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Libros s�, Alpargatas tambi�n

Cazadores de luces y de sombras.
Ignacio Ezcurra y Enrique Walker: dos periodistas en tiempos de guerra, revueltas y revoluciones

Un libro de Laura Giussani
Edhasa (2008)

(anticipo)

Mayo Franc�s

Mientras los comunistas vietnamitas sorprend�an con una contraofensiva en Saig�n, en los d�as en que eran asesinados los cinco periodistas, cuando Ignacio se intern� en el Chol�n, y los ojos de los corresponsales internacionales estaban puestos en Par�s por ser la sede de las conversaciones de paz, Francia sacud�a su modorra y aparec�a con fuerza en los titulares con un movimiento espont�neo, desconocido, sin partidos, cuyo dirigente m�s notorio era un muchacho llamado Daniel Cohn-Bendit.

C�mara en mano, Eduardo Meinzer acompa�aba a Andr�s Percivale para dejar registro en im�genes de la ciudad devastada. Primer plano de la Catedral de Notre Dame que se elevaba g�tica hacia el cielo y manten�a intactos sus monstruosos relieves mientras los vitrales descompon�an la luz en infinidad de colores que te��an las sombr�as naves de una inveros�mil alegr�a; solo un puente la divid�a del territorio en donde durante una semana se hab�a librado la batalla entre fuerzas de seguridad y una tropa desarticulada, joven, de camisas desabrochadas y sin corbatas, algunos barbados. Lo �nico que manten�a su sereno movimiento era el r�o Sena, aunque de sus m�rgenes hab�an desaparecido los puestos que vend�an fotos y dibujos de una Par�s bohemia, con pintores de Montparnase y poetas al borde del suicidio que escrib�an frases olvidables para vender a los pasantes. En el boulevard Saint Germain, los tradicionales caf�s, con sus mesas en la vereda, permanec�an cerrados. La resaca de las noches de resistencia permanec�a en el suelo, como si una ola violenta hubiera dejado al descubierto vidrios rotos, papeles, pl�sticos, aerosoles y carteles destruidos. Los adoquines hab�an sido arrancados de cuajo para improvisar proyectiles que pudieran frenar el avance de las fuerzas policiales. Los �rboles estaban ca�dos, derribados para hacer barricadas que frenaran el avance de las fuerzas de seguridad. Sobre los muros de la Sorbone y de cuanto edificio ofreciera un espacio libre para la expresi�n, escritas con distintos colores, aparec�an las consignas del novedoso movimiento: �La emancipaci�n del hombre ser� total o no ser�, �No me liberen, yo me encargo de eso�, �Si piensan por los otros, los otros pensar�n por ustedes�, "Si la vida que vivimos no es digna, la dignidad es luchar por cambiarla." �Nuestra esperanza s�lo puede venir de los sin esperanza�, �El derecho de vivir no se mendiga, se toma�. Frases sueltas que, en su conjunto, conformaban todo un manifiesto: ��Viva la comunicaci�n, abajo la telecomunicaci�n!� "Hacer alegremente cosas terriblemente serias" "No puede volver a dormir tranquilo aquel que alguna vez abri� los ojos." "Debajo del pavimento est� la playa", �La imaginaci�n al poder�, "Marx es Dios, Marcuse su profeta y Mao su espada". Aunque hubiera quienes intentaban articular el discurso de la revuelta, eran los muros los que hablaban, sin autor.

Nadie recordaba con exactitud c�mo hab�a comenzado todo. �La interrupci�n de una asamblea universitaria? �La apertura de un expediente a Daniel Cohn Bendit? El lunes 6 de mayo, los estudiantes de la Universidad de la Sorbona se apretujaron en el patio central para exigir que reabrieran Nanterre y suspender la investigaci�n abierta contra ocho estudiantes ante el consejo de disciplina. Las autoridades de la Universidad llamaron a la polic�a y el edificio fue desalojado. La chispa que hac�a falta. Fueron d�as de resistencia, reuniones en caf�s, discusiones, manifestaciones espont�neas, represi�n, gases, balas, idas y venidas, discursos encendidos. Todos quer�an detener a los an�rquicos j�venes, el Partido Comunista bramaba contra estos "falsos insurgentes" a quienes ve�an como revolucionarios de pacotilla que no admit�an disciplina ni orden alguno. En tanto, Cohn Bendit desafiaba en las plazas: "Pompidou y todo el resto se quedar�an tranquilos si fund�ramos un partido que anunciara �esta gente es nuestra�, sabr�an con qui�n entenderse y encontrar la componenda. Ya no tendr�an enfrente la anarqu�a, el desorden, la efervescencia incontrolable". El fil�sofo del momento, Herbert Marcuse, asist�a extasiado a los episodios parisinos que daban fe de su teor�a, la clase obrera hab�a sido asimilada por el capitalismo, ya nada pod�a esperarse de ella, todo cambio provendr�a de los sectores marginales: los estudiantes, las mujeres, los negros, los inmigrantes.

Alrededor de la avenida, a lo largo de las entreveradas callecitas salpicadas por iglesias rom�nicas que conservaban una fragancia m�stica de incienso, quedaban rastros de la revuelta; por all� hab�an corrido en desbandada los j�venes que durante d�as y noches resistieron a la represi�n policial, en ese mismo intrincado mapa los maquis hab�an desorientado a las fuerzas invasoras en �pocas del nazismo cambiando el nombre de las calles circulares que parec�an no tener principio ni fin.

Cuando la furia daba se�ales de apaciguarse, y el mundo recuperaba su armon�a, los turistas, periodistas, se�oras y se�ores burgueses que se hab�an mantenido al reparo, sal�an como salen lentamente los animales de sus covachas despu�s de una tormenta a husmear qu� ha quedado en pie. Mujeres elegantes, entonces, paseaban coquetos perritos por el Quais de Grands Augustin, y re�an o se sonrojaban al leer los graffities en sus edificios: �Van a terminar todos reventando de confort�, �Vivir contra sobrevivir�, �Olv�dense de todo lo que han aprendido, comiencen a so�ar�, �Abajo el realismo socialista, viva el surrealismo�, �Si lo que ven no es extra�o, la visi�n es falsa�, �La sociedad es una flor carn�vora�, �Viva la democracia directa�, �Abramos las puertas de los manicomios, de las prisiones y otras Facultades�, �La Revoluci�n debe hacerse en los hombres antes de realizarse en las cosas�, �El discurso es contrarrevolucionario�, �Civismo rima con Fascismo�, �La barricada cierra la calle pero abre el camino�.

Entre los argentinos que paseaban por el on�rico paisaje de una Par�s revolucionada no solo estaban Percivale, Walker y Meinzer -quienes asist�an al espect�culo como si fuera una puesta pop del Instituto Di Tella, suerte de happening revolucionario con una est�tica que exced�a la izquierda y abrevaba en el pop, en donde pod�an imaginar a la Minujin entre la bruma de los coches quemados-, tambi�n rondaba por all� un abogado santiague�o, Mario Roberto Santucho, que le�a todos los volantes, fisgoneaba en las asambleas y vociferaba cuando encontraba consignas que dec�an: �Las armas de la cr�tica pasan por la cr�tica de las armas�, no pod�a creer que pudieran desperdiciar semejante ocasi�n. Maldec�a que un grupo de j�venes caprichosos estuviese al mando, no sab�an donde se hallaban los objetivos estrat�gicos ni hacia donde disparar sus piedras, con un poco de organizaci�n hubiesen podido tomar radios, canales de televisi�n, en fin, crear un verdadero desequilibrio y llegar hasta el palacio si los vientos lo indicaban.

A pesar del disgusto que le provocaba este desmadre a los partidos de izquierda tradicionales, la situaci�n hab�a adquirido tal dimensi�n, la represi�n era tan persistente, que los sindicatos llamaron a la huelga general y el 13 de mayo del 68 marcharon, unidos, obreros y estudiantes, profesores y vecinos y curiosos y todos aquellos que necesitaban expresar de alg�n modo su desagrado con el mundo: decenas de miles avanzaron, t�midos algunos, con carteles coloridos otros, euf�ricos los m�s, por la elegante Champs Elyse� rumbo al Arco del Triunfo. Multitudinaria hilera de personas que cubr�a las calles con banderas y carteles, obreros y estudiantes, ciudad sitiada por la multitud que caminaba a paso ligero con rostros desencajados, respirando aires de libertad y con la fantas�a de tomar nuevamente la Bastilla.

Mientras su corresponsal permanec�a anclado en Par�s rumbo a Vietnam para ver "con ojos argetinos" la guerra y descubrir el paradero de un periodista tambi�n argentino, en Buenos Aires, Fontanarrosa, Chiche Gelblung y dem�s intentaban mantener el tema de la desaparici�n de Ignacio Ezcurra en pie. Dos semanas con la revista en la calle y ninguna noticia para continuar con la saga que hab�an prometido. No era ingenio lo que le faltaba a los redactores de Gente. Un periodista que firma R.E. le hizo una entrevista a una supuesta vidente, la se�ora Marga de Alemann. El t�tulo de una columna es "Ezcurra vive", y dice: "Ignacio Ezcurra vive �me dijo por tel�fono la se�ora Marga de Alemann- Vive y est� en un lugar de casas bajas, como le dije ayer. Tiene inconvenientes con el idioma. No le entienden, ni �l entiende. No fue adrede que lo hizo, aunque muchas veces lo pens�. Tuvo problemas. Y aparecer� en un lapso no mayor de seis d�as, a salvo". "�Se da cuenta de lo que significa esto, lector? Si se llega a cumplir �cosa que ella no asegura- no hay necesidad de reventar, lector. Hay que creer".

(...)

Mayo en el sur. El Cordobazo

Fue Vietnam en mayo, y en mayo fue Par�s, y hubo otro mayo, un a�o despu�s, mayo en el sur, mes tumultuoso y seductor, sol pleno, aire fresco, tiempo de siembras; oto�o de tibios d�as y fuertes aguaceros, grises plomizos o cielos azules, mes de contrastes y transiciones. Primero fue un nombre, Juan Jos� Cabral, que estall� en todo el pa�s. Pintadas en los muros, agitaci�n en los claustros, l�grimas en las esquinas.

El 15 de mayo del 69 una manifestaci�n estudiantil que marchaba por las calles de Corrientes en contra de la privatizaci�n del comedor universitario fue reprimida con ferocidad. Ametrallaron a mansalva, las balas cayeron sobre una multitud de estudiantes indefensos. Dos de ellos recibieron balazos en los brazos y uno en la cabeza. Un d�a despu�s Cabral, el del tiro en la cabeza, mor�a. Los j�venes del pa�s, en el norte o en el sur, supieron que esa bala estaba destinada a ellos. Muerto en medio de un tumulto, de manera casual, Juan Jos� Cabral se convirti� en estandarte, tomaron su vida y la echaron a andar, con potencia, sin l�mites. Asambleas espont�neas, discusiones, debates, acci�n. El pa�s se estremec�a por una muerte absurda, excesiva, incomprensible �el comedor universitario val�a una vida? En Resistencia, los estudiantes secundarios proclamaban en asambleas la toma de todos los colegios, un rector llam� a la polic�a, en quince minutos se mont� la escena que habr�a de tornarse habitual en toda manifestaci�n: balas, gases, tanques, metralla, de un lado, contra palos y hondas del otro.

En cada pueblo, en cada ciudad, f�brica, escuela o universidad, surg�an improvisados combatientes de la sublevaci�n, ya no importaba c�mo hab�a empezado, ahora el objetivo era uno solo: fuera la dictadura. Por entonces gobernaba un general, Juan Carlos Ongan�a, hombrecito curioso, de aspecto caricaturesco, �mulo de Francisco Franco con quien compart�a no solo ideolog�a sino un enanismo intelectual solo comparable con sus estaturas. Hab�a asumido el gobierno en el 66 despu�s de un golpe militar y ten�a intenci�n de mantenerse por veinte a�os en el poder. Al menos as� lo afirmaba entre resonantes fanfarrias cada vez que se presentaba la ocasi�n. A la sombra de sus certezas, crec�an diversos movimientos, embriones armados dispuestos a erosionar el poder.

La muerte de Juan Jos� Cabral encendi� la mecha.

(...)

Los muros en C�rdoba no hablaban de imaginaci�n ni de surrealismo, no hab�a espacio para la poes�a: "Abajo la dictadura" "Per�n Vuelve" "Diez, cien, mil Vietnam", "Milicos asesinos", "Cabral Presente", "Per�n o muerte", "Obreros y estudiantes unidos y adelante".

C�rdoba ard�a, literalmente. Fogatas en cada esquina alimentadas por euf�ricos vecinos, universitarios, metal�rgicos, profesionales, alba�iles, comerciantes, bicicleteros, maestros, verduleros, todos actuaban como si supieran hacia d�nde iban, no hab�a lugar para el titubeo. Convertidos en soldados de una tropa inexistente, daban muestra de saber comportarse en una situaci�n hasta entonces inimaginable, como si hubiera un mandato, iban al frente. Nadie ten�a certeza alguna sobre cu�l seria el fin. (...)

Fuente: lafogata.org

 
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