Libros sí, Alpargatas también
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Neruda clandestino, de José Miguel Varas
Marco Antonio Campos
Entre febrero de 1948 y principios de marzo, perseguido por el gobierno de
Gabriel González Videla, Pablo Neruda vivió clandestinamente en casas de
Santiago y Valparaíso. La causa, primero de su desafuero como senador, y, de
inmediato, la orden de aprehensión, fue un artículo furibundo, "Yo acuso",
publicado en el diario El Nacional de Venezuela el 27 de noviembre de
1947. Ese artículo apareció en México como folleto con el título Carta a
México, publicado por el Fondo de Cultura Popular, editorial del Partido
Comunista Mexicano, con un prólogo de José Mancisidor, en ese mismo año. En el
artículo Neruda acusaba a González Videla de traidor a la patria, de entreguista
a los Estados Unidos por hacerle el trabajo sucio en esos días de los inicios de
la guerra fría, y de renegar, no sólo de los comunistas que coadyuvaron para que
ascendiera a la presidencia (al principio del gobierno habían tres ministros del
pc chileno), sino de encarcelarlos o hundirlos por centenares en el campo de
concentración de Pisagua. En Chile se vivía entonces bajo una dictadura legal.
Se monta la parafernalia jurídica. Neruda es acusado de ultrajar a Chile y de
calumnias e injurias contra el Presidente de la República, en suma, de traición
a la patria. Neruda entonces (no sé por qué no menciona el hecho José Miguel
Varas en este detallado libro) se refugia en la embajada mexicana. Lo acoge el
embajador Pedro de Alba. Asombrosamente llega la orden desde México de que no
podía dársele asilo. Eran los años del gobierno contrarrevolucionario de Miguel
Alemán. Neruda culparía entonces y siempre del hecho ignominioso, según recuerda
Cardoza y Aragón en sus memorias (El río), al canciller Jaime Torres
Bodet. En ese año de 1948 escribiría en el Canto general: "...y cuando
México abrió sus puertas/ para recibirme y guardarme,/ Torres Bodet, pobre
poeta,/ ordenó que se me entregara/ a los carceleros furiosos" ("Acuso"). Torres
Bodet, en sus propias memorias, en un pasaje ambiguo, culparía a Pedro de Alba,
a quien acusa injustamente de inexperiencia.
Neruda tiene que huir. "El 2 de febrero de 1948 –escribe Varas– llega a
Portillo, en la cordillera de los Andes, frente a Santiago, un automóvil con
patente de Valparaíso, en el que viajaban el senador Neruda y los diputados
comunistas Humberto Abarca y Andrés Escobar." Los carabineros no los dejan
cruzar la frontera. Ese mismo día desafueran como senador a Neruda y se dicta
orden de detención. Al día siguiente el Poeta da una conferencia de prensa en la
sede del diario comunista El Siglo mostrando que fue el gobierno chileno
y no el de Argentina quien le impidió el cruce. Por más de un año no volverá a
tener una aparición pública.
Empieza la clandestinidad. Neruda y su mujer de entonces, Delia del Carril, la
Hormiga, habitaron en el curso de ese año al menos en once casas. Con su
carácter sencillo y festivo, Neruda, según contaron a Varas algunos moradores,
revolucionó en varias la vida de familia. Algo que suelen también destacar los
anfitriones de Neruda, era su serenidad ante el asedio policiaco, su disciplina
a la hora de la escritura e, imaginablemente, su buen apetito. Pero 1948 fue
también para él duro y horrible. En un poema de Canto general hablará de
ese año como "mal año, año de ratas, año impuro" o "año de rosas desmedradas".
Para curarse en salud, González Videla afirma que nunca quisieron, por las
repercusiones internacionales, detener a Neruda, pero la verdad, como prueba
Varas en este libro (Neruda clandestino, Alfaguara, 2003), en el año de
la clandestinidad se realizaron treinta y tres allanamientos a casas, y a la luz
de los documentos policiales (la causa 114-47 "contra Pablo Neruda" de la Corte
de Apelaciones de Santiago), se confirma que fueron convocados trescientos
agentes, a quienes prometieron premios si conseguían datos para ubicar el
paradero del Poeta. A esto añádanse las fotografías de Neruda multiplicadas en
los diarios, y los diarios mismos, principalmente La Nación y El
Mercurio, diciendo con alguna frecuencia que estaba cercado y era cuestión
de días o de horas su arresto.
Con la policía siguiéndole los talones, cometiendo a veces el Poeta y quienes lo
cuidaban equivocaciones pueriles, varias veces a punto de ser aprehendido, uno
se pregunta si la policía chilena era de una ineptitud ilímite o Neruda corrió
con una suerte de locos. Otras dos muestras de la ineficacia de la policía
chilena, combinada con la habilidad de los hombres del Partido Comunista,
fueron, una, la de haber podido llevar a la Argentina de manera subrepticia los
originales del poema "El fugitivo", y la otra, la publicación secreta en Chile
de Canto general.
Gracias a Varas sabemos ahora que en todas las casas donde se ocultó, Neruda
escribía con pluma fuente o con dos dedos en la máquina mecánica,
infatigablemente, sin pausas, el Canto general, y luego Delia del Carril
llevaba a cabo correcciones en los originales con tinta verde. Mientras Neruda
escribía, Delia pintaba manos y caballos. Neruda solía en la tarde leer a los
anfitriones los poemas que escribía en la mañana. Al dejar la casa regularmente
regalaba a la familia los primeros originales autografiados.
Fue la crónica de una fuga anunciada. Por inviable ya se había desechado al
principio de la clandestinidad un plan para evadirse por vía marítima. Para el
gran escape por el sur de Chile se utilizaron coches, jeeps, lanchas,
caballos... Bajaron primero en coche hasta Valdivia y se dirigieron luego a la
hacienda de Hueinahue para tratar de cruzar la cordillera por el paso de los
contrabandistas. Mientras se preparaba la acción final, Neruda permaneció
algunas semanas en la hacienda con su nueva identidad de Antonio Ruiz Legarreta,
ornitólogo, volviendo a aprender a montar a caballo, efectuando largas
caminatas, escribiendo poesía y simulando trabajar en su nuevo oficio.
Supuestamente se hallaba de vacaciones. Al fin, acompañado por el ingeniero
Jorge Bellet, encargado de la hacienda y del pequeño y alegre Victor Bianchi,
funcionario del ministerio de Tierras, cruzan el lago Maihuem, el río Curringue,
y luego, con la ayuda hábil y experta de tres arrieros llegan a los baños de
Chigüío, descansan, y ascienden la enmarañada maleza de la cordillera por el
paso de Lilpela, pasan por Huahum, atraviesan en lancha el lago que divide los
dos países, y llegan al fin a San Martín de los Andes, donde luego de pasar
varios días en nerviosa expectativa, trasladan a Neruda a Buenos Aires, después
a Montevideo, de donde allí parte a Europa. Sorpresivamente el 25 de abril de
1949, en París, se anuncia al último orador en el Congreso Mundial de la Paz:
Pablo Neruda. Estalla la euforia de dos mil delegados.
A la vez ameno y riguroso, el libro de Varas está construido, teniendo como
piedra de fundamento, las páginas testimoniales de Bellet y el cuaderno de
Bianchi, el testimonio del propio Neruda (que se halla en buen número de poemas
de Canto general y en el discurso de recepción del Premio Nobel en
Estocolmo), entrevistas de Varas a testigos directos, documentos oficiales,
crónicas de la prensa de la época y libros de nerudistas. Salvo diálogos
irreales, que Varas escribe como si los hubiera vivido y oído (lo traiciona su
condición de autor de ficciones), el libro tiene una vivacidad narrativa, puede
leerse en momentos como una novela de aventuras o policial, y termina por
provocarnos una sonrisa de simpatía por el Poeta. Es un libro escrito entre el
encierro de las casas de Santiago y Valparaíso, la vegetación silvestre del
bosque y las grandes montañas del sur de Chile. El libro de Varas ilumina
amplias ventanas del cuarto oscuro del año vivido en la clandestinidad, que fue
para Neruda de soledad y de sombras, pero también de creación múltiple y de
solidaridad conmovedora, en fin, una experiencia radical que cambió su vida.
Habiendo varios pasajes emotivos, uno especialmente nos conmovió: el primer
encuentro entre Neruda y José Rodríguez, dueño de la hacienda de Hueinahue. Pese
a ser hombre de derecha y amigo de González Videla, el español Rodríguez,
admirador del poeta, simpatiza también con el perseguido, lo recibe
extraordinariamente y da vía abierta a la huida. El respeto al gran artista más
allá de las diferencias ideológicas.
Maestro del dicterio y de la sátira, Neruda no sólo acabó burlándose de la
policía y del gobierno al conseguir fugarse, sino escribió buen número de
epigramas corrosivos y letrillas zahirientes contra el presidente González
Videla, el secretario general de gobierno Darío Poblete, el jefe de
Investigaciones Brun d’Avoglio, y los directores de los diarios La Nación
y El Mercurio. Quizás a esos personajes de la política y de la prensa de
fines de los años cuarenta y principios de los cincuenta, que prefiguran con su
comportamiento a Pinochet, a su corte de asesinos y a la prensa oficial chilena
entre 1973 y 1990, si se les recuerda, es por los versos sangrientos de Neruda.
El 12 de julio se cumplieron cien años del nacimiento de Pablo Neruda.
Recordémoslo así, sencillamente así, como lo que fue, el poeta planetario, el
poeta total, o si se quiere, el Poeta Mayor de la lengua española en el siglo xx.