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Libros sí, Alpargatas también


13 de noviembre de 2002

Entrevista al escritor turco Orhan Pamuk
'En Turquía sabemos bien que mucha gente ha muerto por escribir libros'

Miguel Mora
El País


Orhan Pamuk ríe muy alto. Su forma de afrontar los peligros con optimismo, seguramente. No debe ser fácil la vida para un escritor turco (Estambul, 1952) que trata de desenmascarar los resortes culturales, sociales y religiosos del fanatismo islámico; ni para un escritor de nombre árabe visitar Estados Unidos y tratar de tender puentes entre Oriente y Occidente. Y eso es, básicamente, lo que hace Pamuk en sus novelas: mezclar con envidiable habilidad la alegoría, la metáfora, la narración trepidante y la poesía para bajar al fango de una religión que considera sacrílego al disidente; y reivindicar un mundo laico y civilizado en el que la cultura sea una forma de placer y conocimiento y no una vía de inmolación o castigo. Alfaguara acaba de editar en español La vida nueva, la historia de un joven estudiante de ingeniería de Estambul cuya vida cambia radicalmente tras ver la luz en un libro que promete el paraíso a sus lectores.

Pregunta. Al principio de la novela parece que ese libro es el Corán. Y luego ya no lo parece.

Respuesta. Sí, el principio era una pequeña provocación, pero un turco sabe que un libro tan visionario y poético como es ése no puede ser el Corán, sabe que está mucho más lleno de prohibiciones y restricciones que de maravillas poéticas. Pero según la retórica islamista, también un libro de un líder místico, de un jeque o incluso de un marxista puede cambiar la vida de quienes lo lean.

P. La novela defiende de una manera sutil el mestizaje entre Oriente y Occidente.

R. Es que de hecho son dos mundos diferentes que no coexisten. Ése es el problema y ésa es la idea del libro: que eso sucede porque las expectativas radicales de que el mundo puede cambiar completamente si leemos un libro sólo producen ira y frustración. Y entonces la gente no hace concesiones. Saca la pistola y mata. Si esperamos que un libro nos cambie la vida podemos hacer cualquier cosa. Y si esos dos mundos no coexisten es porque hay gente que cree demasiado en los textos, que esgrime los libros como armas. Eso impide la distancia y produce violencia.

P. ¿Alguien esgrime la Biblia en Turquía?

R. Sólo el 1% de la población es cristiana.

P. ¿Entonces los prooccidentales son básicamente laicos?

R. Los que pedimos reformas occidentales no ignoramos el Corán. Pero somos seglares. Igual que los intelectuales rusos o japoneses que vuelven su mirada a la inspiración occidental, sólo queremos cambiar la tradición con occidentalización.

P. ¿Y cómo se recibió esta novela en la Turquía de 1994?

R. Vendió mucho pero no se entendió nada. Llegó a 200.000 ejemplares, una cifra impensable, sobre todo si vemos que muchos lectores llamaban al editor exigiéndole que les dijera cuál era ese libro ficticio que ofrecía una vida nueva. Incluso pasó en Francia. El editor, que tenía poco sentido del humor, me llamó indignado: '¿Pero qué les decimos? ¿Qué libro es?'. Ja, ja.

P. ¿Pensaba usted en Salman Rushdie cuando escribía?

R. Lo tenía en un rincón de mi cabeza, sí. Si estás en Occidente, y piensas en islam y literatura, Rushdie es lo primero que te viene a la cabeza. Pero si eres turco, sabes que hay mucha gente en Turquía y otros países que ha muerto por escribir libros. Todos ellos estaban más en mi pensamiento que Rushdie, que al fin y al cabo no ha muerto.

P. ¿Y usted, se ve en peligro?

R. Muy poco... Si piensas mucho en el peligro acaba pillándote.

P. La novela puede leerse desde otro punto de vista, como un análisis del poder de la literatura para cambiar el mundo.

R. Sobre lo ingenuo que es pensar que la literatura puede cambiar el mundo. Los libros sólo dejan señales indelebles en nuestras mentes si estamos muy enfadados y queremos que todo cambie radicalmente, si estamos muy predispuestos, o si somos absolutistas. Esta novela no es sobre la idolatría borgiana de los libros, sino sobre el demonio que convierte a un texto en arma diabólica. Se opone a la radicalización de las lecturas.

P. Pero usted escribe. Y supongo que le gusta ser leído.

R. En mi mundo, leer se relaciona mucho más con la infelicidad y la desgracia que con el entretenimiento. Allí es casi escandaloso decir que yo escribo para divertirme, para pasar el tiempo. Ahora eso se ha suavizado, pero hace unos años, cuando leía la novela en público, era frecuente que alguien levantara la mano y me preguntara por qué había escrito algo que no tenía utilidad política o religiosa. Mi pequeña y divertida tragedia es que, mientras las expectativas radicales se mueven entre Marx y Jomeini, yo trato de escribir por la belleza nabokoviana del texto y por los juegos simétricos de Borges.

P. No es un escritor político.

R. Sí, pero no en el sentido de la actualidad política. Escribo contra esa radicalidad de la cultura, contra esos rasgos culturales que producen ideas baratas, fáciles, de pacotilla. Y contra la inevitabilidad de los efectos negativos de la llamada globalización sobre la identidad.

P. Aunque las identidades locales puedan resultar fanáticas.

R. No siempre identidad es igual a fanatismo. Los liberales también están obsesionados con la identidad liberal, pero cuando Bush prepara la guerra contra Irak nadie habla de que el problema sea su identidad, todo el mundo dice que es normal.

P. Quizá Bush defiende la identidad cristiana y cree en el choque de civilizaciones. ¿Usted?

R. ¡No! Mi tesis es que las culturas de Oriente y Occidente se han combinado muy bien la mayor parte del tiempo, unas veces de una manera dadaísta, otras por la moda posmoderna y a veces de forma más elegante, sobre todo en el mundo de las artes y el de la vida privada. Las tesis de Huntington, y las de Kipling, sólo llevan a la ira y a la guerra. El mensaje del libro es: Oriente no es Oriente; Occidente no es Occidente. Y entonces se encuentran.

P. ¿Cree que las recientes elecciones turcas reflejan bien cómo es el país? ¿O hay más fanatismo islámico escondido?

R. Hace seis meses aposté a que ganaría el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). La razón es la terrible recesión económica de hace dos años, que convirtió en pobres al 20% de la población y llevó al paro a cientos de miles de personas. El primer ministro anterior, casi senil, administró mal el país, y la retórica islamista del AKP logró muchos votos. Pero al menos este islamismo es menos duro que el anterior. Su líder [Recep Tayyip Erdogan] es un renegado blando. El duro sólo logró un 3%.

P. Erdogan dice que quiere entrar en la Unión Europea.

R. Es una señal positiva, pero también resulta muy irónico ver abrazar a Europa a un hombre que hace ocho años hablaba de Occidente como del diablo. Es una mejoría apreciable, que me hace muy feliz.

P. ¿Sigue visitando Estados Unidos? ¿No lo considera un riesgo para usted?

R. Sigo yendo a promocionar mis libros, a dar clases y a ver a mis amigos y a mi agente. Estoy muy preocupado por el afán imperialista de Bush. Es el matón de la esquina, y considera que los demás somos sus esclavos, o su rebaño de ovejas. Pero criticar eso es una cosa y renunciar a la cultura estadounidense y a Nueva York es otra muy distinta.