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John Holloway

La resonancia del zapatismo

John Holloway

1. Introducción

En todo el mundo se escucha una nueva música, la música de la rebeldía zapatista.

¿Por qué resuena tanto la lucha de unos miles de indígenas perdidos en la selva del sureste de México?

Hay dos tipos de resonancia. Los dos son importantes.

El primer tipo es la resonancia obvia. Es el eco que se escucha en el grito "¡Todos somos Marcos!" o en las pintas de "Viva el EZLN" que se encuentran en Atenas, Dublín o Milán. Es la resonancia clara que se expresó en el Encuentro Intercontinental Por la Humanidad y Contra el Neoliberalismo a finales de julio de 1996.

El segundo tipo de resonancia es una resonancia menos obvia, una resonancia más obscura. Es una resonancia que se expresa de forma económica, es decir de forma pervertida y pervertidora, fetichizada y fetichizante, una resonancia que ha sido comentada sólo por la derecha. Esta resonancia se expresa más claramente en la relación entre la insurgencia zapatista, la devaluación del peso y la fragilidad financiera mundial.

Para entender la universalidad del zapatismo, su significado mundial, tenemos que escuchar y explicar los dos tipos de resonancia.

2. La resonancia clara de la dignidad

La idea de la resonancia implica una relación. Cuando hablamos de la belleza de los comunicados zapatistas o de la legitimidad de sus demandas, estamos hablando no de una calidad intrínseca de los zapatistas sino de una relación, una relación que es la base de nuestro reconocimiento de su lucha como bella o como legítima. Esta relación tiene una historicidad específica: es algo que está pasando en este momento. ¿Qué es lo que une entonces la lucha de los zapatistas con las preocupaciones de los obreros en Milán, los estudiantes en Atenas o las amas de casa en Acapulco?

El vínculo básico es que todos estamos sufriendo y participando en una reorganización radical (restructuración, recomposición) de las relaciones sociales al nivel mundial, una reorganización que ha adquerido el nombre de neoliberalismo. Esta reorganización toma diferentes formas en diferentes lugares, según las tradiciones locales de lucha social y la ubicación del lugar en el mercado mundial. Sin embargo, hay ciertas características que se pueden reconocer como típicas del desarrollo actual en todo el mundo: una reorganización del proceso de producción, utilizando la nueva tecnología basada en la microelectrónica y las nuevas tecnologías de comunicación y organizando la fuerza de trabajo en formas menos rígidas y muchas veces en fábricas más pequeñas (la llamada flexibización del trabajo); un aumento en casi todos los paises de los niveles de desempleo y de empleo a corto plazo y de tiempo parcial; un crecimiento en la brecha entre los ricos y los pobres, en los niveles de inseguridad social, en el estrés físico y mental; un incremento en los niveles de endeudamiento y en la angustia que significa el dinero y su ausencia; una sujeción más directa de todos los ámbitos de la vida social a la lógica del mercado; un cambio en la relación entre los estados nacionales y el mercado mundial, etc. Es obvio que los indígenas de Chiapas que se ven despojados de las condiciones para sobrevivir no son menos parte de este proceso que los obreros automotrices europeos que sienten el estrés físico y mental de la reorganización del proceso de trabajo, o que los estudiantes de Atenas que saben que no van a encontrar un empleo digno cuando terminen sus estudios, o que las madres solteras suecas que luchan contra la reducción del apoyo estatal que reciben. Es el hecho de ser parte de este proceso global que es la base de la resonancia de la lucha zapatista y de su capacidad extraordinaria de cristalizar tantos temas de las discusiones mundiales de los últimos veinte años.

Pero para entender el significado mundial de la lucha zapatista, es nada más un primer paso decir que su lucha es parte de la lucha mundial contra el neoliberalismo (o, en otros términos, parte de la recomposición mundial del trabajo). También tenemos que preguntar: ¿qué es lo que le da a la lucha zapatista un significado partícular dentro de esta lucha mundial?

Un aspecto del proceso de reorganización social mundial es la destrucción de las viejas identidades, las viejas certezas, las viejas formas de lucha. Esta destrucción toma muchas formas. Es el petrolero que de repente ya no es petrolero. Es el profesor universitario que de repente descubre que su trabajo es juntar papelitos. Es el niño o la niña que descubre que la niñez ya no es la misma, que ahora es más trabajo y miseria que juguetes y helados. Es el hombre desempleado que piensa que es menos "hombre". Es el adolescente que se encuentra en un nuevo mundo de inseguridad total. Es el comunista que ya no tiene la certeza del triunfo final. Es el trabajador que antes tenía una imágen clara del proletariado y que ya no sabe qué quiere decir. Es el mexicano, o el argentino, o el francés, que descubre que el concepto de "México", "Argentina" o "Francia" ya no tiene el mismo significado que antes. Globalización, flexibilización del trabajo, desempleo: todas las caracteristicas del neoliberalismo son aspectos de la destrucción de un mundo que tenía o parecía tener ciertas reglas del juego, ciertos parámetros seguros, ciertas identidades. Por cierto, estas reglas del juego no eran el paraiso: eran aspectos de un modo de dominación, eran los parámetros de la opresión capitalista de la posguerra, los parámetros y luego los límites de la acumulación del capital. Eran expresiones de cierto equilibrio social, un equilibrio entre la subordinación y la insubordinación, un equilibrio que definía a ambas. La destrucción de las viejas identidades entonces es contradictoria. Aumenta la violencia de la opresión capitalista, pero también tiene un aspecto liberador.

La crisis del capital que el neoliberalismo intenta resolver es una crisis del viejo patrón de relaciones sociales: destruye viejas identidades, las viejas formas de lucha. Pero no hay forma de destruir la resistencia que es parte inherente de una sociedad opresiva. No hay opresión sin resistencia. La resistencia toma nuevas formas, muchas veces formas atomizadas o inefectuales, muchas veces formas que no reconocemos como formas de resistencia, pero siempre está presente. Las luchas muchas veces ya no son las luchas de las masas proletarias, sino una nueva cacofonía de luchas diferentes: las luchas de las mujeres, luchas del movimiento gay, luchas para redefinir la relación entre las personas y la naturaleza, las luchas por los derechos de las personas en todas las etapas de su vida, los niños, los adolescentes, los ancianos, luchas simplemente para sobrevivir.[2] Tomadas individualmente, estas luchas son parciales; vistas en su conjunto, son contradictorias y discordantes pero al mismo tiempo apuntan hacia la construcción de la dignidad humana. Lo que todas estas luchas tienen en común es lo que los zapatistas lograron formular en su forma más simple con el grito de ¡Ya basta!

Muchas veces estas luchas toman la forma de la defensa de las viejas identidades. Ya que la identidad es la cristalización de cierto estilo de vida o de cierto nivel de vida, es imposible separar la lucha para defender la existencia material de la defensa de cierta identidad: los petroleros, los ferrocarrileros o los mineros que luchan para preservar sus empleos luchan para defender su identidad y para mantener su nivel de vida, sin distinción. Muchas veces la afirmación de una vieja identidad (somos mexicanos, musulmanes, chechenos, mujeres) o una nueva afirmación o reafirmación de una identidad (somos gay, somos jubilados) es una forma obvia de resistencia contra la imposición de una identidad ajena. En todos estos casos, se busca definir o reafirmar una identidad y se define la lucha a partir de esta identidad.

Las luchas definidas a partir de una identidad son siempre contradictorias. En eso no hay distinción entre las definiciones "progresistas" ("soy negro", "soy mujer"), incluso clasistas ("somos el proletariado")[3], y las definiciones "reaccionarias" ("soy blanco", "soy hombre", "soy burgués"). La definición de una identidad por sí siempre impone un límite, siempre impone un "nosotros somos" predefinido sobre un "nosotros vivimos" sin predefinición. Esta contradicción implica inevitablemente que la identidad se vuelve un rol, un papel actuado, una ficción, una máscara. Lo que empieza como movimiento de liberación se vuelve falso, opresivo.[4]

La definición de una identidad siempre es contradictoria también en el sentido de que implica la definición del "otro" (del "no idéntico"). Decir "yo soy mexicano", "yo soy negro" implica que "él es otro". La historia reciente nos indica que la definición de la identidad se puede convertir muy facilmente en el otrocidio, el genocidio, la limpieza étnica.[5]

Un problema central de la lucha contra el neoliberalismo es cómo concebir la articulación de las identidades, o más bien, cómo entender y articular la afirmación y superación simultánea de la identidad, cómo ir más allá de las identidades sin suprimirlas, cómo entender la unidad en la separación de la identidad y la no idéntidad. Si la idea de "autonomía" se refiere a la expresión política de identidades, entonces el problema no es simplemente la organización de la autonomía sino la artículación de las autonomías, o la afirmación y superación simultanea de la autonomía.

Es aquí que tenemos que ubicar el significado de la lucha zapatista. No es una lucha por la autonomía indígena ni por la soberanía méxicana: es más que eso. No dicen "somos indígenas" ni "somos méxicanos", sino "somos indígenas, méxicanos y más que eso". No es una lucha para crear una nueva identidad ni para afirmar una vieja, más bien es la afirmación y la superación simultánea de una identidad. Ese es el sentido del concepto de la "dignidad". Dignidad no quiere decir simplemente "tengo el orgullo de ser quien soy", sino "soy quien soy y mucho más que eso", o tal vez, en otras palabras, "todavía no soy quien soy". La dignidad es un proyecto, una lucha, no una descripción.

En términos de una frase del poeta revolucionario, William Blake, "la cisterna contiene, la fuente desborda", el zapatismo es la lucha de la fuente. Eso es de importancia fundamental, ya que la fuente no es una cisterna que desborda, más bien el desbordamiento transforma la cisterna en algo muy diferente.

La clave de la resonancia universal de la lucha zapatista es que es una lucha que tiene el desbordamiento como principio central. Una lucha que fuera simplemente por la autonomía indígena o por la soberanía nacional no tendría la misma resonancia. Desde el principio la lucha de los "sin voz, sin rostro" ha sido una lucha no por la identidad, no por la definición sino contra la identificación, contra la definición, contra la clasificación. El Poder es la definición, la clasificación: como dice Marcos en una comunicado reciente,[6] las palabras del Poder son "No os neguéis a ser clasificados. Todo lo que no se puede clasificar no cuenta, no existe, no es." El Poder es la identidad pura: "Yo soy el que soy, la repetición eterna". Toda la lucha de los zapatistas ha sido una negación a ser clasificados, etiqueteados.

De ahí siguen implicaciones profundas en términos de cómo concebir la política y la teoría. La afirmación y desbordamiento de la identidad implica una política de diálogo, un enfoque que reconoce otras identidades como otras y no otras. Implica un concepto que no dice "nosotros tenemos la verdad", ni "todas verdades son iguales", sino un proceso en que la verdad de mi palabra busca la verdad de tu palabra, no para vencerla (el método del diálogo platónico) sino para enredarse con ella. Implica abandonar la idea del partido, esa vieja incorporación de la política como monólogo, como identidad, como linea. Implica buscar otras formas de articular las luchas, implica inventar una revolución.

3. La resonancia obscura del dinero

Si la lucha de los zapatistas (y, más generalmente, la lucha de la humanidad por su humanidad) es una lucha contra la clasificación (o contra la imposición de una identidad), entonces la lucha del capital o de las fuerzas de orden ha sido una lucha para clasificar, para contener, para etiquetear. La contención no implica la destrucción total de la resistencia, sino que la lucha resuena en forma pervertida, fetichizada, amortiguada dentro del capital mismo, dentro del orden, donde aparece como una contradicción interna. Ahí, dentro del capital, se puede escuchar otra resonancia, una música obscura. Escuchada mal, esta música habla de los límites de la lucha zapatista y del daño que está causando; escuchada con cuidado, esta misma música nos dice que el poder del zapatismo es mucho más de lo que parece ser el caso.

Esta resonancia se escucha de forma más nítida en la relación entre la insurgencia zapatista y la devaluación del peso, pero es un ruido que acompaña todo el levantamiento y que siempre se deja escuchar cuando la insubordinación amenaza la soberbia del capital.

Cuando el gobierno mexicano anunció la devaluación del peso el 20 de diciembre de 1994, les echó la culpa a los insurgentes zapatistas. En los meses de turbulencia financiera mundial que siguieron, cuando se amenazó la estabilidad de las monedas y las bolsas de valores no solamente en América Latina sino también en Tailandia, Honk Kong, Hungría, Suecia, España, Pakistan, Sudafrica, Italia, Indonesia, Polonia, Nigeria, Canadá, entre otros, y cuando se hablaba de "un riesgo sistémico" para el sistema financiero mundial, muchos de los capitalistas y comentaristas de la prensa financiera en todo el mundo dijeron que la tormenta financiera había sido precipitado por la insurgencia en Chiapas.

En lugar de gritar "¡Bravo! ¡Bravo! ¡Más! Más! ¡Duro! ¡Duro!", la mayor parte de la izquierda preferió negar cualquier relación entre los zapatistas y la devaluación del peso. Los comentarios sobre la relación vinieron (y siguen viniendo) casi exclusivamente de comentaristas de la derecha. Su argumento en general es que la insubordinación de los zapatistas asustó (y sigue asustando) al capital, y que inhibe la inversión del capital y daña el desarrollo económico de Chiapas y de México; más particularmente, la huida del capital precipitada por la acción zapatista del 19 de diciembre fue tal que resultó en la devaluación del peso, con resultados catastróficos para la economía.

Negar que haya un vínculo entre la insurgencia zapatista y la huida del capital que causó la devaluación del peso implicaría negar que haya una contradicción entre la insubordinación y el capital. Es obvio que al capital no le gusta la insubordinación, no le gusta lo que están haciendo los zapatistas, y si algo no le gusta, huye. El comentario del subcomandante Marcos fue correcto cuando dijo en otra ocasión: "Hemos puesto a temblar al Poder del Dinero".[7]

En lugar de negar la relación entre los zapatistas, la devaluación del peso y la turbulencia monetaria mundial, habría que preguntarse sobre su significado. ¿Cómo es que la acción de unos cuantos insurgentes en el sureste de México pueda precipitar (no causar pero sí precipitar) una turbulencia de esta magnitud? ¿Qué es lo que nos dice sobre la inestabilidad actual del capitalismo y la ubicación de los zapatistas en esta inestabilidad?

La insurgencia zapatista (como síntoma y catalizador de la insubordinación en esta parte del mundo) fue sin duda un elemento importante que precipitó la huida del capital que resultó en la devaluación del peso. Pero la magnitud del impacto es algo nuevo que no se puede explicar simplemente en términos de la acción zapatista. Hace treinta años, un levantamiento en México no hubiera provocado una turbulencia mundial de esta magnitud. La explicación de la turbulencia se tiene que buscar más bien en los cambios en los mercados financieros del mundo.

El cambio más obvio en los mercados financieros es su expansión enorme en los últimos veinte años. En ese periodo, el movimiento internacional del dinero creció como cinco veces más rápido que el movimiento de la mercancías, y como seis veces más rápido que el producto nacional bruto de la economías principales. Se calcula que ahora más de 1.3 billones de dólares se venden y se compran en el mercado de cambios foráneos cada día, lo que quiere decir que la suma de las reservas de todos los bancos centrales del mundo es equivalente a las transacciones de menos de dos días en los mercados financieros.[8]

La expansión tan rápida de los mercados de cambios tiene consecuencias muy importantes para el desarrollo del mundo. Implica que hay una cantidad enorme de capital que existe en la forma de dinero, que intenta rentabilizarse a través de transacciones financieras o especulativas, que se invierte solamente a corto plazo y que se mueve en segundos de una moneda a otra, de un país a otro, de un tipo de inversión a otro. Esta fluidez inédita del capital introduce una nueva volatilidad en el mundo. Los flujos (o huidas) del dinero son en gran parte impredicibles y a veces tan grandes que ningún banco central o grupo de bancos centrales los puede controlar, como se vió en el caso de la "crisis mexicana" o en las varias crisis recientes de las monedas europeas. Mucho más directamente que antes, cada estado vive bajo la amenaza siempre presente de una huida de dinero; mucho más directamente que antes cada estado existe en una relación de competencia con otros estados para ofrecer condiciones que atraen y retienen el capital dentro de sus fronteras.[9] La expansión rápida de los mercados financieros cambia todas las condiciones de existencia del capital, y, por lo tanto, del mundo entero.

Se habla muchas veces de esta expansión de los mercados financieros en términos de un auge en el poder del capital financiero. Pero el aumento en el poder de los bancos y de otras instituciones financieras es consecuencia de la expansión de los mercados y no su explicación. El cambio no se puede explicar en términos de la influencia de un grupo. Lo que hay que explicar es más bien un cambio masivo en la forma del capital, una transformación masiva de capital productivo (capital invertido en la producción) en capital dinero (capital invertido en los mercados de dinero). Los dueños del capital no han cambiado necesariamente; lo que sí ha cambiado es la forma funcional del capital, con todas las consecuencias ya indicadas.

Para entender la nueva inestabilidad del capitalismo, tenemos que preguntar entonces ¿por qué se ha dado esta transformación masiva del capital productivo en capital dinero? La respuesta es obvia. El capital es la búsqueda constante de ganancias, la autoexpansión del valor. El capital cambia de forma y de lugar todo el tiempo, buscando mejores posibilidades de rentabilizarse. La conversión masiva de capital productivo en capital dinero indica que la existencia en forma de dinero ofrece mejores posibilidades de obtener ganancias. Indica que hay una pérdida relativa en la atractividad de la inversión productiva. Indica que, en relación con la inversión especulativa, la inversión productiva es menos rentable que hace treinta años. El auge del capital dinero indica que estamos viviendo una crisis prolongada de la producción capitalista, que la crisis mundial de la producción capitalista que se manifestó claramente por primera vez a mediados de los años setenta no se ha resuelto.

La crisis de la producción capitalista es, a fin de cuentas, una crisis de la producción de plusvalor, una crisis de la explotación del trabajo. A pesar de toda la reestructuración tecnológica de los últimos años, a pesar de la reorganización del proceso de trabajo y la derrota de las posiciones de fuerza de los sindicatos en todo el mundo, la dimensión que tiene el capital dinero indica que el capital no ha logrado (¿todavía?) reestructurar su relación con el trabajo suficientemente para reestablecer la rentabilidad de la producción y salir de la volatilidad e inestabilidad que el desarrollo actual significa. Es decir que el capital, a pesar de todo, no ha logrado establecer una nueva relación de subordinación (como lo hizo, por ejemplo en los años 1929-1945) suficientemente fuerte para restaurar la rentabilidad de la producción, para crear la base de un nuevo largo periodo de expansión rápida. La expansión del capital dinero indica, por lo tanto, que, a pesar de todo, el capital no ha logrado vencer la insubordinación del trabajo, esta insubordinación que existe en millones de formas diferentes, desde las huelgas sindicales hasta el levantamiento zapatista, desde las luchas de las madres solteras contra los cortes en el apoyo que les da el estado en ciertos países hasta las pachangas eternas de los mexicanos y la ineficiencia que resulta. La insubordinación del trabajo (la humanidad de la gente, en otras palabras) es el nucleo de la transformación del capital en capital dinero, y de la violencia y la fragilidad del capitalismo que esta transformación implica.

Pero, si hay una crisis de la producción capitalista, ¿cómo puede haber una expansión del capital dinero, ya que el plusvalor producido en el proceso de producción es la única fuente de ganancias? La expansión tan rápida de los mercados financieros sugiere que hay un desprendimiento de la acumulación financiera de la acumulación productiva, una autonomización de la acumulación financiera. Pareciera que en el capitalismo moderno, la expansión del capital se ha liberado de la tarea sucia de explotar al trabajo.

La separación entre la acumulación financiera y la acumulación productiva es un aspecto "normal" del ciclo capitalista. Cuando la tasa de ganancia empieza a bajar después de un periodo de expansión rápida, pasan dos cosas. Por un lado, parte del capital abandona la esfera de la inversión productiva para ofrecerse en los mercados de dinero; por otro lado, otra parte del capital intenta sobrevivir la caída de la tasa de ganancia pidiendo préstamos en los mismos mercados de dinero. El fin del periodo de expansión rápida se caracteriza por una expansión del crédito: en los mercados de dinero hay una expansión de la demanda y de la oferta. La acumulación del capital se mantiene, pero sobre una base ficticia: la ganancia expresada en dinero ya no tiene una base real en la producción de plusvalor. Hay una separación entre acumulación financiera y acumulación productiva que va creciendo con la expansión del crédito. Llega un punto en que esta expansión del crédito ya no se puede mantener: los deudores ya no pueden pagar sus deudas y hay un colapso de la cadena de crédito, con todo lo que implica en términos de quebras (de deudores y de creditarios), desempleo, pobreza y conflicto social. La crisis clásica del capitalismo es el mecanismo que impone límites a la autonomización de la acumulación financiera, al desprendimiento de la acumulación financiera de la acumulación productiva.

Pero ¿qué pasa si la crisis del capitalismo ya no cumple la función de destruir el capital ficticio? Si la acumulación del crédito es tan grande que su colapso amenazaría la existencia misma del capitalismo, entonces la crisis, en el sentido de la destrucción radical del capital ficticio, ya no es posible. La separación entre la acumulación financiera y la acumulación productiva se vuelve crónica, con toda la volatilidad, inestabilidad y violencia que esta situación implica. La crisis se vuelve permanente, o, más bien, la crisis, en el sentido de la resolución momentánea de las contradicciones del capitalismo (es decir, de nuestra insubordinación, nuestra humanidad, que es la única contradicción del capitalismo) está remplazada por una enfermedad crónica, una situación crónica de volatilidad, inestabilidad y violencia que es al mismo tiempo la no resolución y la resolución parcial de estas contradicciones (nuestra humanidad).

Ésta es esencialmente la situación del capitalismo actual. La separación de la acumulación financiera y la acumulación productiva se ha vuelto crónica. Después de la experiencia de la revolución de 1917 y la amenaza que implicaba para el capitalismo, después de la destrucción sin precedente que trajo la reorganización del capital entre 1929 y 1945, se hizo el intento de evitar las crisis a través de la expansión continua del crédito. La amenaza de la insubordinación fue contenida por medio de la expansión del crédito. Esta expansión fue aceptada como principio de la política económica por la teoría keynesiana y rechazada por la teoría monetarista, pero la expansión ha seguido, cada vez más rápido. Según las cifras del FMI para los siete paises del Grupo de Siete, el crédito interno ha subido como proporción del Producto Interno Bruto de un promedio de 44.48 por ciento en 1955 a un promedio de 104.54 por ciento en 1994. La destrucción radical de este capital ficticio (una crisis en el viejo estilo) ya no se deja contemplar, por la escala de la devastación social que implicaría. La única posibilidad para el capitalismo es la solución neoliberal, es decir la destrucción (parcialmente administrada) de una parte del capital ficticio, acompañada por una extensión del carácter ficticio en su conjunto, es decir una expansión del crédito, necesaria para mantener la existencia del capitalismo. Es decir, una situación crónica de volatilidad, inestabilidad y violencia. Lipietz expresa muy bien la precariedad del capitalismo actual cuando lo compara con "la imágen de un personaje de caricaturas que se ha ido al borde del precipicio y sigue caminando en el aire. Esto, me parece, ilustra la situación de la economía mundial, la cual continua trabajando sobre la base del crédito mientras que el piso mismo en la cual el crecimiento de la posguerra ha sido construido se cuartea".[10]

El levantamiento zapatista irrumpe en esta situación de fragilidad crónica, en que la violencia del capitalismo oculta su incapacidad de vencer la insubordinación. En este contexto, la acción de unos cuantos rebeldes en la selva chiapaneca sí puede causar problemas graves para el sistema financiero mundial. Cuando la acción zapatista precipita la devaluación del peso y la turbulencia financiera mundial, el ruido que se escucha es la resonancia pervertida de la insubordinación, la integración fetichizada de la insubordinación zapatista con la insubordinación del mundo.

4. Las dos resonancias

Lo que se escucha en las dos resonancias del zapatismo es la vibración de la insubordinación contra y dentro del capital.

Parece a primera vista que las dos resonancias son muy distintas: por un lado la resonancia clara del apoyo político a los zapatistas, por el otro lado la resonancia pervertida en dinero que parece rebotar contra los insubordinados mismos.

Sin embargo, las dos resonancias son contradictorias, y se entrecruzan. Ambas tienen su lado obscuro y sus luces claras. El zapatismo como lucha de desbordamiento, lucha que va más allá de cualquier definición, está mezclado con tendencias que buscan la definición, la identificación, la institucionalización de la lucha, su limitación a la política chiapaneca o mexicana. Este proceso se ve renforzado por el movimiento del dinero. El concepto de una identidad nacional dice a los zapatistas, "hasta aquí y no más", hasta una reforma del estado y una conversión de los zapatistas en partido político y ya. El movimiento del dinero dice "sí, podemos aceptar una reforma del estado, hasta puede mejorar las condiciones de acumulación, pero hay que ser realistas, introducir reformas realistas, hasta ahí y no más; si tratan de hacer algo más, yo (el capital) me voy y ustedes sufrirán las consecuencias". El movimiento del dinero es la policía más efectiva del mundo capitalista, imponiendo la realidad del capitalismo ahí donde existe la menor idea de un futuro alternativo, castigando al nivel de la moneda nacional toda manifestación de insubordinación. El movimiento del dinero es la policía violenta que enfrenta todo intento de plantear un futuro humano, la policía global que impone su dominio a través de la discriminación nacional, la policía brutalizada por su propia debilidad. El enfrentamiento entre la insubordinación y la movilidad del dinero es inevitable. El problema, por supuesto, no es la existencia de la insubordinación sino la existencia del dinero.

El movimiento del zapatismo, como cualquier otra lucha, es un movimiento contraditorio, un conflicto constante entre definición y desbordamiento. El capitalismo, o neoliberalismo, es la definición. Nosotros, como humanidad, somos el desbordamiento.

La lucha del zapatismo, como cualquier otro movimiento, tiene su resonancia contradictoria. El capitalismo es el apaciguamiento y la harmonización de la resonancia. Nosotros, como humanidad, escuchando y tocando al mismo tiempo, desarrollamos la melodía, de forma discordante.

Notas:

[1]

Este artículo desarrolla el tema planteado por Ana Esther Ceceña en su artículo "Universalidad de la lucha zapatista: Algunas hipótesis", aparecido en Chiapas 2.

[2]

Estas luchas no son menos lucha de clase que las viejas luchas "proletarias". Es simplemente que las relaciones de clase (la relación entre trabajo y capital, entre desenajenación y enajenación, entre vida y muerte, entre humanidad y deshumanización) han cambiado de forma.

[3]

La lucha de clases no se puede entender como el conflicto entre una "clase" identificada ("ellos", la burguesía) y otra "clase" identificada ("nosotros", el proletariado). Al contrario, la lucha de clases es la lucha contra (o, visto del otro lado, por) la identificación, la definición, la fetichización.

[4]

El capitalismo (sobre todo en la fase actual) está basado en la producción y reproducción de identidades y de las falsedades que las acompañen. Como dice Marcos en una entrevista, "ésa es la lógica [del neoliberalismo], no es lo que eres sino qué aparentas ser. El problema es que están formando a las generaciones de abajo así, un niño o una niña, como la Yeniper, el Heriberto, la Eva, el que sea, formados en esa sociedad, entienden que su valoración como ser humano es ésa: fingir, y después de todo ese proceso de fingimiento generalizado, te quedas vacio, ¿y qué tienes pues, finalmente?" [Entrevista con Cristián Calónico, texto inédito, 11 de noviembre de 1995].

[5]

"Auschwitz confirmó que el principio filosófico de la identidad pura es la muerte." T. W. Adorno, Negative Dialectics, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1973, p. 362 [Dialéctica negativa, Taurus, Madrid, 1976].

[6]

Publicado en La Jornada, 10 de junio de 1996.

[7]

La Jornada, 29 de septiembre de 1995.

[8]

Vease, por ejemplo, Andrew Walter, World Power and World Money, Harvester

Wheatsheaf, Londres, 1993, p. 199.

[9]

Véase John Holloway, "La reforma del estado", en Perfiles Latinoamericanos, n. 1, México, 1993.

[10]

A. Lipietz, The Enchanted World, Verso Books, Londres, 1985, p. 5

Fuente: lafogata.org