Derrota del Nazi-Fascismo |
La Gran Guerra Patria
Roberto Bardini
Rodelu
Era una vieja deuda pendiente. El 9 de mayo de 1995, en una cena en el
Palacio del Kremlin, en Moscú, para conmemorar el 50º aniversario del fin de la
Segunda Guerra, los principales líderes del mundo –entre los que se contaban
William Clinton, John Major, François Mitterrand y Helmut Kohl– reconocieron,
con cinco décadas de retraso, el papel decisivo de la ex Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS) en la derrota de Alemania.
La guerra le costó a Gran Bretaña 410 mil vidas y 250 mil a Estados Unidos. A
diferencia de sus momentáneos aliados, la URSS padecía el conflicto en su propio
territorio. Al término de la conflagración habían muerto 20 millones de
soviéticos: unos, en enfrentamientos directos; otros, a consecuencia del hambre,
las enfermedades y el frío.
Clinton rindió un homenaje "al heroísmo y al honor del pueblo soviético en todo
su sufrimiento" y admitió que la Guerra Fría "oscureció la capacidad de Estados
Unidos de apreciar el sacrificio". Major expresó que ese "sacrificio tuvo tal
magnitud que todavía hoy nos resulta difícil hacernos una idea". Y así uno tras
otro, desgranaron elogios con medio siglo de tardanza.
El reconocimiento del presidente norteamericano y del primer ministro británico
simbolizaron "una confesión para Occidente", señaló el diario argentino
Clarín. Sobre todo, para muchos que "durante décadas consumimos las
películas de Errol Flynn y suponíamos que en la Segunda Guerra Mundial los
mayores protagonistas habían sido los estadounidenses". El autor de la nota
agregaba: "La historia que ocultó Hollywood es la de la resistencia y el
heroísmo del pueblo soviético, el primero en infligirle una derrota al poderoso
ejército de Hitler".
Con iguales o parecidas palabras se manifestaron otros medios de comunicación de
distintas capitales. Eran los mismos que, como cientos de películas bélicas,
durante todas esas décadas presentaron a los estadounidenses como los
principales protagonistas de la guerra y ocultaron o minimizaron la
participación soviética.
La Operación Barbarroja
Una vieja leyenda germánica sostiene que el emperador Federico I (1123-1190),
quien participó en la Tercera Cruzada cristiana contra el Islam, resucitaría un
día para "aniquilar a lo paganos de Oriente". El monarca encabezó seis
expediciones militares a Italia, independizó ciudades lombardas, derrotó a los
güelfos alemanes, engrandeció el imperio, favoreció la cultura y estimuló el
crecimiento de los pequeños pueblos. Considerado por los germanos como "el más
grande de su raza", pasó a la historia como Barbarroja.
Bajo ese nombre clave, a las 03:30 horas del 22 de junio de 1941, Alemania
inicia la violenta invasión a la Unión Soviética. Adolf Hitler había dicho que
quería "incendiar Rusia y hacerle perder la respiración al mundo". Los términos
se invirtieron un poco: como resultado de esa decisión, al tiempo le hizo perder
la respiración a su pueblo y terminó incendiando su propio país.
Alemania y la URSS habían firmado el 22 de agosto de 1939 un pacto de no
agresión. El tratado germano-soviético fue una sorpresa para la mayoría de los
partidos comunistas del mundo y provocó numerosas divisiones en sus filas.
Al año siguiente, el führer reúne a su estado Mayor y –según relata el
general Franz Halder en Hitler as a War Lord– comenta sus planes futuros:
"Nuestro próximo objetivo debe ser la destrucción de Rusia, y cuanto más rápida
sea aplastada, mejor. El ataque sólo alcanzará su meta si la arrasamos de un
solo golpe".
Stalin no esperaba una invasión. En 1936, había realizado una "purga" casi
masiva entre oficiales del Ejército Rojo, principalmente en los altos mandos.
Sin saberlo en ese momento, se estaba privando de personal calificado que
hubiera sido clave en el diseño de una estrategia de defensa. Si estos hombres
se hubieran mantenido en sus puestos en lugar de estar algunos metros bajo
tierra, quizá se habrían evitado tantas muertes.
El ataque de las tropas alemanas es demoledor. Existen relatos que describen
cómo los guardafronteras, despertados por el estruendo de las orugas de los
tanques, son fusilados a quemarropa al salir de sus casetas corriendo
semidesnudos. Los aviones soviéticos son destruidos en los hangares. No hay
resistencia organizada y durante días los germanos penetran en el territorio
casi sin oposición. En un mes, los invasores recorren 480 kilómetros.
El 3 de octubre de 1941, eufórico, Hitler transmite el siguiente mensaje: "Hoy
declaro, y lo declaro sin reservas, que el enemigo en el Este fue derrumbado y
nunca más se levantará". Se equivocaba y ese error lo llevaría al desastre total
en mayo de 1945.
Obsesionado con la ocupación de Leningrado y Stalingrado, las dos ciudades
"sagradas" del comunismo, el führer no prevé que, menos de cuatro años
después, los rusos no sólo se pondrían de pie sino que comenzarían a andar y
llegarían a las puertas de la propia cancillería en Berlín.
De la resistencia al contraataque
Hasta el momento de la invasión alemana a la Unión Soviética, la participación
de las potencias capitalistas de primera línea no es tan activa. Estados Unidos,
por ejemplo, aún no ha declarado la guerra a Japón; lo hace recién el 8 de
noviembre de 1941.
Anatoli Davidenko, de la academia de Ciencias Militares de la URSS, escribe
muchos años después que "el componente antisoviético y anticomunista de la
ideología nazi tenía partidarios entre los círculos políticos y castrenses de
Estados Unidos y Gran Bretaña". Esto explica "cierta dualidad en la política que
promovían la cúpulas gobernantes de estos países". Así, afirma Davidenko, "los
aliados preferían estar a la expectativa, librar acciones de combate en teatros
secundarios y evitar enfrentamientos con fuertes agrupaciones del enemigo".
La correspondencia de Stalin al primer ministro inglés Winston Churchill está
llena de reclamos casi desesperados: "Los alemanes transfieren división tras
división para el Este, donde nuestro pueblo derrama mucha sangre defendiendo la
patria contra el creciente poderío de los nazis"... "Sólo cuando Gran Bretaña
abra un segundo frente es que tendremos certeza de su amistad"... "¿Cuándo
vendrá la ayuda de Gran Bretaña?".
De a poco, la Unión Soviética sorprende a sus pasivos aliados y a los propios
invasores. Y esta es la historia que se mantuvo más o menos oculta durante 50
años.
El 17 de agosto de 1941, el general Halder escribe en su diario: "Subestimamos a
Rusia. Creíamos que tenían 200 divisiones y ya identificamos 360". Además, entró
en juego un factor que, más de un siglo antes, había derrotado al emperador
Napoleón: el "general invierno", con temperaturas que alcanzan 20 grados bajo
cero.
Stalin ordena el desplazamiento de tropas siberianas para la defensa de Moscú. A
los combatientes que llegan de Siberia, el invierno moscovita les parece
agradable. "Nos quedamos muy impresionados", relata Halder. "Fuimos atacados al
comienzo de la mañana, con temperaturas de aproximadamente 35 grados bajo cero.
Los soldados soviéticos permanecieron prácticamente inmóviles durante ocho
horas, echados sobre la nieve".
La batalla por la conquista de Stalingrado dura seis meses y termina con el
aniquilamiento de los atacantes. Simultáneamente, el cerco a Leningrado –en el
que millones de habitantes mueren de hambre y frío, y aún defienden la ciudad
durante 900 días– muestra otra faceta del carácter ruso que Hitler subestimaba:
la resistencia hasta el martirio.
Para garantizar los abastecimientos e impedir que los centros fabriles de las
regiones occidentales caigan en manos de las fuerzas invasoras, los soviéticos
transportan más de mil 500 fábricas a la retaguardia en cuatro meses, en una
demostración sin precedentes.
En febrero de 1942, el Ejército Rojo convoca a sus filas a todos los hombres de
16 a 55 años, y a las mujeres de 16 a 45. En el verano de 1943, los soviéticos
pasan a la ofensiva. Y después de haber enfrentado a las tropas alemanas a sólo
30 kilómetros de la Plaza Roja, en Moscú, se convierten en una fuerza imparable
rumbo a Berlín.
Como siempre, Hollywood versus la historia
Durante años, la historia occidental relató que el general Dwight Eisenhower,
comandante de las fuerzas armadas de Estados Unidos, "cedió" al Ejército Rojo la
entrada a la capital alemana en mayo de 1945. Hoy se sabe que esto es falso. Las
tropas norteamericanas, inglesas y francesas que se disputaban ese privilegio no
lograron adelantarse al aluvión soviético; sus jefes estaban prácticamente más
ocupados en planificar cómo saldrían en las fotografías y con cuál uniforme. Un
solo ejemplo: en enero de ese año, antes de entrar a Varsovia, el Ejército Rojo
liberó en un solo día 2 mil aldeas polacas.
"La guerra entre la URSS y Alemania resulto una contienda implacable: dos
sistemas sociales opuestos entablaron un enfrentamiento a muerte, lo que
determinó el carácter encarnizado y violento de los combates en el frente
soviético-alemán", sostiene Anatoli Davidenko.
Desde junio de 1941 hasta mayo de 1945, el Frente del Este es el principal de la
Segunda Guerra. No son Normandía ni el sur de Italia ni África del Norte como
muestran las películas de Hollywood, al estilo Rescatando al soldado Ryan.
A veces, la línea de combate entre alemanes y soviéticos alcanza más de 6 mil
kilómetros, cuadruplicando la longitud de todos los demás teatros de operaciones
terrestres durante el conflicto.
Cuando el ejército alemán invade la Unión Soviética, moviliza al 95 por ciento
de sus fuerzas terrestres. Después, cuando la guerra abre un segundo frente en
Europa occidental y el Alto Mando germano disloca sus tropas, mantiene entre el
65 y el 70 por ciento de sus efectivos contra el Ejército Rojo, mientras que
destaca entre el 30 y el 35 por ciento para combatir a los aliados, que los
superan ampliamente en número.
De los mil 400 días que dura la Gran Guerra Patria, mil 300 (93 por ciento del
tiempo) son de enérgicos combates. La campaña de África del Norte dura 973 días,
pero sólo 309 jornadas (30 por ciento del tiempo) corresponden a hostilidades.
Así se explica que el Tercer Reich perdiera el 75 por ciento de sus efectivos en
el frente soviético-alemán. Fueron las balas, bayonetas y bombas rusas –no
inglesas y norteamericanas– las que determinan el curso de la Segunda Guerra
Mundial.
Comparado con lo que tuvieron que padecer los comandantes alemanes y rusos en
las trincheras, las participaciones del mariscal inglés Bernard Law Montgomery,
el general francés Charles de Gaulle y el general norteamericano George Patton
–un trío multipublicitado por la historiografía, la literatura y el cine de
guerra– fueron paseos de campo dominicales en los que jamás se arrugaron el
uniforme.
"Luchaban como leones"
"Aquellos ataques nos mostraron el perfecto adiestramiento de los soldados rusos. Luchaban como leones. El pueblo ruso tenía mucha astucia, tal vez más que el nuestro", escribe en sus memorias el coronel Otto Skorzeny, de las Tropas de Asalto de las Waffen SS, quien participó en la invasión a la Unión Soviética en 1941.
Este tributo al valor del enemigo tiene gran valor: Skorzeny, un oficial que ganó fama internacional con el espectacular rescate del duce Benito Mussolini en septiembre de 1943, es considerado por los aliados como "el hombre más peligroso de Europa". Herido en acción en distintas ocasiones y varias veces condecorado por su valor, exhibe la codiciada Cruz de Hierro. Su autobiografía –dos tomos titulados Vive peligrosamente y Luchamos y perdimos– es traducida a varios idiomas y se transforma en libro de texto en las academias militares de Estados Unidos, la URSS, Grecia, Turquía e, incluso, Israel.
"Durante el invierno, los soviets enviaron a aquel sector boscoso varias patrullas bien entrenadas", relata en sus memorias. "Se filtraban a través de nuestras posiciones amparándose en la oscuridad de la noche. En ocasiones se lanzaban de aviones que volaban a poca altura, lo que les permitía saltar sin paracaídas. Aquella fuerza, altamente eficaz, nos dio muchos trabajos".