagon
Papers), los cuales, dice, "proveen evidencia documentada de una conspiración
para usar la fuerza en asuntos internacionales en violación de la ley".26
Aquí también, Chomsky señala el hecho de que mientras el bombardeo de Vietnam
del Norte en cierta medida se discute en los "Papeles del Pentágono", la
invasión de Vietnam del Sur escasamente merece una mención.27
Los "Papeles del Pentágono" son fascinantes, no como documentación sobre la
historia de la guerra estadunidense en Indochina, sino para comprender las
mentes de los hombres que lo planearon y ejecutaron. Es fascinante estar al
tanto de las ideas que andaban en el aire, las sugerencias que se hacían, las
propuestas que se planteaban. En una sección llamada "La mente asiática –la
mente estadunidense", Chomsky examina la discusión de la mentalidad del enemigo
que "estoicamente acepta la destrucción de la riqueza y la pérdida de vidas",
mientras que "nosotros queremos vida, felicidad, riqueza, poder", y para
nosotros "la muerte y el sufrimiento son elecciones irracionales cuando existen
otras alternativas".28 Así que aprendemos que los asiáticos pobres,
supuestamente porque no pueden comprender el significado de la felicidad, la
riqueza y el poder, invitan a Estados Unidos a llevar esta "lógica estratégica a
su conclusión, que es el genocidio". Pero entonces "nosotros" nos resistimos
porque "el genocidio es una terrible carga".29 (Eventualmente, claro,
"nosotros" proseguimos y cometimos genocidio de todos modos, y luego aparentamos
que en realidad no había pasado nada.)
Claro, los "Papeles del Pentágono" también contienen algunas moderadas
propuestas.
Es probable que los ataques a blancos en la población (per se) no sólo creen una
contraproducente ola de repulsión en el extranjero y en casa, sino que también
incrementen enormemente el riesgo de agrandar la guerra con China y la Unión
Soviética. La destrucción de esclusas y presas, sin embargo –si se maneja con
cuidado–, podría... ser prometedor. Debe ser estudiado. Tal destrucción no mata
ni ahoga gente. Con el tiempo, inundar el arroz acarrea una hambruna
generalizada (¿más de un millón?) a menos de que provean de alimentos –lo cual
nosotros podríamos ofrecer "en la mesa de negociaciones".30
Capa tras capa, Chomsky desmantela el proceso de toma de decisiones usado por
los funcionarios del gobierno estadunidense para revelar en su centro el
despiadado corazón de la máquina de guerra estadunidense, completamente aislado
de las realidades de la guerra, enceguecido por la ideología, y dispuesto a
aniquilar a millones de seres humanos, civiles, soldados, mujeres, niños,
aldeas, ciudades completas, ecosistemas completos –con métodos de brutalidad
perfeccionadas científicamente.
He aquí un piloto estadunidense hablando sobre las alegrías del napalm:
"De verdad estamos contentos con estos chicos del cuarto trasero en Dow. El
producto original no era tan chingón –si los gooks eran rápidos podían
quitárselo. Así que los chicos comenzaron a añadirle poliestireno– ahora se pega
como la mierda a una cobija. Pero entonces, si los gooks se echaban al
agua dejaba de quemarles, así que comenzaron a añadirle Willie Peter [fósforo
blanco] para que quemara mejor. Ahora quema hasta debajo del agua. Y una gota es
suficiente, seguirá quemando hasta el hueso así que de todos modos morirán por
envenenamiento de fósforo".31
Así que los gooks suertudos fueron aniquilados por su propio bien. Mejor
Muerto que Rojo.
Gracias a los seductores encantos de Hollywood y al irresistible atractivo de
los medios masivos estadunidenses, todos estos años después el mundo ve la
guerra como una historia estadunidense. Indochina contribuyó con el telón
de fondo tropical y exuberante en el cual Estados Unidos realizó sus fantasías
de violencia, probó su más reciente tecnología, promovió su ideología, examinó
su consciencia, agonizó por sus dilemas morales y se ocupó de su sentimiento de
culpa (o pretendió hacerlo). Los vietnamitas, los camboyanos y los laosianos
sólo eran parte del escenario. Sin nombre, sin rostro, humanoides de ojos
rasgados. Eran simplemente los que murieron. Gooks.
La única lección verdadera que el gobierno estadunidense aprendió de la invasión
de Indochina fue cómo librar una guerra sin tener que enviar tropas
estadunidenses ni arriesgar vidas estadunidenses. Así que ahora tenemos guerras
que se libran con misiles crucero de largo alcance, Black Hawks, "bunker
busters" [destroza-bunkers]. Guerras en las que los "aliados" pierden más
periodistas que soldados.
Chompsky
Como niña que creció en Kerala, en el sur de la India –donde el primer gobierno
comunista democráticamente electo en el mundo llegó al poder en 1959, el año en
que nací– me preocupaba muchísimo ser una gook. Kerala estaba a sólo unas
cuantas miles de millas al oeste de Vietnam. Teníamos junglas y ríos y campos de
arroz, y también comunistas. Me imaginaba a mi madre, mi hermano y yo salir
volando de los arbustos a causa de una granada; o masacrados, como los gooks en
las películas, por un marine estadunidense con brazos musculosos y chicle
y estruendosa música de fondo. En mis sueños, yo era la niña que ardía en la
famosa foto tomada en el camino de Trang Bang.
Como alguien que creció en el filo de la propaganda estadunidense y soviética
(que más o menos se neutralizaban), la primera vez que leí a Noam Chomsky se me
ocurrió que su ordenamiento de la evidencia, el monto de ésta, su carácter
implacable, era un poco –¿cómo decirlo?– demente. Una cuarta parte de la
evidencia que había juntado habría bastado para convencerme. Me preguntaba por
qué tenía que hacer tanto trabajo. Pero ahora comprendo que la magnitud y la
intensidad del trabajo de Chomsky es un barómetro de la magnitud, alcance y
carácter implacable de la máquina de propaganda a la que se enfrenta. Es como la
carcoma que vive en el tercer estante de mi librero. Día y noche oigo sus
mandíbulas mascando a través de la madera, reduciéndola a un fino polvo. Es como
si no estuviera de acuerdo con la literatura y quisiera destruir la estructura
misma en la que descansa. Yo la llamo Chompsky.
Ser un estadunidense que trabaja en Estados Unidos y que escribe para
convencer a los estadunidenses de su punto de vista en verdad debe ser como
hacer un túnel a través de la dura madera. Chomsky forma parte de una pequeña
banda de individuos que lucha contra una industria entera. Y eso lo hace no sólo
brillante, sino heroico.
Hace algunos años, en una conmovedora entrevista con James Peck, Chomsky habló
de sus recuerdos del día en que Hiroshima fue bombardeada. Tenía 16 años:
"Recuerdo que literalmente no podía hablar con nadie. No había nadie. Me fui a
estar solo. Cuando escuché lo que había ocurrido estaba en un campamento de
verano y me metí al bosque y me quedé solo un par de horas. Nunca pude hablar
con alguien al respecto y nunca pude entender la reacción de los demás. Me sentí
completamente aislado".32
Ese aislamiento produjo a uno de los más grandes y más radicales pensadores
públicos de nuestro tiempo. Cuando el sol se ponga sobre el imperio
estadunidense, como lo hará, como debe hacerlo, el trabajo de Noam Chomsky
sobrevivirá. Señalará con un dedo impasible y acusador al despiadado imperio
maquiavélico, tan cruel, santurrón e hipócrita como los que ha remplazado. (La
única diferencia es que está armado con una tecnología que puede provocar una
devastación en el mundo como jamás se ha conocido en la historia y que la raza
humana ni siquiera puede imaginar.)
Como la gook que pude haber sido, y quién sabe, quizá como una gook en
potencia, difícilmente pasa un día en el que no me descubra pensando –por una
razón u otra– "Chomsky Zindabad**".
(Traducción: Tania Molina Ramírez. Se reproduce con autorización de la
escritora. Copyright Arundhati Roy 2004)
N DE LA T:
*Términos despectivos usados para referirse a los asiáticos, los africanos y los
nativos del Medio Oriente.
** "Larga vida para Chomsky".
NOTAS DE LA AUTORA
1. R.W. Apple, Jr., "Bush Appears in Trouble Despite Two Big Advantages," The
New York Times, 04/08/88, p. A1. Bush hizo este comentario cuando se rehusó
a disculparse por haber derribado un avión de pasajeros iraní, matando a 290
pasajeros. Ver Lewis Lapham, Theater of War (New York: New Press, 2002),
p. 126.
2 Chomsky es el primero en señalar que otros pioneros analistas de medios
incluyen a su, en muchas ocasiones, coautor, Edward Herman, a Ben Bagdikian
(cuyo clásico The media monopoly, de 1983, narra la censura de Counter-Revolutionary
Violence, de Chomsky y Herman), y a Herbert Schiller.
3 Paul Betts, "Ciampi Calls for Review of Media Laws," Financial Times (London),
24/07/02, p. 8. Para un panorama general de las participaciones en acciones de
Berlusconi, ver Ketupa.net Media Profiles: