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Libros sí, Alpargatas también

Anticipo del libro "La invasión a Iraq: guerra global y resistencia"

de Stella Calloni y Víctor Ego Ducrot


CARTELERA

!!UN LIBRO QUE REVELA LA VERDAD SOBRE LA AGRESIÓN A IRAQ!!
Aparecio "La invasión a Iraq: Guerra Global y Resistencia", de Stella
Calloni y Víctor Ego Ducrot. Una edición del sello Desde la Gente, del
Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, de Buenos Aires. En el Centro
Cultural de la Cooperación y en librerías.

La guerra infinita.

Poder fascista mundial y resistencia

Por Stella Calloni y Víctor Ego Ducrot

Tomado del Capítulo I del libro "La invasión a Iraq: guerra global y resistencia"

Suceda lo que suceda en Iraq, la resistencia heroica de su pueblo -por las condiciones tan desiguales contra los invasores- desbarató en días la soberbia y el triunfalismo de Estados Unidos y puso en evidencia las falsedades de sus argumentos. La resistencia permitió al mundo valorar de qué se trataba la llamada guerra, en realidad una invasión pírrica, no de "aliados" sino de una coalición forzada, actuando bajo las órdenes del Pentágono estadounidense, y sostenida militarmente por dos países: en su casi totalidad por Estados Unidos y en menor escala por Gran Bretaña.
La presencia de España es sólo un gesto simbólico y oportunista para "estar junto al más fuerte", y el resto de los países no cuenta. Unido a esto, la imposibilidad de Washington de arrastrar a su política a antiguos aliados como Francia, Alemania y otros, así como de rodear al mundo de un cerco informativo sin escapes, como sucede en Estados Unidos, donde, junto con la ONU, murió en horas la tan propagandizada libertad de expresión, que ya estaba herida de muerte desde que George W. Bush llegó al poder.
Todo esto a pesar de la efectividad arrolladora que significó la enorme respuesta global de oposición a la injusta guerra. Bush, hablando a su país, o el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, o simplemente los voceros de sus ejércitos de invasión, fueron la imagen acabada de la perversidad del imperio, del uso descarnado de la mentira y del control informativo, como discurso constante y superador de sus mentores nazis. La invasión militar de Estados Unidos es parte de la "guerra global" planificada desde hace mucho tiempo y expresada en una serie de documentos de la ultraderecha estadounidense y su proyecto de un "Nuevo Orden", con un trazado de hegemonía planetaria para remplazar al que surgió después de la Segunda Guerra Mundial. El presidente George W. Bush, se muestra como un "cowboy", un "sheriff" dispuesto a desenfundar la pistola ante una simple sospecha. Su lenguaje amenaza, aterroriza y manipula, sin pudor alguno, como los mayores amorales de la historia. Es lo más parecido a Adolf Hitler que haya surgido en los últimos años, aunque infinitamente más burdo y mediocre. Su dominio por el terror y la desinformación surgen de la misma matriz ideológica. La ilegalidad de esta situación lleva a establecer varias consideraciones.
Esta acción no nace de una cuestión coyuntural específica, sino de un proyecto meticulosamente diseñado. Al finalizar los años 90, el Consejo de Seguridad de Estados Unidos elaboró entre otros documentos, las "Proyecciones al año 2015", como antes había diseñado el esquema de la "Guerra de Baja Intensidad para América Latina". En algunas de esas proyecciones se establecía que "ante la declinación de la hegemonía estadounidense y el crecimiento de amenazas como China o las de países 'envidiosos' como Francia, Estados Unidos debía utilizar su fuerza preventivamente y asegurarse el control de los recursos fundamentales: gas, petróleo, agua y biodiversidad. Esto sucedió mucho antes que George W, Bush accediera en forma fraudulenta al poder, y que sucedieran los atentados contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre del 2001, cuyos responsables aún no están definidos. La figura del "socio fantasma" de Bush, el curiosamente inatrapable Osama Bin Laden, resulta funcional a Washington, en todos y cada uno de los entramados guerreros registrados hasta ahora. Está probado además que la invasión a Iraq no es una repuesta al terrorismo, que nunca fue posible un lazo de Saddam Hussein con Bin Laden, ya que eran enemigos irreconciliables y especialmente después de la Guerra del Golfo (1991), cuando el millonario saudí continuaba con sus negocios sucios ligado a la familia que ocupa la Casa Blanca. Iraq -como se demostrará más adelante- no era una amenaza militar para nadie.
El trazado de Estados Unidos es el fruto del constante desarrollo de sus políticas, que se planifican, en general, para cada diez años, y que en su aplicación acumulan todas las experiencias previas, siempre con un resultado brutal para el mundo. De hecho ya preanunciaba todo esto el documento que la administración Bush presentó ante el Congreso: "La Estrategia Nacional de Seguridad para los Estados Unidos de América (The national security strategy of the United States of America), publicado extensamente por Luigi Pintor y Pietro Ingrao, en Il Manifesto, de Italia y analizado por Rossana Rossanda en el mismo medio en octubre del 2002.
En ese documento ya se eliminaba por completo todo el escenario surgido después de la Segunda Guerra Mundial, cuando las Naciones Unidas y su Carta se convirtieron en el único lugar de decisión que legitimaba la relación entre los Estados, y las naciones debían acordar en común los objetivos del mundo. De alguna manera se anulaba el Consejo de Seguridad donde transcurrían verdaderas batallas diplomáticas que posibilitaba arreglos y una regulación mundial. Pero el nuevo documento de la administración Bush determinó que Estados Unidos sería quien definiera los fines universalmente válidos, el país que tiene el poder de identificar los peligros y decidir cómo enfrentarlos. Por supuesto no es importante para ese proyecto si otros países los acompañan. Estados Unidos se arrogó el papel de intervenir unilateralmente si así lo decidiera. Los redactores del proyecto no consultaron a la ONU. El documento lleva una carta-prólogo firmada por George W. Bush y un programa redactado por el grupo de expertos de Condolezza Rice.
Por supuesto que se fijan objetivos que son comunes a la humanidad: "la libertad política, la democracia y la libertad de empresa", con una glorificación del modelo impuesto por Estados Unidos en el mundo, al que caracterizan como el único que surgió victorioso de la "terrible amenaza de destrucción que la Unión Soviética suponía" (para ellos). Sin embargo ese maravilloso modelo de la dictadura global no está amenazado ahora por una nación, "porque ya no queda ninguna en condiciones de acceder a los medios de destrucción total", ya que el poder militar estadounidense es 'inigualable', sino que ahora, como señala el documento, la amenaza se centra en ese fatal "cruce entre radicalismo y tecnología".
Gracias a la tecnología, el "radicalismo", que "ya no tiene representación política ni ejércitos", actúa mediante atentados e intentos de desestabilización y extorsión a través del terror. El equipo de Bush admite que no es un peligro igual al que representaba la URSS, ya que ese "radicalismo" carece de medios de "destrucción total", pero puede poner en peligro su modelo de democracia. Por supuesto que se ven a sí mismos como los únicos que tienen conciencia de esto y por lo tanto se arrogan el derecho y el "deber" de actuar contra toda oposición, aun de sus aliados de siempre, que es lo que sucede ahora. La estrategia fijada es: "atacar el peligro en sus nidos", (guerra preventiva), limpiar el mundo de estados "canallas" (guerra infinita) y por lo tanto estas guerras no tendrán límites territoriales ni temporales. "El enemigo es oscuro e invasivo como el Mal"; de hecho, es el Mal y el mensaje es que ya no es momento de tratar un ideal en el plano simbólico sin hacer nada concreto por alcanzarlo; los Estados Unidos actuarán y, si otros países no lo siguen, la historia no tendrá clemencia con ellos. Bush no tuvo ambages en determinar que la ONU o lo sigue o "serán inútiles".
Así Estados Unidos -la mayor potencia del mundo- declaró abiertamente que su modelo de sociedad es el único; que toda oposición a él es, habida cuenta de las relaciones de fuerza, potencialmente terrorista, y que no hay más hipótesis política legitimada, que la que resultó vencedora después de 1989.
Su universalidad habría producido la universalidad de un enemigo, exactamente igual que la antigua lucha entre el Bien y el Mal. No queda más que Occidente a un lado y el terrorismo al otro, en la actualidad bajo el aspecto del "radicalismo" islámico. Y es un error negociar con él: "se trata de criminalidad pura para la cual no sirven ni las reglas de la guerra (es el caso de Guantánamo) ni la intangibilidad de los derechos civiles (las medidas excepcionales)", escribió la italiana Rossana Rossanda. "Corresponde a las Naciones Unidas aplicar esta doctrina, lo cual explica por qué los EEUU invocan sus resoluciones sobre Iraq pero no las que se refieren a Israel; Israel es una democracia, Palestina es terreno de terrorismo, y si no figura entre los estados canallas es solamente porque no está reconocida como Estado.
Ésta es la doctrina de Bush, que da un vuelco a la hipótesis internacional que ha servido como base a la segunda mitad del siglo XX. Su postura reduce al resto de los otros países, que antes eran miembros de la ONU en pie de igualdad, a aliados más o menos reticentes de EEUU, y está claro que Naciones Unidas tiene que encajar la situación o abrir un contencioso gigante. Cosa que no resulta nada fácil, dado que el Palacio de Cristal ha cubierto en el pasado demasiadas intervenciones ilícitas de los Estados Unidos, directas o a través de la CIA, y después del 11 de septiembre ha aceptado la ampliación de los poderes especiales de su presidente en todo el globo terrestre, con el apoyo del Congreso (en contra del espíritu y la letra de su Carta)" analiza Rossanda.
En este caso queda una oposición en parte de Europa, "con la esperanza -ya compartida por Al Gore y Edward Kennedy- de que Francia, Rusia y China pongan el veto a la campaña de Iraq (Alemania, que ha declarado la hostilidad más abierta, no tiene derecho a veto)". La situación hará explosión, si lo hace, únicamente en el Consejo de Seguridad, y puede incluso agravarse con vetos cruzados. Junto con la intervención en Iraq y las consecuencias que tendrá en Oriente Medio, "se llegará a una obediencia general a Estados Unidos o a una tensión desconocida desde hace treinta años y que después de 1989 parecía descartada. Ésta no es una causa común: la única superpotencia es EEUU, que hace lo que quiere. Y Kofi Annan, secretario general de las Naciones Unidas, no es hombre con valor para decirlo. Tal vez lo hubiera hecho, su antecesor Butros Ghali (...). Estados Unidos se sustrae a todo control de las instituciones internacionales, como ya ocurrió en esta guerra, en su rechazo al protocolo de Kyoto y del Tribunal Penal Internacional, que mina la posibilidad misma del derecho ", sostiene la politóloga.
Asimismo el proyecto estadounidense da por tierra con su propio modelo de la correlación, afirmada en 1989, entre mercado y democracia (el mercado quiere libertad, luego, la base de la libertad está en el mercado). Y también surge lo que sucede con "la verdadera naturaleza de la democracia estadounidense: la ideología de los padres fundadores, las alusiones a Dios, al carácter sagrado de la propiedad y el orden, su secularización en los "westerns", la certeza de que ellos son quienes hacen mejor uso de los recursos del planeta y por tanto les corresponde llevárselos, forman una conciencia compacta que Bush produce. Y pesa más que la memoria de los años sesenta, tan querida por la Europa que vivió la época del sesenta y ocho. Washington canta "God bless America" con toda sinceridad, con la mano derecha sobre el corazón manchado de petróleo. La historia se ha desviado sensiblemente en los trece años que nos separan de 1989. La democracia moderada se pliega al viento de la derecha y la izquierda está hecha trizas. Partamos de esta constatación", concluye.
¿Guerra global contra el "terrorismo"? Por su parte el profesor y politólogo Michael Klare escribió a finales del 2002 en el periódico La Jornada de México que "desde que asumió el cargo en 2001, George W. Bush y su gobierno han lanzado dos grandes iniciativas de política exterior: una guerra global contra el terrorismo y una campaña por acceder al petróleo mundial. En el origen, estas dos iniciativas eran vistas como tareas aparte: cada una poseía su propia racionalidad y modo de operación. Conforme pasa el tiempo, se van entretejiendo y así, hoy, la guerra contra el terrorismo y la pugna global por el petróleo son una empresa amplia y sin freno". Klare grafica en su análisis las "evidencias de ese maridaje creciente" a través de las actividades militares de Estados Unidos por todo el mundo.
En este aspecto señala con respecto a Asia y el Cáucaso: "cuando después del 11 de septiembre se desplegaron en la región las tropas de combate estadounidenses, su único objetivo -o así se dijo entonces- era apoyar las operaciones militares contra los talibanes en Afganistán. Ahora, una vez derrotado el talibán, resulta que permanecerán en la región para llevar a cabo otras funciones. Considerando que Estados Unidos ha expresado su interés por tener acceso a las vastas reservas de energía de la cuenca del Mar Caspio, es muy probable que tales funciones incluyan la protección del flujo de petróleo y gas natural desde el Caspio a Occidente. Este punto de vista adquiere credibilidad con el reciente despliegue de instructores militares estadounidenses en Georgia -una importante estación de paso de los oleoductos que conectan el Caspio con el Mar Negro y el Mediterráneo- y con el anuncio de que Estados Unidos pretende rehabilitar la base aérea de Kazajistán, a orillas del Mar Caspio".
También se detiene muy especialmente en Colombia y recuerda que hasta hace poco tiempo se pensaba que la injerencia militar estadounidense en Colombia tenía la sola intención de combatir el tráfico ilegal de estupefacientes.
"En los últimos meses, la Casa Blanca ha expresado otros dos objetivos del programa de ayuda militar: combatir la violencia política y el terrorismo de la guerrilla colombiana y proteger los oleoductos que llevan el crudo de los campos petroleros del interior a las terminales y refinerías de la costa" para lo cual ha pedido mayor ayuda militar y una presencia superior de sus asesores y tropas.
En cuanto Iraq y el Golfo Pérsico Klare adelantaba que no parecía haber dudas de que el gobierno de Bush planeaba la "invasión total en Iraq, con el objetivo final de eliminar a Saddam Hussein e instaurar un régimen pro estadounidense en Bagdad". Ya en el año 2002, preparando ese movimiento, el Departamento de Defensa expandía su "de por sí inmensa presencia militar en Medio Oriente" y ya se decía que "el único propósito de la esperada invasión estadounidense" era destruir lo que quedaba de las instalaciones iraquíes destinadas a la producción de armas nucleares, químicas y biológicas. Queda claro que Washington se preocupaba por la disponibilidad futura del petróleo localizado en el área del Golfo Pérsico, y está decidido a eliminar a quien amenace el flujo ininterrumpido de petróleo.
Esta conjunción entre guerra al terrorismo y pugna por el petróleo ocurre en otras partes del mundo donde precisamente opera o dice operar la red Al Qaeda. "Varios factores están facilitando esta fusión de acciones", observa Klare. Es obvio que no sólo Iraq es el objetivo ni sólo el petróleo. También están en juego los "enemigos comerciales" como una Europa unida que había que desunir y más lejos un gigante como China.
Apoderarse del petróleo iraquí le reportará a Washington unos 15 mil millones de dólares anuales, que es nada si se compara con el costo de la guerra -mucho más de cien mil millones- y también si se establece la diferencia con las ganancias que proporciona al poder estadounidense el lavado de dinero y la venta de armas, que es parte del capital sucio que Washington derrama por el mundo en empresas de las cuales hay buenos testaferros, como sucede con los empresarios españoles. No sólo es el petróleo sino la ocupación colonial de un territorio estratégico, en una región estratégica para su plan de dominación hegemónica mundial. Se trata también de romper la OPEP, someter a Arabia Saudita e Irán y al resto de los países árabes, y especialmente cortar el flujo de los energéticos a países europeos, a chinos y a japoneses.
Repartiéndose las riquezas petroleras de Iraq, como un botín infame, Washington impondría un control de los precios del petróleo. Como en un tablero diseñado, esto les permitiría bajar el precio del combustible con la finalidad de resucitar su castigada economía a mediano plazo y también concretar el proyecto de un golpe bajo a países exportadores de petróleo, a cuya cabeza se encuentran Venezuela y México, asfixiar si es posible a Brasil, y con esto lograr lo que hasta ahora el rasante neoliberalismo no pudo: apoderarse de las compañías petroleras estatales. "El control del agua es igualmente vital. Ya Israel planea desviar el Tigris y el Eufrates hacia su territorio porque el agua que roba a los palestinos no le alcanza. Si Siria, Iraq e Irán se desertifican, cambia el clima, se modifica el Índico, para los piratas son problemas ajenos y menores", advierte Guillermo Almeyra, analista del periódico La Jornada de México, y docente-investigador de varias Universidades.
Para establecer la ilegalidad que ocultó esta situación es necesario recordar que no existe una guerra contra Iraq ya que, como se verá más adelante, nunca fue votada por el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU), no fue ni discutida ni aprobada en el Congreso de Estados Unidos y no existió ninguna declaración. Se trata de la agresión más brutal y descarnada diseñada por el Imperio, una invasión de escala mayor a las sucedidas en los últimos tiempos, aun después de la ruptura del equilibrio mundial con la desaparición de la Unión Soviética. Es un acto violento y criminal en extremo y en especial por la impunidad con la que se actuó. Los bombardeos sobre civiles, estaban diseñados para aterrorizar y nunca existieron como daños colaterales. No existe una Operación Liberadora porque los supuestos liberados resisten con pobres armas en las manos, y el mundo asiste a los perversamente llamados "bombardeos humanitarios", con lo que se trata de ocultar la acción de apropiación colonial más brutal de estos tiempos.
Un símbolo brutal fue el izar de las banderas de los invasores en pequeños lugares que iban "conquistando" mediante bombas de todo tipo, arrojadas "quirúrgicamente" desde sus aviones y rodeados de cadáveres de pobladores, entre ellos cientos de niños. En Washington, el gabinete de halcones y empresarios mafiosos que rodea a Bush, quien subió al poder mediante un escandaloso fraude electoral, discutían públicamente, en las horas terribles de los bombardeos y el genocidio, el reparto de las empresas iraquíes, la reconstrucción de lo que sus ejércitos destruían.
Se llegó al punto de ofertar la reconstrucción de puentes cuando aún no habían sido destruidos. Para actuar ilegalmente, se tomaron sin tapujos los medios de información de sus respectivos países tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña imponiendo a éstos una censura nazi. Curiosamente esta guerra que cobró su primera gran víctima en las Naciones Unidas también acaba con su más fuerte creación neoliberal: "todas las teorías sociológicas justificativas (el poder aparece brutal y al desnudo) y, de paso, todas las teorías de Toni Negri-Michael Hardt y de John Holloway, ya que es visible que no hay imperio sino imperialismo, que el Estado subsiste, y cómo, y que al poder hay que oponerle, para tener un mínimo de eficacia y obstaculizarlo, un contrapoder", sostiene Almeyra.
La teoría de la guerra preventiva no la inventaron los halcones de Bush. Fue uno de los caballos de batalla de los equipos del ex presidente Ronald Reagan. Lo cierto es que el Congreso estadounidense puesto contra la pared por el patrioterismo fascista votó ilegalmente a favor de esa guerra ilegal. El derecho internacional fue arrasado. Otro de los temas falsos en esta "guerra" como señalamos antes es que no existe una coalición real, como no existió en la Guerra del Golfo en 1991. ¿Quién entonces hizo la guerra? Un imperio contra un pueblo inerme que resiste como nadie imaginó. Y en este caso citamos nuevamente a Almeyra para mencionar que "no hay un choque de civilizaciones, como pretende Huntington, sino la acción de quien está destruyendo la civilización en lo político, en lo ambiental, en lo económico y se enfrenta con quienes siguen defendiendo el principio del multiculturalismo y del derecho de los pueblos a decidir su propio destino".
También Europa ha sido tocada a fondo. Se impone así una Europa a dos velocidades, con un núcleo duro franco-alemán, que tratará de aliarse con Rusia y de recuperar un apoyo británico. Si Europa gasta en armamentos menos de 40 por ciento de lo que gasta Estados Unidos, como plantean los franceses, se impone ahora un rearme independiente. La OTAN y el atlantismo son cosas del pasado, aunque el temor de sectores de la burguesía francesa a las reacciones estadounidenses haga que éstos sigan hablando de ese pasado.
Se va así a un conflicto intereuropeo fomentado por Estados Unidos, que no por casualidad lanzó su guerra el día antes a la reunión cumbre europea del 20 de marzo. Pero en este conflicto entran en acción los pueblos, que han condenado ya a José María Aznar (España), Anthony Blair (Gran Bretaña) y Silvio Berlusconi, (Italia), puesto que el antimperialismo se une al nacionalismo (de derecha y de izquierda) en oposición al nacionalismo de Washington.
Un día 11 de septiembre Pero además del proyecto que se origina, como vimos, un buen tiempo atrás, los primeros lineamientos de la actual estrategia bélica norteamericana hacia Iraq fueron trazados durante la tarde del mismo 11 de septiembre del 2001, cuando George W. Bush realizó, en la base aérea de Offutt, Nebraska, la primera reunión de su Consejo Nacional de Seguridad, después de los ataques "terroristas" contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Ese día Bush dejó constituido su gabinete de guerra íntimo, integrado por la consejera en seguridad, Condolezza Rice, el vicepresidente Dick Cheney, el secretario de defensa Donald Rumsfeld y el director de la CIA, George Tenet. Este último insistió entonces en la conformación de una nueva normativa para sus agentes y logró que el propio presidente impulsara la habilitación de operaciones encubiertas indiscriminadas.
Al decir de algunos académicos de Harvard muy allegados al ex vicepresidente Al Gore, en ese minigabinete influye sólo un puñado de halcones, no más de 30, que en nombre del Pentágono, de la CIA y de las principales empresas proveedoras de tecnología militar tomaron por asalto a la Casa Blanca.
No es exagerado entonces considerar que la agresión a Iraq no hubiese sido posible si antes la camarilla de la familia Bush no hubiese protagonizado lo que realmente protagonizó, un verdadero golpe de Estado. El 1 de abril del 2003, el diario Página 12, de Buenos Aires, publicó un artículo más que ilustrativo al respecto. Su autor, Ralph Nader -ex candidato a la presidencia de los Estados Unidos por el Partido Verde- considera que "los padres de nuestra nación enfáticamente pusieron el poder de hacer la guerra en manos del Congreso. No querían que algún arrogante del rey George III metiera al país en una guerra (...). El año pasado, el Congreso, con líderes de ambos partidos capitularon su poder de decidir la guerra ante George W. Bush. Esto, en sí mismo, es ilegal (...). Habiendo convertido nuestro sistema federal de separación de poderes en tres ramas en la hegemonía de una sola, Bush procedió a burlarse de la Carta de la Naciones Unidas (...). Su guerra preventiva no puede justificarse como defensa propia y por lo tanto viola la ley internacional (...). Michael Kingsley un columnista sobrio y brillante dijo que, en términos de poder, Bush es ahora lo más cercano que hubo en años a un dictador del mundo. Uno también podría usar una frase canadiense: un dictador electo. Me corrijo, judicialmente elegido".
Muchas de las informaciones que demuestran cómo Bush comenzó a diseñar su agresión a Iraq el 11 de septiembre del 2001 acaban de ser confirmadas en el libro "Bush en guerra" (Península-Atalaya, Barcelona, 2002) del famoso periodista norteamericano -editor del diario "Washington Post"-, Bob Woodward.
En varios pasajes de su texto, Woodward revela que tanto Tenet como Rice, Cheney y Rumsfeld fueron los principales sostenedores de la opción doble, consistente en "contestar" los atentados del 11-S con ataques a Afganistán y a Iraq.
Las excusas mediáticas se llamaban respectivamente Osama bin Laden y Saddam Hussein. Sin embargo, esa misma comisión de notables de la corporación petrolera belicista decidió por consenso que el primer paso debía ser Afganistán y que, a más tardar a principios del 2003, debería iniciarse la faz Iraq. En esa decisión fueron claves los informes militares, los de la secretaría del Tesoro, los aportados por la Reserva Federal (Banco Central), los análisis de los agentes de Tenet, provenientes de Europa, y los memos acercados por las principales corporaciones petroleras.
Estas dos últimas vertientes informativas coincidían en que un avance sobre las cuencas energéticas en el arco del Mar Caspio podría ser negociada con los gobiernos de Francia, Alemania y Rusia, defensores de sus empresas energéticas -Elf-Total y Gasprom, entre otras-, pero una acción conjunta que abarcase a la segunda reserva de crudo del planeta -Iraq- sería innegociable y entorpecería el panorama en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU.
Ese entramado de intereses energéticos es el mismo que explica por un lado la decisión actual de Estados Unidos de atacar a Iraq, para garantizarse el dominio sobre las mejores reservas del Golfo Pérsico, y por el otro la resistencia de Francia, Alemania y Rusia a sumarse en bloque a las posiciones de Washington. Ese entramado esconde razones económicas estratégicas tan fuertes que tanto Berlín como París no dudaron a la hora de poner en crisis la política exterior común de la Unión Europea.
Entre esas razones, del lado franco-alemán-ruso figura el éxito de los convenios firmados por sus principales compañías energéticas con el gobierno de Bagdad después de la Guerra del Golfo. Cuando la ONU impuso a Iraq las sanciones aún vigentes, el gobierno de Saddam Hussein contó con el apoyo financiero de las corporaciones europeas para las importaciones permitidas por motivos humanitarios, a cambio de garantizarle a éstas un trato privilegiado para cuando esas sanciones, desde todo punto de vista ilegítimas, fueran derogadas.
Si la administración Bush cumple con el mandato que le confirieron las petroleras norteamericanas de arrasar con Iraq y con Saddam Hussein, imponer un régimen "democrático" supervisado en ese país y cederles así el dominio de las reservas de crudo, las corporaciones europeas habrán cumplido con el peor negocio de sus respectivas historias.
Esa estrategia de hegemonía global -el triunfo de la "doctrina Bush", de la "dictadura mundial", como la definió el lingüista y catedrático estadounidense, Noam Chomsky- se apoya sobre tres pilares fundamentales.
Esos pilares son: el dominio del Golfo Pérsico y zonas de influencia hacia el Este y el Oeste, lo que significa el control energético del área china -la de mayor crecimiento económico en los próximos 50 años según estimaciones del FMI y del BM-; el control nuclear del planeta, lo que explica su política agresiva ante Corea del Norte, como tiro por elevación a China y a la India; y el Plan Colombia en América Latina, es decir la ocupación militar o cuasi-militar de la zona del globo más rica en reservas naturales de distinto tipo.
El gabinete de halcones de Bush nunca se preocupó por disimular su estrategia y por esa razón ya en los primeros días de la guerra, el presidente anunció "un plan de democratización inmediata de Iraq" y con premura comenzaron a barajarse los nombres de militares de Estados Unidos, ligados a las empresas del poder como los nuevos gobernantes de una larga transición en Iraq. Esto provocó escándalo dentro de Estados Unidos y un fuerte malestar entre sus socios británicos y, ni qué decir de los grupos de iraquíes en el exilio, algunos indignados por la guerra y la destrucción de una cuna de la civilización y la cultura, otros porque esperaban que los sentaran en el sillón gubernamental sin hacer más esfuerzo que acompañar, incluso desde lejos, a las tropas invasoras.
Bush dijo, al descartar toda posibilidad de continuidad del líder iraquí, que un cambio de régimen en ese país "servirá como un ejemplo dramático e inspirador de libertad en otras naciones de Oriente Medio". Hablaba en el centro de estudios ultraconservador "American Interprise Institute" de Washington, y por supuesto fascinado por los aplausos de los muy beneficiados empresarios de la muerte afirmó, "estaremos en Iraq el tiempo que sea necesario. No más".
Lo que no dijo, aunque sabido estaba, que la "democratización" de Iraq se llevaría a cabo asesinando a miles de personas, con bombardeos sobre casas de familia, escuelas, mercados, hospitales y maternidades.
Con tono amenazador, Bush insistió con que si Iraq no se desarma "vamos a desarmarlo" mediante la intervención militar. Al momento de encarar la edición de este libro de urgencia habían transcurrido dos semanas desde que Bush se lanzó contra Iraq: por supuesto que sus mentiras en torno a la supuesta capacidad bélica de destrucción masiva que se le adjudicaba a Saddam Hussein quedaron al desnudo, como si no hubiesen bastado las desmentidas que a ese respecto se cansaron de realizar los expertos de la ONU. Poco antes del inicio de la invasión contra Iraq, funcionarios de Estados Unidos, ya trazaban un futuro plan de avance hacia otros países incluyendo los de América Latina.
El mundo erizado: una guerra sucia, cruel y desmedida Por supuesto que la acción estadounidense que concita el rechazo del 70 y 90 por ciento de la población mundial, puso en movimiento una enorme maquinaria defensiva en diversos países que se sienten señalados, en el invento casi bíblico de George Bush de los "ejes del mal". Allí están Siria, Irán, Corea del Norte, China y también Colombia, Venezuela y nuevamente las acciones de guerra en Afganistán. La resistencia iraquí mostró un camino y una posibilidad de alianzas insospechadas.
Los fatídicos cálculos indicaban que una guerra unilateral contra Iraq podría causar entre 50 y 260.000 muertos a lo que podrían agregarse unos 20 o 30 mil más si se desatara una guerra civil, a los que se sumarían entre 200 mil y un millón como consecuencia de la misma.
"Si se recurre a armas nucleares", (uno de los sueños recurrentes de Ariel Sharon, NR) los muertos podrían sumar casi cuatro millones". En todas las hipótesis la mayoría de las víctimas "serán civiles", escribieron a Tony Blair los médicos de Gran Bretaña. Antes de ordenar la invasión, que ya estaba decidida desde hacía mucho tiempo, el secretario de Estado Colin Powell dijo en Naciones Unidas que "el juego se terminó", pero no logró convencer ni a Iraq ni a algunos de sus antiguos aliados. Sus "pruebas" falsas, como las presentadas por el premier británico Blair, quedarán incorporadas a la historia de la infamia y el escándalo.
Después de escuchar los informes de avance en las negociaciones de desarme en Iraq, Bush lanzó un escueto: "Vamos a parar a Saddam Hussein". Lenguaje sintético si los hay para anunciar una acción ilegal y criminal. Además de esa coalición montada sobre el cohecho y la presión, está en el terreno un convidado de piedra que se mantiene en silencio, y es Israel. ¿Qué están haciendo en esta guerra los hombres de Ariel Sharon, cuya aspiración máxima es acabar con los países árabes, dentro de su esquema de las "fronteras seguras" que aducía Adolfo Hitler para avanzar sobre el mundo?. El silencio de ese gobierno aparece como una acción táctica, pero nadie cree que estén ausentes de las acciones en Iraq. Incluso los analistas más importantes e independientes ven detrás de Donald Rumsfeld, la mano del lobby de la ultraderecha judía en Washington, alentando la extensión de la guerra a Irán y Siria. Más aún se sospecha que los comandos que puedan estar operando para asesinar a Hussein sean precisamente de la inteligencia israelí que no vacilarían en producir un atentado en cualquier país, para que no se detenga la guerra que lleva adelante Estados Unidos.
La guerra sucia está en su apogeo. Algo se había adelantado cuando se escucharon los extraños anuncios previos de los funcionarios de Washington de que Hussein había mandado hacer uniformes similares a los británicos y estadounidenses para "cometer atrocidades" y acusar a los invasores.
De acuerdo a los especialistas en la "guerra sucia" hay que tomar esto como un anuncio de que las tropas de agresión traman atrocidades para aterrorizar y paralizar al pueblo iraquí y descalificar aún más a Hussein. Como también su exigencia a muchos países dependientes para firmar un acuerdo otorgando inmunidad a sus tropas hicieran lo que hicieran.
El intento de Bush de tratar de derivar los bombardeos contra la población civil iraquí, a fantasmales "autores desconocidos" es también parte de la guerra sucia, así como sus mentiras alimentan la guerra psicológica. Son los mismos personajes que en Rumania desenterraron cadáveres de un cementerio común, los alinearon y fotografiaron para mostrar las "atrocidades" de Nicolae Ceaucescu. Según los informes previos el "dictador" había asesinado a cuatro mil personas en Timisoara. Y entonces aparecieron las fotos.
Un tiempo después se conoció una rectificación que muy pocos leyeron. La matanza de Timisoara "había ocurrido, pero había cobrado un centenar de víctimas, incluyendo a los policías de la dictadura, y aquellas imágenes espeluznantes no habían sido más que una puesta en escena. Los cadáveres no tenían nada que ver con esa historia y no habían sido deformados por la tortura, sino por el paso del tiempo, los fabricantes de noticias los habían desenterrado de un cementerio y los habían puesto a posar ante las cámaras", como recuerda el escritor Eduardo Galeano en su libro "Patas Arriba. La Escuela del mundo al revés".
Una carta enviada por un joven que está solidariamente en Iraq relataba que cuando los invasores tomaban pequeños grupos de prisioneros iraquíes les entregan una bandera blanca para mostrar a la TV que se rendían. ¿Hasta dónde llegarán? Algunos informativos británicos estaban sorprendidos porque la población de Basora -a la que consideraban rebelde contra Hussein- no salía a abrazar a los soldados que la sitiaban como en la Edad Media, cortándoles el agua, la luz y otros servicios.
Sólo pudieron mostrar a la TV la foto de una mujer y dos niños que tímidamente levantaban una mano en una desganada señal de "victoria".
Tampoco debe extrañar a nadie que si entran a sangre y fuego con tanques llevándose a hombres y niños, como lo han hecho, lo que quede de la población los salude por terror, no por amor. Errores de precisión, helicópteros chocando en el aire, prisioneros estadounidenses que no se ven precisamente maltratados, mostrados al mundo; misiles que caen sobre los aviones y los territorios de los aliados de los invasores y hasta un sargento convertido al islamismo que tira una granada sobre sus compañeros, porque está contra la invasión. ¿Qué horrores habrá sufrido ese prisionero y los otros si recordamos el suplicio cotidiano de sus viejos amigos talibanes llevados a Guantánamo, en otra afrenta para la humanidad?.
La voz del secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld monótona y fría prometió "algo nunca visto en el mundo" en su guerra contra Iraq. El "nunca visto" de Rumsfeld pretendía aterrorizar al mundo, tanto como la "noche y niebla" de los nazis, los dos términos juntos que implicaron la desaparición absoluta de millones de personas.
Se habló entonces de provocar un "shock" brutal, seguido del terror, el asombro, el "estupor" y por supuesto la paralización del pueblo iraquí. Y el "shock" fue una pesadilla de misiles sin fin, pero el estupor se transformó en una indignación sin límites, porque en aquella cultura la dignidad se liga con el sacrificio absoluto por lo que se siente justo: el derecho.
La misma voz de Rumsfeld, algo más alterada hablando de la "maldad" de los iraquíes que se rinden y cuando se acercan atacan. Como si éste no fuera un derecho primario de quienes son invadidos, agredidos, bombardeados, apresados y maltratados, llevados con los ojos vendados y las manos atadas o encapuchados. Más aún, cuando notaron que los civiles, el pueblo de Iraq, no salía a recibirlos con flores, mintieron al pueblo estadounidense diciendo que los hombres del ejército de Hussein se "disfrazaban" de campesinos. Y así convirtieron a todos los habitantes de Iraq que se defendían con dignidad de una tropa criminal de ocupación, en soldados de Hussein. Sólo el pueblo de Estados Unidos puede engañarse o fingir que creen, porque los han aterrorizado con el terror. Con cada misil y cada hora que pasa crece la rebelión internacional contra la ilegalidad de esta invasión. La perversidad ya no se oculta, pero sí se estrella contra una realidad que surge como los hongos venenosos para ese equipo de campaña planeado meticulosamente, porque el presidente George W, Bush parece no entender que el mundo real se le escapó de las manos.
Su argumento primario de un ataque preventivo como parte de su guerra contra el terrorismo, término eufemístico si los hay y sobre todo en su lenguaje, los llevó a forzar un increíble eje del mal Hussein- Bin Laden, que nunca existió. Disertaron sobre la amenaza que suponía Iraq para el mundo, argumento alentado con entusiasmo por Sharon, cuando desde 1991 ese país soportaba un bloqueo criminal, en una situación desoladora en la que miles de niños murieron por desnutrición y falta de medicamentos. Gracias a ese cerco inmoral la población iraquí perdió el nivel de vida logrado y que todos reconocen ahora como uno de los más altos y avanzados entre los países árabes en su momento.
En 1991, el ex funcionario de Estados Unidos Ramsey Clark, advertía sobre todas las violaciones a la legalidad internacional en las que incurrió su país a para llevar adelante su guerra del Golfo: "Mi convicción profunda y triste es que Estados Unidos tuvo éxito en hacer que Naciones Unidas se transforme de una institución creada para desalentar y terminar con el uso de la fuerza, con la guerra, en un instrumento de guerra. Cohecho e intimidación ejercida sobre muchos países han sido un espectáculo muy triste y degradante".
Sus palabras suenan muy actuales en estos días cuando la "injusticia infinita" parece no tener límites. Washington deja en claro que interviene preventivamente "cuando quiere" y por su sola decisión, que la ONU es el pasado y que, en consecuencia, no existe ninguna instancia internacional legal en este tiempo del Nuevo Orden y de la guerra antiterrorista.
La fundamentalista ultraderecha estadounidense está al frente de la ofensiva mundial. Sus documentos hablan del Siglo americano (el XXI) es decir norteamericano y hegemónico y, para lograrlo, cuentan con las armas nuevas, la tecnología de avanzada y los inspectores de la ONU para desarmar al resto del mundo. Gases destructivos, armas y bombas inteligentes de un poder nunca visto, rayos láser que destruyen la retina del adversario, son algunas de las temibles creaciones que proponen e impulsan para imponer la "democracia".
También los demandantes de la libre expresión bombardean las plantas televisivas y prueban aparatos que acaban con las ondas de transmisión de los invadidos porque sólo puede haber una verdad: la suya. Así cada día y cada hora el mundo asistió a las escenas de la ilegalidad de la acción en Iraq y ya nadie se detiene a mirar el espectáculo perverso de las luces y las fantasías en color difuso que el espectador veía como una representación fantástica de una guerra donde no había muertos, aunque sumaran más de cien mil como sucedió en la del Golfo.
Los halcones de Washington prepararon el control de la prensa y también han fracasado, porque no pudieron mantener el esquema de 1991. A pesar de un despliegue inaudito de hombres y armas, de su control de la información, gracias a la acelerada apropiación y fusión de medios grandes y pequeños en todo el mundo, su aceitado espionaje tecnológico, y sus campañas desinformativas para el manejo de grandes masas, o de terror para lograr el apoyo del pueblo estadounidense, la verdad aparece debajo de las piedras y de la arena del desierto que también los desafía.
El lenguaje de los invasores es directo, perverso y preciso: no importa el costo de vidas civiles, dicen los mismos que hasta hace poco tiempo hablaban de operaciones "medidas" o quirúrgicas. Su objetivo es quitar a Saddam Hussein del gobierno y poner a sus propios gobernantes en el lugar, en un plan de hegemonías de mayores alcances, bajo el viejo esquema hitleriano de las fronteras seguras.
Para Washington todo el mundo es ahora su frontera segura. Como en la Guerra del Golfo, Washington eludió toda vía diplomática. Ni siquiera estuvo en sus proyecciones. Colocó a Naciones Unidas en el peor de los escaños. El trabajo de los inspectores enviados por la ONU fue interrumpido abruptamente a pesar de que los jefes lograban avances y solicitaban más tiempo. Pero para el mundo queda otra imagen: los inspectores desarmaban a Iraq, también una decisión polémica de la ONU, mientras casi medio millón de soldados y la más avanzada tecnología militar esperaban en las fronteras cercanas para atacar a la nación inerme.
La guerra global Pero volviendo a la escala global, esta "guerra mundial contra el terrorismo" puede seguir en cualquier lado, incluyendo regiones tan alejadas del Medio Oriente como Colombia, imponiendo el principio de que el gobierno estadounidense tiene pleno derecho a intervenciones preventivas, que puede y debe decidir unilateralmente. Esto inutiliza a la ONU, pero también ha tenido la virtud de dividir y desorganizar a la Unión Europea, y le permite al Imperio jugar con la idea de "vieja" y "nueva" Europa, ésta última identificada con el modelo "americano" de capitalismo, y sin pujos autonómicos frente a la política exterior estadounidense.
Y el día de mañana puede amenazar incluso a China, "ese país-continente cuya envergadura y crecimiento económico sostenido, puede convertirlo con el tiempo en un rival del poderío norteamericano" señala el analista argentino Daniel Campione. La utilización del atentado del 11 de septiembre del 2001 permite cualquier escarmiento y cualquier castigo.
"Iraq es parte de una política que no se agota en esta invasión, y que no se detendrá por sí misma. El rediseño del mundo entero conforme a la imagen norteamericana es el objetivo final". La movilización mundial masiva y permanente por la paz está uniendo clases, sectores, actores, en cada país y en escala mundial y radicalizando a todos, particularmente en Estados Unidos. El bombardeo masivo y brutal contra Iraq destruyó "la justificación ideológica del sistema que aparece como simple opresión y rapiña económica y nacional. El Papa del Opus Dei aparece así unido a los revolucionarios, por ejemplo, y el Opus Dei perderá bases en el pueblo cristiano movilizado contra la guerra", sostiene el ya citado Almeyra.
Otro tema que los analistas prevén es la reaparición de los conflictos económicos, de los fatídicos años 30, del rearme, de las alianzas que prepararon la guerra mundial. Reaparece el nazismo. No es anecdótico el final de la ONU, porque con ellos termina no sólo la diplomacia, la política de la mediación de la salida pacífica en la que trabajaban muchos sectores diplomáticos del mundo, y esencialmente los millones de organismos creados por la paz y el respeto a los derechos humanos.
Desde que George W. Bush enunció su nueva "guerra infinita" contra el "terrorismo" o lo que ellos llamen terrorismo, según las circunstancias y sus planes de instalar las "democracias" del terror, la lucha mundial por los derechos humanos quedó congelada en el tiempo. La política se convierte en aplicación de la política brutal del imperialismo. La teoría de la guerra preventiva (impedir que alguien pueda llegar a convertirse en un competidor político, económico o militar de los Estados Unidos) amenaza a todos los países, cuya soberanía e independencia y cuyos gobiernos están bajo libertad vigilada. Pero la Casa Blanca no tiene los medios económicos para sustentar su superioridad militar. Además, la sociedad democrática, que cree en los valores fundacionales de Estados Unidos, crece y combate cada vez más contra el cruzado del mal. Hay ahí fuertes razones para la esperanza.
El gobierno de Bush aterrorizando a su propio pueblo Antes de comenzar la guerra contra Iraq, el gobierno de George W.Bush hizo aparecer a Estados Unidos como si estuviera en realidad bajo un ataque.
Repentinamente Nueva York despertaba con los periódicos que anunciaban en primera plana que "los hospitales habían recibido la orden de prepararse para una agresión contra la ciudad con gas cianuro". O informaban que se esperaban atentados suicidas con bombas: los noticieros locales ofrecieron detalles sobre las diversas amenazas que supuestamente enfrentaba la población y cómo prepararse para lo peor.
Se hablaba de "ataques inevitables". Y para abundar en esa sensación que propagandísticamente transmitían, desplegaron baterías antiaéreas en los alrededores de Washington. La capital era sobrevolada por escuadrillas de helicópteros Blackhawk y cazas F-16. Las fuerzas de seguridad se expandían por calles, túneles, aeropuertos y puentes en las principales ciudades, mientras los más altos miembros del gobierno se establecían en lugares apartados para no estar juntos y, si algo sucediese, el vicepresidente pudiera reemplazar a Bush.
Las noticias disparadas como una seguidilla de informes atemorizantes tenían como única finalidad hacer que la población suplicara de rodillas al gobierno que actuara en cualquier parte, pero que despejara esa alarma fantasma de sus cabezas. Que Corea del Norte podía enviar un cohete intercontinental nuclear hasta la costa oeste del país; que la inefable red Al Qaeda atacaría en cualquier momento y lugar con todo tipo de armas biológicas, químicas y nucleares. Aunque el gobierno de Bush sabía exactamente que armas poseía Iraq, ya que entre el grupo de inspectores infiltraba sus propios espías, expresaba la posibilidad de que Saddam Hussein enviara un barco desde el cual -acercándose a las costas estadounidenses- disparara contra las ciudades y causara una cantidad no estimada de muertos.
La paranoia era el estado ideal para una población que sólo debía obedecer y participar del festín de la muerte. Los medios, que serían obligados a silenciar y mentir sobre los hechos que vendrían, proporcionaban instrucciones a los ciudadanos: comprar plásticos y cintas adhesivas para cubrir ventanas y puertas en caso de ataque químico o biológico. Y los fabricantes de toda la parafernalia antiguerra se preparaban para resistir armas que sólo Estados Unidos posee.
Se compraron miles y miles de máscaras anti-gas, pilas, radios, linternas, lámparas, aunque la supuesta guerra que era una invasión pírrica, estaba muy pero muy lejos, tanto que ni siquiera se podía oír el rumor de las bombas arrojadas sin parar y sin precisión alguna. El diario The New York Times anunció en sus páginas un "estuche de sobrevivencia urbana" con todo lo que necesitaría un norteamericano medio para resistir: máscara de protección ante ataques nucleares, químicos y biológicos, un traje de protección antiquímico, guantes, un implemento para romper puertas o ventanas, alarma para alertar a otros, lámparas con duración de 30 días", todo por sólo 595 dólares.
Las farmacias fueron abarrotadas por desesperados clientes en busca de píldoras de potasio y yodo para defenderse ante la radiación. El miedo se adueñó de las calles, alentado por 24 horas de noticias y las alertas que difundían los propagandistas del terror. Y por supuesto tramaron otra aparición de Osama bin Laden, en cuyo mensaje sostuvo que había que apoyar a los iraquíes, hasta entonces sus enemigos; pero también se contradijo y declaró su odio a los gobiernos corruptos y "no creyentes", entre los que incluía al de Saddam Hussein.
La población había escuchado lo que el Pentágono quería que oyese: que bin Laden ayudaba a Hussein. Por lo tanto y como bin Laden es un fantasma y Hussein era el hombre de un país llamado Iraq, cuna de la cultura en el mundo, había que ir a buscarlo y destruirlo en su madriguera y acabar con las Mil y Una Noche y los jardines de Babilonia y todo eso que para Donald Rusmfeld, es "pura basura".
En una entrevista reciente con el diario británico The Guardian, Noam Chomsky señaló que los gobernantes estadounidenses saben que el apoyo a las guerras es muy débil, por lo que tienen que ganar rápida y decisivamente sus enfrentamientos con poderes más débiles. Para justificarlo "tienen que aterrorizar a la población para que sientan que existe una amenaza enorme a su existencia y realizar una victoria milagrosa, decisiva y rápida frente a este gran enemigo y marchar hacia el próximo".
Todo esto no es nuevo, afirmó. "Invocar enemigos que están a punto de destruirnos, es muy conocido. No lo inventaron, otros han hecho lo mismo, lo han hecho en la historia, pero éstos se han convertido en maestros de este arte y lo están haciendo de nuevo". Uno de los efectos de este clima de temor e inseguridad es la continuación de políticas de control interno, desde obligar al registro de todo inmigrante de varios países musulmanes hasta limitaciones a la libre expresión, la vigilancia de las manifestaciones, los detenidos, entre ellos religiosos y hasta Premios Nobel.
Por estas medidas de control también se mantiene detenido a un ciudadano estadounidense, privado de todas las protecciones ofrecidas por la ley -arrestado con pruebas secretas, bajo interrogatorio sin presencia de un abogado e incomunicado-, al ser declarado "combatiente enemigo" y trasladado en secreto a una cárcel militar. José Padilla fue acusado de planear detonar una bomba sucia radiactiva. Su abogada, Donna Newman, declaró al diario The New York Times que "si alguien en este país puede desaparecer con base en una sospecha sin ninguna prueba real, si se le puede mantener incomunicado y negarle el acceso a un abogado, ¿qué es lo que evita que nos parezcamos a Argentina durante la dictadura militar?".
Señaló que "si el gobierno logra salirse con la suya (en este caso) podrá, con estas reglas, encerrar a cualquier estadounidense como combatiente enemigo simplemente con base en evidencias secretas (.). Nunca antes he sentido este tipo de temor por nuestro país, por lo que le está pasando a nuestra Constitución. La gente no reacciona porque cree que no les tocará.
Pero para cuando les toque, ya será demasiado tarde".
Así, hay dos temores. El generado por las alertas y preocupaciones de más atentados "terroristas" desde el extranjero, y otro por las medidas y políticas internas que se están aplicando en respuesta a estas amenazas.
Estados Unidos está bajo ataque. Algunos dicen que desde afuera, pero otros parecen temer más que sea desde Washington. Por su parte el famoso periodista irlandés Robert Fisk (The Independent, de Londres y La Jornada, de México) escribió que Bush había utilizado a un nuevo enemigo para tender una cortina de humo sobre el escándalo de la empresa Enron.
Y citamos a Fisk: "¿Quién habría imaginado, hace un año, que sería el rostro afeitado de Saddam Hussein al que tendríamos que odiar, y no al barbudo Osama bin Laden? ¿Cuándo ocurrió esta transición de El malvado (según una portada de Newsweek) a La bestia de Bagdad?. Como de costumbre, esto se debió a la complicidad de nuestros reporteros de periódicos y televisión.
¿No era su trabajo señalarnos que estaba pasando algo raro? ¿No era labor de los reporteros decir esperen, creí que el enemigo era bin Laden, ¿no nos acaban de cambiar la jugada?. Pero no, Osama desapareció de nuestras pantallas para ser sustituido por Saddam.
Nuestro enemigo ya no vive en las cuevas afganas, sino en las riberas del Tigris. Y en lugar de gráficas de las montañas de Afganistán y del alcance de la red Al Qaeda, nos dieron reportajes sobre armas de destrucción masiva y abusos a los derechos humanos en Iraq. Recuerdo que un fenómeno similar ocurrió hace una década. Saddam había sido el objetivo de nuestro odio desde que invadió Kuwait, y cuando ya habíamos expulsado a Iraq de nuestro emirato favorito, de pronto el general Colin Powell se apareció hablando en contra de 'los funcionarios iraquíes' del norte de Iraq, en ese pedacito kurdo que, un poco tarde, decidimos salvar. Yo estuve en la conferencia de prensa que dio Powell ese día y le pregunté por qué ya no mencionaba a Saddam. Se limitó a encogerse de hombros y siguió hablando de 'los funcionarios iraquíes'. Saddam ya había sido borrado del guión de la administración estadounidense, de la misma forma en que hace unos meses se le convirtió en el personaje principal.
Estoy en deuda con el profesor Robert Alford, del Centro de Estudios de Posgrado de la Universidad de Nueva York, quien me ilustró en torno a la transición mística que los estadounidenses han experimentado. El profesor ha diseñado una serie de gráficas en las que demuestra un hecho notable: que el momento en que el tema Iraq empezó a crecer, y la saga de Osama a desaparecer, coincide exactamente con el estallido del escándalo de Enron.
En enero pasado Enron tenía mil 137 menciones en The New York Times, The Washington Post y Los Angeles Times, mientras se mencionaba a Iraq sólo 200 veces. Los reportes sobre Iraq se incrementaron casi 100 por ciento a principios de la primavera, cuando las menciones a Enron disminuyeron 50 por ciento, hasta llegar a sólo 618. Tras una baja a principios del verano, las menciones a Iraq se dispararon hasta llegar a mil 529, y Enron recibía sólo 310 notas.
¿No les parece asombroso que un escándalo económico sumamente sucio pueda eliminarse de las primeras planas con sólo rebautizar al objeto de nuestro odio? Desde luego, también es buena idea cambiar de villanos cuando uno de nuestros más cercanos aliados, Israel, está muy cerca de producir uno en la figura de Ariel Sharon. Si no tuviéramos que preocuparnos por Bin Laden o Saddam, quizá hubiéramos observado más de cerca a Sharon, gobernante que calificó de 'gran éxito' la matanza de un hombre y nueve niños en Gaza.
También habríamos observado con más detenimiento su papel en la masacre de Sabra y Chatila, en 1982. Ahora queda claro que más de mil hombres que sobrevivieron a la matanza original fueron después entregados por el ejército israelí a los genocidas falangistas libaneses. Sin embargo, el intento de algunos sobrevivientes de llevar al señor Sharon ante una corte en Bruselas apenas mereció un titular.
El verano pasado iba a realizarse una conferencia de paz para Medio Oriente.
Colin Powell la anunció la primavera anterior, pero nunca se concretó. La conferencia de 'paz' se desvaneció igual que Bin Laden, y ni siquiera preguntamos por qué. En un nuevo mundo lleno de secretos, ya ni siquiera nos tomamos la molestia de preguntar. Y curiosamente eso es lo que dejó este año: una especie de letargo sobre la tragedia en Medio Oriente, una falta de reacción a la injusticia real, a la ocupación y a la miseria.
En vez de eso, nos estamos dejando arrastrar a una guerra con Iraq. Pero volvamos a lo ocurrido después de Enron: los inspectores de armas de la ONU van a Iraq y ¡horror!, no encuentran un solo microbio. Después teníamos que apoderarnos del manifiesto de armas de Bagdad. Cuando finalmente lo tuvimos, con todas sus 12 mil páginas, nos quejamos de que era demasiado extenso.
Los estadounidenses, quienes habrían fustigado a Saddam si hubiera entregado sólo 10 páginas, afirmaron que se trataba de una tormenta, un intento deliberado de ocultar lo que todos sabemos que existe, pero que no podemos encontrar, y que es el hecho de que Saddam tiene armas de destrucción masiva.
¿Pero en qué momento fue que los estadounidenses simplemente secuestraron el documento y nos dijeron que era conveniente porque tienen mayor seguridad para fotocopiar papeles confidenciales y traductores más rápidos? Recordemos que se trata del país que no nos advirtió sobre el 11 de septiembre porque sus intérpretes no pudieron traducir el árabe con la suficiente rapidez.
También fue el año del "cambio de régimen" y no en referencia sólo a Saddam, sino también a Yasser Arafat, quien debe irse: su régimen corrupto debe ser reemplazado por una democracia auténtica que surja de entre las ruinas dejadas por los bombardeos aéreos israelíes. Al menos eso es lo que nos han dicho.
La decisión de Bush de que Arafat debía empacar e irse garantizó que el anciano sea reelecto. Pero el hecho de que el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, hablara de los así llamados territorios ocupados -pues seguramente cree que todos los soldados que están en Cisjordania son suizos- hizo pensar que la administración estadounidense ha perdido el contacto con la realidad de Medio Oriente.
Hablemos del petróleo. Bush fue un hombre del petróleo. El vicepresidente Cheney fue un hombre del petróleo. Condoleezza Rice fue una dama del petróleo. Y saber lo que esto significa se lo debemos al más derechista columnista del New York Times, William Safire, quien está muy bien conectado con la administración Bush y también, a nivel personal, con Ariel Sharon.
En un notable artículo publicado en octubre del 2002, Safire delató la verdadera intención de nuestra próxima guerra en Iraq. Escribió que "el gobierno de un nuevo Iraq reembolsaría a Estados Unidos y Gran Bretaña mucho de lo que gastó durante la guerra y la implantación de un gobierno de transición, mediante futuros contratos y ventas de petróleo. Safire añade que durante su evolución, el gobierno democrático del nuevo Iraq repudiará la corrupta deuda por 8 mil millones de dólares que Rusia le reclama a Saddam.
Pero lo más perturbador para el presidente ruso, Vladimir Putin, según Safire, será que las importantes inversiones que harán las compañías estadounidenses y británicas incrementarán drásticamente las capacidades de exploración y refinación de la única nación (Iraq) cuyas reservas petroleras rivalizan con las de Rusia, Arabia Saudita y México".
Me pregunto si recordaremos esto cuando vayamos a la guerra, dentro de un mes, más o menos. Para entonces, de seguro, no estaremos hablando de Enron".