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Perú

La consecuencias de la deuda social

Barranca, el Perú de los más pobres A sólo 200 kilómetros de Lima, donde los piquetes cortan las rutas para apoyar la huelga nacional, se ven los fuertes contrastes de Perú. El país crece con el mayor índice de la región, pero la mitad de la población es pobre.

Pablo Biffi, enviado especial de Clarín

Andrés Díaz tiene el rostro cobrizo, atravesado por imperceptibles arrugas.
Los ojos pequeños, siempre entrecerrados, protegiéndose del reflejo del mar.
Los brazos anchos y las manos agrietadas evidencian que son sus herramientas de trabajo. A los 64 años, tiene "sólo" ocho hijos, porque no ha tenido más tiempo: pasó el último medio siglo entrando y saliendo del mar verde de Barranca, 200 kilómetros al norte de Lima, como pescador artesanal. No oculta que es pobre y que lo poco que gana tras jornadas enteras en el Pacífico apenas le alcanza para sobrevivir. Como la mayoría de los habitantes de esta ciudad de poco más de 80.000 habitantes que vive de la pesca, la agricultura y el comercio, al comienzo de esta semana bloqueó la carretera que une la capital con el norte y parte de la sierra, en apoyo a los maestros en huelga y a los reclamos campesinos.
Sentado en el borde del muelle, rodeado de pequeñas embarcaciones y botes de pesca, bajo un cielo brumoso que se niega a ser celeste, Andrés Díaz habla bajo pero con firmeza. "Es duro el trabajo en el mar. Son cuatro días seguidos, con apenas 5 horas por jornada para descansar y hay que estar siempre atento y pendiente", cuenta mientras mira a su compañera de hace 15 años, la Virgen del Socorro II, una embarcación de madera de unos 8 metros de largo a la que pocos se animarían a subir siquiera para dar un paseo por el Tigre.
El "patrón" le paga un porcentaje de la producción una vez vendida en los mercados. A menor pesca, menor jornal: en promedio, a Díaz le quedan unos 40 soles (poco más de 10 dólares) por día de pesca, escasos si se considera que de cada 4 días en el mar, descansa 3 en tierra. Escasos para alimentar a una familia numerosa, aunque sus cuatro hijos varones también son parte de este mundo de pescadores que se sienten más seguros en alta mar que en tierra firme. "Hay menos inseguridad y menos robos en el agua", bromea.
Para llegar a Barranca hay que atravesar el Perú real, ajeno al 5,2% de crecimiento del PBI del año pasado y el 4% programado para 2003. Hay que dejar atrás el Gran Lima, un hervidero de asentamientos humanos, de ferias bulliciosas que venden todo tipo de productos de dudosa procedencia y casas sin revoque que se pierden en los cerros. Allí están Villa Los Reyes, Margarita o Los Angeles, que muestran la otra cara del país: la del 54% de pobreza, de los cuales la mitad son pobres extremos, un verdadero ejército de desahuciados sociales. O la que con frialdad matemática dice que más del 50% de la población económicamente activa tiene problemas de empleo, entre desocupación y subocupación. O una más dramática aún: el 65% de los menores de 14 años de todo el país son pobres, según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadísticas.
Para llegar a ese puerto que conoció épocas de gloria, la carretera Panamericana Norte debe abrirse paso entre el mar, y un desierto de arena y piedras, inservible para la agricultura, que choca con los primeros cerros de los Andes, marrones, grises, vacíos de vegetación. Una mole de piedras sin utilidad. Cada tanto, un poblado se estira a ambos lados de la ruta, con casas de adobe, chapa y madera. Son parte de ese 73% de habitantes de zonas rurales que son pobres, según los mismos datos.
Dejando atrás la ciudad de Huacho, con sus 130.000 habitantes, los últimos 60 kilómetros antes de llegar a Barranca muestran los vestigios de los cortes de carreteras: restos de gomas quemadas, el asfalto percudido, manchado de negro, piedras y palos al costado del camino. Sobre un puente, la primera patrulla del ejército, armada con fusiles FAL, apenas visible detrás de una sede de la policía.
Andrés Díaz mira ahora hacia atrás, a espaldas del mar, en donde la ciudad de Barranca separa el océano del valle, algo más fértil que a lo largo del camino, en donde florecen el maíz, el tomate, la papa, los frijoles, el zapallo y la caña de azúcar. Dice que no trabajaría la tierra, porque rinde aún menos que la pesca. Los "parceleros" son dueños de la tierra desde que el general Velazco Alvarado, en 1968, expropió grandes haciendas en el marco de la reforma agraria y las entregó a los campesinos en fracciones de 3 a 5 hectáreas por peón, de acuerdo a la cantidad de trabajadores que ocupara el antiguo "patrón". Una buena cosecha puede rendirle hasta unos 200 dólares mensuales, pero la baja en el precio de los productos agrícolas castiga año a año a los "parceleros", el 70% de la población de Barranca.
El prefiere la soledad del mar, ajeno a cifras y porcentajes, al PBI nacional de 132.000 millones de dólares, a los 4.800 dólares de ingreso per cápita que a él no le corresponden o a los 28 mil millones de dólares de deuda externa, que a él sí le corresponden. Como trabajador afortunado, es parte de la población económicamente activa que percibe, según datos del Banco Central del Perú, un promedio de 684 soles (unos 195 dólares) por mes de salario.
"Aquí estamos, pues, esperando que las cosas mejoren", dice con desconfianza sobre las protestas sociales, las marchas, los cortes de rutas. Mira al piso e intenta eludir una respuesta cuando se le pregunta si participó de las movilizaciones. "Ahí estábamos, pues", masculla por lo bajo, ahora mirando el mar y a un pretencioso Cristo Redentor, blanco y con los brazos abiertos, que desde la punta de un cerro se mete en el mar.