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Libros sí, Alpargatas también

Jorge Martínez Reverte reconstruye la batalla en la que la República frenó el avance franquista

La heroica resistencia de Madrid

José Andrés Rojo
El País

Unos meses después de publicar La batalla del Ebro, Jorge Martínez Reverte (Madrid, 1948) ha vuelto en La batalla de Madrid (Crítica) a otro de los episodios centrales de la Guerra Civil. "He querido contarme a mí mismo algunas cuestiones que no están demasiado claras, como el afán de los anarquistas por hacerse con la hegemonía militar en el bando republicano o la represión organizada en Paracuellos. Y lo he hecho pensando en un lector que no tuviera, necesariamente, que conocer lo que ha pasado", explica el escritor y periodista de su nueva incursión en la historia.
Son 642 páginas, contando los índices y las notas, y en el libro Jorge M. Reverte ha vuelto a combinar la visión distante que se ocupa de los hechos, las estrategias, los conflictos políticos y diplomáticos, y todo lo demás, con la emoción que procede de la inmediatez de la trinchera y de las vivencias de la gente en la ciudad asediada. El rigor de la historia y la vivacidad del testimonio. "Revisión de lo ya escrito -he leído unos 250 libros-, confrontación de opiniones y miradas dispares, y consulta de diversos archivos para llenar los huecos": ésa es la fórmula utilizada para la escritura de La batalla de Madrid. Y luego Jorge M. Reverte ha recogido un montón de voces para que narren lo que vivieron en aquellos días de miedo y heroísmo, de honor e ignominia, vividos entre noviembre de 1936 y enero de 1937. Todo mezclado en el infierno de una batalla que el escritor resume en estos términos:
- El aliento del enemigo. "Madrid no es consciente del avance del Ejército de África hasta la caída de Toledo, a finales de septiembre. La toma de la ciudad para auxiliar a los militares fascistas que se han atrincherado en El Alcázar supone un desvío en la marcha sobre la capital del que se sirve Franco, con su habitual astucia política, para convertirse en líder indiscutible de los rebeldes. En los primeros días de noviembre de 1936, las tropas de moros y legionarios están en los arrabales de Madrid y tienen la moral tan alta que piensan que la toma de la ciudad va a ser un paseo más".
- Olor a muerte. "El Estado republicano quedó pulverizado después del alzamiento. La capital permaneció del lado de la República, pero no hay fuerzas de seguridad, ni un ejército organizado, ni una judicatura eficaz. Las calles pertenecen a las milicias revolucionarias o, lo que es peor, a grupos de bandoleros. El miedo se impone. Caen cuantos sean sospechosos de simpatizar con Franco, pero caen también numerosos republicanos moderados. Es el caos. Es el tiempo de los asesinatos incontrolados. A partir de noviembre, y durante un mes, el horror -murieron unas 2.000 personas- lo organiza una fracción extrema de las fuerzas que defienden la ciudad. Un grupo de anarquistas y comunistas, a espaldas de los sectores más moderados, se ocupan de liquidar a los elementos fascistas y peligrosos. No hay piedad".
- La ciudad abandonada. "El 6 de noviembre, con el enemigo en las puertas, el Gobierno republicano abandona Madrid para trasladarse a Valencia. No puede correr el riesgo de una derrota y pone la ciudad en manos de una Junta de Defensa que preside el general Miaja. Creo que a Largo Caballero y al general Asensio (su brazo derecho) no les importaba perder Madrid. Era un estómago gigante que había que alimentar y eran otros los planes que tenían para enfrentarse al enemigo".
- El vigor de la defensa. "La gente, sin embargo, aunque tenga miedo, no quiere irse de Madrid. Comunistas y anarquistas, las Brigadas Internacionales y un grupo de militares creen que la resistencia es posible. El día 7 se da un increíble vuelco a la situación. Miaja canaliza todos los esfuerzos de organización y el teniente coronel Vicente Rojo toma las riendas en las cuestiones militares. Surge la consigna del 'No pasarán' y los combatientes que se incorporan al frente se ven apoyados por una ciudad entera que no está dispuesta a rendirse. Las tropas franquistas, al avanzar, descubren que se enfrentan a un verdadero enemigo".
- El miedo y el coraje. "Ante la presencia del enemigo, las reacciones son muy variadas. Hay quien pide a un amigo que le emparede, se esconde en un hueco, dejando que levanten un muro en sus narices, y se dispone a pasar así la guerra (y muere en el camino). Pero hay otros, como aquel joven estudiante, Jaime Renart, que acepta ir al frente sin armas (porque no las hay) a la espera de que caiga alguno de los suyos y pueda entonces empuñar el fusil abandonado. Luego no hay que olvidar que, en algunos barrios (en Usera, en Carabanchel...), los combates fueron calle a calle, edificio a edificio, casa a casa. Los combatientes peleaban cara a cara, a bayonetazo limpio. Los que defendían la República aprendieron a obedecer y se dispusieron a pelear por cada palmo de terreno. El éxito de la resistencia les elevaba la moral".
- Ruidos de fondo. "La ciudad resistió porque resistieron sus habitantes y porque hubo una Junta de Defensa que supo poner orden en el desconcierto y unos partidos que se implicaron a fondo en la batalla. La actitud de los comunistas, que fueron capaces de construir unas fuerzas disciplinadas y organizadas, las del Quinto Regimiento, fue importante además porque pusieron su aparato de propaganda al servicio de la causa y tenían claro que había que ganar la guerra. La actitud de los anarquistas también fue rotunda. No sólo decidieron colaborar a fondo con el Gobierno de la República, sino que se plantearon conquistar la hegemonía militar (con el apoyo técnico del coronel Segismundo Casado). Eso es lo que explica que trasladaran a Buenaventura Durruti al infierno de Madrid para convertirlo en el líder de la defensa, y eso explica también la implicación de las fuerzas de Mera. Pero los anarquistas fracasaron al entrar en combate, y más tarde Durruti murió en la Ciudad Universitaria".
- El efímero sabor del triunfo. "Franco suspendió el 23 de noviembre el ataque directo sobre Madrid. Todavía hostigaría la ciudad con la batalla de la carretera de La Coruña, que empezó a mediados de diciembre y se prolongó hasta enero. Al final renunció. Madrid había resistido. La guerra se prolongó".
A juzgar por el número de títulos publicados y por la variedad de tratamientos, la Guerra Civil sigue despertando interés. El goteo de novedades es incesante, pero baste señalar algunos títulos recientes para mostrar las líneas maestras de las propuestas. La primera: recuperación de grandes clásicos sobre el conflicto, como Un testamento español, el libro que Arthur Koestler escribió en 1937 y que Amaranto ha publicado con el título Diálogo con la muerte. Luego está la edición de documentos, como los partes de guerra nacionales y republicanos que Belacqua ha reunido en Memoria de la Guerra Civil española. También es habitual el texto más o menos erudito y especializado, que se ocupa de un aspecto parcial de la guerra con lujo de detalles -Lugares de la guerra. 35 itinerarios por la Batalla de Teruel (Tirwal), de Alfonso Casas Ologaray-. Y están, por último, las síntesis globales, que actualizan la investigación histórica y proponen enfoques diferentes (1936, de Moradiellos, en Península).