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Derrota del Nazi-Fascismo


 

Del Final de la II Guerra a la crisis de Civilización

Miguel Urbano Rodrigues
Avante
Traducción: Pável Blanco Cabrera

En Berlín, frente a las ruinas del edificio del Reichstag, contempladas desde ambos lados de la frontera que durante más de cuatro décadas separo a las dos Alemanias, tuve la oportunidad de meditar en años diferentes sobre el caminar de la historia.
En aquel lugar simbólico sentí una gran serenidad. La primera vez que me aproxime a la Puerta de Brandenburgo viniendo de la Unter den Linden en una noche de primavera no me esforcé por imaginar el cuadro trágico de la gran ciudad en la jornada de mayo del 45, cuando la bandera soviética fue ondeada sobre los escombros del antiguo parlamento.
Pensaba en los soldados que habían caído muertos en el asalto al último bastión del poder nazi y en la alegría de los pueblos de todo el mundo que entonces festejaron la capitulación incondicional del III Reich. La humanidad soñaba con una paz eterna.
Transcurridos 60 años sabemos que tal esperanza era ingenua.
La guerra fría no principio con el discurso de Winston Churchill en Fulton. Comenzó a ser preparada cuando aún se combatía en Europa. Por ser indisociable de un crimen mounstroso, con efectos planetarios, la fecha que mejor señala su inicio es la del lanzamiento de la primera bomba atómica sobre Hiroshima. Los historiadores serios de los EEUU como Howard Zinn son hoy los primeros en reconocer que la decisión de Washington de utilizar el arma nuclear contra un país ya entonces militarmente derrotado fue el primer acto de una larga guerra no declarada contra la Unión Soviética.
Esa opción se inserto en el desarrollo de una estrategia que empezó a esbozarse apenas después de la Revolución Rusa de Octubre de 1917.
El resultado de la Primera Guerra Mundial era aún una incógnita, pero la hostilidad de Inglaterra y de Francia a la joven revolución socialista fue inmediata. Los Estados Unidos asumieron una actitud idéntica y, después de la derrota del Imperio Alemán y antes de firmada la Paz, participaron activamente, en el Ártico y en el Extremo Oriente de operaciones militares de las potencias de la Entente cuyo objetivo declarado era el aplastamiento de la revolución bolchevique.
Significativamente, el gobierno de Washington fue en occidente, uno de los últimos en establecer relaciones diplomáticas con la Unión Soviética.
En el origen de una política de agresividad permanente estaba el temor al socialismo. Las manifestaciones de apoyo de los trabajadores británicos y franceses a la Revolución Rusa y sobretodo a la insubordinación de marineros en las escuadras que bloqueaban a Rusia provocaron alarma en los EEUU.
En la Revolución identificaron, no sin motivo, una amenaza frontal al capitalismo.

ENTRE LAS DOS GUERRAS MUNDIALES

El historiador soviético Evgeni Tarlé, en un libro importante y poco conocido, analiza con lucidez los conflictos de intereses que después de la guerra franco-prusiana encaminaron a la Europa en el inicio del Siglo XX para una guerra que iría a durar más de cuatro años y asumiría por vez primera dimensión mundial. Tarlé, uno de los mejore biógrafos de Napoleón, demuestra que mucho más que los litigios en el trazado de las fronteras y el antagonismo franco-alemán fue una lucha por la hegemonía económica que torno a la guerra inevitable. El desarrollo galopante de Alemania fue encarado como amenaza mortal por una Inglaterra cuya supremacía económica y comercial había entrado en decadencia. Obviamente la ambición y la irresponsabilidad del Káiser Guillermo II contribuyo para apresurar la conflagración armada.
Más las causas determinantes fueron otras. Lenin acuño entonces la expresión «guerra imperialista» para definir la catástrofe en que perecieron millones de personas.
El capitalismo de la época, en proceso de transformación acelerado presentaba características muy diferentes del actual, pero en lo fundamental el análisis de Lenin sobre el imperialismo como última fase del capitalismo permanece valido y representa una contribución valiosa para la comprensión del sistema de poder imperial que hoy amenaza a la humanidad.
En este inicio del Siglo XXI al reflexionar sobre esta amenaza y las formas de combatirla, es útil recordar que la gula imperial de Inglaterra y de Francia, en la repartición de las colonias africanas de Alemania y de las provincias árabes del desaparecido imperio otomano, estuvieron en el origen de futuras guerras coloniales y de una multiplicidad de crisis cuyos efectos se manifiestan hoy dramáticamente. El trazado de las fronteras de Irak y de Siria, la invención de Transjordania –un estado artificial- y la idea de la creación de un "hogar judaico" en la Palestina colocada bajo mandato británico confirmaron que las grandes potencias imperiales continuaban mirando a los pueblos musulmanes como habitantes de un gigantesco jardín zoológico habitado por seres humanos inferiores. La mentalidad que había presidido la Conferencia de Berlín, que dividiera a África como si fuera un pastel, no había evolucionado.
Simultáneamente, en el texto del Tratado de Versalles impuesto a Alemania vencida evidenciaba la misma incapacidad de entendimiento de la historia, de su movimiento y del sentir de los pueblos.
Es evidente que el revanchismo germánico y la escalada del nazismo fueron decisivamente estimulados por las cláusulas del referido Tratado.
Entretanto, paradójicamente, las potencias victoriosas, cuando la República de Weimar comenzó a fundarse, acompañaron primero con indiferencia y después casi con simpatía el surgimiento en el escenario alemán de un partido que no escondía en las arengas inflamadas de su Fuhrer la voluntad de una venganza por las armas.
Cuando Hitler llego al Poder y, cobijado por el Mariscal Hindenburg, se volvió Canciller del Reich (con la complicidad de la socialdemocracia) las grandes potencias capitalistas nada hicieron por detenerlo.
En el plano político, en el militar, en el económico, las responsabilidades de Francia, de Inglaterra y de los EEUU en el rumbo que la historia tomo son inocultables.
El rearme alemán estaba muy atrasado en 1936 cuando las líneas generales de la estrategia de la locura de Hitler empezaban a definirse con claridad.
Francia, sin embargo, no reacciono al desafió de la reocupación militar del Ruhr, corazón industrial de Alemania. Casi simultáneamente la intervención alemana en la guerra civil de España en apoyo de Franco, asumió carácter provocador.
El poderío militar de Italia presumido por Mussolini era como la guerra confirmo una ficción. La Marina Británica estaba en condiciones de impedir la ayuda al fascismo español de las potencias del Eje Berlín-Roma. Más enredadas en la política hipócrita de la «No intervención», Inglaterra y Francia permitieron que la Alemania nazi hiciese de los campos de batalla de España campo de experiencias de las nuevas armas, contribuyendo decisivamente para la victoria de Franco.
A partir de la anexión de Austria su discurso, marcado por una ambición megalómana, adquirió contornos paranoicos.
Despues de Austria, continuo Checoslovaquia. No era la Región de los Sudetes la que estaba en disputa, pero si un proyecto de dominación mundial. Más Inglaterra y Francia volvieron a ceder en Munich que surge como prologo anunciatorio de la guerra.
El polémico tratado Germano-Soviético solamente fue firmado cuando la URSS comprendió que eran inútiles todos sus esfuerzos para frenar el expansionismo alemán a través de un acuerdo tripartito con Londres y Paris. El gobierno soviético llego a pedir a Praga su autorización para la entrada del Ejercito Rojo en el territorio checoslovaco si este fuese invadido por la Alemania. Más la petición fue finalmente rechazada.
Hitler saco conclusiones correctas de su victoria política. Meses después ocupo totalmente a Checoslovaquia sin disparar un tiro. Polonia paso a ser el próximo objetivo.
Munich aparece a las generaciones actuales como el símbolo de la capitulación que abrió las puertas a la guerra. Historiadores marxistas norteamericanos y europeos vienen entretanto llamando la atención sobre el papel que el gran capital trasnacional desempeño en el proceso de la toma del poder por el Partido Nacional Socialista Alemán y en el fortalecimiento y expansión de la economía del III Reich nazi. Existe hoy una amplia documentación sobre la sombría red de complicidades y solidaridades que entonces tomo forma en los terrenos político y financiero.
El Profesor italiano Domenico Losurdo, en un ensayo reciente (reproducido por
http://www.resistir.info ) señala que Henry Ford fue un admirador entusiasta de Hitler y reflexiona sobre las intimas relaciones que en los años treinta se establecieron entre los gigantes de las industrias estadounidenses y alemanas. La corriente de reconocimientos recíprocos entre el Reich hitleriano y la América rooseveltiana asumió tal importancia que los vínculos creados entre los monopolios de los dos países no fueron totalmente destruidos por la guerra dejando secuelas. En los EEUU la derecha nunca escondió además su simpatía por las ideas de Hitler.
Las relaciones entre el capital industrial y financiero británico y el alemán también se desarrollaron mucho en el periodo anterior a la guerra. Los intereses creados alcanzaron tal volumen que en la fase final del conflicto instalaciones de muchas empresas, sobre todo en Renania, que estaban ligadas a las trasnacionales estadounidenses e inglesas no fueron alcanzadas por los bombardeos aliadas. Empresas de los EEUU estuvieron implicadas en exportaciones para Alemania durante la guerra. Algunas nunca rompieron los contactos indirectos con la IB Farben, el gigante industrial insignia del nazismo, íntimamente ligado a los crímenes de guerra.

LA PERVERSION DESINFORMATIVA

Existen muchas obras serias sobre la II Guerra Mundial que permiten acompañar su desarrollo. Los hechos no pueden ser apagados. Más para la gran mayoría de la humanidad, transcurridos apenas 60 años, es difícil hoy escapar a los efectos de la maquina de desinformación que presenta esa guerra bajo perspectivas que la deforman intencionalmente.
Un sistema mediático perverso proyecta de ella una imagen falsa, concebida con objetivos políticos para provocar la adhesión al proyecto de sociedad que el engranaje de la globalización neoliberal intenta imponer a la humanidad.
La prensa, la radio, una literatura apologética y sobretodo el cinema y la televisión substituirán a la guerra real por una guerra ficcional, en la cual casi todo, desde las batallas a los héroes, asume facetas míticas.
John Bolton, el ultraderechista del equipo bushiano para el cual el Consejo de seguridad de la ONU debería tener un único miembro permanente, los EEUU, afirmo hace días, en Lisboa, en una entrevista al Publico que las tropas norteamericanas liberaron a Europa, derrotando a Hitler.
Sabe que es mentira, más no ignora también que una mentira muy repetida se transforma –como decía Goebbels- en verdad.
Ahora toda la gigantesca maquinaria de desinformación de los EEUU –con la complicidad de los medios europeos- sustenta, en obras de calidad muy diferentes, que la guerra del 39-45 fue, en lo fundamental, una victoria de los EEUU. La contribución para la derrota del nazismo de sus principales aliados, la Gran Bretaña y la URSS, habría sido secundaria.
Lo mismo en las grandes universidades esa no-verdad es difundida y aceptada sin grandes reservas.
Los historiadores que escriben para Hollywood valoran (lo que es justo) el heroísmo del pueblo británico al luchar solo contra Alemania nazi durante un año. Pero pocos estadounidenses tienen conocimiento de que más del 90% de las perdidas militares sufridas por los ejércitos alemanes ocurrieron en el Frente del Este en combates con las tropas soviéticas. Un porcentaje también mínimo sabe que en la Batalla de Stalingrado, iniciada en septiembre de 1942, y finalizada con la capitulación del VI ejercito Alemán de Von Paulus, significo un viraje decisivo en el rumbo de la guerra. Y aún es menor el número de aquellos que tienen una idea de la Batalla de Kursk en Agosto del 43, no obstante haber sido en ese choque que el Ejercito Rojo quebró la columna vertebral de la Werhmacht hitleriana.
En Kursk estuvieron involucrados casi cuatro millones de combatientes, más el norteamericano medio ignora la propia existencia de la batalla.
Le han enseñado en la escuela, y lo filmes de Hollywood confirmaran ese mensaje, que grandes epopeyas militares fueron, por ejemplo, Guadalcanal y Okinawa. Desconoce que Guadalcanal fue en el contexto de la guerra mundial poco más que una escaramuza, que involucro apenas 10 000 soldados norteamericanos.
La historia de la guerra contra Japón es también groseramente distorsionada. En las escuelas y en las universidades no se informa que fueron los australianos y no los estadounidenses quien contuvo en las selvas de la Nueva Guinea el avance de los japoneses para el Sur.
En cuanto a la intervención militar de la URSS contra Japón en agosto de 1945 es sistemáticamente omitida por la mayoría de los historiadores y es presentada como incidente militar inexpresivo. Eso no obstante que en una semana de ofensiva de las fuerzas soviéticas del Extremo Oriente han causado más bajas al Ejercito Nipón (y hecho más prisioneros) de los que los EEUU en Filipinas y en el conjunto de las Islas del Pacifico a lo largo de tres años.
La falsificación (y ocultación) de la historia en lo tocante a la confrontación con los nazis en Europa Occidental no presenta facetas menos chocantes.
La tendencia para transformar el desembarco en Normandia en Junio del 44 y la batalla que le siguió como un hecho militar cuyo merito cabria casi exclusivamente a los norteamericanos se torno en una obsesión.
No conozco un solo filme norteamericano que informe cual es la estructura del comando en Normandia.
En realidad Eisenhower era un general político, que no tuvo ninguna intervención en la elaboración de la estrategia y en el desarrollo de la batalla. Los comandantes operacionales de las fuerzas de Tierra, Aire y Mar fueron tres oficiales británicos: los mariscales Montgommery y Tedder y el almirante Cuningham. Visite los campos de batalla normandos después de la guerra, hable con los franceses de la región y tuve la oportunidad de estudiar documentación importantes sobre los combates trabados.
Basta consultar la lista de perdidas para así verificar que el número de muertos ingleses en los días decisivos fue allí muy superior a la de los norteamericanos. ¿Porqué?
Fueron el ejército británico y el canadiense quienes soportaron victoriosamente la confrontación con las divisiones Panzer de Rundstedt y Rommel en Caen y Bayeux, aniquilándolas prácticamente como fuerza ofensiva. Entretanto, los filmes de Hollywood atribuyen la victoria al general Patton, mitificado como genio militar. Las cosas no ocurrieron así. En realidad Patton (un general cuya participación en las campañas de Tunisia y de Sicilia había sido mediocre) que ocupaba el flanco derecho aliado, casi no encontró resistencia en el avance que permitió encerrar a los alemanes en la bolsa de Falaise. Rommel ya estaba derrotado.
Otra área en la cual la desinformación contribuyo mucho para ocultar las orientaciones estratégicas importantes y secretas en la relación del sistema de poder de los EEUU con la Alemania después de la capitulación del III Reich fue el de la protección concedida a cuadros nazis detenidos en la zona de ocupación norteamericana. Los grandes periódicos de los EEUU luego que se callaron los cañones publicaron excelentes artículos sobre el horror de los campos de concentración. Los relatos de los sobrevivientes y las fotos de las cámaras de gas conmovieron a la opinión pública. Para millones de ciudadanos, la liberación de las victimas de los crímenes mounstrosos de las SS en los campos de exterminio se hizo asociada al espíritu solidario del pueblo norteamericano defensor como ningún otro de los valores eternos de la condición humana.
Acontecía que simultáneamente el Ejercito Rojo era el primero en recuperar para la vida a los prisioneros de Auswitchz, el mayor y más mounstroso de todos esos escenarios de la ferocidad nazi.
La gran prensa, incluyendo el The New york Times no escondió que eminentes científicos alemanes e intelectuales sin compromiso ostensivo con la dictadura hitleriana arribaban a los EEUU para trabajara en las grandes universidades y en las instituciones científicas. Más prácticamente nada se filtro sobre las decisiones tomadas para sustraer de la acción de la justicia a cuadros con largo currículo criminal que habían estado ligados a la Gestapo y a los diferentes servicios de inteligencia. Muchos de ellos fueron transferidos para los EEUU y pasaron inmediatamente a trabajar para la CIA; algunos ocuparon cargos de confianza en la Administración.
Existe hoy una voluminosa documentación sobre las operaciones encubiertas que permitieron, a través de una red de complicidades, utilizar esa escoria humana en misiones importantes en el cuadro de la guerra fría.
Las fuentes son muy diversificadas. Para Washington es particularmente embarazoso que revelaciones altamente comprometedoras sobre el tema consten en documentos desclasificados por el Departamento de Estado y por la propia CIA.

XXXX

No cabe en esta breve y nada ambiciosa reflexión sobre la II Guerra Mundial, abordar siquiera el tema de la contribución de la guerra fría para la desaparición de la Unión Soviética. Mas es innegable que en la estrategia del sistema de poder imperial de los EEUU la lucha contra el Estado Socialista nacido con la Revolución Rusa fue una prioridad permanente, asumiendo formas muy diferentes. Lo mismo en los años de la llamada coexistencia pacifica, que en la época en que Reagan definía a la URSS como «el eje del mal», todos los gobiernos de Washington sin excepción, desarrollaron políticas agresivas contra el bloque socialista.
Las esperanzas suscitadas entre los pueblos por la creación de la Organización de las Naciones Unidas como freno el desencadenamiento de nuevas guerras y garante de una paz definitiva no se concretizaron. Luego que comprendieron que la nueva relación de fuerzas mundial posterior a la descolonización no permitiría al imperialismo hacer de la ONU un instrumento suyo, los EEUU trataron de neutralizarla.
Entretanto la trágica implosión de la URSS solamente fue posible porque el PCUS se aparto del proyecto leninista y gradualmente tomo allí forma un estado burocrático incompatible con los principios de la democracia socialista.
No obstante las desviaciones y perversiones que en la Unión Soviética condujeron a una caricatura al socialismo ideado por Lenin, la simple existencia del poderoso Estado aseguro durante décadas un equilibrio de fuerzas mundial. La paz precaria no era una paz definitiva y sin guerras localizadas. Más la bipolaridad funciono como factor de contención del imperialismo.
Transformada la URSS en un país vandalizado por el capitalismo salvaje, los EEUU tuvieron finalmente las manos libres para, en un mundo unipolar, desarrollar una estrategia de dominación planetaria.
El panorama en este inicio del Siglo XX es sombrío. La humanidad enfrenta la mayor crisis de civilización de su historia. Una crisis global –política, militar, cultural, ambiental, energética.
Más el gigante imperial tiene pies de barro. El capitalismo entro en una fase senil, como afirma Samir Amin. Es una crisis estructural para la cual los EEUU –el estado más endeudado del planeta con déficits comercial y de cuenta corriente astronómicos- no encuentra otra salida que no se la de las guerras llamadas «preventivas» y el saqueo de los recursos naturales de los pueblos del Tercer Mundo.
Crímenes repugnantes afirman la escalada de agresiones emprendida en nombre de la «libertad y de la democracia» por un sistema de poder que hace del terrorismo de estado la base esencial de su política
Una sociedad como la estadounidense aún regida por instituciones formalmente democráticas corre el riesgo de generar un IV Reich.
El rechazo al proyecto de globalización imperial aumenta de año en año, de mes en mes.
Estoy convencido de que la humanidad vencerá la crisis. Para eso los pueblos tendrán que globalizar la lucha.