Pueblos Originarios |
La antigua guerra a muerte contra el mapuche
Tito Tricot
Rebelión
Dicen los que saben, que los más antiguos de los antiguos estaban hechos de
lluvia azul. Y así caminaban por el mundo, pintando mariposas y océanos sin
pausa, descansando sólo en las noches más oscuras alumbrándose de luciérnagas
tiernas. Algunos dicen que, en realidad, eran dioses orlados de viento que
buscaban la mejor tierra para sembrar sueños y, de pronto, sin previo aviso, en
una tormenta imposible de relámpagos y volcanes fulgentes, se dibujó en toda su
morena hermosura la primera lagmien mapuche. Toda esta tierra es tuya, le
susurraron con fuego para que jamás nunca se le olvidara, ni a sus hijos, ni a
los hijos de sus hijos. Y así a la gente de la tierra se les dio el Meli
Witran Mapu – los cuatro puntos cardinales – para que allí hicieran el amor
sin prisa y, también sin urgencia, compartieran los frutos de sus entrañas que
eran, les dijeron, de todos y de nadie. Que aquí podrían construir su Mundo y su
País, y les dieron choroyes y arrayanes, quilas y bandurrias, lagos y montañas,
y en el centro de su corazón les dibujaron un río tan bello y tan azulado que
daban ganas de llorar en las desconcertantes madrugadas de rocío virgen. Hilar
su Mundo y su País, les dijeron, pero, con un dejo de tristeza y con descomunal
pesadumbre, entornaron sus ojos de lluvia para advertirles que desde allende los
mares vendrían de yelmo y alabardas para matarlos a todos en nombre de un dios
ajeno. Que tuvieran cuidado, porque aquende la muerte se vestiría de uniforme
chileno y argentino; y todo se lo dijeron en tiempos en que no existían ni Chile
y Argentina, sino tan sólo el Wallmapu, el País Mapuche, su país de
tierra fértil y pródiga y, por lo mismo, apetecible por forasteros de distinto
signo.
Así, aún perplejos ante la posibilidad de que les arrebataran sus tierras y sus
sueños que apenas comenzaban, los mapuche se abocaron a la tarea de irisar su
Mundo sustentado en Itrofillmongen, la vida en su conjunto, la
biodiversidad, el equilibrio, el respeto. Al bienestar en armonía le llamaron
Küme Felen; Küme Mongen a la calidad de vida y Nor-Felen a la ley
natural o autorregulación de la naturaleza de las distintas dimensiones del
Mundo Mapuche donde habitan los hombres y las fuerzas de la vida desde tiempos
inmemoriales. O desde todos los tiempos, que es el tiempo mapuche, el justo que
necesitaron para construir el Wallmapu. El país mapuche, que oteaba dos
océanos y dos cordilleras, se nutrió de la lluvia azul de los más antiguos de
los antiguos y del Ad Mapu para iluminar a los nagche, wenteche,
lafkenche, williche, pewenche o puelche, mapuche todos, gente de la tierra para
que nunca se les olvide. Y es tan colosal su memoria que no pueden dejar de
recordar, aunque quieran. Cuentan que había un anciano tan anciano que era la
memoria misma. Vivía allá por Curarrehue con su familia, caballos y ovejas. Se
iba orillando la cordillera cazando leones, perdiéndose semanas enteras, a veces
meses, en búsqueda del tiro perfecto, porque el puma le destrozaba las ovejas en
plena noche sin que nadie se percatara y eso no es justo, decía. Y recordaba
cada oveja, cada gallina, cada yegua perdida a manos del león, las suyas y las
ajenas, las de ahora y las de ayer, porque nunca hay que olvidar que el olvido
es otra forma de morir, les espetaba a sus hijos y nietos alrededor del fogón de
la ruka. El mismo lugar donde una noche de temporal les contó sin
prevenirlos que conoció en persona a los antiguos de lluvia azul que, incluso,
les rozó la piel de agua cuando en una noche de tormenta como ésta quiso
averiguar los insondables misterios de los orígenes más remotos del universo. Y
supo que desde el cielo cayeron rocas fulgurantes que formaron volcanes y
montañas, que de las lágrimas de las estrellas nacieron lagos y ríos tornasoles
y que al paso desnudo de la primigenia mujer mapuche nacieron flores bermejas y
pájaros encinta. Supo, también, porque lo vio con sus propios ojos, que los
mapuche sufrieron el formidable castigo de Chau Ngenechen por haber
infringido los principios del Ad Mapu. Y llovió tanto que los mapuche
lloraron desconsoladamente, lo que hizo subir aún más las arremolinadas aguas.
Entonces más lloraban de pavor y arrepentimiento y más subían los mares y los
lagos y los ríos. Se oscureció el cielo con tal fuerza que los aterrados mapuche
sólo vieron tinieblas en el horizonte para siempre, dijo el anciano mientras
observaba caviloso las lenguas de fuego que crepitaban en medio del invierno.
Porque lo vio, nadie se lo contó, porque era la memoria misma, la brasa de una
cultura tan antigua como su tierra, pensaron silentes los niños que soñaban con
cazar leones por las gargantas andinas.
De pronto, murmuró el anciano, hubo tal estruendo que la tierra se abrió en dos
y el agua arrastró a todos los mapuche mar adentro, convirtiéndolos en peces
añiles y piedras negras. Parece que se murió un instante el sol, reflexionó,
pues cuando abrí nuevamente los ojos asomaron en la cima más alta del monte más
alto cuatro mapuche ateridos de frío que decían algo así como: nunca más, lo
prometemos, Chau Ngenechen. Nunca más. Un anciano y una anciana, un joven
y una joven, eran. Y los niños escuchando fascinados cómo de la muerte renacía
la vida, y el abuelo que lo ha visto todo, recordando con amargura el día
inclemente cuando su pueblo casi perece ahogado. Pero sobrevivió, para
levantarse en todos los rincones del Wallmapu sin olvidar jamás la
terrible lucha entre los poderes de la tierra y el mar que, a fin de cuenta, son
los estertores del desequilibrio de la Ñuke Mapu ofendida por el egoísmo
del hombre. Y el más grande egoísmo arribó desde Europa ataviado de coraza,
rodela, cota de malla, casco y calzón de rojo terciopelo, hediendo a viaje de
galeón. Y para matar traían sus enfermedades y sus armas: espadas, arcabuces,
caballos, cañones, lanzas, ballestas, montantes. Traían la más implacable de las
guerras y a un dios blanco de ojos azules que supervisaba diligente masacres y
esclavitudes, violaciones y estupros por doquier. Yo sentí la glacial ferocidad
de su mirada, cuenta el anciano de Curarrehue, una tarde de primavera cuando
quise preguntarle el por qué de tanta crueldad. ¿Es que no les basta con sus
propias tierras y sus propios animales?, dije yo con mi palabra. Es mi tierra,
gritó con voz atronadora, mi acuarela, mi escultura, mi aguafuerte, mi
arpillera, mi vitral, mi mosaico, mi libro abierto, mi orgasmo cósmico. Mi
propiedad.
¿Y qué es propiedad?, le interrogué desconcertado. Me miró con desprecio desde
las alturas de su ciclópeo porte para reír burlesco: todo lo que no se puede
tocar por los siglos de los siglos, amén. ¿Y qué no se puede tocar por los
siglos de los siglos, amén, inquirí? Aún con desdén y molesto por haberle
interrumpido su siesta, vociferó: los bosques, la tierra, los lagos, los ríos,
las montañas, el cobre, la plata, el carbón, los mares, los peces, el aire, los
pájaros, el agua, las ruka, los caballos, las gallinas, los pavos, los corderos,
el trigo, los chícharos, el merken, las plantas, las cascadas, las risas, las
manos, las piernas, el amor, los dientes, los vientres maternos y sus hijos, los
sueños, la muerte. Todo lo que es riqueza o puede convertirse en riqueza,
rubricó desganado.
Pero, declaré y reclamé, al tiempo que le miraba fijamente a los ojos, turbios
como el río en invierno, los más antiguos de los antiguos nos dieron el Meli
Witran Mapu para que hiciéramos el amor sin prisa y, también sin urgencia,
compartiéramos los frutos de sus entrañas que eran, nos dijeron, de todos y de
nadie. Que aquí podríamos construir nuestro Mundo y nuestro País. Y así lo
hicimos entre dos océanos, sin premura y sin propiedad alguna, que no la
conocíamos; y los pájaros anidaban en cualquier árbol, los lagos se posaban en
inesperados recovecos, mientras los ríos fluían sin pausa por entre
ventisqueros, bosques y acantilados para besar atónitos el mar, que era también
el mar de todos. Y de todos la tierra que se podía tocar por los siglos de los
siglos, amen. Es mi palabra, dije, y en ese preciso momento, desde la
profundidad de su garganta de plata, brotaron alambres de púa, fusiles,
aserraderos, colonos, militares, reducciones, asesinatos, torturas, exilios,
migraciones, policías, matanzas y países ignotos que clavaron sus banderas de
seda en el corazón del Wallmapu. Entonces, nada fue jamás igual y el
anciano con su memoria a cuestas se refugió en la cordillera, pero ya no pudo
cazar pumas, porque lo persiguieron, lo acorralaron, lo redujeron, lo radicaron
a la fuerza y lo asesinaron a la fuerza en nombre de la civilización. Le
usurparon el País Mapuche y le pulverizaron el Mundo Mapuche en nombre de la
razón, de la riqueza y de aquella propiedad de la cual hablaba el dios extraño
que gritaba la barbarie de los indios.
Y los indios se guarecieron en sus silencios de indio para enfrentarse al
egoísmo wingka, mientras bajo las piedras, en los recodos de los ríos, en
las copas de los árboles, en los contrafuertes cordilleranos y en el fondo del
mar, guardaban sus palabras, sueños, memorias, anuncios y denuncias, virtudes y
vilezas, victorias y derrotas, amores y desamores, cantos y bailes, los primeros
y los últimos pasos. Con especial cuidado escondieron el mapudungun, su
lengua, y el origen del mundo y las leyes de la naturaleza. Todo, según cuentan,
en un volcán en llamas donde sólo los kimche conocieron del secreto para
evitar que el kimun mapuche ardiera en brasas y ceniza. Fue tal su
sapiencia que, en las noches más opacas, desde sus ruka, sus campos y sus
montes, salían sigilosos hombres, mujeres, ancianos y niños para dirigirse al
volcán de la memoria. Allí recuperaban palabras, ritos, nombres, historias y,
por sobre todo, el sueño de libertad que les mantenía vivos mientras el
wingka les horadaba el alma. Los mapuche se negaban a morir o desaparecer en
la ira de los vientos despiadados que venían del norte a lomo de caballo, en
cureñas, de quepís, de sable y bayoneta, de fusil y revolver. Venían de la
guerra para hacer otra guerra: de la civilización contra la barbarie, de la
chilenidad contra la mapuchidad.
Guerra a muerte, hermano, que se entronizó en el País Mapuche ocupado por la
fuerza armada. Guerra a muerte, hermano, que se acuarteló en el Mundo Mapuche
ocupado por la violencia chilena. Y a nuestro territorio expoliado le llamaron
frontera, cuando, en realidad, la frontera eran ellos; nos llamaron salvajes
cuando, en realidad, los bárbaros eran ellos. Le denominan el conflicto mapuche,
cuando en realidad el conflicto es de ellos que temen reconocer su indianidad.
Hoy nos llaman terroristas, cuando el terror lo siembran ellos en las
comunidades con sus allanamientos y golpizas y bombas lacrimógenas y balazos y
muertos. Porque los chilenos comenzaron a asesinar mapuche en el siglo
diecinueve, prosiguieron en el siglo veinte y continúan en el siglo veintiuno.
Matías Catrileo, Alex Lemun y Jaime Mendoza cayeron en nuestro país ocupado por
la fuerza militar. Es por la propiedad que no conocíamos, por los árboles y las
aguas, los minerales, los peces, los pájaros. Y la tierra que nos dieron para
siempre los más antiguos de los antiguos allá en Collipulli, Temucuicui, Lumako,
Neltume. Liquiñe, Lleu-Lleu, Cuyinco, Tirua, en la costa, en la montaña, en los
valles, nos dieron, para construir el País Mapuche y el Mundo Mapuche.
Es mi palabra, para que nos dejen en paz y simplemente ser lluvia o tierra o
mar, dijo el anciano de Curarrehue que es la memoria misma y que caminaba por el
sur del mundo mucho antes que los chilenos.
Tito Tricot- Sociólogoy Director del Centro de Estudios de América Latina
y el Caribe