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Economía

Neoliberalismo y globalización
Libre mercado y revolución

Lisandro Otero
Rebelión

Según los analistas estadounidenses las naciones latinoamericanas están encaminadas a seguir con el libre mercado porque no se puede regresar a los viejos modelos proteccionistas. Los esfuerzos por implantar el ALCA encubren un afán anexionista. La brecha entre ricos y pobres sigue ensanchándose y que la integración total del continente en un mercado es muy improbable. El ALCA es un intento voraz de imposible establecimiento.
Durante la década del setenta una pesadilla dictatorial devoró la América Latina. Desaparecidos, torturados, prisioneros políticos, escuadrones de la muerte, corrupción administrativa constituyeron un cáncer corrosivo. En los ochenta se intentó un desarrollismo que no dio resultado. La crisis del capitalismo latinoamericano fue evidente: descenso de los niveles de vida, estancamiento económico, tasas astronómicas de inflación, fuga de capitales, crecimiento infinito de la deuda externa, migraciones masivas.
Al finalizar la década, al producirse el desplome de la Unión Soviética, quedó abierta la interrogante ¿la muerte del comunismo autorizaba la resurrección del conservadurismo dictatorial? ¿Era el neoliberalismo de Reagan y Thatcher la única salida posible? Se produjo una mutación de la izquierda: la proposición de cambios por vía insurreccional fue sustituida por una evolución hacia un debate teórico sin salida. La izquierda entró en una crisis de credibilidad, legitimidad e identidad. La capitulación del modelo soviético de socialismo constituyó una ventaja estratégica porque abrió la posibilidad de construir un modelo alternativo.
Durante dos siglos las relaciones norte-sur, entre las Américas, se han caracterizado por la confrontación. La política del "Buen Vecino" de Franklin Roosevelt tenía por objetivo evidente tranquilizar el traspatio sureño mientras Norteamérica conducía una guerra en Europa y el Pacífico. La "Alianza para el Progreso" de Kennedy incitó a desmantelar las estructuras feudales que aún quedaban en Iberoamérica, pero hizo poco por estimular la competencia industrial, donde más pudiera haberse avanzado hacia un progreso efectivo.
Su manera cruda de aplicar políticas de choque lo hacía cada vez más impopular. La solución de las privatizaciones no podía prolongarse indefinidamente porque los patrimonios nacionales tienen sus límites. La desregulación creciente estaba dando lugar a un capitalismo salvaje, a una feroz guerra de todos contra todos que podía conducir a una anarquía económica. Pese a todos los intentos de renegociarla la deuda externa sigue creciendo alarmantemente en todos los países. El libre comercio y la globalización crearon una aparente igualdad entre las naciones industrializadas y las productoras de materia prima, pero aseguraba en las segundas un mercado a los productos de las primeras. La brecha entre países ricos y pobres no cesa de crecer.
En la medida en que aumenta la concurrencia económica las naciones se ven forzadas a ser más competitivas, esto implica la necesidad de reducir costos, disminuir personal, mejorar ofertas de precios. Todo ello conduce a la inseguridad laboral. El hombre moderno se siente inestable, no tiene certidumbre en su futuro, la ansiedad y la angustia marcan su ritmo de vida cotidiano.
Otro fenómeno preocupante se está manifestando: los países en desarrollo están cada día más necesitados de capital para poder crecer pero las naciones afluentes prefieren a otros países ricos, como ellos, donde verter sus inversiones, por consiguiente las tasas de interés del capital están elevándose a niveles impagables. En otras palabras, el gran capital internacional está apartándose del Tercer Mundo.
El pasado siglo fue el tiempo de las grandes utopías frustradas, de los proyectos arcádicos que nunca llegaron a su culminación. Muchos han dicho que la economía de mercado no es una solución pero al fracasar el modelo soviético de socialismo no les quedó otra alternativa. El modelo neoliberal, al que muchos han acudido, está propiciando una explosión revolucionaria mundial. Han aumentado las condiciones de miseria, ignorancia, enfermedades, desempleo y devastación ecológica.
El capital se ha entrelazado de una manera tal que ya no existen grandes compañías aisladas, todas están asociadas en una compleja urdimbre de tal cercanía que si una tiene catarro todas las demás comienzan a estornudar. Es el denominado efecto dominó. La llamada etapa monopólica del capital, por los economistas del marxismo, ha entrado en una fase superior que propicia que las compañías medianas, y aun las pequeñas empresas, están siendo engullidas una tras otra por las grandes corporaciones internacionales.
La globalización está debilitando el concepto de nación. La comunidad histórica formada por una cultura, una lengua, un territorio y costumbres comunes tiende a debilitarse ante los imperativos de la economía. Es obvio que la soberanía de cada estado se erosiona, la capacidad de controlar sus propios asuntos queda supeditada a los intereses globales.
La globalización está creando dos mundos: uno opulento y otro desprovisto de recursos elementales. Eventualmente ello puede conducir a un desequilibrio con vastas consecuencias desestabilizadoras. La aldea global no es justa y los inmensos desequilibrios que está creando pudieran convertir al siglo XXI en la era de las revoluciones mundiales.
gotli2002@yahoo.com