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Notas para un debate imprescindible
Lillian Álvarez Navarrete
Rebelión
Hace apenas un mes se celebró en Caracas un evento de mucho
interés, donde se discutió sobre cómo construir consensos e identificar
posiciones comunes ante la necesidad de promover el pensamiento antihegemónico
en materia de propiedad intelectual. A este tema se le reconoció mucha
importancia y se propuso a este fin trabajar coordinadamente en la formación
de una red En defensa del conocimiento y la cultura para todos: la
convocatoria se difundió en Rebelión y otras páginas alternativas y ya se han
sumado a la misma muchas personas y organizaciones de diversas partes del
mundo.
En los últimos días, a propósito del artículo "Ni copyright ni copyleft,
socialismo" de Pascual Serrano, se ha desatado un debate sobre estos temas que
en mi opinión ha sido muy útil; porque ha puesto en circulación muchos
argumentos, desde visiones antihegemónicas, sobre una problemática que ha
estado dominada de manera muy particular por conceptos del pensamiento único.
Aún cuando, por sobre todas las cosas, estoy convencida de que el Socialismo
es la única vía posible para la real emancipación humana, a mi modo de ver, no
debe ser reducido el planteamiento del problema a la fórmula que adoptó como
título el artículo mencionado.
El copyright (en la acepción en que se opone al copyleft) o el copyleft no
constituyen opciones de sociedades a construir: son herramientas, fórmulas
legales que expresan diferentes modos de ejercer derechos sobre las creaciones
intelectuales. El Socialismo es un proyecto mucho más abarcador y trascendente
que incluye la problemática de esta apropiación como uno de los tantos
aspectos a transformar, para lo cual debe utilizar (y de hecho utiliza, al
menos en Cuba) estas y otras herramientas.
El copyleft se opone al copyright pues en lugar de valerse del derecho
otorgado para prohibir la posibilidad de la copia, lo utiliza para permitirla;
pero, como opción, surge de las entrañas del copyright como sistema. El
llamado también izquierdo de copia, o dejar copiar (left es también participio
de to leave), necesita, para promover la cesión de los derechos, que los
reconozca previamente la legislación, de ahí que la iniciativa Creative
Commons haya logrado extenderse en muchas regiones como práctica sin necesidad
de cambios legislativos (actualmente alrededor de 70 países han adoptado o
trabajan en la adopción de este tipo de fórmula). Se basa en el principio de
que si bien puedo reservarme todos los derechos sobre mi obra también puedo
cederlos todos, o casi todos, o sólo algunos. A modo de ejemplo: puedo
publicar mi obra bajo copyright y luego, después de un período de tiempo,
ponerla libre en la red, o publicarla bajo copyleft permitiendo que se
reproduzca pero no con ánimo de lucro, etc. Se pone así en manos del propio
autor la posibilidad de disponer de sus derechos de forma más flexible, en
contraposición a su adquisición en bloque y en exclusiva como es la práctica
ejercida por las editoriales o empresas en general (que asisten a las
negociaciones desde posiciones siempre ventajosas).
El copyleft se proclama a sí mismo, ante todo, como un principio ético, o sea,
como una manera de demostrar que son posibles y necesarias otras formas de
intercambio de conocimientos e información: las que se basan en la cooperación
y la solidaridad, en "dejar hacer" más que en prohibir, en contraposición al
sistema ferozmente restrictivo y metalizado que impone la industria.
La idea fundamental de las licencias Creative Commons -basadas en el principio
del copyleft- es poner a disposición de los autores modelos legales viables
que faciliten la distribución y el uso de contenidos. Es, a mi juicio, una
brecha natural que se ha abierto en un sistema que tiende a ser cada vez más
rígido y restringido mientras que las tecnologías permiten más y más
posibilidades de difusión e intercambio. El desarrollo de la tecnología ha
alcanzado un nivel tal que las relaciones de producción vigentes (las de
propiedad incluidas) le han quedado estrechas y hacen evidente la necesidad de
un cambio. El capital, para sobrevivir a esta contradicción, presiona a través
de los grupos de poder para lograr una legislación cada vez más restrictiva
que le garantice la defensa de sus intereses: de ahí la ampliación de los
plazos de protección para titulares no originarios, la protección de
inversiones a través del sistema de propiedad intelectual, la inclusión de
estos temas como parte de los acuerdos de la OMC y de los tratados de libre
comercio, la homogeneización internacional de la legislación teniendo como
referente la de los países del Primer Mundo, entre otras tendencias.
Puede afirmarse también que el copyleft ha surgido como una necesidad ante la
existencia de nuevas formas de crear para las cuales el copyright constituye
una traba evidente. Tal es el caso, por ejemplo, del arte digital actual o de
otras expresiones de las artes visuales basadas en la apropiación o
recontextualizaciòn de contenidos, o en las nuevas experiencias musicales que
surgen de la participación de creadores que desde diferentes lugares y estilos
modifican y aportan a las obras preexistentes nuevas sonoridades, prácticas
inconcebibles bajo los términos del copyright y la amenaza de las
consiguientes reclamaciones legales. Una de las licencias cuyo uso promueven
estas alternativas se refiere a permitir la creación de obras derivadas.
El objetivo del copyleft no es el de promover entre los autores la renuncia a
sus derechos como vía para eliminar a los intermediarios y plusvalías que
encarecen los productos. A esto último contribuirá el propio desarrollo
tecnológico que, al facilitar cada vez más la reproducción y el intercambio
favorecerá una obligada reconsideración de los modelos de difusión utilizados
hasta ahora. La piratería (un concepto acuñado por el pensamiento hegemónico
que casi ha hecho olvidar los asaltos a naves o aeronaves) también desempeña
su papel. Es ésta, a nuestro juicio, no una epidemia, como se le ha querido
llamar, sino sólo un síntoma de una enfermedad mucho mayor motivada por el
sometimiento de la cultura a las leyes del mercado, una reacción a un sistema
de limitaciones y prohibiciones que no tiene fundamento moral ni racional
alguno. Es una crisis que ha hecho cada día más visible la urgencia de un
reacomodo en las relaciones económicas en torno a la cultura.
De burlar a las transnacionales por la vía de la piratería se encargan, es
cierto, el ciudadano común que necesita acceder a la cultura y se aprovecha
también el ¨transnacionalista frustrado¨, que hace de ello un negocio que
aunque menos lucrativo es semejante en su esencia ética al de la gran
industria. Pero en el último eslabón de esta cadena están también los
desempleados, los inmigrantes que luchan por la supervivencia, los excluidos
contra quienes se ensañan las campañas mediáticas y policiales en contra de la
piratería, para aportar un elemento más en la promoción del odio, la
discriminación y la xenofobia. En los países del Tercer Mundo, a esta realidad
se le agrega el injerencismo más descarado que se desata tras los llamados
"mecanismos de observancia" de las normas de propiedad intelectual que han
sido impuestos por la OMC.
El Socialismo es, por otra parte, un sistema que se levanta conscientemente y
en esa tarea de edificación las herramientas legales tienen una gran
importancia como instrumentos de organización social. Para alcanzar sus
objetivos emancipatorios, el Socialismo debe promover una nueva ética y
relaciones nuevas y más justas entre los seres humanos. Pero hay que tener en
cuenta que esa construcción no es un proceso puro y rectilíneo: son muchos y
profundos los cambios que son necesarios y se desarrollan de forma simultánea,
en todas las esferas de la vida; con los hombres y mujeres del antes y con los
del después. La construcción de una sociedad nueva, en el caso de Cuba, ha
tenido que producirse enfrentando en medio de un bloqueo cruel, inhumano, por
parte de los EEUU, de fuertes presiones económicas y políticas, de campañas
difamatorias de dimensiones inusitadas, y en medio de un mundo cada vez más
globalizado que intenta ahogar cualquier experiencia social o cultural
disidente. Copyright (en su sentido de derecho de copia) y copyleft
constituyen herramientas de las que puede valerse y de hecho se ha valido
también el Socialismo cubano para construir estos cambios necesarios. Nuestra
práctica socialista ha procurado garantizar el equilibrio de los intereses de
los autores con los de la sociedad en general por diversas vías (plazos
razonables de protección, fuertes excepciones, y el principio establecido en
la ley de que el interés particular se subordina al interés social, entre
otros) y esto ha estado unido al ejercicio de una política cultural y
educacional responsable. Por otra parte, en la vida cultural cubana también
influyen de modo inevitable determinados mecanismos del mercado internacional
del arte y esto genera contradicciones que no pueden simplificarse.
En una sociedad capitalista, donde el Estado no diseña políticas ni destina
recursos para apoyar la creación, el autor no podría sobrevivir asumiendo el
copyleft como una opción única. El mayor error al que nos ha llevado el
pensamiento hegemónico en esta materia, es el de considerar que la legislación
de derechos de autor o copyright, en cualquiera de sus variantes, garantiza
realmente, por sí sola, la protección a la creación. El Estado, en el
ejercicio de sus políticas culturales, tiene que propiciar el espacio
imprescindible para la creación, tenga éxito o no la obra en el mercado. La
garantía de este espacio comienza por la alfabetización, la educación general
y artística, el derecho de todos a participar en la vida espiritual de la
sociedad, a apreciar la cultura propia y la universal. También para ello
resulta necesario utilizar todo tipo de herramientas jurídicas y no sólo la
remuneración al autor de una obra individual susceptible de ser
comercializada. El Estado debe usar otras vías para incentivar la creación;
debe preservar el patrimonio material e inmaterial, proteger al artista
experimental o de determinados géneros cuyas obras no tienen salida en el
mercado, crear, multiplicar y sostener instituciones culturales que nada
tienen que ver con el comercio pero imprescindibles como las bibliotecas,
museos, casas de cultura, fomentando la cultura comunitaria y tradicional
(relegada esta última a la esfera del no-arte por el derecho de autor
occidental dominante y que constituye uno de los más fuertes pilares de la
identidad de los pueblos hoy ahogada por la globalización neoliberal).
Todo eso es sólo posible en el Socialismo. Pero no por ello debemos negar el
valor de experiencias como el copyleft, ni contraponerlas de un modo
categórico al Socialismo. El software libre como opción ante el software
propietario, es sin duda una opción revolucionaria, que puede aportar a los
países del Tercer Mundo una vía para disminuir, como países, la dependencia
tecnológica, porque son programas modificables, se pueden adaptar a los
idiomas y las necesidades locales y propician el desarrollo de técnicos
nacionales. El movimiento de software libre critica el individualismo, el
secretismo, se opone a la protección del software mediante las patentes, que
es una amenaza que se cierne sobre el mundo y que conduciría al estancamiento
tecnológico y a la concentración cada vez mayor de la tecnología en unas pocas
manos. El desarrollo de proyectos como Wikipedia, GNUPedia, Libros Abiertos,
la Biblioteca Pública de las Ciencias y otras bibliotecas y buscadores de
contenidos copyleft brinda a la educación y la investigación oportunidades que
no tiene bajo el copyright y que cada vez tendrá menos, y sin que esto
constituya una solución a los problemas de la sociedad en general -sólo
subsanables mediante una transformación integral de la misma- acerca a los
hombres y mujeres a los principios de la solidaridad y la cooperación como
alternativas, en contraposición al individualismo y la mercantilización de las
ideas; los acerca, con un nombre u otro, a los principios e ideales del
Socialismo.
Como en todo, en estos procesos se dan vaivenes. En el seno de la sociedad
capitalista surgen también modelos que utilizan fórmulas del copyleft para
potenciar las ventas e intentan vaciarles de su contenido ético, como ha
pasado con el open source que a diferencia del software libre asume ese mismo
modelo basándose en los beneficios prácticos que pueden obtenerse por estas
vías, obviando el principio de la necesidad de compartir la creación.
En estos momentos es imprescindible trabajar en la conformación de un
pensamiento ético-jurídico que se contraponga, ante todo, a una doctrina muy
coherente e hipócrita que nos han impuesto desde los centros de poder como
única opción válida y ha sido abrazada y difundida por interés,
desconocimiento o ingenuidad por todas las universidades, institutos y
academias. Ahí esta la labor de la OMC, avalada por la OMPI -cuya actuación
está siendo ya fuertemente cuestionada- que enfatiza en la protección y el
reforzamiento de los derechos de propiedad intelectual como única alternativa
para promover la creatividad, la innovación y el desarrollo. Es la misma
doctrina que acepta hoy que se niegue el acceso a los medicamentos a los
países del Tercer Mundo y que se toma más de dos años en determinar que es más
importante si el derecho a la salud o el de las transnacionales a recibir sus
ganancias, la misma que hoy impulsa la eliminación del préstamo gratuito en
bibliotecas, o que valida el reconocimiento de 90 y 100 años de protección
para las obras audiovisuales a favor de sus productores o que exige a los
países más pobres la movilización de los recursos de los que no dispone para
dar alimentación a su población en función de la lucha contra la piratería de
software o de la industria del entretenimiento porque se perjudican los
intereses inversionistas del Primer Mundo.
Todo debate de este otro lado, es provechoso. Todos los que consideren que el
régimen de apropiación de la creación y el conocimiento vigente es injusto,
tienen algo que aportar. Puede haber posiciones diferentes, análisis desde una
u otra óptica, con mayor o menor información, pero la prioridad debe ser
sumarnos, no restarnos. Todos los que en un mundo al borde del colapso ante la
disyuntiva entre solidaridad e individualismo, apostamos por la primera,
tenemos algo muy importante en común. Y ese principio ético, a nuestro juicio,
es el que debe marcar el rumbo.
porlacultura@icaic.cu