Poco antes de morir, Juan Pablo II publicó el tercer tomo de sus memorias, donde
calificaba la homosexualidad como "una ideología demoníaca". Resulta extraño
considerar una tendencia sexual como una ideología, pero la Iglesia sabe mucho
de estas cosas. En España, declaraciones de este tipo son habituales, llegando
hasta las instituciones presuntamente laicas. El Consejo del Poder Judicial
arremetió en enero contra la ley de matrimonios homosexuales, con el argumento
de que el matrimonio es una institución específicamente heterosexual, al estar
basada "en el principio de la complementariedad entre los sexos".
Nos llama la atención este argumento, pues es el mismo que utilizan los ulemas
reaccionarios para justificar la represión de los homosexuales. Tal y como lo
describe Abdelwahab Bouhdiba en La sexualité en Islam (ed. Puf, p. 43): "La
visión islámica de la pareja fundada sobre la armonía preestablecida de los
sexos supone una complementariedad esencial entre lo masculino y lo femenino.
Esta complementariedad armónica es creativa y procreativa. (...) La bipolaridad
del mundo reposa sobre la rigurosa separación de dos 'ordenes', lo femenino y lo
masculino. Todo lo que viola el orden del mundo no es más que un grave
'desorden', fuente de mal y de anarquía".
Según esta visión, el hombre debe actuar únicamente como "hombre", y eliminar de
si mismo cualquier rasgo femenino. La mujer debe actuar según las
características consabidas de "lo femenino": sumisión, pasividad, maternidad,
ternura... El hombre se reserva para si las cualidades activas, de penetración y
de dominio. Ante esta rigurosa polaridad, cualquier expresión o planteamiento
que trate de romper o difuminar la frontera entre los sexos es vista como una
aberración contra natura y, lo que es peor: como una tendencia destructora de la
sociedad. De ahí la doble condena, moral y penal, a que se ven abocados los
homosexuales.
Creo que este tipo de consideraciones son sumamente groseras, y pasan por un
rechazo de la complejidad de la condición humana, del carácter eminentemente
bisexual del ser humano. Mientras permanecemos en el mundo de las formas,
estamos condenados a la dualidad: todo es masculino y femenino. Dos seres que se
aman forman un par, una pareja, y en cada uno de ellos existe la polaridad
masculino-femenino. En caso de eliminar uno de estos dos polos, el par sería
destruido y el hombre y la mujer ya no serían criaturas completas. No hay nada
en la Creación que no sea dual, salvo la Realidad Única, donde todo está
equilibrado en la Balanza.
En la unión amorosa se da esa dualidad: se establecen roles. Esto sucede tanto
en las parejas heterosexuales como en las homosexuales. La unión amorosa, cuerpo
a cuerpo, es la búsqueda de la unidad en algo que está fuera de nosotros, y sin
embargo esta unión nos remite a nuestra propia interioridad. Si la pareja es la
unión entre complementarios, lo importante no es una supuesta complementariedad
física, sino espiritual. Un hombre que no ama a una mujer no forma una pareja
con ella, por mucho que sus sexos parezcan acoplarse. Dos homosexuales que se
aman forman plenamente una pareja, verifican su unidad en el espejo del Amado.
Frente a la conciencia de la unión se sitúa el sueño de la segregación,
territorialización de lo masculino y de lo femenino en ámbitos perfectamente
separados. Este sueño es el fanatismo de los que se niegan a reconocer su propia
feminidad. De ahí las estructuras jerárquicas enteramente masculinas habituales
en diferentes religiones. Esta es la enfermedad de los guardianes de la fe, los
representantes de Dios sobre la tierra. En relación a la homosexualidad, no
pueden aceptar que Dios haya creado un ser que se les presenta como híbrido, y
que rompe sus esquemas dualistas. Un ser físicamente hombre y espiritualmente
mujer: esto parece contradecir el orden perfecto de las cosas, la utopía de un
orden estático y sin mezcla. Y sin embargo es todo lo contrario: la
homosexualidad es un signo, que viene a poner al descubierto que las diferencias
entre lo masculino y lo femenino no son tajantes, que todas las criaturas
participan de ambas cualidades. Lo femenino y lo masculino no pue den ser
acotados en base a distinciones físicas: hay un carácter masculino de la mujer y
una feminidad en el hombre.
En realidad, establecer los roles según la apariencia física conduce a graves
desequilibrios: ¿qué importancia puede tener que alguien tenga pene si no desea
a una mujer? En las épocas de represión, muchos homosexuales se casan con
mujeres para salvar las apariencias, llevando a uno y otro cónyuge a vivir en la
infelicidad y frustración de sus apetitos naturales. Lo importante del
matrimonio es consumar la unión (sexual, intelectual, afectiva) entre
complementarios. Desde este punto de vista, la unión entre un homosexual y una
mujer es lo verdaderamente anti-natural, no conduce a la satisfacción mutua de
los cónyuges.
La homofobia en nombre de la religión es una constante, tanto entre cristianos,
como budistas, hinduistas, musulmanes... A las declaraciones del Papa hay que
sumar las del Dalai Lama: "Los órganos sexuales han sido creados para la
reproducción entre el elemento masculino y el femenino. Toda desviación a eso es
inaceptable. La homosexualidad es mala". Claro que en el mundo islámico es donde
se llevan la peor parte, a causa de la pervivencia de legislaciones
pretendidamente religiosas. En algunos países de mayoría musulmana la condena
por un presunto delito de homosexualidad es la pena de muerte: Arabia Saudí,
Irán, Mauritania, Sudán y Yemen. No sabemos si en el "Iraq liberado" sucederá lo
mismo, o solo se condenará la sodomía con la cárcel, como en Malasia, Pakistán,
Siria, Jordania, Marruecos, Túnez, Argelia, Irak y Kuwait... En fin, una
ideología demoníaca.