Libros sí, Alpargatas también
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Jose Amorin, ex dirigente montonero
Ex miembro de uno de los grupos fundadores de Montoneros, el que dirigía el
mítico Sabino Navarro, el médico sanitarista y escritor José Amorín decidió
recordar, ordenar y relatar la historia de su militancia en un libro. "La buena
historia", según su propia definición.
Verónica Gago
Montoneros: la buena historia es un collage. Al no tratarse de una
investigación periodística ni acádémica, se permite la mezcla de voces,
registros y materiales que dan cuerpo a un libro de trazo testimonial, casi
íntimo por momentos. Es en la derrota política que se guarece ese tono personal:
la "buena historia" es la que escriben los vencidos, se cita metodológicamente
en la primera página. Y es el lugar, sin disimulos, del sobreviviente que José
Amorín, fundador de Montoneros y perteneciente al grupo de Sabino Navarro,
construye para rememorar su militancia, sus amigos y compañeros, las muertes,
las miserias propias y ajenas, los balances de entonces, las reflexiones de
ahora.
Amorín compone un relato de más de trescientas páginas -editado por Catálogos-,
en el que reúne escenas de operativos relatadas casi como ficciones,
intercambios de mails con conocidos sobre las lagunas de su propio recuerdo,
cuentos de otros para describir situaciones que parecen inverosímiles (como los
"autoatentados" de Montoneros), y comentarios que recibió cuando hizo circular
un primer borrador del libro. Todo queda enhebrado por su propia voz, que va y
viene por el oeste bonaerense (donde dirigía la columna montonera denominada del
"far west"), y recorre las discusiones entre militantes y organizaciones
políticas y militares. A la vez, Amorín repasa las lecturas coyunturales de los
acontecimientos que se aceleran a fines de los sesenta y principios de los
setenta, y revive sus miedos: la sospecha -ante sí mismo y los otros- de
"volverse cagón" es una angustia que recorre el libro casi como marca de época.
De este modo, Montoneros: la buena historia nunca elige un análisis que
tome distancia de lo vivido para valorar los acontecimientos desde algún otro
lugar. Más bien se sumerge en una escritura a la que el autor parece sentirse
obligado. Como una deuda contraída con un "nosotros" que es, sin dudas, su grupo
más cercano de militancia y del cual es hoy el único sobreviviente. Así es que,
al extremo, muchas páginas se inundan de la jerga de la época, que hacen literal
algo que anota Amorín: "Escribir es revivir".
-Hay una suerte de tragedia que usted señala en el libro y que al mismo
tiempo parece una crítica interna hacia Montoneros: el orden de las jerarquías
de la organización que llevan a Firmenich -casi sin razones de peso, según
usted- a ocupar un lugar central. ¿Qué de sus características personales usted
atribuye o vincula con el desenlace de Montoneros? ¿Qué imagina o qué hipótesis
tiene de lo que hubiera pasado con Montoneros si Firmenich no hubiese quedado en
la conducción?
-En términos personales a Firmenich se le pueden atribuir una serie de
características: autoritarismo, rigidez, soberbia, estrechez de miras, impiedad,
etcétera. Pero ellas caracterizan, caracterizaron y caracterizarán a muchos
dirigentes, revolucionarios o no. Y, si bien no ayudan a un proceso
revolucionario, tampoco constituyen el factótum de su fracaso. El problema con
Firmenich fue su falta de capacidad política. Además de su incomprensión de
Perón, de la incondicional adhesión del pueblo a su figura, del modelo político
que proponía el peronismo y del movimiento peronista como revolucionario en su
conjunto. Problema que compartía con otros integrantes de la conducción nacional
montonera. A partir de allí sobreviene la controversia con Perón, el sentimiento
de humillación por ciertas actitudes de Perón posteriores a la masacre de
Ezeiza, la desmedida respuesta que significó el asesinato de Rucci y, al final,
el aislamiento del pueblo. Este es el meollo del fracaso montonero. Fracaso que,
con la para nada desdeñable ayuda de Isabel y la ultraderecha delincuencial,
llevó al fracaso del peronismo en su conjunto. El terreno de las hipótesis a
futuro corresponde al terreno de la fantasía. Sin embargo, es posible inferir
que el golpe del 76 igualmente se hubiera realizado en cualquiera de los
escenarios. Y, en tal sentido, si Montoneros hubiera respetado sus consignas
políticas iniciales, habría sido posible una alianza con el sindicalismo
-burocrático o no-, la ultraderecha jamás hubiese ocupado el espacio que ocupó
después de la muerte de Perón, tal vez la respuesta popular al golpe hubiera
asumido las características de la primera Resistencia y, sobre todo, el
movimiento peronista no habría transmutado en ese engendro bastardo que se ha
dado en llamar Partido Justicialista, éste sí factótum del fracaso del proyecto
nacional y popular. O su dique de contención, que para el caso es lo mismo.
-La decisión del asesinato de Rucci y la retirada de Montoneros de Plaza de
Mayo en el acto del 1° de mayo de 1974 son analizados por usted de manera
crítica y es finalmente lo que da lugar a su alejamiento de la organización.
¿Qué tendencia ve desplegarse con estos hechos?
-Las actitudes de la Jotapé el 1º de mayo del 74 respondieron a las
características políticas que recién mencioné de la mayor parte de la conducción
montonera. Constituyeron una provocación no prevista por la mayoría de los
cuadros medios, quienes en la práctica organizaron la movilización. Sería
ingenuo pensar que fueron espontáneas o, al menos, sólo espontáneas. A ello hay
que sumar el número y la composición social predominante de las columnas
montoneras: no eran ni la mitad de los compañeros que habitualmente y sin
esfuerzo se convocaban hasta seis meses antes; compañeros que, por otra parte y
sin desmerecer su origen, en su mayoría pertenecían a sectores medios,
estudiantes secundarios y universitarios.
-¿Cuál es la importancia de Sabino Navarro en Montoneros? ¿Qué
características le imprime a sus primeros desarrollos? ¿Puede ser pensado como
una contrafigura -tanto personal como políticamente- a Firmenich?
-Sabino Navarro y, posteriormente, Carlos Hobert, fueron las contrafiguras de
Firmenich. No recuerdo, por ejemplo, que ninguno de los dos diera jamás una
"orden". Ambos -el primero sin ilustración y el segundo muy ilustrado-
proponían, discutían y consensuaban: carecían tanto de soberbia como de rigidez.
Ambos, además, se ponían al frente de los compañeros, se preocupaban por ellos y
los cuidaban al máximo. No es gratuito que ambos hayan muerto en combate.
-Usted denuncia duramente el traslado que se le aplica a Sabino Navarro a
Córdoba a modo de una sanción por un episodio personal menor. ¿Qué lee en esta
orden? ¿Cree que el desenlace de su muerte estaba previsto?
-Este es un punto respecto del cual no pocos viejos compañeros, luego de
leer La buena historia, disintieron conmigo. No creo que el desenlace de su
traslado a Córdoba hubiera estado fríamente calculado. Pero que su traslado fue
producto de una sanción, no cabe la menor duda. Y lo afirmo no sólo porque fui
testigo del hecho. De ser el arquitecto que reconstruyó y agrandó la
Organización a nivel nacional y el único dirigente que estaba en ese nivel
-Perdía afirma que fue "el coordinador nacional": para el caso es lo mismo- pasó
a conducir una regional casi devastada.
-¿Qué opina de las apariciones de los últimos años de Firmenich, por ejemplo
en el programa de Mariano Grondona, hablando de los beneficios de una democracia
de mercado?
-Creo que es coherente con su incomprensión del peronismo como modelo
revolucionario, así como con sus características personales que señalé al
principio. Además, demuestra su carencia de convicciones revolucionarias y su
falta de criterio político: cada vez que abre la boca es para quemarse un poco
más. Nunca conocí a un político que se encargara de esmerilarse a sí mismo.
-Hay una discusión sobre la pretensión de verdad del testimonio a la hora de
analizar los años 60/70. Este argumento fue planteado por Beatriz Sarlo en su
último libro, donde cuestiona que la primera persona testimonial sea una voz
privilegiada en términos de autenticidad. ¿Qué piensa al respecto? ¿Por qué
eligió la primera persona y qué características cree que le da a su relato?
-Elegí la primera persona porque al respecto no pienso lo mismo que Beatriz
Sarlo. Es decir, si se tratara de un ensayo -o solamente de un ensayo-, Beatriz
Sarlo tendría razón en la medida en que la "falta de distancia", inevitable en
un protagonista de los hechos que se narran, podría afectar su objetividad. Por
otra parte, la validez de la primera persona, del testimonio, depende de la
calidad del testigo y del contenido de su testimonio: ellos facilitan los
análisis de los ensayistas y de los historiadores. En todo caso, mi intención no
fue ser tanto objetivo como creíble. Por ello narro en primera persona y me hago
cargo de lo que hice y de lo que escribo. Me hago cargo, y no sin dolor, de la
violencia que ejercí. Sin embargo, rescato el ejercicio de la violencia
revolucionaria, como un instrumento más -también el más "jugado"- en los
dieciocho años de lucha del Movimiento Peronista para invertir las relaciones de
poder en beneficio de los intereses populares. Rescato el ejercicio de la
violencia contra cualquier dictadura: en dictadura vivimos, con breves e
inestables períodos de democracia limitada, hasta 1973. No es gratuito que el
derecho a rebelarse figure en la Constitución Nacional.
-¿Qué opina cuando se dice que en la actualidad ha llegado al poder la
generación de los años 70? ¿Está de acuerdo?
-Cabe aclarar que la generación del setenta produjo por un lado a la Jotapé
y otros grupos revolucionarios no tan masivos, por el otro a los represores y
sus apoyos políticos y, en el medio, a los indiferentes. Claro está: se entiende
que lo denominado la "generación del 70" se corresponde con aquellos que
intentaron un cambio revolucionario, armas en mano o no. En tal sentido, el
Presidente, algunos ministros como Nilda Garré y Jorge Taiana, o alguien como
Carlos Zannini, y no muchos legisladores, son parte de la "generación del 70".
El resto no. En consecuencia, no podemos afirmar que este gobierno esté
hegemonizado por la "generación del 70" ni mucho menos. Creo que este gobierno
no tiene el poder real, pero pelea, contradicciones incluidas, por lograrlo
aunque le falta por recorrer un largo camino. Se podría decir que este es un
gobierno socialdemócrata, mayoritariamente integrado por los mejores cuadros del
PJ (Peronismo conciliador) y, en términos minoritarios, por cuadros provenientes
del peronismo combativo, quienes carecen, por su parte, de una organización
política común, al menos por ahora. Si este gobierno logrará o no implementar el
"modelo peronista" (cogestión, autogestión, cooperativismo, el obrero accionista
de las empresas en las cuales trabaja, apropiación estatal de la renta
diferencial empresaria -de lo cual un ejemplo limitado son las retenciones-,
etcétera), por ahora es una incógnita. No creo que el establishment se banque
algo por el estilo y, en estos casos, la experiencia histórica muestra que no le
hace asco a recurrir a la violencia. En todo caso yo, respecto del gobierno,
tengo un apoyo de carácter crítico.
-¿Qué lugar aspira a que ocupe su libro?
-La mayor parte de las 1.500 personas que compraron La buena historia -así
como los otros tantos que lo siguen capítulo a capítulo en bitácoraglobal.com
son mis pares, al menos mis pares generacionales. Sin embargo, este libro está
dedicado a mis hijos y, sobre todo, a mis nietos. Esto es, a los jóvenes y a los
futuros jóvenes. Para trasmitirles mi experiencia, nuestra experiencia. Así,
cuando les llegue la hora de encarar su propia epopeya, no cometan nuestros
mismos errores.