País Vasco
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Otegi, libre tras agotar la condena El interlocutor político encarcelado antes, durante y después de la negociación
Ramón SOLA
Siempre que a Arnaldo Otegi se le ha planteado el paralelismo con Irlanda, ha
respondido lo mismo: «La izquierda abertzale es un Gerry Adams colectivo». Otegi
está libre, pero nadie sabe por cuánto tiempo, y el grueso de ese Adams
colectivo sigue preso. La hojarasca de especulaciones sobre su futuro sólo busca
tapar esa realidad palpable: la insólita actitud de un Estado que no tiene
propuesta de paz.
Entre las innegables -e innegadas- virtudes de Arnaldo Otegi para el liderazgo
político no sólo figuran el carisma y la claridad de ideas, sino también la
capacidad de análisis sobre los acontecimientos futuros. Lo evidenció en la
mañana del 11-M para todo quien quisiera oír. Del mismo modo, en el
libro-entrevista de GARA «Mañana, Euskal Herria», Otegi anti- cipó los riesgos a
los que se enfrentaba el proceso de negociación por la posición del PSOE y del
PNV, que resultaron proféticos. Y, en paralelo, desgranó reflexiones más
personales que parecen escritas para definir su propia situación en estas
últimas semanas, en las que ha sido sometido al pim-pam-pum de presiones,
especulaciones e intoxicaciones desde la trinchera política y mediática
contraria.
Rememorando lo ocurrido cuando la Mesa Nacional de HB fue excarcelada en 1999 y
se ensambló con la creada para sustituirla, Otegi explicaba en el libro que «el
enemigo, que hace guerra sicológica continuamente, lo que hizo fue decir que ya
habían salido los `malos' y que los arnaldos, permaches y demás no tenían nada
que hacer. Y eso fue sumamente injusto».
En la misma entrevista, realizada en otoño de 2005, al político de Elgoibar se
le preguntó cómo encajaba las declaraciones que otros políticos como José Bono
hacían sobre él, y respondió con otra declaración de principios: «Si alguien
cree que con este tipo de declaraciones van a condicionar mi forma de actuar,
está absolutamente equivocado. Tengo la percepción de que determinadas
afirmaciones y especulaciones sobre dirigentes de la izquierda abertzale que se
hacen desde el Estado, desde algunas personas y desde algunos medios de
comunicación lo que buscan es condicionar nuestra actividad política. Todas esas
especulaciones sobre si uno se retira, si es del sector duro, si luego pasa
inmediatamente al sector blando, que luego pasa a ser del sector ortodoxo, lo
único que pretenden es que pierdas el tiempo preguntándote por qué dicen estas
cosas. Así que decidí hace muchos años no hacer caso ni dejar que me afecten».
Queda claro, por tanto, que Arnaldo Otegi no habría gastado todas estas líneas
anteriores para replicar a las intoxicaciones del adversario. Y queda claro,
sobre todo, que ni le han afectado ni le afectan ni le afectarán.
Quienes insisten ahora en poner el foco sobre la figura de Otegi son
paradójicamente los mismos que se han afanado en tratar de descalificarlo como
interlocutor y los mismos que han justificado que haya sido encarcelado en tres
ocasiones en los últimos tres años. Tres ocasiones temporalmente significativas,
ya que ha ido a prisión antes, durante y después del proceso de negociación.
Fuera cual fuera la coyuntura, hubiera expectativas de acuerdo o no, existiera
diálogo con el PSOE o no, con tregua de ETA o sin ella, el Estado español ha
mantenido intacta su posición contra Otegi.
El responsable último de que la persona más referencial de la izquierda
abertzale fuera al otro lado de las rejas en 2005, 2006 y 2007 no puede ser otro
que el presidente del Gobierno español. Un José Luis Rodríguez Zapatero que al
mismo tiempo no dudaba en admitir en televisión el «discurso de paz» de Arnaldo
Otegi. Lo hizo incluso, no está de más recordarlo, el 25 de febrero de 2007, sin
haber pasado un mes desde el atentado de Barajas en el que el Gobierno quiere
situar el fin del (seudo)proceso. Aquel día elogió que en una entrevista del
líder independentista a ``La Vanguardia'' observaba «elementos distintos». Pero
los hechos iban en sentido contrario: cárcel, cárcel y tres veces cárcel contra
el discurso de paz.
Frente a la apuesta bélica del Estado, mirando la hemeroteca llama la atención
con qué «sangre fría» -término usado por Pernando Barrena- acogió la izquierda
abertzale la ofensiva contra Otegi y el resto de sus líderes e interlocutores,
prueba evidente de su compromiso de agotar las opciones de crear un proceso
sólido. Un compromiso que hace que hoy día siga manteniendo en alto su propuesta
de solución política.
Tras el primer encarcelamiento en primavera de 2005, ejecutado sólo por ser
miembro de Batasuna, el afectado valoraba que «pretende sentar una posición de
fuerza por parte del Estado y transmitir la existencia de plan B en el caso de
que el plan A no funcione». El segundo ingreso en prisión se produjo apenas unos
días después del inicio del alto el fuego de ETA de marzo de 2006 y por el
«delito» de haber convocado un paro por la muerte de los presos Roberto Sáinz e
Igor Angulo, pero tampoco hizo perder la calma a Otegi: «Pueden golpear
estructuras, pero nuestra fortaleza es el pueblo», dijo. Y algo similar ocurrió
en el tercero, pese a la constatación de que el proceso de negociación se había
dado por finalizado en el intento de mayo y que la tregua había acabado: en la
única entrevista concedida desde Martutene, para GARA, defendía que «hemos
recorrido una etapa y hay que lograr la meta» y abogaba por «seguir trabajando
con pisada de buey y la perspectiva puesta en un horizonte razonable».
Las palabras de Otegi se podrían equiparar seguramente con las que habrían
pronunciado en una situación similar Ge- rry Adams o Nelson Mandela. Pero sobra
decir que a John Major y Tony Blair no se les pasó por la cabeza torpedear la
solución en Irlanda de un modo tan burdo. Y en 1990, el último presidente del
apartheid, Frederic de Klerk, hizo justo lo contrario que Zapatero: liberó a
Mandela para encauzar un proceso. Ambos, Adams y Mandela, como otros muchos en
similares circunstancias, fueron «terroristas» antes que «hombres de paz». Hoy
ya nadie se acuerda de aquello; es más, mentarlo sería una solemne estupidez.
Otro tanto pasará con Otegi, para quien, sin embargo, el PP reclama ahora al
Gobierno español que «esté muy vigilante para que no vuelva a las andadas».
La excarcelación de Arnaldo Otegi es una muy buena noticia para todos los que le
quieren, que en este país se cuentan por cientos de miles, pero lamentablemente
nadie podrá decir que la interlocución de la izquierda abertzale está libre. Ni
siquiera lo está el propio Otegi, pendiente de otros procesos de todo tipo
construidos artificialmente. Cuando se le ha planteado por el paralelismo
evidente con el líder irlandés, el elgoibartarra siempre ha respondido que «la
izquierda abertzale es un Gerry Adams colectivo». El Estado español no sólo ha
encarcelado a Arnaldo Otegi, sino que ha atacado a todo ese Gerry Adams
colectivo. Antes fueron a la cárcel Olatz Dañobeitia, Juan Joxe Petrikorena o
Juan Mari Olano.
Hace ya casi un año, una veintena de capturados en Segura. Después, en un lento
goteo, Marije Fullaondo, Pernando Barrena, Patxi Urrutia... El Estado también
atacó a los interlocutores de ETA, y lo hizo -como con Otegi- mientras el
proceso estaba abierto en el caso de la detención de Jon Iurrebaso. El otoño
llega ahora con una treintena de citaciones más y con la ilegalización cantada
de ANV y EHAK. Y 2009 puede ser el año del juicio oral contra nada menos que 40
miembros de Batasuna, entre ellos también Arnaldo Otegi. Es el enésimo intento
de demoler a la izquierda abertzale.
Este, y no otro, es el telón de fondo de una excarcelación que ayer fue
celebrada por muchos ciudadanos vascos en tiempos que no son precisamente para
euforias. A buen seguro entre ellos no sólo estaba la izquierda abertzale al
completo, sino una gran masa social oculta que sueña con la solución y que
reconoce la labor de Otegi como parte fundamental de ese Adams colectivo que
resiste, existe y sigue mirando al futuro.