John
Holloway
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La lucha de clases es asimétrica
El artículo de Atilio Boron (Boron, 2001) plantea con una claridad ejemplar temas que son centrales para cualquier discusión de la estrategia de la izquierda hoy. Espero que esta respuesta breve ayude a abrir la discusión.
John Holloway
Para mí, la cuestión central es la asimetría de la lucha de clases.
En cualquier discusión del poder o de la "toma del poder" en la sociedad
capitalista es importante ver que el término "poder" oculta dos sentidos
diametralmente opuestos. A veces se refiere a estos dos sentidos con los
términos de "potentia" y "potestas", pero prefiero hablar de poder-hacer y
poder-sobre.
Por "poder-hacer" quiero decir nuestra capacidad de hacer cosas. Éste es el
sentido que usamos muchas veces cuando decimos, por ejemplo, que nos sentimos
poderosos o que el movimiento feminista ha dado a las mujeres un sentido de su
poder. El poder-hacer es siempre social: nuestro hacer depende siempre del hacer
de otros, en el pasado o en el presente, y nuestro hacer crea normalmente las
condiciones del hacer de otros. El poder-hacer refiere al flujo social del
hacer.
En el capitalismo (o en cualquier sociedad clasista, pero es el capitalismo el
que nos interesa aquí), el poder-hacer se metamorfosea en poder-sobre. El
poder-sobre es la ruptura del flujo social del hacer. Los que ejercen el
poder-sobre separan lo hecho del hacer y del hacedor, y dicen "esto es mío".
Este hecho es una precondición para el hacer de otros, de tal forma que los que
apropian lo hecho se han apropiado las condiciones de hacer ("los medios de
producción") y pueden comandar entonces el hacer de los otros. Cuando lo hecho
está separado del hacer, la capacidad de hacer (el poder-hacer) se transforma en
poder-sobre, en la capacidad de mandar el hacer de otros. Para estos otros, el
poder-hacer se convierte en impotencia. El hacer es todavía social, pero su
carácter social está negado por su forma de existencia. El poder-sobre se basa
en la negación del carácter social del hacer (su subordinación a la propiedad
privada).
El término "poder" oculta por lo tanto dos movimientos antagónicos. Por un lado,
el poder-sobre es un movimiento de separar: de separar lo hecho del hacer, lo
hecho del hacedor, los hacedores el uno del otro, los hacedores del flujo social
del hacer. El capital, en otras palabras, es la metamorfosis del poder-hacer en
poder-sobre. "La separación", dice Marx, es "el verdadero proceso de generación
del capital" (s/f: p. 351). Por otro lado, el poder-hacer es necesariamente un
movimiento en contra de su existencia actual como poder-sobre, un movimiento de
unificación, un movimiento para restaurar o crear el flujo directamente social
del hacer. Nuestra lucha es la lucha del poder-hacer, la lucha del capital es
para transformar el poder-hacer en poder-sobre. Las dos luchas son
fundamentalmente asimétricas. La lucha de ellos es para separar, la lucha de
nosotros es para unificar. Nuestra lucha no es la lucha del contrapoder: es la
lucha del antipoder (ver Holloway, 2001).
En cualquier sociedad clasista, la ruptura del flujo del hacer (la metamorfosis
del poder-hacer en poder-sobre) involucra el uso de la fuerza. El capitalismo se
distingue de sociedades clasistas previas por el hecho de que la fuerza
necesaria para asegurar la apropiación de lo hecho se concentra no en los
hacedores sino en lo hecho (como propiedad). En el capitalismo, los hacedores
son formalmente iguales a los apropiadores de lo hecho (los capitalistas), así
que el uso de la fuerza se concentra en la propiedad de los apropiadores. Esto
se puede hacer sólo cuando el uso de la fuerza está separado del proceso
inmediato de separar lo hecho del hacer. En otras palabras, la dominación
capitalista implica la separación entre el estado y el proceso de explotación,
entre lo político y lo económico, una separación que constituye lo político y lo
económico como tales. La existencia misma de lo político (el estado) es una
parte necesaria de la separación de lo hecho del hacer. El estado, por lo tanto,
no es el sitio del poder. El estado, más bien, es un momento en el proceso de
separar lo hecho del hacer que es la transformación del poder-hacer en
poder-sobre; un momento, en otras palabras, de la fetichización de las
relaciones sociales. El hecho de que el estado parece ser el sitio del poder
refleja simplemente el hecho de que la sociología y la ciencia política toman la
separación de lo hecho del hacer como su punto de partida, como algo tan obvio
que no requiere ser percibido. En eso no cambia nada la expansión del estado que
es, por supuesto, una característica del neoliberalismo tanto como de las formas
anteriores del capitalismo.
¿Por qué todo esto en lo que quiere ser una respuesta rápida y sencilla al
artículo de Atilio Boron?
El punto fundamental es que nuestra lucha es y tiene que ser asimétrica con
respecto a la lucha del capital. El capital es capital no en virtud de lo que
hace sino en virtud de cómo lo hace, en virtud de la forma de relaciones
sociales que es. Las formas capitalistas de organización no son nunca neutrales:
siempre participan en el proceso de separar, que es el capital. El capital
invita constantemente a los que se oponen a él a meterse en su terreno de
organización. Araña inteligente.
Si se oponen a nosotros, organicen un partido para ganar el control del estado
por la elección. Si no pueden hacer esto, organicen un ejército para vencernos y
ganar el control del estado por esa vía. Si eso es demasiado extremo para
ustedes, pueden organizar una ONG y ayudarnos en el proceso de formación de
políticas.
La existencia de la política capitalista es una invitación para hacer nuestra
lucha simétrica a la lucha del capital. Esto es realista, nos dicen: el poder
capitalista se organiza de esta forma y para vencerlo tenemos que adoptar sus
métodos. Pero una vez que aceptamos la invitación, hemos perdido la lucha antes
de empezar. Las formas capitalistas no son neutrales. Son formas fetichizadas y
fetichizantes: formas que niegan nuestro hacer, formas que tratan a las
relaciones sociales como cosas, formas que imponen estructuras jerárquicas,
formas que hacen imposible expresar nuestro simple rechazo, nuestro NO al
capitalismo.
Si participamos en lo político sin cuestionar lo político como forma de
actividad social, entonces, no importa qué tan progresivas sean nuestras
políticas, estamos participando activamente en el proceso de separación que es
el capital contra el cual supuestamente estamos luchando. Decir por tanto, como
lo hace Atilio en la primera de sus objeciones a mi argumento, que el estado es
"la forma predominante de organización de [los] opresores" no es un argumento a
favor de luchar a través del estado, como él supone, sino, al contrario, un
argumento para desarrollar otras formas de lucha. El capital nos invita todo el
tiempo a colocarnos sobre su terreno de lucha: si aceptamos, ya perdimos antes
de empezar. Atilio habla de "un rasgo esencial del estado capitalista: su papel
como organizador de la dominación de los capitalistas y, simultáneamente, como
desorganizador de las clases subordinadas". Tiene razón y no hace ninguna
diferencia quién "controla" el estado: mientras exista el estado, el capital lo
va a controlar, simplemente porque el estado es una forma burguesa de relaciones
sociales.
Las otras objeciones que avanza Boron se caen también. Decir, como lo hice yo,
que los estados no son los centros de poder que parecen ser, no es caer en la
teoría neoliberal, sino simplemente tomar a Marx como punto de referencia en
lugar de Lenin y Gramsci. Según Marx, es el capital, esto es, la separación de
lo hecho del hacer, que es el centro del poder. La multiplicidad de estados que
existen se pueden entender sólo en relación con este proceso básico de
separación (acumulación del capital).
También, el capital es, y siempre ha sido, una relación aterritorial y por lo
tanto global: esto se desprende del hecho de que la relación de explotación está
mediada por el dinero. Pensar en el capital como capital nacional es, y siempre
ha sido, absurdo: es pensar en el capital como una cosa y no una relación social
(ver Holloway, 1995). Luego, decir que Lenin hizo una distinción clara entre
"los comienzos de revolución" y "el desarrollo del proceso revolucionario"
refuerza el problema en lugar de resolverlo. Mi argumento es precisamente que no
es posible hacer esta distinción. No podemos decir que es necesario primero
adoptar métodos capitalistas (luchar por el poder) para luego ir en el sentido
contrario (disolver el poder). La historia nos grita que esto no funciona: el
termidor estalinista ya está presente en la distinción leninista entre comienzos
y desarrollo.
Nuestra lucha es y tiene que ser asimétrica con respecto a la lucha del capital
(lo he dicho ya, pero vale la pena repetirlo). Esto significa de hecho pensar en
nuestra lucha como antipolítica, simplemente porque la existencia misma de lo
político es un momento constitutivo de la relación del capital. La antipolítica
es necesariamente experimental, ya que el movimiento del capital es un
movimiento constante para imponer simetría, para institucionalizar e integrar
las formas anticapitalistas de lucha. Siendo experimental, la antipolítica es
propensa a equivocarse, y precisamente por eso la crítica es de una importancia
fundamental (y comparto algunas de las dudas de Atilio). Sin embargo, esta
crítica también se tiene que entender como parte del experimento, parte de la
búsqueda de nuevas formas de luchar que no sean el espejo en ningún sentido de
las del capital. Criticar a los zapatistas por "su desinterés, tanto teórico
como práctico, por las imprescindibles mediaciones políticas que requiere un
movimiento interesado en construir un mundo nuevo, no sólo el socialismo", es
repetir sin querer lo que los gobiernos mexicanos han dicho constantemente desde
el 1° de enero de 1994. No hay "mediaciones políticas imprescindibles", o, más
bien, las únicas "mediaciones políticas imprescindibles" que existen son la
aceptación de la simetría, la aceptación de la dominación capitalista.
Sin embargo, a pesar de todo esto, parece que el argumento de Boron tiene al
realismo de su lado. Sitúa su argumento "en el terreno más prosaico de la
política y no en el de las abstracciones filosóficas", y en este terreno, dice,
es absurdo pensar que la lucha por el poder es un método capitalista. Sin
embargo, hablando prosaicamente, ¿qué es lo que ha logrado la lucha por el poder
en los últimos cien años? La opresión miserable de la Unión Soviética, la
corrupción de los gobiernos socialdemócratas, los millones de cadáveres de los
movimientos de liberación nacional. ¿Qué más? La amargura y la desilusión en
todo el mundo. Por eso, en todas partes y con los zapatistas como inspiración,
la gente está buscando ahora formas de lucha que evitan a propósito las
"imprescindibles mediaciones políticas", formas de lucha que son orientadas no a
la toma del poder sino a la disolución del poder.
Es un error grave pensar, como lo parece hacer Boron, que en el levantamiento
zapatista, "detrás de un discurso bellamente poético" hay otra "revolución
oculta" (y prosaica) que continúa simplemente la vieja tradición revolucionaria.
Es un error grave, no porque no existan distinciones y contradicciones dentro
del movimiento zapatista, sino porque implica cerrar a propósito los ojos a la
idea de que pudiera haber algo radicalmente nuevo en el movimiento zapatista,
algo que no quepa en los esquemas cansados y fracasados de pensamiento de la
izquierda.
La gran belleza del movimiento zapatista es que han mostrado que en los días más
oscuros de derrota surgen luchas nuevas, y que las luchas nuevas significan
formas nuevas de pensar y formas nuevas de hacer las cosas que son
experimentales, creativas, asimétricas.
Referencias bibliográficas
Boron, Atilio, "La selva y la polis. Interrogantes en torno a la teoría
política del zapatismo", Chiapas, n. 12, Instituto de Investigaciones
Económicas-UNAM-Era, México, 2001.
Holloway, John, "El capital se mueve", en Ana Esther Ceceña (coord.), La
internacionalización del capital y sus fronteras tecnológicas, El Caballito,
México, 1995, pp. 15-29.
---, "Cambiar el mundo: once tesis", en S. Tischler y G. Carnero (coords.),
Conflicto, violencia y teoría social, Universidad Iberoamericana-BUAP,
Puebla, 2001.
Marx, Carlos, Obras escogidas. Historia crítica de la plusvalía (III), t.
5, Quinto Sol, México, s/f.