Medios y Tecnología
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Software libre
Manuel Castells
Mientras usted lee estas líneas yo estaré en el Foro Social Mundial de Porto
Alegre hablando de software, internet y derechos de propiedad junto con el
ministro-cantante Gilberto Gil, el catedrático de Stanford y fundador de
Creative Commons, Larry Lessig, y el ex compositor de Grateful Death y actual
presidente de la Free Electronic Frontier Foundation, John Perry Barlow. ¿Qué
hacemos debatiendo de temas tecnológicos en medio de la gran reunión mediática
de movimientos sociales globales? Pues planteando uno de los problemas
esenciales de la humanidad hoy día: cómo evitar que la extraordinaria revolución
en las tecnologías de información y comunicación sea monopolizada y esterilizada
por una visión arcaica del derecho de propiedad y por manipulaciones de empresas
como Microsoft.
Yes que hoy día se ha demostrado que hay formas de producción de la innovación
tecnológica que pueden obtener resultados superiores a los de las empresas
tradicionales a partir de la cooperación libre no remunerada y sin apropiación
privada del conocimiento resultante del proceso de producción. Aunque estas
formas de cooperación productiva pueden extenderse a otras actividades, sus
resultados más espectaculares se registran en el software informático. Lo cual
no es un tema menor. El software es el lenguaje que permite relacionarnos con
los ordenadores y los sistemas digitalizados. O sea, con las redes de máquinas
que forman la infraestructura básica de nuestra sociedad. La apropiación privada
del software es equivalente a la apropiación de la escritura en los orígenes de
la humanidad.
Y de hecho, durante muchos siglos, la escritura se reservó a quienes ejercían el
poder y sus escribas. Pues bien, ocurre que desde hace casi tres décadas, junto
al software propietario de empresas privadas, bien para su uso interno bien para
venderlo, se desarrolló otro tipo de software para sistemas operativos, basado
en el sistema Unix, que, por razones legales, los laboratorios Bell se vieron
obligados a ceder a Berkeley y a otras universidades con la autorización para
modificarlo sin límites legales. La diferencia fundamental entre ambos regímenes
de propiedad es que las empresas, como Microsoft, no difunden lo que se llama el
código fuente del programa, es decir, la fórmula que permite modificar, mejorar
y reparar en caso de necesidad el software que se utiliza. Es algo así como si
usted recibe el motor de su coche sellado y si se estropea ni usted ni ningún
mecánico pueden repararlo.
Ni siquiera el servicio de manutención. Tiene que esperar a que la empresa saque
un nuevo modelo de coche o de programa en el que hayan subsanado, sin que nadie
sepa cómo, los problemas detectados. Pero con el programa Unix, inicialmente,
los programadores (investigadores y estudiantes universitarios) difundieron
desde el principio el código fuente justamente para que todo el mundo pudiera
trabajar con él y modificarlo para el beneficio de la colectividad. De esa línea
de programación salió, en 1991, el programa Linux, desarrollado en primera
versión por un estudiante de 21 años de la Universidad de Helsinki, Linus
Torvalds, que necesitaba un programa para su tesis y tras crear un primer
sistema operativo lo puso en internet pidiendo ayuda para mejorarlo.
Todo el mundo podía acceder al código fuente, trabajar sobre él y ponerlo de
nuevo en internet, con toda la información y sin cobrar nada, los resultados de
su esfuerzo. En realidad, Torvalds utilizó un instrumento legal diseñado en 1984
por el fundador del movimiento de software libre, un programador del MIT llamado
Richard Stallman. Se conoce como General Public License (GPL) según la cual todo
el mundo puede utilizar libremente el software publicado con esa licencia (con
acceso al código fuente) con la única condición de que todo lo que se haga sobre
ese programa se vuelva a difundir públicamente con la misma condición, o sea,
que nadie se pueda apropiar el resultado de ese trabajo. Es decir, que lo único
que se prohíbe es la apropiación privada.
Pues bien, de esa forma de cooperación aparentemente utópica, salieron distintas
versiones de Linux, que hoy día es generalmente considerado un sistema operativo
tecnológicamente superior a los de Microsoft, que se utiliza en la mayoría de
los servidores del world wide web en el mundo, que ya emplean un 14% de los
servidores de gran tamaño y que cuenta con 21 millones de usuarios, en una
progresión que parece imparable. ¿Juicio subjetivo? Miren lo que escribía en
1998 un alto ejecutivo de Microsoft en un memorándum interno que fue filtrado y
se conoce como los documentos de Halloween:"Linux y otros defensores del
software de código abierto representan una propuesta cada vez más creíble de que
este software es tan robusto -si no más- que las alternativas comerciales".
A partir de ahí, el documento esboza estrategias de ataque contra el software
libre, pero se encuentra con el problema, en sus propias palabras, "para
competir contra el software de código abierto hay que apuntar a un proceso en
lugar de a una empresa". Y, naturalmente, las empresas con más visión han
entendido que ese tipo de programación libre es el futuro, de modo que
multinacionales como IBM, Oracle, Netscape, Sun, Computer Associates, SAP,
Hewlett Packard, Dell, Silicon Graphics, y una larga lista, basan muchos de sus
sistemas en Linux y otros programas de código abierto, siempre respetando la
cláusula de la no apropiación privada de los programas que utilizan y a cuyo
desarrollo contribuyen. Algo semejante ocurre con el programa Apache, también
creado por una red cooperativa de programadores y que hoy, con el apoyo de IBM,
pero en régimen de propiedad libre, hace funcio-nar más de dos tercios de los
servidores del world wide web que usted utiliza.
El éxito del movimiento de software libre explica el apoyo de numerosos
gobiernos y administraciones a este tipo de programas, incluyendo Brasil, India,
China, Francia, Alemania, Finlandia, Extremadura (donde crearon el programa
Linex, como extensión simplificada de Linux), Euskadi y, recientemente,
Catalunya. ¿Cómo es posible? Por un lado porque las empresas más inteligentes
(grandes como IBM o de menor dimensión como Red Hat) saben ganar dinero con los
servicios y aplicaciones desarrollados a partir de los programas de software
libre sin matar la gallina de los huevos de oro, que es la libre contribución de
cientos (y en algunos casos miles) de programadores que no donarían gratis su
tiempo y su trabajo si los demás no respetaran la regla fundamental de no
apropiarse privadamente el resultado del trabajo cooperativo. Pero, por otro
lado, todavía hay que explicar por qué estos programadores se dedican a esto
(normalmente en horas libres o como actividad secundaria en su horario de
trabajo) sin buscar compensación económica. Las respuestas al enigma son tan
variadas como las ideologías. Pero tenemos datos de encuestas sobre miembros de
estas comunidades cooperativas de programadores.Ylas motivaciones son, en orden
de frecuencia: la convicción de que el software tiene que ser libre porque es un
derecho fundamental; la constatación de que la calidad técnica del software
producido es muy superior al comercial; su mejora profesional mediante la
participación en la comunidad en red, y el divertirse con esta actividad. Todo
ello junto conduce a que estas redes tienen una potencia de creatividad
infinitamente mayor, y por tanto un resultado de mayor calidad, a los de
empresas parapetadas tras la propiedad intelectual.
El movimiento de software libre ejemplifica una forma de organización de la
producción y la distribución en una economía del conocimiento que se basa en la
propiedad común de la innovación, mediante la colaboración libre de los
creadores, y la apropiación privada y comercial de las aplicaciones y productos
derivados de esa creación.No se trata de abolir la propiedad privada, sino la
propiedad de rentistas y parásitos que bloquean la innovación y la distribución
de la riqueza de la humanidad. Es un viejo tema, desde Proudhon. Pero también es
un tema fundamental en un mundo en desarrollo donde la batalla en torno a los
derechos de propiedad intelectual es la cuestión decisiva para que el planeta
comparta la innovación y sus beneficios, en un círculo virtuoso entre los que
contribuyen a la innovación como productores y los que la mejoran como usuarios,
estén donde estén y cualquiera que sea la posición de poder que heredaron de la
geopolítica de la historia. De eso estamos hablando en Porto Alegre.
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