La Fogata con las Madres
|
Editorial de ¡Ni un paso atrás! Programa del 27/05/04
Que Cuba y su conmovedora revolución socialista continúen en pie, con la
cabeza clara, el corazón solidario y el puño combativo, es una victoria no sólo
del pueblo cubano, no únicamente de la clase trabajadora internacional, sino de
la propia humanidad.
Desde hace más de dos siglos el capitalismo, ahora extendido a escala planetaria
y en versión guerrerista –con excepción de Cuba-, viene hiriendo el presente de
la humanidad y deteniendo la marcha incesante de la mejor creación de los
hombres: la historia. La caída del bloque del este excitó la prepotencia mundial
de los triunfadores por derecha de la guerra fría. El apogeo de Estados Unidos,
la implantación de su viejo nuevo orden mundial, liberal al extremo en la
economía y exageradamente conservador en la política, amenaza todavía el destino
concreto y tangible de millones y millones de seres humanos, mujeres y varones,
en los cinco continentes. Pero está Cuba. Contra las guerras de paz, contra las
masacres petroleras, contra la sin razón de los misiles "inteligentes", una vez
y otra: Cuba y su ejemplo de estrella encendida y confianza en el porvenir. La
vigencia revolucionaria, digna, rebelde, esperanzadora del pueblo cubano,
defiende a la humanidad de la crueldad capitalista.
Por más que la propaganda apolítica y posmoderna sugieran lo contrario, la
solidaridad y la ternura de los pueblos tienen razón porque la gesta liberadora
de Cuba sigue invicta, intacta, indemne. El pueblo de Argentina lo acreditó en
carne propia hace exactamente un año, cuando el Comandante Fidel Castro brindó
en las escalinatas de la Facultad de Derecho un discurso sencillo y penetrante,
humanista y filosófico, lúcido y confiado, que devolvió a la práctica política
la validez de la palabra, el pensamiento y la emoción, devaluados tras el
genocidio, la impunidad y la degradación moral del neoliberalismo. Tras aquellas
dos horas y media de discurso, los mejores hijos del pueblo comprendieron
definitivamente que el desafío de lograr una revolución política que dé el poder
a los trabajadores, los explotados, los injuriados, los pobres y construya una
sociedad diferente y justa, de mujeres y hombres nuevos, no sólo es posible sino
necesario. Cuba enseña que la revolución es la única tarea humana por la cual
darlo todo, desde las horas y los minutos de cada día hasta el más íntimo jugo
de nuestras pasiones. Como decía el Che en aquella carta de despedida a sus
hijos: "La revolución es lo único importante y cada uno de nosotros, solo, no
vale nada".
No en vano Cuba rima con uva, esa fruta minúscula de donde sale el
rojo vino en cajita de los pueblos, que comparte en mesas concurridas de
compañeros y amigos, como la solidaridad, los sueños, los dolores. No por nada,
la sonoridad de la palabra que nombra a aquel maravilloso país, Cuba, de
extensiones geográficas mínimas pero trascendencia histórica determinante,
remite a la palabra suave. En cualquier caso, el sustantivo Cuba, su
nombre de tormenta y sol, tornillo y madrigal, siempre, sea cuál sea el lugar
del mundo, esquina o tarde, donde se pronuncie, nos recordará la conmoción, la
turbación, el viento de niebla en los ojos y la voz, de la palabra libertad.