Medios y Tecnología
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Apuntes inéditos sobre copyright y copyleft (2005)
Wu Ming
www.wumingfoundation.com
Traducido por Nadie Enparticular
1. Los dos extremos del falso dilema
2. Nacimiento del copyright y censura: contra el "mito de los orígenes" liberal
3. Google Print y similares: red, gratuidad y batallas de retaguardia
1. Los dos extremos del falso dilema
Comencemos por el final: el copyleft se basa en la necesidad de conjugar dos
exigencias primarias, podríamos decir dos condiciones irrenunciables para la
convivencia civilizada. Si dejamos de luchar por lograr la satisfacción de estas
necesidades, dejamos de anhelar un mundo mejor.
No cabe duda que la cultura y los saberes tienen que circular de la manera más
libre posible y que el acceso a las ideas tiene que ser fácil e igualitario, sin
discriminaciones por razones de tributo, clase, nacionalidad, etc. Las "obras
del ingenio" no sólo están producidas por el ingenio, sino que a su vez
tienen que producir, diseminar ideas y conceptos, abonar las mentes, dar vida a
nuevos brotes del pensamiento y de la imaginación. Este es el primer punto.
El segundo es que el trabajo tiene que ser retribuido, incluyendo el trabajo del
artista o del narrador. Todos tienen el derecho de poder hacer del arte y la
narración su propio oficio, y tienen el derecho de obtener su sustento en un
modo no perjudicial para su propia dignidad. Por supuesto, esto en el campo de
las condiciones a anhelar.
Pensar en estas dos exigencias como los extremos de un dilema insoluble es una
postura conservadora. "La manta es corta", dicen los defensores del copyright
tal como lo hemos conocido. La libertad de copia, para ellos, sólo puede
significar "piratería", "robo" o "plagio", y de la remuneración del autor, si te
he visto no me acuerdo. Cuanto más circula la obra en forma gratuita, menos
copias vende, más dinero pierde el autor. Viéndolo de cerca, es un silogismo
extraño.
La secuencia más razonable sería: la obra circula gratis, la complacencia se
transforma en boca a boca, se benefician la celebridad y la reputación del
autor, y por lo tanto aumenta su espacio de maniobra dentro de la industria
cultural y demás. Es un círculo virtuoso.
A un autor reconocido se lo llama más frecuentemente para presentaciones (con
reembolso de gastos) y conferencias (pagas); es entrevistado por los medios
(gratis, pero ayuda); le proponen dictar clases (pagas), consultas (pagas),
cursos de escritura creativa (pagos); tiene la posibilidad de imponer a los
editores condiciones más ventajosas. ¿Cómo es que todo esto... puede perjudicar
la venta de sus libros?
Hablemos ahora del músico/compositor: la música circula, gusta, atrapa,
entretiene; quien la crea o quien la ejecuta logra una "imagen pública", y si
sabe aprovecharla le llaman para presentaciones varias veces y más
frecuentemente (pagas), tiene la posibilidad de encontrar muchas personas y por
lo tanto más comitentes, si "se hace un nombre" le proponen hacer bandas sonoras
para películas (pagas), veladas como DJ (pagas), "sonorizaciones" (pagas) de
eventos, fiestas, exposiciones, desfiles; hasta puede ser llamado para dirigir
(pagado) un festival, una exhibición anual, cosas por el estilo; si hablamos de
artistas pop, pongamos también las rentas del merchandising, como las camisetas
vendidas por Internet o en los conciertos...
He aquí el "dilema" resuelto en la práctica: se respetan las demandas de los
lectores (que han tenido acceso a una obra), de los autores/compositores (que
han obtenido ingresos y ganancias) y de todo el aparato de la cultura (editores,
promotores, instituciones, etc.).
¿Qué ha pasado? ¿Por qué el silogismo de repente se ha desmoronado ante los
ejemplos? Porque tal silogismo no contempla la complejidad y la riqueza de las
redes y de los intercambios, el incesante boca a boca de un medio a otro sin
solución de continuidad, las posibilidades de diversificación de la oferta, el
hecho que los "ingresos económicos" para el autor puede transitar diversas vías,
algunas (aparentemente) tortuosas.
Es a causa de esta incapacidad de imaginar la complejidad que la industria
cultural (sobre todo la discográfica) ha perdido los primeros cincuenta trenes
de la innovación telemática, viviendo las nuevas oportunidades tecnológicas como
amenazas y no como desafíos, reaccionando en modo desquiciado a Napster y todo
lo que ha venido detrás. Ahora empiezan a moverse, van a cabalgar el tigre
porque Steve Jobs ha demostrado que se puede, pero mientras tanto se han
enfrentado con ejércitos de potenciales de clientes, cuya confianza ya han
perdido para siempre. Anti-marketing.
¿Qué es lo último que tendría que hacer alguien que produce y vende música?
Obviamente criminalizar a quien le escucha, arrastrar a los tribunales a quien
la ama, etc. ¿Valía la pena? Creemos que no.
El "derecho de autor" (cuidado, a no tomarse en serio esta expresión algo
engañosa) tal como lo hemos conocido ya es un freno para el mercado.
Por el contrario, el copyleft (que no es un movimiento ni una "ideología", es
simplemente un término paraguas para una serie de prácticas, instancias y
licencias comerciales) encarna todas las exigencias de reforma y adecuación de
las leyes sobre el copyright, orientadas hacia un "desarrollo sostenible". La
"piratería" es endémica, es irreprimible, es marea creciente empujada por el
viento de la innovación tecnológica.
Es verdad, los magnates de la industria del entretenimiento pueden seguir
aparentado que no pasa nada, como la Casa Blanca prefirió hacer de cuenta que no
existía el efecto sierra, el calentamiento global y los cambios climáticos. En
ambos casos, quien niega la realidad va a ser arrollado. Empecinados en no
ratificar el protocolo de Kyoto, empecinados en no invertir dinero para fuentes
energéticas renovables y alternativas al petróleo, empecinados en no querer
resolver los problemas ambientales, tarde o temprano te pega en la nuca el
huracán Katrina (y ¡esto es sólo el inicio!)
2. Nacimiento del copyright y censura: contra el "mito de los orígenes" liberal
Volvamos al ABC, poniendo uno tras otro los hechos conocidos y recapitulados en
varias ocasiones. La historia del copyright comienza en el siglo XVI en
Inglaterra. La difusión de la imprenta, la posibilidad de distribuir varias
copias de un escrito, infunde ánimo a quienquiera tenga algo que decir,
especialmente para lo político. Hay un auge de panfletos y diarios. La Corona
teme la difusión de ideas subversivas y decide confiar a alguien el control de
lo que se imprime.
En 1556 nace la corporación de los Stationers
[editores-tipógrafos-libreros], casta profesional a la cual se concede en
exclusiva el "derecho de copia" [copy right], y por ello detenta el
monopolio de las tecnologías de impresión. El que quiera imprimir algo tiene que
pasar por su tamiz. Hasta entonces todo era distinto, todos podían hacer
imprimir copias de una obra literaria o teatral, el autor no se preocupaba
porque no mantenía los derechos (que no existían), lo importante era que las
obras circularan y aumentaran la fama del autor, porque de ese modo captaría la
atención de muchos comitentes (mecenas particulares, entes culturales de
diversos tipos como teatros, etc.). A partir de ese momento, en cambio, una obra
podía imprimirse solamente si obtenía el visto bueno (en la práctica, la
aprobación de la censura de estado) y se anotaba en el registro oficial
-¡atención a este detalle! - a nombre de un stationer, que se convertía en el
propietario de la obra en el interés del estado.
Toda la mitología "liberal" sobre el copyright como derecho natural, que nace
espontáneamente gracias al crecimiento y a las dinámicas del mercado... ¡son
patrañas! El origen remoto del copyright reside en la censura previa y en la
necesidad de restringir el acceso a los medios de producción de la cultura (es
decir: restringir la circulación de ideas).
Pasa un siglo y medio y durante este período la autoridad de la Corona sufre
ataques inauditos: la rebelión escocesa de 1638, la "
Las dudas surgen porque hoy muchísimas personas pueden realizar una "copia",
probablemente casi todos.
Muchos de nosotros tenemos en casa a los herederos domésticos de las tecnologías
monopolizadas por los stationers. Para hacer una copia de una obra ya no
se necesita pasar a través una corporación profesional. Los herederos de los
stationers fueron desplazados por la revolución de microelectrónica iniciada
en los años setenta, por el advenimiento de lo digital, por la "democratización"
del acceso a la computación. Primero la fotocopiadora y el cassette de audio,
luego el videograbadora y el sampler, después la grabadora de cd y el peer-to-peer,
finalmente las memorias portátiles del tipo i-Pod... ¿Cómo es que se puede
pensar que todavía sea válida la justificación ideológica del copyright, esa que
dio forma al Statute of Anne?
Está claro que todo debe ser reformulado, ¡este proceso cambia el rostro, el
cerebro y el corazón de toda la industria cultural! Se necesitan nuevas
definiciones para los derechos de los que crean, de los que producen y de los
que ponen a disposición.
Si una "obra del ingenio" puede llegar al público sin la mediación de un editor,
de una discográfica, de productores televisivos o cinematográficos, son ellos
quienes tienen que interrogarse sobre como seguir, los que tienen que inventarse
algo, los que tienen que redefinir su propia función empresarial y su propia
razón social. Intentar mantener con la amenaza de la cárcel un monopolio que ya
no tiene más fundamentos significa adentrarse en un callejón sin salida, es un
comportamiento de Ancien Régime, de autocracia zarista. Por suerte algunos
comienzan a darse cuenta.
3. Google Print y similares: red, gratuidad y batallas de retaguardia