País Vasco
|
Una nueva muerte en la cárcel
Koldo Morras Alzugarai
Gara
Una frase repetida no solamente por quien ha sentido de cerca el dolor por la
pérdida de un hijo, hermano o ser querido, sino por representantes de partidos
que se ha visto obligados por las circunstancias. En efecto, hace mucho tiempo
que «se podía haber evitado». Hace muchos muertos, torturados, agredidos y
humillados que se podían haber evitado. Hace muchas ilegalizaciones, cierres de
medios de comunicación y vulneraciones de derechos que se podían haber evitado.
Pero claro, para lograr ese objetivo es preciso que el problema y las ganas de
resolverlo estén en las agendas de los partidos y no sólo en los momentos en los
que el conjunto de Euskal Herria se convulsiona por la muerte inducida de uno de
sus hijos.
Por la actitud que están teniendo, han demostrado que son frases y discursos de
cara a la galería, brindis al sol. Con esta expresión pretenden hacernos creer
que también están siendo parte activa en la resolución del conflicto y que toman
iniciativas. Por desgracia, nada más lejos de la realidad, aunque en su mano
está poner fin a tanto atropello y tanta vulneración de derechos. ¡Claro que
también esta muerte se podía haber evitado!
La situación en la que se encontraba Kotto era conocida por Instituciones
Penitenciarias. Los responsables de las cárceles de Iruñea y Soria tenían
conocimiento de la depresión que padecía y por la que estaba recibiendo
tratamiento por especialistas de Osasunbidea desde junio de este año. El mismo
día 21 de Octubre en el que es detenido, solicita ser valorado por un siquiatra,
por lo que es trasladado a Urgencias del Hospital de Navarra, en donde se emite
un informe sobre la situación anímica en la que se encuentra y la medicación que
tiene que recibir. Con estos antecedentes, el ingreso en un centro penitenciario
exige la puesta en marcha de unas medidas de seguridad y la aplicación de un
protocolo que supervise el estado sicológico del paciente que ingresa en el
centro.
No es objetivo de esta carta comentar las circunstancias irregulares en las que
se produjo su ingreso en prisión (que no le fue comunicada oficialmente), ni la
desproporción en las formas en las que se produjo la detención. Pero no podemos
evitar pronunciarnos sobre la injusticia y el agravio comparativo que supone el
qué una persona que ya ha cumplido casi 4 años de cárcel, sobre los 5 de
condena, se le requiera para volver a ingresar en prisión y no se le aplique la
libertad condicional por haber cumplido las tres cuartas partes de la condena.
Si estos razonamientos legales no son suficientes, tendría que haberlo sido la
situación anímica y depresiva en la que se encontraba en los últimos meses. La
excarcelación de Galindo y la libertad que disfruta Vera no hacen sino
acrecentar nuestra indignación por el diferente trato recibido por unos y por
otros.
Hemos repetido hasta la saciedad que la política penitenciaria aplicada por los
estados francés y español pretende doblegar la voluntad del preso, y que en el
caso de los prisioneros y prisioneras políticas vascas, busca directamente su
humillación y aniquilamiento. ¿Cómo pueden explicarnos los responsables
políticos de estas medidas excepcionales que un joven con un futuro por delante
se sienta tan presionado que sea incapaz de afrontar el permanecer en la cárcel
unos meses más? Sin lugar a dudas, son las condiciones de vida tan extremas a
las que se somete a los presos las que condicionan su desmoronamiento. Cuando a
una persona privada de libertad no se le tiene en cuenta su situación emocional
y no se le garantiza su integridad física, se está actuando con negligencia. Si
esa persona decide acabar con el sufrimiento a que se ve sometido, está
gritándole a los políticos y los responsables de tanta injusticia, ¡Basta ya!
Por desgracia Kotto viene a completar una larga lista de 20 presos y presas
políticas vascas que han pagado con su vida la resistencia en las cárceles de
exterminio. En 1981 fallecía Juan José Crespo después de una larga huelga de
hambre; Joseba Asensio, Josu Retolaza, Juan Carlos Alberdi, Mikel Zalakain, Peio
Mariñelarena, Javier Gorostiza, Jean Louis Maitia, Santi Diez, Esteban Esteban
Nieto, Kepa Miner y Juan José Urrutia fallecían como consecuencia de la
desatención sanitaria en la cárcel, en el exilio algunos, o a las pocas semanas
de ser puestos en libertad. El suicidio claramente inducido al que se han visto
abocados José Ramón Goikoetxea, Mikel Lopetegi, Jean Groix, José Mª Aranzamendi,
Juan Carlos Hernando, Ramón Gil Ostoaga, Oihane Errazkin y el último JoséAngel
Altzuguren, nos habla de unas medidas de presión y condiciones de vida aplicadas
sobre ellos que exigen su inmediata derogación.
Los responsables
Podemos hablar de varias parcelas de responsabilidad en la muerte de esas
personas, que privadas de libertad están bajo la supervisión de una institución
estatal como es el Ministerio de Justicia y de Instituciones Penitenciarias que
depende directamente de él. Estos organismos públicos tienen sus obligaciones
para con el ciudadano y no pueden eludir su responsabilidad.
En mayo del 2001 el Parlamento de Navarra aprueba una moción presentada por el
PSN (entonces estaba Juan Jose Lizarbe de portavoz), con el único rechazo de
UPN, por la que se reclama que sea Osasunbidea la encargada de velar por la
salud de los presos de Iruñea. Se dice en uno de los puntos: «El Parlamento de
Navarra insta al Gobierno de Navarra para que articule los mecanismos necesarios
de coordinación y colaboración con Instituciones Penitenciarias a fin de hacer
efectivo el Derecho de los reclusos a la protección, prevención y promoción de
la salud dentro del Servicio Navarro de Salud-Osasunbidea». Los argumentos
empleados fueron escrupulosos en las formas, y hacían suyos los derechos que
tienen todas las personas incluidas las privadas de libertad para que se
garantice la protección de la salud. Cabe recordar que en aquel momento EH
solicitó que la medida se extendiese a los presos navarros que se encontrasen
fuera del herrialde, sin conseguirlo.
Entendemos que en el caso del vecino de Bera, los informes emitidos por los
especialistas de Osasunbidea eran conocidos por los responsables de las cárceles
por las que pasó, y tenían que haber sido tenidos en cuenta a la hora de tomar
medidas preventivas por el riesgo que suponía para su integridad física.
Pero no se nos puede escapar la responsabilidad compartida de quienes mantienen
una política de dispersión que, aplicada de forma arbitraria sobre los presos
vascos, supone un castigo añadido a sus condenas y un espacio de impunidad para
encubrir el trato vejatorio que reciben.
Debido a la desasistencia y negligencia sanitaria a la que se ven sometidos los
presos y presas vascas por la injusticia de la dispersión, se hace más necesario
que nunca reclamar el traslado inmediato a cárceles próximas a sus domicilios
para que puedan ser tratados de sus enfermedades de forma adecuada. Se hace
necesario reclamar la puesta en marcha de un proceso de paz que acabe también
con estas expresiones de violencia. No se podrá generar la confianza suficiente
si no se ponen medidas urgentes para evitar que se prolongue el sufrimiento y se
produzcan más victimas.
No podemos acabar sin mandar un abrazo solidario y cariñoso para Nikolasa,
Esteban y Josefa, que sin duda necesitarán del apoyo de todos nosotros. Kotto,
agur eta ohore.
* Koldo Morras Alzugarai. Médico. Miembro de la Asociación para la Defensa de
la Salud de los Presos Vascos