La Fogata con las Madres
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A las madres de la plaza de mayo en todos sus días
Claudia Korol
América Libre
Una no elige las madres que nos toca en suerte. Una no elige siquiera el momento
de nacer. Llegamos a un tiempo marcado y a un espacio inventado por otros y
otras. Allí si podemos elegir -si nos damos cuenta- la manera de vivir, y la
manera de andar por esas coordenadas de espacio y tiempo. Allí si podemos
decidir cuántas veces renacer, y cómo será nuestro parto -el parto en el que
forjamos nuestra historia individual y colectiva-.
A mi generación le tocó crecer en un tiempo y un espacio fuertemente
estructurado entre los sueños de revolucionar el mundo, y las
contrarrevoluciones aplasta sueños. A mi generación le llegó la hora de jugar y
de jugarse, y perdió y ganó en cada apuesta. A mi generación le queda el dolor
cotidiano de constatar ausencias, y la magia de encontrar los cuerpos fusilados
de nuestros hermanos y hermanas, en cada fuego del camino.
A mi generación le tocó la oportunidad histórica de ver nacer a nuestras madres,
no del vientre sino del corazón de nuestros compañeros y compañeras
desaparecidos, asesinados, torturados, presos. A mi generación le tocó la
posibilidad única de adoptar a nuestras madres, en una suerte de parto
invertido, de espejo que transforma el dolor en rabia y esperanza, y la
esperanza en lucha para desenredar la rabia.
Pudimos y quisimos elegir una manera de vivir, y las madres necesarias para
transitar el camino, acompañados de 30.000 ausencias. Nos envolvimos en sus
pañuelos, no para protegernos, sino para comprometernos con una forma de estar
en el mundo; como una manera de endurecernos sin perder la ternura, como una
forma de saber que nuestras palabras deberían ser sostenidas por nuestros
cuerpos.
A mi generación le tocó lidiar duro con estas madres que semana a semana renacen
a sus hijos e hijas en la tempestad o en el abrazo de la primavera, justo en el
centro de la plaza de mayo. Nos tocó amarlas, y ser amados y amadas. Nos tocaron
momentos de encuentros y desencuentros, de cercanías y distancias. No es fácil
la tarea de renacer cotidianamente junto a nuestros compañeros y compañeras
desaparecidas, mientras compartimos con nuestras madres sus maneras de ver el
mundo, que no necesariamente son las nuestras, pero que sí necesariamente serán
parte de nuestra historia.
Les dijimos muchas veces, madres, y de muchas maneras, cuánto las queremos. Les
dijimos cuando admiramos su pasión y su coraje. Les dijimos cuando no
comprendimos sus palabras o sus gestos. Como dice el tango, las necesitamos,
viejas queridas y renegamos. Nos duelen sus distancias, nos sorprenden sus
búsquedas, y las seguimos acompañando.
No es fácil para mi generación celebrar los días de las madres Muchas lágrimas
quedaron en el camino sembrado de ausencias. Pero hoy, y mañana, y pasado,
queremos abrazarlas fuerte. No renunciamos a reconocernos en su amor y en sus
enojos. Queremos decirles que estamos aquí, en este baile 30.000 veces presente.
Estamos cerca, madres, porque aprendimos con ustedes, que la única batalla que
se pierde, es la que se abandona.