Libros sí, Alpargatas también
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Presentación del Segundo Tomo del Libro
Kronos. La Esperanza Rota, de Alberto Lapolla
Centro Cultural San Martín, 30 de Setiembre de 2005.
Como debo partir al homenaje que se le realiza al compañero Omar Suaréz, un
militante popular recientemente fallecido, les pido disculpas por retirarme
antes. Por ello estoy un poco con la vida con la presentación del libro de
Alberto y un poco, no diría con la muerte, pero como dijo alguna vez Haroldo
Conti ‘siempre un compañero nos espera al final del camino’, así que iremos a
hablar por el compañero caído.
Bueno entramos en materia. Es cierto como recordaba Ricardo Gil Soria que
prácticamente los que estamos aquí estuvimos en la presentación del Primer Tomo,
en la Feria del Libro, presentando El Cielo por Asalto. Yo no voy a hablar de lo
que fue, ni voy a entrar en comparaciones, yo simplemente intentaré reflexionar
sobre lo que me produjo la lectura de este segundo volumen. Ustedes saben que
hay como una especie cada más firme, de Paradigma que trata de organizar el
pensamiento científico, el pensamiento artístico, el pensamiento cultural en
general, así como las mismas prácticas en general, por fuera de lo que los
antiguos griegos llamaban la poiesis. Es decir que las aventuras de la creación
humana estuvieran marcadas no por cualquier final, sino por la búsqueda como
decían ellos del Bien público, el Bien Social.
En estos tiempos -no es que sea una corriente novedosa, pero podemos decir que
se ha hecho más fuerte a caballo de toda una transformación técnica, científica
cultural en el mundo- que trata de imponer el Azar sobre el Proceso; el
Pragmatismo -que por supuesto no es una corriente filosófica nueva, pero que
ahora cubre un espectro en el campo de las ideas cada vez más fuerte- tratando
que las cosas que se hacen valgan a partir de una utilidad marcada por fuera de
la Ética. Marcada por los réditos que en función de un poder mundial y en
función de lo que podríamos llamar el período del Capitalismo Tardío o
Neoliberalismo lleva a joder en carne y alma a la gente y a poner el pensamiento
o buena parte de él para justificar todas las formas de ignominia posibles.
Y hay también allí un campo que trata de encuadrar a los pensadores. Un
pensamiento tendría que ser, según ellos aquel que asentado en un principio de
la ‘verdad objetiva’ y podríamos disputar toda la noche ¿qué es la objetividad?
Y podríamos por supuesto también disputar ¿qué es la verdad? Pero cerrando las
preguntas, lo que queda es que habría una tarea intelectual obligatoria; la de
escribir desde una pretensión de verdad y de objetividad por fuera, primero, de
cualquier sentimiento, de cualquier emoción, de cualquier compromiso concreto
con la vida y de cualquier búsqueda precisamente de esa poiesis, del Bien Común.
La lectura del libro de mi querido amigo Alberto Lapolla -y los que me conocen
saben que por más que sea un querido amigo, sino me despierta la reflexión le
daría un abrazo pero no estaría sentado en esta mesa- me siento en ella, no sólo
por amigo, sino por la seriedad, el rigor y por todo lo que me conmovió esa
lectura. Insisto toma partido. Busca el bien común, busca lo público, busca esa
poiesis. Con su instrumentación, con su instrumentación histórica y se deja
llevar por los sentimientos.
Y esto hay que marcarlo, porque para muchos puede ser un déficit de su trabajo.
A otros como en mi caso, significa haber tomado Parte por eso que alguna vez un
gran poeta sintetizó -hablo de André Breton- cuando decía que ‘un artista, un
intelectual lo que debe hacer es tratar de tirarse desde lo más alto buscando el
bien de la vida y sin un maldito paracaídas’. Y se tira, se tira con toda la
corporidad que le vemos aquí, es decir no lo van a sostener los ángeles, no lo
van a sostener las magias de la vida, lo único que podrá sostener semejante
valentía para tirarse sin paracaídas sobre el fenómeno cultural de nuestra
época, sobre una historia convertida también en instrumento de destrucción de la
memoria, en instrumento de construcción de la Maldad, en el sentido kantiano. Y
él se tira porque considera que hay una ética en el intelectual. El intelectual
en nuestro tiempo tiene que tomar partido, tiene que comprometerse con alguno de
los bandos que leen la realidad. Porque cualquiera que entre acá, y lo podría
saber un niño -y por eso lo niega un buen sector de intelectuales desde el
poder- puede mostrar esto a partir de su ideología, de sus sentimientos, de sus
prejuicios, de sus obstáculos epistemológicos y epistemofílicos, puede mostrar
esto como un placer o como un acto de deserción intelectual. Desde donde se
mire, se puede enfocar los rostros de ustedes y mostrar un gran interés, se
puede mostrar una gran cantidad de gente, o se puede mostrar también un vacío,
un silencio como forma de retardar la repercusión inevitable que tendrá el
libro.
O sea Alberto toma el riesgo de que en estos tiempos mostrar públicamente el
espacio desde donde uno mira la realidad se convierte en un pecado, para ese
sector intelectual que está en el poder. Y los riesgos de un intelectual que se
anima a desafiar el código de la época es que nadie puede garantizar los
resultados críticos, la circulación de el libro por los estamentos habituales.
Pero conozco la obstinación de Alberto que seguramente hará lo que hizo con el
libro anterior. Algo en lo cual me involucro y se que también Ricardo lo hace,
es que tomamos nuestras almas, nuestros espíritus, nuestras conciencias,
nuestros libros, nuestras obras de teatro y nos vamos a recorrer el país. Como
el Turco que vendía ropa, nosotros vendemos ideas, libros, amor por la vida,
respeto por la Patria. memoria por cada compañero caído. Y así nos podrá ir. En
algunos lugares nos recibirán con amor, en otros lugares nos recibirán con el
silencio que según nos enseña Freud es peor que la palabra. Pero bueno, es
grande, tiene la espalda fuerte y tiene una historia que acrecienta precisamente
los sentimientos con que lee la historia. Hubo un filósofo que merece ser amado
y recordado: Spinoza, que enfrentó precisamente el tema de las pasiones.
Él mismo reconoce que en una etapa de su formación, en una etapa de sus trabajos
filosóficos consideraba que la pasión era algo que había dejar de lado del
trabajo intelectual, que no era bueno que un intelectual se apasionara. Él mismo
en su proceso de crecimiento, y precisamente que culmina con su trabajo sobre la
Ética, no diría que con muchas ganas, pero sí acepta que la pasión no puede
dejar de estar presente en las creaciones de las criaturas humanas. Que la
pasión es un elemento tan importante como la razón. Y en un mundo castigado
hasta el hartazgo por la Lógica Formal Aristotélica, nosotros hacemos bien en
reivindicar la Dialéctica y si nadie lo toma a mal, especialmente la Dialéctica
Materialista y también la pasión. Y de esto saben bien muchos compañeros cuyos
rostros reconozco aquí. La pasión, la pasión para hacernos cargo de la vida tal
como se presenta, pero también la pasión para tener conciencia que la vida en
definitiva será lo que uno construya con esa vida. Alberto con este libro, que
por supuesto es una tremenda trompada al corazón de los que hemos vivido en esos
años, porque aquí están nuestro muertos, porque aquí está la forma como los
mataron, porque aquí está como nos destruyeron los sueños, como se despedazó un
proyecto de una generación y sin embargo a pesar de todo ese dolor , yo siento
que todavía en el libro hay esperanza.
Hay un libro antiguo, que si no me equivoco se llama ‘Los Trabajos y los Días’,
es tal vez el libro más antiguo que se haya escrito sobre el significado del
trabajo y de la acción intelectual. Perdón por citar, pero, es de Hesíodo quien
vivió 750 años A..C. Allí hay un tema de fondo, sabemos bien que Zeus, padre de
todos los Dioses es el dueño del fuego que significa la creación humana. Y
también es cierto que los seres humanos a partir, de que el ayudante marcado
para la tarea de Prometeo, Epimeteo se olvida de que están los seres humanos y
da todos los atributos a los animales, quedan allí el hombre y la mujer desnudos
ante el mundo y sin nada. Y Prometeo le roba un pedacito del fuego a Zeus, para
dárselo a los hombres. Y Zeus se enoja y la llama a Pandora con su caja. Y abren
la caja y todos los desastres del mundo que nos acompañan pareciera que
empezaron a andar por los vientos de los días en ese momento. Pero Prometeo, aun
casi sin fuerzas, logra empujar, sin que Zeus se diera cuenta, en una acción
subversiva, logra cerrarle la caja a Pandora. Y lo que queda allí, resguardada
para la historia de los hombres es la Esperanza.
Con respeto pero sin compartir, no hablo de la esperanza en el sentido teologal,
de Fe, Esperanza y Caridad. Hablo de la Esperanza Dialéctica, de la que también
nos enseñara otro filósofo argentino, Astrada, el cordobés. Hay una esperanza
para que desde algún lugar del poder algún Dios benéfico resuelva lo que no
podemos resolver. Pero allí está Prometeo resguardando la Esperanza atado a una
roca, hasta que se termine el mundo y soportando que el águila baje y le coma el
hígado, y él allí sigue firme en la roca, sigue firme defendiendo la Esperanza.
Defendiendo el Fuego de la Esperanza. Estoy absolutamente convencido en que La
Esperanza Rota, está llena de la pasión y del fuego de la Esperanza. Y por eso
me siento feliz de que aparezca el libro, no hay vino, brindamos con agua,
brindo por el libro y brindo por el coraje de mi amigo.