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Heinz Dieterich Steffan

8 de noviembre del 2003

Fidel ganó

Heinz Dieterich

Con la estrepitosa derrota de Estados Unidos en la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), en la cual 179 naciones condenaron el bloqueo de Washington a Cuba, terminó una época en las relaciones entre ambos países.

Cuarenta y cuatro años de agresión violenta, que abarcaba la guerra biológica, más de seiscientos intentos de asesinato político del presidente Fidel Castro y una invasión militar, han llegado invariablemente a su fin, gracias a cuatro factores: a) la acertada defensa del proceso, que la vanguardia y el pueblo han sabido desarrollar a lo largo de la lucha; b) la usurpación del Estado imperialista por un equipo gubernamental que es, probablemente, el más inepto de su historia moderna; c) la evolución del sistema global unipolar hacia uno multipolar y, d) la ascendente lucha de los pueblos latinoamericanos que hace vislumbrar un Bloque Regional de Poder (BRP), capaz de enterrar a la Doctrina Monroe.

La noción, de que George Bush podría lanzar sus fuerzas militares en un acto de desesperación electoral contra Cuba, es poco realista, como revelan una serie de variables. El aislamiento mundial del eje neofascista Washington-Tel Aviv es prácticamente total. En el voto de la Asamblea General, Washington contó sólo con el apoyo de Tel Aviv y de las Islas Marshal, y con el abstencionismo de Micronesia y Marruecos.

Cuando el país más poderoso del mundo no logra movilizar más que a dos pequeños Estados terroristas y dos islitas tropicales, con 130,000 y 68,000 mil habitantes cada una, entonces ha sufrido algo peor que una derrota diplomática: se ha convertido en el objeto de carcajadas del mundo entero.

Probablemente, la diplomacia de Bush no conoce el dicho de que "más vale sólo, que mal acompañado", porque entonces se hubiera limitado a votar solitariamente contra Cuba. Pero un Leviatán mundial que, armado hasta los dientes, hace el papel del payaso en el principal foro público de la humanidad, mientras está siendo humillado diariamente en Irak, ya no inspira "terror y miedo" (shock and awe) a nadie, tal como Bush había prometido al inicio de la invasión a Irak.

A Bush le ha llegado el momento de la verdad, de su Vietnam. Cuando, en enero de 1968, la ofensiva del Tet del Movimiento de Liberación Nacional le demostró al mundo entero que Washington no estaba ganando la guerra, la Casa Blanca tuvo que decidir si aumentaba su cuerpo expedicionario de 650 mil soldados a un millón, o si se retiraba.

Aceptar la demanda de los generales de aumentar las tropas de ocupación a un millón, requería la movilización total de la sociedad estadounidense, lo que era política y económicamente inviable. Mantener el nivel de fuerzas, significaba prolongar una guerra que no se podía ganar y cuyos muertos diarios socavaban inexorablemente el fundamento político del gobierno de Johnson.

Ante este dilema, la elite económica decidió actuar. Una delegación del gran capital viajó a Washington, se entrevistó con el presidente Lyndon B. Johnson y le dijo, en pocas palabras, que retirara las tropas de Vietnam y a sí mismo de la Casa Blanca, porque la guerra no podía ganarse a un costo político razonable. Este fue el fin de la guerra de Vietnam y de la carrera política de Jonson.

La situación de Bush evoluciona de manera semejante, aunque todavía no ha llegado al punto de viraje. Actualmente tiene 133,000 tropas en Irak, de las cuales alrededor del 60 por ciento son tropas de apoyo logístico. Las unidades de combate restantes disponen de un personal que oscila en torno a los 55,000 soldados y oficiales. Considerando la necesidad, de que esta fuerza cubra dos turnos de 12 horas, quedan para los servicios de patrullaje y combate en cada turno alrededor de 28,000 militares entrenados para el combate.

Esta fuerza, que apenas alcanza el 70 por ciento de la fuerza policiaca encargada de la seguridad y del orden público en la ciudad de Nueva York, debe pacificar un país de 437 mil km cuadrados, con 24 millones de habitantes, una cultura diferente y una abundancia de armamento para ataques contra las fuerzas de ocupación. Se trata, obviamente, de un escenario de conflicto, en el cual las fuerzas militares de Washington no pueden triunfar.

Al igual que en Vietnam, el tiempo de servicio del personal militar en Irak está limitado, en este caso, a un año. Cálculos del Congreso han demostrado que no se podrá mantener el actual (deficiente) nivel de presencia militar, si no se extienden esos turnos. De hecho, dentro de cinco meses empezaría a reducirse rápidamente el nivel de fuerzas militares estadounidenses disponibles en Irak, hasta llegar a un 30 por ciento de su volumen actual.

Para contrarrestar esa tendencia existen solo dos mecanismos: extender el turno de servicio o convocar a una movilización general de las reservas en Estados Unidos. Ambas medidas son impopulares y, probablemente, políticamente inviables en un año electoral.

La inferencia a que estos datos obliga, es evidente. No sólo la sociedad civil estadounidense y sectores importantes de su elite económica, sino los mismos militares estadounidenses, que están involucrados en dos guerras simultáneas en Afganistán e Irak que no pueden ganar, y que se encuentran ante una potencial situación bélica en la Península de Corea, se opondrían a una nueva aventura armada de los "expertos militares" instantáneos del equipo de Bush, quienes los han metido en la situación actual.

Y si una sociedad destruida como la de Irak ha podido organizar en pocos meses una resistencia armada formidable, la de Cuba sería muy superior, porque está preparada militarmente para la guerra de guerrillas, lo que no fue el caso de Irak, cuyo líder Sadam Hussein siempre ha sido un soberano diletante militar, a diferencia de Fidel Castro que es uno de los mayores estrategas militares contemporáneos.

Para referirnos a una sola de las facetas de preparación de "la guerra de todo el pueblo" en Cuba, puede mencionarse que existe un alto número de tropas especiales para la guerra irregular y un alto número de tiradores expertos. Si en el caso de una agresión de Washington sólo el diez por ciento de estos francotiradores decide disparar, el número de bajas estadounidenses sería casi treinta veces superior al número de bajas fatales que han tenido en Irak. Ningún presidente estadounidense sobreviviría tal debacle.

Finalmente, el aislamiento internacional de Bush respecto a su política de agresión anticubana, se repite dentro de la Unión Americana. En septiembre del año en curso, la Cámara de Representantes votó con una mayoría de 227 diputados contra 188, que se levanten las restricciones a los viajes de ciudadanos estadounidenses a Cuba. En octubre, el Senado votó en el mismo sentido, con una mayoría de 59 senadores a favor de la medida, versus 36 senadores en contra, pese a la amenaza de veto de Bush.

De la misma manera, 29 de los Estados de la Unión Americana han establecido lazos comerciales directos con La Habana, pasando por alto la posición de la Casa Blanca y las presiones de la mafia en Miami.

El conjunto de estos vectores, con una probabilidad que se acerca a la certeza, desplaza a Bush de la direccionalidad de una agresión militar abierta. La política probable del Leviatán no será, entonces, la intervención militar sino la forma de subversión propuesta en el The New York Times, el 25 de octubre, donde un editorial (sic) recomienda que se "trate de anonadar (overwhelm) la isla con una fuerte incidencia americana ---corporativa y cultural--- y con turistas americanos y otros visitantes privados. Este es la estrategia que usamos cuando tratamos de democratizar a otras naciones".

La guerra sigue, por lo tanto, con otros medios. Quiere decir, que el Comandante Fidel y el pueblo cubano ganaron la primera etapa de 44 años de guerra popular prolongada por el socialismo, contra el principal enemigo de la humanidad.

Brindemos por el triunfo de la siguiente etapa: la democracia participativa socialista.