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Eduardo Galeano

Fábulas

Eduardo Galeano
 
Proverbios
Un viejo proverbio enseña que mejor que dar pescado es enseñar a pescar.
El obispo Pedro Casaldáliga, que no nació en América pero la conoce por dentro, dice que sí, que eso está muy bien, muy buena idea, pero ¿qué pasa si nos envenenan el río? ¿O si alguien compra el río, que era de todos, y nos prohíbe pescar? O sea: ¿qué pasa si pasa lo que está pasando?
La educación no alcanza.

Armada mía
Juan Antonio Medina estaba sentado en su casa, viendo televisión.
La publicidad no le había merecido nunca una opinión muy favorable, que digamos; pero escuchó un anuncio que se abría con una frase que no estaba nada mal:
–Mujer amada es mujer segura.
Las imágenes que seguían eran revólveres y pistolas de menudo tamaño, dagas de resorte, pulverizadores que dejaban al enemigo frito en el suelo y otros adminículos portátiles, de tamaño adecuado para la cartera de la dama en tiempos difíciles.
Entonces, Juan Antonio se dio cuenta de que había escuchado mal. El anuncio había dicho:
–Mujer armada es mujer segura.

La comunidad internacional
El pollo, el pato, el pavo, el faisán, la codorniz y la perdiz fueron convocados y viajaron hasta la cumbre.
El cocinero del rey les dio la bienvenida:
–Os he llamado –explicó– para que me digáis con qué salsa queréis ser comidos.
Una de las aves se atrevió a decir:
–Yo no quiero ser comida de ninguna manera.
Y el cocinero puso las cosas en su lugar:
–Eso está fuera de la cuestión.

El experto internacional
Escuché esta historia en diversos lugares, atribuida a diferentes personas, por lo que sospecho que cualquier parecido con la realidad ha de ser mera coincidencia.
He aquí la versión que recibí en la Dominicana.
Piaban los niños y los pollitos alrededor de doña María de las Mercedes, que cloqueando arrojaba granos de maíz a sus gallinas. En eso estaba ella, aquel día como todos los días, cuando un automóvil emergió, resplandeciente, desde una nube de polvo en el camino que venía de Santo Domingo.
Un señor de traje y corbata, maletín en mano, le preguntó:
–Si yo le digo, exactamente, cuántas gallinas tiene, ¿usted me da una?
Ella hizo una mueca.
Y acto seguido él encendió su computadora Pentium IV de l.5 GB, activó el GPS, se conectó por teléfono celular con el sistema de fotos satelitales y puso en funcionamiento el contador de pixels:
–Usted tiene ciento treinta y dos gallinas.
Y atrapó una y la apretó entre los brazos.
Entonces, doña María de las Mercedes Holmes le preguntó:–Si yo le digo en qué trabaja usted, ¿me devuelve la gallina?
El hizo una mueca.
Y ella dijo:
–Usted es un experto de una organización internacional.
Recuperó su gallina y explicó que era fácil, cualquiera se daba cuenta:
–Usted vino sin que nadie lo llamara, se metió en mi gallinero sin pedir permiso, me dijo algo que yo ya sabía y me cobró por eso.

Costumbres
Un candidato de las fuerzas de izquierda llegó al pueblo de San Ignacio, en Honduras, durante la campaña electoral de 1997.
El orador trepó a la escalera que hacía las veces de estrado y ante el escaso público proclamó que la izquierda no soborna al pueblo, no vende favores a cambio de votos:
–¡Nosotros no damos comida! ¡No damos empleos! ¡No damos dinero!
–¿Y qué mierda dan, entonces? –preguntó un borrachito, recién despertado de su siesta bajo un árbol de la plaza.

Tradiciones
La palabra y el acto no se habían encontrado nunca.
Cuando la palabra decía sí, el acto hacía no.
Cuando la palabra decía no, el acto hacía sí.
Cuando la palabra decía más o menos, el acto hacía menos o más.
Un día, la palabra y el acto se cruzaron en la calle.
Como no se conocían, no se reconocieron.
Como no se reconocieron, no se saludaron.

Rumbos
Andaba yo perdido en las calles de Cádiz, por obra y gracia de mi agudo sentido de la desorientación, cuando un buen hombre me salvó.
El me indicó cómo llegar al mercado viejo, y a cualquier otro destino en los caminos del mundo:
–Tú haz lo que la calle te diga.