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Libros sí, Alpargatas también
Claves de la obra de Alejo Carpentier
Un proyecto ecuménico

Graziella Pogolotti
La Jiribilla
11-Ene-2004

El vínculo entre arte y sociedad y la definición del papel del intelectual en el debate político son temas subyacentes en la obra del autor de La consagración de la primavera. Fiel a su tarea de escritor, comparte con los luchadores en el terreno social una misma vocación fundacional. Asume las responsabilidades que lo tocan. Atento al acontecer, partícipe y observador, preserva la mirada crítica.

Hoy, en el día de su natalicio, están comenzando la conmemoración del centenario de Alejo Carpentier. Así ha venido ocurriendo con la convocatoria a cursos de posgrado por la Universidad, con la reciente defensa de una tesis de doctorado en la que José Antonio Baujín ―autor del prólogo del libro que hoy presentamos, así como en su aparato crítico, investigó los vínculos del autor de El siglo de las luces con Ramón Valle Inclán. Finalmente, en esta tarde se entrega al lector un texto inédito de Carpentier editado por Daniel García. La cultura en Cuba y en el mundo recoge las conferencias dictadas por Carpentier en Radio Habana Cuba, contribución indiscutible al mejor conocimiento de su poética, testimonio de un proceso creador a la vez coherente y proteico. Nada podía resultar más oportuno en estos días. Porque la conmemoración de un centenario trasciende el acto de reconocimiento y respeto a una obra ya inscrita en la historia literaria. Se abre a nuevas perspectivas, a numerosas posibilidades de relectura.

Para el lector curioso, estas páginas propician la iniciación a amplias zonas de la cultura, tanto artístico-literaria, como la política y social. Para el conocedor de la obra carpentiereana, ofrece claves significativas para descubrir aspectos enriquecedores de su trabajo creador. Siempre recuerdo un libro ya muy viejo de un brillante investigador literario francés, muerto en la Segunda Guerra Mundial. Jean Prévost dejó un acucioso trabajo acerca de la creación literaria en Stendhal, válido no solo de su poética expresa, sino del análisis del conjunto de sus trabajos, aún de aquellos textos inconclusos, desechados por el autor de El rojo y el negro. Esta es una tarea pendiente en el caso de Carpentier. Sin pretender abordarla, quiero detenerme en la iluminación producida por una palabra infrecuente y, sin embargo, reiterada en los años de su madurez, que vuelvo a descubrir aquí. Es el término «ecuménico». Esa perspectiva alentó el proyecto carpentiereano en más de un sentido. El concepto aparece en un amplio desarrollo desde Tristán e Isolda en la Tierra Firme, ensayo publicado después de la salida de El reino de este mundo en medio de la elaboración de Los pasos perdidos. Define entonces una de las características de la América Latina, continente donde no se reconocen fronteras, con ríos inmensos y altas cordilleras compartidas entre los habitantes de una y otra orilla, así como muchos países se entrecruzan, marcados por una misma naturaleza, en el amplio territorio de la Amazonía. Cubano al fin, inscrito en la tradición de las flotas, tampoco el Atlántico le parece frontera, sino espacio de diálogo, de intercambio, de contaminación mutua. De ese modo percibe el temprano acriollamiento del Inca Garcilaso y de Bernal Díaz del Castillo, junto a la reiterada evocación de nuestro Espejo de Paciencia, al que Carpentier rendiría homenaje en Concierto Barroco.

La visión ecuménica se reconoce en el trasfondo común de los mitos, explícito en Los pasos perdidos y en Los advertidos, breve relato donde la fábula del arca de Noé se reproduce en distintos contextos. Concebido así, el ecumenismo entrelaza mitos con una herencia cultural compleja en un constante intercambio donde no hay deudores ni acreedores. En Los advertidos, el arca de Noé, recuerdo del diluvio universal, resurge por todas partes, al llegar los tiempos históricos, los contextos culturales diversos contaminan a los hombres que alguna vez partieron de tierras lejanas, modifican identidades en un permanente proceso de creación. De origen diferente en términos de clase y de procedencia, Bernal Díaz del Castillo y el inca Garcilaso de la Vega asumen las voces de un criollismo naciente. El ecumenismo no cancela las particularidades. Todo lo contrario. Establece una paridad dialógica a las antípodas de cualquier globalización homogeneizante.

Desde mediados del siglo XIX, los simbolistas exploraron los vínculos entre las distintas manifestaciones de la creación artística. De una misma fuente procedían palabras, colores y sonidos. Carpentier reconoce la autonomía de cada una, aunque atravesadas todas por similares corrientes epocales. En su peculiar asunción de la vanguardia, el nacionalismo imprime marcas de identidad a la música de Villalobos, de Caturla y de Roldán, mientras la novela se afinca en los llanos y en la sierra. A ese desbordamiento de las fronteras tradicionales suceden el rescate del oficio y la apropiación de nuevos códigos con la narrativa emergente en los 60 y un riguroso trabajo en la composición musical patente en las obras producidas por el cubano grupo de renovación musical. Por caminos paralelos que se interceptan a pesar de las variantes cronológicas.

El lector curioso encuentra en las páginas de La cultura en Cuba y en el mundo una prosa llana que guarda el sabor de una conversación. El hilo conductor se sumerge a veces para reaparecer al cabo con la riqueza del libre juego de las asociaciones, salpicado de anécdotas y datos interesantes. El investigador descubre nuevas pistas para explorar una poética definida desde los años 40, sin dejar por ello de modularse a través del ejercicio de una continuada praxis narrativa. Carpentier reconoce en la ruptura radical con el surrealismo en los días de El reino de este mundo y de Los pasos perdidos la influencia decisiva de este movimiento en la cultura del siglo XX. Sitúa su papel renovador junto a los de Marcel Proust y James Joyce. Esa voz personal, íntima, relata los trabajos de elaboración de sus obras mayores, refiere la aventura del descubrimiento del músico Esteban Salas, alude reiteradamente a ese Espejo de Paciencia imperfecto y fundador. Esa poética se revela en la mirada que define obras y autores. Permea la visión del mundo de un novelista que se dirige a un auditorio en primera persona, con toda la intimidad de una conversación entre amigos acomodados en tertulia habitual bajo discreta iluminación. Fiel a sus demonios —porque todo artista verdadero los tiene— elude la erudición y el teoricismo, muletas útiles en tanto pueden ser trascendidas y metabolizadas.

En los materiales todavía sumergidos de Carpentier pueden encontrarnos pistas de su proyecto ecuménico, ya reconocibles en su extenso quehacer periodístico, en sus ensayos, también evidentes en ciertos pasajes de sus conversaciones radiofónicas. Cuando describe a la interminable tarea de Miguel Ángel Asturias para la escritura de El señor presidente en el empeño por despojarse de recetas aprendidas, por encontrar el tono y la perspectiva, ese tejer y destejer al modo de Penélope, piensa en su propio laboreo, en la infinidad de páginas compuestas una sobre otra, en sus proyectos truncos convertidos en materia prima para empeños mayores. Una fugaz mención a Paul Lafargue evidencia desde cuan atrás descansaba ese personaje en su catauro de ideas para desembocar en la novela mutilada por la muerte. En Las lanzas coloradas retiene la paradoja implícita en la fuerza espiritual y la fragilidad física de Simón Bolívar reconocible en el enfrentamiento del estudiante y el dictador de El recurso del método.

Pasado y presente se inscriben en una clara conciencia de la historicidad donde las generaciones se suceden de forma natural, diversidad, aunque no necesariamente antagónicas, lejos de cualquier fractura parricida y bien resguardado de tentaciones paternalistas. Capaz de aquilatar los valores de Gallegos, Rivera, Asturias y Uslar Pietri, se regocija con la aparición de Cortázar, Fuentes y Vargas Llosa. Se detiene en la Poesía reunida, de Roberto Fernández Retamar y en la muy reciente Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet. En Esteban Montejo vuelve a encontrar la imagen de la grandeza del hombre, construida a partir de su fragilidad y de su marginación, como había sucedido ya con el Ti Noèl de El reino de este mundo. La sombra de Ti Noèl se proyecta en la selección de pasajes de la vida del andariego cimarrón realizada por Carpentier, quien subraya, sin embargo, en Esteban su capacidad para vencer las circunstancias y seguir combatiendo machete en mano.

El vínculo entre arte y sociedad y la definición del papel del intelectual en el debate político son temas subyacentes en la obra del autor de La consagración de la primavera. Fiel a su tarea de escritor, comparte con los luchadores en el terreno social una misma vocación fundacional. Asume las responsabilidades que lo tocan. Atento al acontecer, partícipe y observador, preserva la mirada crítica.

No permanece indiferente ante las polémicas culturales de los años 60, cuando se trataba de defender, frente a la didáctica aleccionadora, utilitaria y simplificadora inspirada en el realismo socialista, la especificidad del arte, cargado de presente y vuelto hacia el porvenir. No es gratuita, por ello, la extensa cita tomada de José Ardévol en la reseña de Música y Revolución, libro entonces reciente del compositor cubano. El entramado de la realidad es mucho más complejo. Inmerso en ella y en su circunstancia, el novelista es, ante todo, un fabulador. Así fueron los cuenteros de todos los tiempos y así lo dirá el Cristóbal Colón de El arpa y la sombra. Se apropia y manipula numerosos saberes para ir armando el suyo. Las instancias fundamentales de la política no le resultan indiferentes, porque palpita en el nexo profundo entre vida y cultura. Dos líneas de pensamiento se entrecruzan en el atento análisis de La historia me absolverá, según el testimonio de Marta Rojas y en el recorrido por el ideario bolivariano a partir de la selección de textos preparada por Manuel Galich. Salvando las distancias de tiempo y espacio, Cuba y Latinoamérica convergen en similar proyecto liberador. A través de las edades, cerca de dos siglos, Bolívar, Martí y la Revolución cubana configuran modelos de resistencia ante la voluntad hegemónica enmascarada tras el apelativo de panamericanismo.

Ecuménico y proteico, narrador, periodista cultivador de la crónica, la crítica, el reportaje, investigador de la música, ensayista, Carpentier tuvo clara noción de su destinatario y supo modelar estilo y estructura composicional según lo requerido en cada caso. Preservó para la radio el arte libérrimo de la conversación. Utilizó técnicas para atrapar el interés del oyente escurridizo, impaciente ante el dial. El constante empleo de la primera persona afirma el valor de la subjetividad. El diálogo íntimo jerarquiza la individualidad del oyente, rompe la neutralidad homogeneizante. Transmite ideas con los procedimientos del cuentero, del encantador de serpientes. Por eso, cada conferencia se inicia de un modo distinto. Vida y cultura se iluminan mutuamente. El concepto se revela a través de la anécdota, con la evocación de un tiempo, de un lugar, de una circunstancia. En un mundo construido con palabras, la visualidad irrumpe para estimular la imaginación del oyente. Desde la ancha perspectiva del Boulevard Montparnasse irrumpen, a la salida de la estación de ferrocarriles dos siluetas contrapuestas. Un hombre alto y fornido con su inveterado bastón. El otro, de pequeña estatura, es delgado, inquieto. Estamos ante Diego Rivera y Pablo Picasso, dos símbolos de la modernidad portadores de universos diferentes. A la manera del cine, la imagen se diluye. La cámara se centra en Miguel Ángel Asturias, instalado en ese mismo Montparnasse con la prestancia de un maya redivivo, surgido de los orígenes más remotos, inmerso en la escritura de El señor presidente.

La visión ecuménica encuentra así una expresión tangible enraizada en la revelación del sentido profundo de la vida humana. La existencia se constituye en aventura del descubrimiento. Se manifiesta en la conquista de tierras vírgenes, al modo del tirano Aguirre, aludido en estas conferencias. Sucede en la creación artística en la fragua del conocimiento, en la exploración del yo, en sus vínculos con el mundo exterior. En esa argamasa fundamental se perfilan los personajes venidos de la historia y de la invención. Quien evoca a Bernal Díaz del Castillo y a Héctor Villalobos es el autor de El reino de este mundo, de Los pasos perdidos, de El siglo de las luces, de Concierto Barroco, de El arpa y la sombra y de la Consagración de la primavera.